Hasta que nos quedemos sin estrellas

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19. Libertad de expresión

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19

Libertad de expresión

Maia

Me está besando.

Liam me está besando.

En cuanto sus labios rozan los míos, ya no queda ni rastro del enfado y la adrenalina que sentía hace un momento. Es como si me quedara sin fuerzas. El mundo se detiene a nuestro alrededor. Incluso dejo de oír la música. Presiona su boca contra la mía con ímpetu, pero no se atreve a hacer nada más. Es un beso insistente pero delicado. Mi cuerpo y mi mente ansían más contacto y casi agradezco que se aparte a tiempo, ya que yo no podría haberlo hecho en su lugar.

Se queda a unos centímetros de mi rostro, con la respiración entrecortada. Cuando abro los ojos, me encuentro con los suyos, azules y brillantes. Intento romper el silencio, pero no puedo hablar.

—Bueno, esperaba que me dieras un puñetazo —dice en voz baja—. Como no lo has hecho, voy a ser optimista y a dar por hecho que estás dispuesta a escucharme.

—Apártate, Liam.

Ni siquiera sé cómo he conseguido que me funcione la voz.

Traga saliva y deja caer las manos, pero no se mueve. Reúno toda mi fuerza de voluntad para ser yo quien retroceda. No es justo. Llevaba queriendo esto desde que lo besé en mi habitación, pero no así. No después de haberme pasado toda la noche comiéndome la cabeza por su culpa.

—Déjame hablar —me ruega, pero estoy demasiado enfadada.

—No puedes venir y besarme después de portarte como un cabrón conmigo. Que te jodan.

Antes de que alcance la puerta, me agarra del brazo.

—Maia. —Tira de mí para que me gire. Baja ligeramente la cabeza y me mira a los ojos—. Ya he dicho que lo siento. Varias veces. En un audio de más de tres minutos que, conociéndote, seguro que no habrás escuchado.

—Graba un podcast la próxima vez.

—¿Siempre tienes que ser tan desagradable?

—Suéltame.

En su lugar, hace que me acerque más, hasta que estamos de nuevo solo a unos centímetros. Se me desboca el corazón, pero le sostengo la mirada, firme. Intento con todas mis fuerzas no pensar en lo calientes que tiene las manos y en que me muero por acabar con toda la distancia que nos separa.

—¿Por qué siempre me pones las cosas difíciles? —pregunta en un susurro, y yo trago saliva.

—¿Qué haces aquí?

—¿Tú qué crees? ¿De verdad no has escuchado el audio?

—No estaba de humor para oírte hablar de ella durante tres minutos.

Lo que me delata es el tono amargo de mi voz. Cuando se da cuenta de lo que ocurre, esboza una sonrisa burlona que me saca de mis casillas.

—Así que es eso —comenta encantado mirándome a los ojos—. Estás celosa.

—¿Quieres que te pegue un puñetazo?

—Parece que no te gusto solo para un polvo, ¿eh?

—Cambio de planes. Voy a darte una patada en los huevos.

Se ríe, lo que me enfada aún más. Me hace retroceder hasta que me choco contra la encimera del lavabo. Coloca las manos sobre ella, a ambos lados de mi cuerpo, reduciendo aún más la distancia entre nosotros. Llevo tacones, por lo que mi boca queda a la altura de la suya. Y puedo mirar directamente a sus ojos azules. Lo que veo en ellos me provoca un cosquilleo que se me extiende por todo el cuerpo.

Odio que tenga este efecto en mí incluso cuando estoy cabreada con él. Hormonas, podríais colaborar.

—No me he pasado tres minutos hablando sobre Michelle, Maia. De hecho, solo he hablado sobre ti.

El corazón me salta con tanta fuerza que creo que se me va a salir del pecho.

—No es verdad —mascullo. Sería más fácil si estuviese mintiendo.

—Lo es y, si me hubieras escuchado, ahora estarías besándome y no mandándome a la mierda.

Alargo la mano sin pensar para coger el teléfono. Necesito comprobar si es verdad. No obstante, Liam reacciona enseguida y me agarra la muñeca para impedirlo. De pronto, parece nervioso. Es como si esa confianza que siempre tiene en sí mismo se hubiera esfumado.

