Hasta que nos quedemos sin estrellas

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18. Cuestión de prioridades

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Cuestión de prioridades

Liam

Ser un adulto independiente y funcional es más difícil de lo que creía.

Nunca pensé que me perdería en una tienda de muebles y, sin embargo, he empujado el carrito durante los últimos treinta minutos por pasillos diferentes y me da la sensación de que estoy girando en círculos. Mire adonde mire, solo veo estanterías repletas de jarrones, cestos y otros elementos de decoración para el hogar. Este sitio me da dolor de cabeza.

Necesito orientación profesional, así que saco el móvil y llamo a Evan.

—¿Qué cosas son completamente esenciales para vivir solo? —le pregunto cuando descuelga.

—Alcohol, sin duda. Hola, por cierto.

—Hablo en serio.

—Yo también. El alcohol solucionará el noventa por ciento de tus problemas. El diez por ciento restante se resolverían fácilmente contratando a un sicario.

Una señora cruza el pasillo cargando con una alfombra del tamaño de un frigorífico. Por mi bien, espero no tener que comprar una de esas.

—Necesito comprar lo básico para el apartamento. Me mudo el lunes —contesto ignorando sus bromas, para que vea que preciso ayuda de verdad.

—Está bien. Déjame pensar. —Hace una pausa y finalmente añade—: Cuando juego a Los Sims siempre procuro llenar toda mi casa de espejos.

—¿Espejos?

—Sí, claro. Para mentalizarse y practicar discursos.

—¿Para qué?

—Para verte el careto, Liam. Con la personalidad de mierda que tienes, no le gustarás a nadie a menos que cuides un poco tu aspecto.

Es un imbécil, pero decido hacerle caso. Me paso diez minutos buscando el pasillo en el que se encuentran y acabo escogiendo un espejo de cuerpo entero. Lleno el resto del carrito siguiendo las indicaciones de Evan. Aunque vaya a alquilar un apartamento ya amueblado, necesito añadirle ciertos detalles para sentirlo mío. Compro pósteres de bandas y películas que me gustan y, a petición de Evan, también dos pegatinas con ojos para pegar en el retrete.

Cuando llego al final del pasillo y veo que el siguiente está lleno de alfombras, doy media vuelta. Ni de coña pienso pasar por esto.

—¿Así que tendrás piso a partir del lunes? —pregunta mientras yo camino hacia el cajero automático—. La semana que viene voy a un evento en Mánchester. ¿Tienes sitio para mí? Solo serán un par de días.

—Claro. Sin problema.

En realidad, me gusta la idea de que venga de visita. Evan es un grano en el culo, pero también es mi mejor amigo, y echo de menos meterme con él en persona.

Me habla sobre el evento mientras yo termino de pagar. Descubro que siento un poco de envidia, quizá debido a que esta era una de las partes que más me gustaban del mundillo. Conocer a fans y probar videojuegos en primicia, además de pasar unos cuantos días viajando con mis amigos. Seguramente tenga una invitación esperando en mi correo electrónico, pero no estoy preparado para volver a mostrarme en público todavía.

Una vez que lo he metido todo en el carrito, lo empujo fuera de la tienda. Abro el maletero del coche y pongo a Evan en manos libres para escucharlo mientras guardo las bolsas.

—¿Pagaste un adelanto por el piso?

Enseguida sé por dónde van los tiros.

—Sí, usando la tarjeta. Estoy seguro de que Adam ya la ha rastreado, pero no me preocupa.

—Que no te sorprenda si se presenta allí cualquier día de estos.

—¿Y qué hará? ¿Venir hasta aquí y arrastrarme de nuevo hasta Londres? Tendré que enfrentarme a ellos tarde o temprano, de todas formas.

He decidido que voy a hacer lo que quiera con mi vida. Si mi madre y Adam quieren formar parte de ella, tendrán que aceptar mis condiciones. Si no, me temo que se quedarán fuera.

—Me gusta como piensas. El nuevo Liam —dice, y me doy cuenta de que es verdad.

Creo que estas últimas semanas me han cambiado para bien. O al menos me han hecho darme cuenta de que no tiene sentido forzarme a hacer cosas que me vuelven infeliz.

Estoy bastante seguro de que Maia ha tenido mucho que ver.

Cierro el maletero y le pregunto:

—¿Sabes si Adam sigue buscando a quien vendió mi relación falsa a la prensa?

—Lo conoces, Liam. No se rendirá tan fácilmente. Sabes que yo no pienso decir nada, pero deberías andarte con cuidado. Por si acaso.

—Me tendrá en su contra si intenta denunciar a Maia —le aseguro.

—En ese caso, no creo que tu chica tenga que preocuparse. —Se queda callado y escucho el tecleo en el ordenador—. Ahora tengo que colgar. Nos vemos la semana que viene.

—Más te vale traerte un saco de dormir. Solo cabes en el suelo.

—Siempre puedo meterme en la cama contigo, guapetón.

Resoplo y Evan estalla en carcajadas. Cuando se corta la llamada, sigo sonriendo.

Llevo el carrito de vuelta a la tienda y me subo al coche. Me abrocho el cinturón antes de encender el motor. Son las ocho y media pasadas, por lo que Maia ya debe de haber vuelto del trabajo. Normalmente la recojo a esta hora del hospital, pero ha ido esta mañana temprano. Ahora se encontrará en casa arrepintiéndose por haber accedido a ir a la fiesta de esta noche. Salgo del aparcamiento con una sonrisa. Debería volver antes de que se eche atrás.

Solo tardo treinta minutos en salir de Mánchester y adentrarme en su localidad. Esto será una ventaja en un futuro, si es que consigo llegar a algo con ella, claro. Anoche me di cuenta de que la idea de que me vaya no le entusiasma tanto como creía. Sinceramente, fue todo un subidón para mi ego. Después me dejó a medias en el coche con el peor dolor de huevos de la historia, y sus jueguecitos dejaron de parecerme divertidos.

Lo peor es que sé que yo no tengo fuerza de voluntad suficiente para devolvérsela. Así que tengo que lograr que me bese primero. Como sea. Ni de coña voy a dejarme ganar.

Con esto en la mente, aparco frente a la casa y me bajo del vehículo. Las luces del salón están encendidas y no hay ni rastro del coche de Steve. Menos mal. Quiero que todo vaya sobre ruedas esta noche. Maia se merece salir a pasárselo bien y olvidarse de sus problemas, aunque sea solo durante unas horas. Y, si yo estoy ahí para verlo, mejor.

Echo el seguro y mi móvil vibra en mi chaqueta. Sonrío. Parece que alguien comienza a impacientarse. Descuelgo sin leer el nombre que brilla en la pantalla.

—¿Conque ya me echas de menos? Vaya, es todo un récord.

Silencio. La persona al otro lado se aclara la garganta.

—¿Liam? —pregunta finalmente.

Se me borra la sonrisa. La voz no pertenece a Maia, sino a Michelle.

—¿Qué quieres?

Agarro con fuerza el teléfono. De pronto, estoy completamente tenso.

—¿Podemos hablar? —inquiere vacilante.

—No tengo nada que hablar contigo.

—No entiendo por qué estás tan enfadado. Me dejaste en directo frente a miles de personas. Creo que lo mínimo que me merezco es una explicación.

Ahí está de nuevo ese tono de superioridad. Me entran ganas de contestar de malas maneras, pero me obligo a guardar la calma porque una parte de mí sabe que tiene razón.

—No necesitas más explicaciones. Estaba harto de la situación. Por eso lo hice.

—Podrías habérmelo dicho —responde con voz suave pero tono acusatorio, y me sienta como una patada en el estómago. ¿Es que acaso nunca me escuchó?

No tiene sentido seguir perdiendo el tiempo con ella.

—Está bien. Lo que tú digas. Buenas noches.

—Espera —se apresura a decir antes de que pueda colgar. Me armo de paciencia y la dejo hablar—. Estoy en Mánchester. Adam me contó que ahora vives aquí. ¿Podemos vernos? He venido a hablar contigo.

—¿Estás en la ciudad?

Se me revuelve el estómago. Debería habérmelo imaginado. Adam sabía que venir hasta aquí habría sido inútil. Por eso ha enviado a Michelle. Sabe lo mucho que me costará decirle que no a ella.

—Solo quiero arreglar las cosas, Liam —insiste con delicadeza—. No me gusta que estemos peleados. Por favor.

—No será en público —me adelanto. Ya no me fío de sus intenciones.

—Dame la dirección de tu apartamento e iré.

—Está bien. Nos vemos dentro de treinta minutos.

—Seré puntual —responde, y entonces cuelga la llamada.

La pantalla del teléfono se queda en negro y me paso una mano por el pelo, frustrado. Joder.

Dudo, pero termino enviándole un mensaje con la dirección. Iré allí y escucharé lo que sea que tenga que decirme. Nada más. Le di explicaciones en su día, pero las repetiré si es necesario. Hemos sido amigos durante mucho tiempo y tiene razón cuando dice que la he perjudicado profesionalmente. Esto es lo mínimo que puedo hacer.

Camino hacia la casa como un autómata. Justo cuando llamo al timbre, mi móvil vibra porque Michelle ha contestado. No me da tiempo a leerlo. La puerta se abre y veo a Maia.

—Menos mal que estás aquí. Lisa nos matará como lleguemos tarde.

Se me cae el alma a los pies. Mierda.

La fiesta.

Antes de que pueda decir nada, Maia se gira y entra en el recibidor. Se detiene frente al espejo. Cuando mis ojos se clavan en su silueta, me doy cuenta de que está diferente. Parece más ella. Lleva un vestido negro corto y ajustado que deja entrever las curvas que se esconden debajo. Es de manga larga, pero deja los hombros al descubierto. Aunque estoy seguro de que Maia estaría increíble llevando cualquier cosa, no puedo negar que me gusta verla así. No es por la ropa ni por el maquillaje, sino porque, por primera vez en mucho tiempo, por fin se ha tomado un tiempo para ella.

—¿Quieres una foto? —se burla al notar que la observo—. Te duraría más.

—Depende. ¿Saldrías con o sin el vestido?

Me mira de reojo y sonríe. Decido que tengo vía libre para darle un repaso. Joder, sí que le sienta bien. Sus piernas parecen infinitas. Continúo bajando y esbozo una sonrisa burlona. Nunca pensé que la vería con tacones.

—Vas a matarte con eso —comento para hacerla enfadar.

—Es un arma eficaz. Las patadas en los huevos duelen mucho más, ¿sabes?

Solo con imaginarme esas agujas clavándose en mi posesión más preciada, de pronto se me baja toda la calentura.

—Si querías cortarme el rollo, que sepas que lo has conseguido.