—No vas a escucharlo ahora —me advierte.

—¿Tan malo es? —Soy tan insegura que no puedo evitar ponerme en lo peor.

—No. —Esboza una sonrisa leve—. Pero que lo escuches después de haberme rechazado sería un golpe demasiado duro para mi ego.

—No te he rechazado.

Respondo tan rápido que me da hasta vergüenza.

—Has dicho que querías darme una patada en los huevos.

—Sí, pero eso no es rechazarte. ¿Qué... qué decías en el audio?

No conseguiré acallar mis inseguridades hasta que lo diga. Por suerte, me conoce muy bien.

—Hay muchas cosas que me gustan de ti. Y las he mencionado todas.

Quiero suplicarle que me jure que es verdad, pero no lo hago. No soportaría que descubriera la poca confianza que tengo en mí misma, sobre todo después de que Derek haya insinuado que nadie me querría para nada más que acostarse conmigo. Mi vida es un completo desastre. Las circunstancias me han hundido y no sé cómo volveré a salir a flote. Me cuesta creer que alguien pudiera sentirse atraído por tanto caos, pero Liam habla como si de verdad le gustase la persona que soy.

—No esperaba que fueras tan sentimental —contesto con un nudo en la garganta que espero que no note.

Esboza una de esas sonrisas tan asquerosamente perfectas.

—No lo soy, pero hay excepciones.

—¿De verdad te has declarado en un audio de WhatsApp?

—¿De qué te quejas? Así podrás escucharlo siempre que quieras. —Se acerca más, hasta que su boca roza mi oreja, y añade—: O ponértelo en bucle para dormir. Seguro que tendrías sueños muy interesantes.

—O pesadillas muy traumáticas.

Se ríe entre dientes y me mira a los ojos. Cuando me aparta el pelo de la frente, todo mi cuerpo reacciona ante el contacto, pero no muevo ni un músculo.

—Me gustas mucho, Maia. No sé qué hay exactamente entre nosotros, pero creo que tú lo sientes también y, sea lo que sea, me muero por explorarlo. Quiero conocerte mejor.

—¿Solo conocerme? —bromeo con la voz temblorosa, porque todo esto de hablar de sentimientos me pone muy tensa.

—También quiero liarme contigo, pero eso ya lo sabes.

—Está bien.

Creo que ninguno esperaba que accediese tan pronto, pero ¿qué sentido tiene seguir luchando contra mí misma? ¿No será más fácil simplemente dejarme llevar?

—¿Lo dices en serio? —Al no obtener respuesta, se aclara la garganta nervioso—. Siento no haber venido contigo a la fiesta. Lo de Michelle me tomó por sorpresa. Cuando me dijo que sentía algo por mí, me di cuenta de que me estaba manipulando. Creo que lleva haciéndolo mucho tiempo. Ir a hablar con ella no ha sido un error, ¿vale? Porque ha hecho que me plantee si de verdad estaba enamorado o si solo me atraía la idea de ella que se había formado en mi cabeza. Para mí era una persona que me escuchaba, me entendía mejor que nadie y se preocupaba por mí. Era alguien con quien sabía que podría contar para todo. Pero ahora, cuando pienso en todas esas cualidades, no es ella quien se me viene a la cabeza. Eres tú.

Lo atraigo hacia mí y pego mi boca a la suya.

Esta vez no hay tiempo para delicadezas ni para andarse con contemplaciones. Liam se inclina sobre mí y comienza a mover sus labios contra los míos como si llevara mucho esperando este momento. La tensión explota y nos sumimos en un beso cargado de urgencia y necesidad. Me pone las manos en las caderas, hunde los dedos en mi piel y me levanta en volandas para sentarme sobre la encimera. Lo rodeo inconscientemente con las piernas para que se acerque más.

Cuando presiona su cuerpo contra el mío, lo noto por completo y me recorre una oleada de placer. Besa tan bien que podría hacer esto durante horas. Su lengua explora mi boca con avidez, mientras su dedo índice asciende lentamente por mi rodilla. Cuando llega al muslo, lo sustituye por la mano completa y aprieta.

Le gusta provocarme y a mí eso me va a volver loca.