—Ayúdame con esto. Sin juegos. No quiero hacer esperar a Lisa.

Se pone de espaldas a mí y trago saliva. Tengo que hacer esfuerzos sobrehumanos para que no se me vayan los ojos. Su vestido tiene una cremallera en la parte trasera y, al parecer, espera que yo se la suba.

Cuando me acerco, todo su cuerpo entra en tensión. Intenta no inmutarse, pero sé que está nerviosa. Me gusta provocar este efecto en ella, sobre todo porque todavía no la he tocado. Le aparto el pelo con cuidado y deslizo lentamente los dedos por su espalda hasta alcanzar el broche. A Maia se le pone la piel de gallina. Por el espejo veo que ha cerrado los ojos. No puedo evitar fijarme en lo bien que huele y en que tiene dos lunares en la parte inferior del cuello.

Me gustaría aprovechar la ocasión para provocarla y ver hasta dónde puedo hacerla llegar esta vez, pero tengo presente lo que ha dicho antes, así que le subo la cremallera y aparto las manos. Parece que vuelve a respirar. Se aparta y se mira de nuevo al espejo.

—Gracias —masculla tras aclararse la garganta.

No puedo dejar de mirarla.

—Estás preciosa.

Normalmente uso un tono burlón cuando tonteamos. Ahora parece que me cuesta hablar. Maia me mira de reojo y esboza una de las sonrisas más bonitas que he visto en mucho tiempo.

—Gracias, Liam.

—De nada, supernova.

Me gusta llamarla así. Sobre todo porque sé que leyó la estrella en donde escribí el significado. Nuestras miradas se cruzan mientras la tensión y el silencio se adueñan del ambiente.

Se aclara la garganta y se vuelve hacia el espejo.

—He quedado con Lisa dentro de media hora. ¿Crees que tardarás mucho en cambiarte? No quiero que lleguemos tarde.

Abre el neceser para aplicarse otra capa de rímel despreocupada. Mierda, esto no va a salir bien. Supongo que espera que vaya a arreglarme para la fiesta, pero no muevo ni un músculo. Al notarlo, frunce el ceño.

—¿Va todo bien? —inquiere extrañada.

—¿Crees que a Lisa le importará venir a recogerte?

Suelta una risita, como si le pareciese absurdo.

—¿Qué pasa? ¿Ahora tú tampoco quieres conducir? —Sin embargo, su sonrisa decae cuando me mira y ve que yo continúo serio. Traga saliva—. No vas a venir —susurra como para sí.

Suena tan decepcionada que me rompe el corazón. Joder, ni siquiera hemos empezado la conversación y ya me siento como un capullo.

—Sí lo haré —me apresuro a aclarar—, solo será un poco después. Antes tengo que...

—¿Ha pasado algo? ¿Está bien tu familia?

—Sí. Sí, claro. No te preocupes. Es solo que tengo que... reunirme con una... persona antes de la fiesta. Nada importante. Hemos quedado dentro de treinta minutos.

Los nervios hacen que el estómago me dé vueltas. Maia me analiza y sus ojos pasan de expresar sorpresa a volverse sombríos.

—¿Con quién? —pregunta, y, a juzgar por su tono, ya conoce la respuesta.

—Eso da igual.

—Si tan poco te importa, dímelo.

No se rendirá fácilmente, de forma que decido ser sincero.

—Michelle me ha llamado. Quiere verme para arreglar las cosas. Ha venido a Mánchester por mí, no puedo dejarla tirada y...

—Pero sí que puedes dejarme tirada a mí.

No me deja contestar. Cierra el neceser y sale del recibidor sin pensárselo dos veces. Maldigo entre dientes antes de seguirla.

—No estoy dejándote plantada —replico cuando me entrometo en su camino—. Puedes ir a esa fiesta sin mí. Ambos sabemos que no me necesitas allí.

—Claro que no, porque estoy muy acostumbrada a ir a fiestas después de haberme pasado meses sin ir a ninguna. Y porque no me costará nada conocer a los amigos de Lisa sin sentirme como un estorbo. Vete a la mierda, Liam.

Me rodea para continuar andando hacia su habitación. La miro incrédulo. Entiendo que esté enfadada, pero tampoco es para tanto.

—Cualquiera diría que estás celosa —comento, y se vuelve hacia mí de inmediato. Veo la rabia en sus ojos.

—¿Celosa? —escupe apretando los dientes.

—Sí. De Michelle.

—¿Es lo que esperas? ¿Que llore y patalee porque la prefieras a ella antes que a mí?

—No he dicho eso —aclaro despacio, pero no me escucha.

—Porque ni siquiera me gustas más que para un polvo, de todas formas.

Imagino que no lo dice en serio, pero eso no quita que haya sido un golpe duro para mi ego.

—Si eso fuera verdad, no estarías tan enfadada —observo.

—Me trae sin cuidado lo que hagas con Michelle. No tengo ningún problema con ella. Lo tengo contigo. Me prometiste que vendrías conmigo y ahora te da igual.

—Vamos, sabes que te lo pasarás bien de todos modos. Tienes a Lisa.

—Pero no accedí a ir a la fiesta por ella, pedazo de gilipollas. ¡Lo hice por ti!

Estalla. Los ojos se le llenan de lágrimas y pestañea para ocultarlas. Al verla así, la culpabilidad me estruja los pulmones.

—Maia... —comienzo a decir, pero no me deja hablar:

—No me gustan los sitios en los que hay mucha gente. Siempre me han agobiado. Incluso antes del accidente. Pero iba a hacer el esfuerzo. Por ti. Porque sabía lo mucho que querías hacerme salir de casa y creía que podríamos pasárnoslo bien. Dije que sí por ti, joder.

Escucharla hablar así, con la voz temblorosa, hace que se me encoja el corazón. Sé que espera que me retracte, pero sería inútil hacerlo a estas alturas.

—Iré a la fiesta cuando vuelva. No tardaré mucho. Lo siento. De verdad.

Si no la conociera, casi diría que la situación no le duele. Porque hace lo mismo que siempre. Al escucharme, saca a la luz esa barrera tras la que siempre se esconde y simplemente dice:

—En ese caso, será mejor que te vayas. No quiero que la hagas esperar.

No añade nada más. Solo se da media vuelta y se encierra en su dormitorio.

 

 

Puede que venir haya sido un error.

Tamborileo con los dedos sobre el volante mientras espero. Michelle debe de estar a punto de llegar. Llevo más de diez minutos aparcado frente al edificio. Después de discutir con Maia, me he ido tan rápido como he podido. Cada vez que pienso en ella, mi mente me insinúa de una forma muy poco adecuada que soy un capullo.

Estoy nervioso. Me miro en el espejo retrovisor y me recoloco los rizos, pero después reparo en lo que estoy haciendo y me obligo a parar. ¿Qué me pasa? Se supone que la opinión que Michelle tenga de mí me trae sin cuidado. Lo que sentía por ella, fuera lo que fuera, se apagó.

Sin embargo, el corazón me salta cuando me envía un mensaje para preguntar por mi ubicación. Echo un vistazo al exterior. Mi nuevo apartamento se encuentra en una calle céntrica de Mánchester, pero no es de las más concurridas. No tardo en localizar su figura junto a la puerta del edificio. Me armo de fuerzas y salgo del coche.

Cuando me ve, ella se endereza. Casi parece nerviosa. Se ha recogido el pelo rubio en una coleta y lleva unos vaqueros y un abrigo de lana abrochado hasta el cuello. No me extraña. Hace frío esta noche.

Espero que Maia haya cogido una chaqueta.

—Hola —dice cuando me detengo a su lado.

Saco las llaves y abro la puerta.

—Será mejor que hablemos dentro —me limito a responder.

Me sigue al ascensor y subimos hasta la tercera planta envueltos en un silencio muy tenso. La miro de reojo. Está igual que siempre. Bien vestida, peinada y maquillada. No me sorprendería que acabe de grabar unas stories para su cuenta de Instagram. Por el bien de los restos de nuestra amistad, espero que no me mencione en ninguna.

La conduzco al apartamento 306. Dejo que entre primero y cierro la puerta a nuestras espaldas. No es lo más lujoso del mercado, pero es justo lo que buscaba. Se trata de un alojamiento de unos ochenta metros cuadrados con vistas a la ciudad. Está amueblado de forma minimalista y lo tendré listo en cuanto le añada unos detalles. Cuenta con dos habitaciones, la mía y la de invitados, un baño, el salón y la cocina. No necesito nada más.

Evito pensar en que tengo las llaves desde ayer y que ya podría haberme mudado. Y que sé perfectamente por qué no lo he hecho.

—Es bonito —menciona con una sonrisa forzada.

—Ya.

Me sigue hasta la sala de estar, donde le indico que tome asiento. En cambio, yo prefiero quedarme de pie. Me recuesto en la pared y me cruzo de brazos, tenso, mientras espero a que rompa el silencio.

—¿Cómo... cómo has estado? —pregunta tras aclararse la voz—. Hace días que no sé nada de ti.

—Bastante mejor desde que rompimos públicamente, la verdad.

Quizá me paso de sincero, pero ya estoy cansado de esto, y eso que solo acabo de llegar. No me creo que haya discutido con Maia para venir aquí.

—Veo que no tienes intenciones de ser amable.

—¿Debería?

—No te he hecho nada para que me trates así.

—El día del directo te dije que estaba harto de la relación y que no quería que desmintiéramos la noticia. Quise ir por las buenas, pero respondiste que mis problemas no eran más que estupideces. Así que me tomé la justicia por mi mano. Si esperas una disculpa, siento decirte que te voy a decepcionar.

¿No quería explicaciones? Ahí están. Ya no tengo nada más que decir. Mi tono de superioridad la saca de sus casillas.

—La chica con la que te acostaste, y sobre la que por cierto te advertí, acababa de arruinar mi reputación y mi carrera. Perdóname si no estaba dispuesta a escucharte en ese momento.

—No la metas en esto —le advierto tenso.

—Todo fue culpa suya. Pues claro que voy a meterla en esto.

—Tampoco me escuchabas antes. Si me hubieras prestado un mínimo de atención, te habrías dado cuenta de lo que ocurría.

—Por supuesto. Tengo que ser adivina, ¿verdad? —escupe sarcástica, y sus ojos fríos se clavan sobre mí—. El mundo no gira en torno a tus problemas y a ti. Date cuenta de una puta vez.

Odio que haga esto. Que insinúe que soy superficial y que solo pienso en mí mismo. Que soy un egoísta. Creo que nunca he sido ese tipo de persona y me duele que me vea con esos ojos.