—Eres una diosa. —Es un susurro ronco que parte de lo más profundo de su garganta. Con la otra mano me echa la cabeza hacia atrás y, cuando siento su boca en mi cuello, todo mi cuerpo entra en tensión.

Estoy tan concentrada en él que se me olvida por completo dónde estamos. De fondo oímos que llaman a la puerta.

—Deberíamos... —Pero mi voz se apaga cuando su mano se cuela bajo mi vestido.

—Ignorarlos. Se cansarán de llamar.

Le acaricio la nuca mientras sus besos ascienden por el lateral de mi cuello. Cuando roza el borde de mi ropa interior con el pulgar, el estómago se me encoge por la anticipación. Joder. Vuelven a llamar, con más fuerza esta vez.

—También podemos ir a otro sitio —propongo con un jadeo.

—¿Quieres meterte en una habitación? Venga ya, más parejas se habrán enrollado allí antes. No me parece muy higiénico.

—¿Y el baño sí?

—Bueno, no, pero...

—Podemos ir a mi casa.

No me puedo concentrar, así que, muy a mi pesar, le agarro la mano para que se esté quieto. Liam se ríe y pega la boca a mi oído.

—O podemos quedarnos aquí —insiste en un susurro sugerente.

—En mi casa estaremos a solas. Durante mucho tiempo. Y podemos hacer ruido.

Menciono esto último para lograr una reacción por su parte. Liam se separa bruscamente y me mira. Tengo que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para no volver a besarlo. Dios santo, no sé cómo he sido capaz de aguantar tanto tiempo.

Para darnos más argumentos, vuelven a aporrear la puerta. Resopla resignado y se aleja para dejarme bajar. Estoy ardiendo y me cuesta respirar, pero no soy la que se ha llevado la peor parte. Mi mirada baja automáticamente por sus hombros anchos y su abdomen marcado, cubiertos por una camisa blanca, hasta la erección que se entrevé en sus pantalones. Sé que no debería porque es probable que lo esté pasando mal, pero se me escapa la risa.

—¿Nos besamos un rato y ya estás así? —me burlo, pero a él la broma no le hace tanta gracia.

—Es la segunda vez en dos días, Maia. La puta segunda vez en dos días.

—Lo del coche fue culpa tuya.

—Muévete antes de que cambie de opinión y no te deje salir de aquí.

Me río y me bajo de un salto. No me resisto a darle un beso rápido en los labios. Después voy hacia la salida y Liam aprovecha que está detrás de mí para mirarme el culo, para variar. Será capullo. Voy a soltarle un comentario al respecto, pero entonces abro la puerta y me quedo sin habla al ver quién hay al otro lado. Tengo que hacer esfuerzos sobrehumanos para no reírme.

Liam no es tan considerado. Me pone una mano en la cintura. La cara de Derek es un poema cuando ve que salimos juntos del baño.

—Perdona por hacerte esperar, tío —le dice con total tranquilidad—. Tenía que disculparme con Maia por haber llegado tarde.

Jamás lo admitiré en voz alta, pero adoro a este chico.

Derek se encierra en el baño con un portazo. Liam mueve los dedos sobre mi cintura, conforme. Al verlo sonreír, siento de nuevo esa calidez en el pecho. No sabe lo mal que Derek me ha hecho sentir antes y, aun así, acaba de hacer que se trague sus palabras.

Lo que siento me asusta cada vez más, pero me prohíbo pensar en ello, al menos por esta noche.

Justo cuando voy a ir hacia la escalera, utiliza la mano que tiene en mi cintura para detenerme.

—No creo que sea una buena idea que bajemos juntos —declara—. Antes he buscado a Lisa para preguntar por ti y me han reconocido varias personas. No quieres que nadie te saque una foto conmigo y la suba a internet, créeme.

Ya hay una circulando por la red, pero no se me reconoce. No me gusta la idea de tener que ir con cuidado, pero ha sufrido mucho por el acoso que ha recibido y sé que solo procura que no me pase lo mismo a mí.

—Sal tú primero —respondo—. Tengo que despedirme de Lisa y Hazel. Podemos vernos fuera.

Liam relaja los hombros y asiente.

—Te espero en el coche.

—Genial.

Nos miramos. Pienso que va a besarme, pero termina sonriendo y yéndose escaleras abajo. Me quedo sola en el pasillo y cojo aire con profundidad. No tengo ni idea de qué es lo que acaba de pasar, pero me gusta. Mucho.