—Dices eso porque crees que soy igual que tú, pero no es verdad —respondo—. Lo único que te importan son las cifras. Por eso no me escuchaste cuando te dije que quería acabar con esto. Sabías que ya no podrías aprovecharte de mí para ganar seguidores. Ni de mi madre para las colaboraciones con su marca. Creía que éramos amigos, pero sinceramente comienzo a dudar de que eso no fuera una farsa también.

Espero que mi comentario le duela, porque iba con esa intención, pero Michelle solo niega y resopla.

—¿Eso es lo que te ha dicho tu amiguita? ¿Que soy una mala persona y una amiga horrible? No esperaba que fueras tan fácil de manipular.

—Ella no necesita que te odie —contesto, y evito pronunciar su nombre.

—Pero seguro que lo intenta. Constantemente. Dime, ¿cómo le ha sentado que vengas a verme esta noche?

—¿Qué más te da?

—No es buena para ti. Te traicionó. Hundió tu reputación y te arrebató todo por lo que tanto has trabajado. Y tú has dejado que te coma la cabeza. ¿Y todo para qué? ¿Para echar un polvo? Liam, por el amor de Dios.

Aprieto los puños por inercia. Esto está llegando demasiado lejos.

—No hables así de ella. No la conoces.

—No necesito conocerla para saber que no es lo que te mereces.

—¿Y qué es lo que me merezco, exactamente?

—A alguien que entienda lo feliz que te hacía tu canal de YouTube. Y que no se esfuerce por destruirlo.

Niego con la cabeza sarcástico.

—No tienes ni idea de lo que dices.

—¿Tú crees? Porque yo estoy segura de que sé más cosas de ti que cualquier otra persona en el mundo.

—Eso no es verdad.

—Te conozco mejor que nadie.

—No más que Evan. Ni que ella.

—¿En qué te basas para decir eso?

—En que los dos se dieron cuenta de lo que sentía por ti sin que yo tuviera que decírselo.

No pienso antes de hablar. Solo lo suelto sin que me importen las consecuencias. El corazón me late a toda velocidad. He estado callándomelo durante meses, desde que esto empezó, porque me daba miedo destrozar nuestra amistad. Pero ya no queda nada que rescatar. Se ha perdido. Todo.

Michelle se queda bloqueada. Un silencio asfixiante se adueña de la habitación y me obligo a sostenerle la mirada. No voy a empezar a ser un cobarde a estas alturas.

—¿Sentías algo por mí? —pregunta con la voz queda.

—Sí —respondo.

Ella parece no saber qué decir. Abre y cierra la boca consternada.

—¿Desde cuándo?

—Desde que nos conocimos. Luego Adam propuso que empezáramos a salir y todo empeoró.

—Eso fue hace tiempo, Liam —replica con tono acusatorio, en un susurro—. Fue hace mucho tiempo.

Trago saliva.

—Ya lo sé.

—¿Y nunca me dijiste nada?

—Estabas con Max —le recuerdo.

—Sí, pero tenía derecho a saberlo. Si me lo hubieras contado, yo... quizá nunca habría...

El corazón se me desboca. Sé perfectamente lo que esto significa. No hay miradas incómodas. No hay frases del estilo de «lo siento, pero solo podemos ser amigos». Está dudando. La estoy haciendo dudar.

¿Y si mis sentimientos sí eran correspondidos, después de todo?

—Si lo hubieras sabido, ¿habrías roto con él para estar conmigo?

Su mirada recae sobre la mía y veo lo devastada que está.

—A lo mejor —responde con voz temblorosa—. No lo sé, ¿vale? No lo sé.

Un aluvión de esperanza se me cuela en el pecho, seguido de una incipiente sensación de culpabilidad. ¿Qué cojones hago? Se supone que Max es mi amigo. Puede que no estemos tan unidos, pero no soy tan capullo. No puedo hacerle esto.

Y Maia. Mierda, ¿qué pasa con Maia?

—Esto no está bien —lo corto de raíz—. Creo que deberías irte. Ahora.

—No puedes soltarme esto y esperar que actúe como si nada. Quiero a Max, pero...

—Pero nada. Es tu novio. Y uno de mis mejores amigos.

—No tonteaba con él cuando te conocí a ti. Quizá, si eso hubiera ocurrido de forma diferente, ahora...

—He dicho que se acabó, Michelle.

—¿No te importa lo que tenga que decir? —demanda con la voz ahogada.

Me vuelvo hacia ella porque, joder, sí que me importa.

—¿Qué habría pasado si las cosas hubieran sucedido de forma diferente?

—Que ahora estaría saliendo contigo.

—Eso no es verdad.

Necesito desmentirlo porque no quiero creérmelo. No puede ser.

—Creo que también sentía algo por ti, pero no me he dado cuenta hasta que... hasta que tú lo has dicho —admite—. Puede que por eso me molestara tanto verte con otras chicas. Y quizá también haya intentado retrasar nuestra ruptura por la misma razón. Ojalá me hubiera dado cuenta antes. Yo... yo no...

—Ahora sales con Max —me fuerzo a contestar, aunque me he quedado sin aire al escucharlo—. Y eso tiene que seguir así.

Michelle clava sus ojos en los míos. Están enrojecidos.

—Has dicho que sentías cosas por mí. La pregunta es: ¿todavía las sientes?

Se me forma un nudo en la garganta.

—No lo sé.

Ella se acerca unos pasos más.

—Y, si te dijera que estoy dispuesta a intentarlo, ¿qué harías?

Entonces, me doy cuenta de que soy un imbécil. Y no es porque me haya pasado los últimos meses esperando a que llegara este momento, sino porque, a diferencia de lo que creía, lo tengo muy claro.

Maia

Menudo capullo.

Salgo de casa cuando un claxon suena en la calle. He estado a punto de rajarme porque, sinceramente, ir a la fiesta es lo que menos me apetece después de haber discutido con Liam. Y, sin embargo, aquí estoy. He llamado a Lisa para que venga a recogerme y ahora me espera en su coche, que ha aparcado delante de mi casa. Una victoria más para mi orgullo, supongo.

Me niego a dejar que un imbécil me arruine la noche. Voy a pasármelo bien. Aunque solo sea para sacármelo de la cabeza.

Corro hacia el vehículo frotándome los brazos. Hace frío esta noche. Debería haber cogido una chaqueta.

—¿Preparada para la mejor noche de tu vida? —canturrea Lisa cuando me subo al vehículo. Me abrocho el cinturón. Su entusiasmo no suele molestarme, pero estoy especialmente irascible después de lo ocurrido.

¿A quién quiero engañar? No hay forma de que esta sea una buena noche.

—Gracias por venir a recogerme —me limito a contestar.

Ella sonríe y arranca el motor.

Está preciosa. Lleva el pelo suelto, unos pantalones de cuero ajustados y un top sin mangas de color negro. Me resulta raro verla así de arreglada, ya que estoy acostumbrada al uniforme del trabajo. Pero me gusta. Además, se nota que es buena con el maquillaje. Espero que me eche una mano la próxima vez. Las amigas hacen esa clase de cosas.

Mierda. Amigas. Lisa y yo somos amigas. Y, aunque no me ha acribillado a preguntas cuando la he llamado, sé que está ahí para escucharme. Y ahora mismo me hace mucha falta.

—Liam me ha dejado tirada para irse con su ex —le suelto de sopetón.

El estómago se me retuerce al decirlo en voz alta. Lisa abre mucho los ojos.

—¡¿Que Liam ha hecho qué?!

Me hundo en el asiento incómoda.

—Supongo que tiene sus prioridades.

—Menudo cabrón.

—No te metas con él —le ruego.

Al contrario de lo que pensaba, que lo insulte no me hace sentir mejor.

Dios santo, estoy peor de lo que pensaba.

—No está bien lo que ha hecho, Maia.

—Ya lo sé.

—La próxima vez que lo vea, tendremos una conversación amistosa. Deja que yo me encargue.

Aprecio que intente animarme, pero no funciona.

—No hace falta —respondo—. De todas formas, tampoco me gustaba tanto.

Me siento terriblemente humillada.

Ayer mismo estábamos hablando sobre que a Liam le gustaba y sobre que debía «dejarme llevar» y hoy me ha hecho esto. Me prometió que vendría conmigo a esa fiesta, pero se le ha olvidado en cuanto ha aparecido Michelle. Soy patética. No quiero ni recordar lo que ocurrió anoche entre nosotros. Nunca debería haber admitido que sentía algo por él.

¿Y lo que hice después? ¿En qué diablos estaba pensando?

Ahora mismo solo quiero borrar de mi memoria todo lo que pasó en ese coche.

Lisa alarga la mano para darme un apretón. Sé que no soy una persona fácil y que cuesta entenderme, pero por algún motivo a ella se le da muy bien.

—De ahora en adelante, queda prohibido pensar en Liam. Vamos a divertirnos esta noche, ¿entendido?

Fuerzo una sonrisa que no me llega a los ojos. No seré capaz, pero al menos me ayudará a intentarlo.

—Entendido.

No tardamos mucho en llegar. La fiesta se organiza en un barrio en las afueras al que nunca había venido. Aparcamos una calle más abajo y salimos del coche. Comenzamos a oír el murmullo de la música conforme nos acercamos a la casa, que tiene porche y un jardín delantero enorme, ambos abarrotados de gente.

La chica que nos recibe tiene el pelo negro y rizado y la piel oscura. Saluda a Lisa con un abrazo y se presenta como Hazel. Intento sonreír con amabilidad, pero no me sale demasiado bien. Nos adentramos en la casa y el olor a alcohol me inunda las fosas nasales. Hay mucha gente y la música suena a todo volumen. Se me encoge el corazón al reconocer la canción.

Es una de las que Liam me recomendó.

No puedo evitar imaginármelo con esa chica, Michelle, a solas en su apartamento. Las imágenes que se forman en mi mente me revuelven el estómago. Mierda, tenía razón. Estoy celosa. El problema está en que creo que me había hecho ilusiones, y ahora se han ido al traste y necesito desesperadamente sacármelo de la cabeza.

—¿Quieres una copa? —Lisa me grita al oído para que la oiga por encima de la música. Niego. Solo llevamos un rato aquí y ya me estoy agobiando.

—Paso.

—Como quieras. Yo necesito cerveza. No te separes de mí.

Al menos, parece dispuesta a no dejarme sola, lo que es todo un alivio.

Me agarra del brazo y la sigo entre la multitud. El ambiente es asfixiante. Además, me siento un tanto insegura con este vestido. La última vez que me lo puse fue hace meses, cuando tenía mejor cuerpo y era mucho más guapa. Ahora solo queda una sombra de la Maia de entonces.