No quiero hacerlo esperar, por lo que voy directamente al sótano. No hay ni rastro de Hazel, pero Lisa sigue en el sofá con sus amigos y parece enfrascada en una discusión muy acalorada con uno de los chicos del grupo. Al menos hasta hace un momento, porque se levanta de un salto en cuanto me ve. Camina hacia mí tambaleándose sobre tus tacones. Puede que se haya pasado un poco con la cerveza.

—¡Maia! —exclama. Me apresuro a sujetarla para que no se desestabilice—. ¡Pero será cabrón! ¡Cree que puede presentarse aquí después... después de lo que te ha hecho y...! ¡Hijo de puta! ¡No me importa lo guapo y famoso que sea, va a vérselas conmigo!

El corazón se me estruja. Parece que se preocupa por mí de verdad.

—Está arreglado —contesto con calma—. Hemos hablado y solucionado las cosas. No hace falta que lo amenacemos de muerte.

—Bueno, esa es tu opinión.

—Vamos, Lisa.

Una chica pelinegra, a la que reconozco como la novia del músico friki, se acerca a nosotras.

—No te metas en esto, Chloe. ¡Tengo asuntos que resolver!

—¿Dónde está Hazel? —le pregunto a Chloe, pero es Lisa quien contesta:

—Montándoselo con su novia, para variar. ¡Como siempre, soy la única soltera!

Comienza a desvariar a gritos. Chloe pone los ojos en blanco e intenta arrastrarla de nuevo hacia el sofá. No me siento bien dejándola sola en este estado, pero la pelinegra me hace un gesto para que no me preocupe. Les dedico una sonrisa tímida y no me molesto en despedirme de los demás, pues me han ignorado durante toda la noche. Sí que me gustaría decirle a Hazel que me ha encantado conocerla, pero parece que tendrá que ser en otro momento.

Vuelvo a la planta principal y me abro paso entre la multitud. Cuando salgo al exterior, el frío se me cuela en los pulmones. Me froto los brazos mientras miro alrededor. Localizo el coche de alta gama de Liam aparcado junto a la casa. Conforme camino hacia él, tengo que contenerme para no sonreír como una idiota. Tengo un revoltijo de nervios en el estómago, como una adolescente ilusionada porque el chico que le gusta se le ha declarado por primera vez.

—No sabes lo bien que te queda ese vestido —es lo primero que dice cuando abro la puerta del copiloto.

Me he sentido insegura al respecto toda la noche, pero todos esos pensamientos desaparecen al darme cuenta de cómo me mira. Me siento y me abrocho el cinturón. Procuro no mirarlo demasiado. El ambiente está muy cargado y hemos quedado en que nos enrollaríamos en mi casa, no en su coche.

—Te gustaré mucho más cuando no lo lleve puesto.

Aunque tampoco me importaría hacerlo aquí, todo sea dicho.

Lo que veo en sus ojos me reaviva por dentro.

—Muy bien. Mantén esa boca tuya cerrada o vamos a acabar estrellándonos contra un árbol.

Me trago una sonrisa y asiento. Me encanta que sea tan fácil provocarlo. Cuando arranca el motor, no puedo evitar mirarlo de reojo. Lleva una camisa blanca que se ajusta a sus hombros y a sus brazos musculados. Ojalá se la pusiera más a menudo. Echo un vistazo a su perfil, a esa nariz recta y a la mandíbula ligeramente marcada. Los rizos azabaches le caen revueltos sobre la frente.

Por último, me fijo en sus manos, que agarran con fuerza el volante.

—Nueva regla —masculla—. Por nuestro bien, más te vale dejar de mirarme así.

—¿O qué?

—O no voy a poder esperar a que lleguemos a tu casa.

Se me escapa una sonrisa.

—No parece que tengas mucha fuerza de voluntad.

—No cuando se trata de ti. —Me lanza una mirada rápida—. Ahora mira hacia otra parte. Y, por lo que más quieras, déjame conducir.