Entramos en una cocina espaciosa que debe de costar más que toda mi casa. Por el amor de Dios, ¿cuánto dinero tiene esta gente? Lisa abre el frigorífico, saca una cerveza para ella y me ofrece un refresco. Después, coge impulso para sentarse en la encimera. Intento disimular que me alivia que quiera quedarse aquí un rato más. Hay mucha menos gente y es más fácil hablar.

—¿Ves a ese chico de rojo? —pregunta señalando con disimulo al que está junto a la puerta—. Nos enrollamos hace cosa de dos semanas.

Me ofrece una distracción que acepto sin pensármelo dos veces. Me fijo mejor en él. Desde luego, tiene buen gusto.

—Es guapo —opino, y ella resopla.

—También es gilipollas. Por eso me lie con su amigo al día siguiente. Es el que está a su lado.

No puedo evitar reírme.

—Menudo pleno.

—A lo que me refiero es a que la vida son dos días. Diviértete. Necesitamos anécdotas que contar a nuestros nietos. Imagínate la de enseñanzas útiles que sacarán de mí.

Sonrío. Lisa me imita, conforme, y echa un vistazo a lo que nos rodea. Vivimos en una localidad pequeña, pero la mayoría son caras desconocidas. Supongo que vendrán de pueblos vecinos.

—¿Qué te ha parecido Hazel? —pregunta tras unos minutos.

—Parece simpática.

—Lo es. Me encantaría presentarte a mis amigos, si algún día te apetece. —Me guiña un ojo juguetona—. O a un chico guapo. Conozco a unos pocos.

Es mentira que un clavo saca a otro, así que niego.

—Creo que voy a pasar de los tíos durante una temporada.

—Haces bien.

—Pero no me importaría conocer a..., bueno, a tus amigos —añado nerviosa—. Cuando no estén ocupados y no tengan nada mejor que hacer, claro. Soy un poco tímida al principio. Y un poco borde. Pero es sin querer. Prometo esforzarme para caerles bien, de veras.

Espero que Lisa se ría de mí o que me dé largas, pero lo que hace en su lugar es esbozar una gran sonrisa. Y abrazarme. Dejo que me estreche contra ella con entusiasmo. No para de dar saltitos.

—¡No sabes lo que me alegro de oír eso! Estaba deseando que los conocieras, pero no quería que te sintieras incómoda. Te van a encantar. Vamos.

Me saca a rastras de la cocina.

Acabamos bajando una escalera que conduce a un sótano. Está distribuido como una sala de estar y hay sofás y una mesa de billar. Hay menos gente que en la planta superior, lo que supone todo un alivio. En total, habrá unas ocho personas, y todas se vuelven hacia nosotras al vernos entrar. Me invade la vergüenza. Dios santo, esto no ha sido una buena idea.

Lisa me conduce hasta ellos y presume de mí frente a sus amigos como si fuera el nuevo juguete que se ha comprado.

—Chicos, esta es Maia. Maia, las del fondo son las gemelas, Marion y Jessica. Chloe es la que está hablando por teléfono. Su novio está en una banda y, aquí entre nosotras, es un poco raro —añade bajando la voz, pero la chica nos escucha y le saca el dedo del medio—. A Hazel ya la conoces. Y, por desgracia para ti, a Derek también. Juro que no lo he invitado yo.

Genial. Parece que ni siquiera esta noche voy a librarme de él.

—Fracasada —me saluda con un gesto.

Decido ignorarlo y volverme hacia los demás. Sonrío, pero nadie me presta atención, excepto Hazel, que me hace una seña para que me acomode a su lado. Lisa me anima con un empujón y las tres nos apretujamos en el sofá.

—¿Así que te llamas Maia? —comenta Hazel con voz dulce—. Me gusta. Es un nombre bonito. Y eres muy guapa.

Sonrío con timidez. A su lado, Derek finge tener una arcada.

—Creo que voy a vomitar.

—Gracias —respondo haciendo oídos sordos. Hazel tiene unos ojos marrones grandes y profundos. Busco rápidamente algo que decir—. A mí me gusta tu... pelo. Es genial.

Joder, soy pésima en esto de socializar. De nuevo, Derek se hace notar. Suelta una risotada sarcástica.

—Patética —carraspea con una sonrisa burlona.

Me vuelvo hacia él con cara de pocos amigos.

—¿No tienes nada mejor que hacer?

—En realidad, me preguntaba dónde habías dejado a tu noviecito. Dime, ¿ya se ha cansado de ti?

—¿Sigues afectado porque te mandé a la mierda? Vamos, supéralo, ha pasado mucho tiempo.

—Seguro que se largó en cuanto logró que te acostaras con él —continúa, con sus ojos sobre los míos—. Eres rara de cojones, pero estás buena. Supongo que merece la pena soportarte durante un par de días y largarse después.

En cualquier otra ocasión lo habría mandado a la mierda, pero ahora, después de lo que ha pasado, sus palabras hacen que se me forme un nudo en el estómago.

—Que te jodan, Derek —respondo con la voz temblorosa.

Él no para de sonreír.

—En el fondo sabes que tengo razón.

—Ve a cascártela y déjanos en paz —le espeta Lisa, y la miro agradecida por que me haya defendido.

Sorprendentemente, Derek le hace caso. Se levanta, se sacude el polvo de los pantalones y me guiña un ojo, burlón, antes de marcharse. A mí se me ha revuelto el estómago.

—Ignóralo —dice Lisa cuando desaparece de nuestro campo de visión—. Sabes que solo quiere hacerte daño.

A su lado, Hazel asiente para darle la razón. Sonrío y finjo que todo me da igual, tal y como he hecho durante los últimos siete meses. Solo que esta vez me cuesta mucho más.

Aunque me esfuerzo por participar en la conversación, no lo habría conseguido de no ser por Lisa y Hazel. Esta última no deja de hacerme preguntas y contesta a las mías con ilusión. Descubro que es bastante diferente a Lisa, pero aun así parecen ser muy amigas. Al parecer, se conocieron en un club de ballet. Me cuentan anécdotas y yo sonrío e intento escucharlas, aunque tenga la cabeza en otra parte.

Todavía estamos sentadas en el sofá cuando dan las once y media. Se han incorporado un par de chicos más cuyos nombres no me he molestado en preguntar. Lisa ya va un poco borracha, y Hazel y yo nos reímos de sus incoherencias. Estoy a punto de proponer que nos movamos cuando mi móvil vibra en mi bolso.

Lo saco y se me para el corazón al leer el mensaje.

MÍSTER BORRACHO (ALIAS CAPULLO)¿Sigues en la fiesta?

Siento una presión molesta en el pecho. A sabiendas de que será lo mejor, lo dejo en visto y bloqueo la pantalla. Sin embargo, sigue vibrando. Una y otra vez. Lo ignoro hasta que comienzan a llegar tantos mensajes que es imposible que los demás no se den cuenta.

—Parece importante —comenta Hazel señalándolo.

Fuerzo una sonrisa y, muy a mi pesar, lo desbloqueo.

MÍSTER BORRACHO (ALIAS CAPULLO)¿Maia?¿Dónde estás?Vamos, responde, por favor.Entiendo que estés cabreada, pero no me ignores. Vamos.

Está en línea, así que sabe que he leído sus mensajes. Podría responder, pero no me sale nada. No estoy de humor para hablar con él ahora mismo. De hecho, estoy dispuesta a apagar el móvil para que me deje en paz, pero justo en ese momento un audio de casi tres minutos de duración aparece en la pantalla.

Me muerdo el interior de la mejilla. Mi yo racional sabe que lo mejor sería no escucharlo, pero no tengo tanta fuerza de voluntad.

—¿Dónde está el baño? —le pregunto a Lisa, que responde sin hacer preguntas.

Me levanto con aparente tranquilidad, pero después subo la escalera a toda prisa y sigo sus indicaciones con el corazón a mil. Ahora hay todavía más gente y es casi imposible abrirse paso entre la multitud. Cuando por fin llego al segundo piso, giro a la izquierda y lo encuentro. Entro, enciendo la luz y cierro la puerta. Con pestillo.

Vale. Puedo con esto.

Dejo el móvil en la encimera del lavabo, apoyo las manos sobre ella y me miro al espejo. Me llega un nuevo mensaje.

MÍSTER BORRACHO (ALIAS CAPULLO)Escúchalo entero. Por favor.

Estoy completamente segura de que es una mala idea, pero tendré que enfrentarme a él tarde o temprano. Cojo aire y le doy a «reproducir». De inmediato, la voz de Liam se hace oír, áspera y profunda, entre las paredes del baño.

Vale, sé que estás cabreada y que probablemente tendrás ganas de mandarme a la mierda, cosa que, sinceramente, estarías en todo tu derecho de hacer. Pero tengo que contarte una cosa. Ahora mismo. Creo que tienes que saberlo. Le he dicho a Michelle lo que sentía por ella. He descubierto que es correspondido, Maia. Y me he dado cuenta de que...

Detengo el audio. Ni de coña.

No, no, no. Es que ni de coña.

¿Me paso toda la noche dándole vueltas al tema y pensando en él y ahora pretende que escuche cómo se siente respecto a otra chica? Puede que finja que no, pero Liam me gusta. Mucho. Me duele horrores solo imaginármelo con ella, así que no voy a ser tan masoquista.

Apago el móvil y me miro al espejo. Bien. Hora de centrarme en la fiesta. En Lisa y en mi nueva amiga. Y, sobre todo, de sacármelo de la cabeza.

Me peino con los dedos, en un intento penoso de ganar tiempo porque todavía no estoy preparada para salir ahí fuera. Trago saliva y observo mi reflejo. No voy a dejar que esto me afecte, ¿verdad? Liam ni siquiera me importaba tanto. Dentro de unos días recogerá sus cosas, se largará y no tendré que volver a verlo. Problema solucionado.

Lo nuestro no iba a llegar a ninguna parte, de todos modos.

Estoy decidida a quedarme aquí dentro un poco más, mentalizándome, pero entonces comienzan a llamar a la puerta. Tan fuerte que casi la tiran abajo. Doy un respingo y mi mal humor sale a la superficie.

Cambio de planes. Se acabó lo de lamentarse, ahora solo quiero estrangular al gilipollas que hay al otro lado.

—¿Se puede saber qué coño...? —comienzo a preguntar mientras abro la puerta, pero me quedo sin habla cuando veo quién se encuentra allí.

Está despeinado y respira muy rápido, como si hubiera venido corriendo. Me quedo sin fuerzas y sin aire en los pulmones.

Liam.

—No puedo dejar de pensar en ti —dice nada más verme.

Ni siquiera puedo contestar. Cruza la estancia, me pone las manos en las mejillas y estampa su boca contra la mía.

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