Obedezco y me obligo a admirar el paisaje durante todo el trayecto. Sin embargo, él no para de mirarme de reojo y me resulta terriblemente difícil ignorarlo. Se me encoge el estómago solo de pensar en lo que pasará cuando estemos a solas en mi habitación. Tiene la mano sobre la palanca de cambios y siento la tentación de cogérsela, pero acabo echándome atrás.

Yo no soy así. No me van ese tipo de cosas.

Entonces él la mueve para colocarla en mi rodilla y cambio radicalmente de opinión.

—Conduce —le advierto. Intento no mostrarme alterada porque su piel esté, de nuevo, en contacto con la mía.

—Conduzco, pero no desaprovecho oportunidades.

—Capullo.

—Y con orgullo —responde con una sonrisa.

Traza círculos con el pulgar en la parte interna de mi muslo y soy incapaz de pensar en otra cosa. Tras mucho dudarlo, pongo mi mano sobre la suya. Acaricio sus nudillos y perfilo el contorno de su muñeca usando solo las yemas de los dedos. Es casi un acto inconsciente. Liam no me pierde de vista, pero no menciona nada al respecto. El ambiente sigue dominado por la tensión acumulada, pero me siento extrañamente cómoda y feliz.

Por desgracia, la tranquilidad no dura mucho. Cuando aparcamos frente a mi casa y vemos que el coche de Steve se encuentra en nuestro jardín, se me forma un nudo en el estómago. En el interior distingo la silueta de mi madre, pero no hay ni rastro de él. De pronto, me quedo fría. Por completo.

Liam se da cuenta y me da un ligero apretón en la rodilla.

—Podemos esperar a que se vayan o ir a mi apartamento —propone con voz suave.

Estoy a punto de decirle que sí. Necesito escapar de mi vida durante unas horas. No obstante, justo en ese momento la puerta se abre y Steve sale de la vivienda. Empalidezco al reconocer lo que lleva en las manos.

Es una caja. La que guardo en mi habitación y contiene todos mis ahorros.

Salgo tan rápido del vehículo que a Liam no le da tiempo a reaccionar.

—¡¿Se puede saber qué haces?! —exclamo corriendo hacia él.

Me cuesta mantener el equilibrio sobre los tacones, pero no me detengo. Steve alza la mirada al oírme, aunque no se pone nervioso ni intenta ocultar que me está robando. En su lugar, se detiene con la caja cerrada bajo el brazo y me lanza una de sus repugnantes sonrisas. Cuando me da un repaso con la mirada, comienzo a sentir que mi vestido es demasiado corto.

—Pero mírate —canturrea. Por su tono sé que ha bebido—. Parece que estés pidiendo a gritos que alguien te dé lo que buscas.

La bilis se me sube a la garganta. Trago saliva y, tan firme como puedo, le espeto:

—Eso es mío —señalo la caja, y Steve se encoge de hombros.

—Me parece que ya no.

Aprieto los puños por instinto.

—No es tuya. Devuélvemela ahora mismo.

—¿Y qué me darías a cambio? —Vuelve a mirarme de arriba abajo—. Ponte de rodillas y me lo pensaré.

—No.

—Vamos, Maia, sé una buena chica. ¿O es que no te importa que me la lleve?

Odio a este hombre. Le deseo lo peor. Incluso aquello que no querría que le ocurriera ni a mi peor enemigo espero que le pase a él.

—¿Maia? —Es Liam.

El alivio me invade los pulmones, pero sigo tensa. Steve sonríe al ver que se coloca junto a mí de forma protectora.

—Tu noviecita estaba a punto de suplicarme de rodillas, ¿verdad, nena?

No soporto la humillación. Se me llenan los ojos de lágrimas.

—Dame la caja —ordeno, pero tiembla la voz.

—¿Vas a hacer un puchero? Vamos, inténtalo. A lo mejor así me convences.

Este hombre ha dormido en mi casa, ha toqueteado y robado nuestra comida y ahora también ha entrado en mi habitación y rebuscado entre mis cosas. Solo de pensarlo me entran ganas de vomitar.

Liam está a punto de decir algo, pero yo ya no puedo más.

—Fuera —le espeto.

Steve frunce el ceño.

—¿Qué?

—He dicho que te vayas. No pienso permitir que vuelvas. Nunca más. No vas a volver a poner un pie en mi casa —escupo con lágrimas en los ojos—. Me das asco.

Se le borra la sonrisa. Avanza hacia mí serio y con una postura intimidante. No retrocedo.

—¿Qué has dicho? —pregunta muy despacio.

—Y, como vuelvas a soltarme otra bromita más, iré a la policía. Conseguiré que te pudras en la cárcel, que es donde la escoria como tú debe estar. ¿Me has entendido o necesitas que lo repita?

El sonido afilado viene primero. El dolor llega después.

Me da una bofetada.

Mi cuello gira bruscamente por el impacto. Su mano choca contra mi mejilla y parte de mi sien, y hace que se me salten las lágrimas. Sus uñas roñosas me han raspado y no tardo en notar que brota sangre del corte. Me duelen incluso las muelas. Todo pasa tan rápido que no me da tiempo a procesarlo.

En cuanto ve que Steve me pone una mano encima, Liam se lanza a por él.

Lo siguiente que escucho son los gritos de mamá, que se baja atropelladamente del coche. Tardo unos segundos en reaccionar. Cuando el mundo vuelve a moverse, la escena me revuelve el estómago. De un movimiento seco, Steve le pega un cabezazo a Liam que provoca que se me detenga el corazón. Quiero moverme, pero mis piernas no funcionan. Y mi voz tampoco.

Liam lanza un puñetazo. Desde aquí escucho cómo cruje la nariz de Steve. Este intenta devolvérselo a duras penas, pero está borracho y tiene todas las de perder. Presencio la pelea en shock hasta que mi madre llega corriendo a mi lado.

—¡Haz algo! —exclama fuera de sí—. ¡Vais a empeorarlo todo!

Si alguna de las partes de mi corazón todavía seguía en pie, se derrumba después de oír eso.

—Liam —me obligo a reaccionar, y corro hasta él. Me meto en medio sin pensármelo dos veces, lo que supone un movimiento arriesgado, pero él frena en seco al verme—. Para. Por favor. Ya está.

Traga saliva y retrocede a trompicones. Un solo vistazo a la cara ensangrentada de Steve basta para que me entren náuseas. Liam tira de mí para que me acerque a él.

—¿Estás bien? —pregunta respirando entrecortadamente. Roza mi mejilla y yo me estremezco.

Mira a Steve con fuego en los ojos—. ¿Cómo coño te atreves a ponerle una mano encima?

—Ya está —repito con la voz aguda. Nunca antes lo había visto tan fuera de sí.

Steve tose y se incorpora. Mi madre ya está a su lado limpiándole las heridas.

—Nenaza —le escupe a Liam, que se tensa—. El día que me la folle, me aseguraré de dedicártelo.

Liam reacciona y tengo que volver a ponerme en medio para que no vuelva a lanzarse sobre él. Me siento patética porque no puedo parar de llorar. Le pongo las manos en el pecho para detenerlo. Liam aprovecha que es más alto para hablar por encima de mi hombro, pero no se dirige a Steve.

—¿Cómo es capaz de dejar que le hable así? —le espeta a mi madre—. Ese hombre falta al respeto a su hija, la hace sentir incómoda, la intimida, la acosa constantemente y ahora se atreve a golpearla, ¿y usted no hace nada al respecto? ¿Es que va a decirme que sus «bromas» no le revuelven el estómago? ¿Qué clase de madre es?

Me quedo helada. Me sorprende tanto que incluso dejo de llorar.

—Me da igual lo rota que se sienta después de lo que le pasó a Deneb —continúa—. Maia no tiene la culpa. Es su hija y debería cuidar de ella. Reaccione de una vez.

El corazón me va a toda velocidad. Cuando miro a mamá, distingo algo en sus ojos que hace tiempo que no veía. Traga saliva y se pone de pie, dejando que Steve se levante por sí mismo. Cuando habla, su voz es más fría que nunca.

—Sácalo de aquí antes de que le prohíba entrar en mi casa —me advierte señalando a Liam.

Parece que este último vaya a añadir algo más, pero lo agarro del brazo para impedírselo.

—Vamos dentro —le ruego—. Por favor.

Habrá notado lo mucho que necesito irme de aquí, porque asiente. Echo prácticamente a correr hacia la casa mientras Steve continúa gritando a nuestras espaldas. Se me ha olvidado la caja, pero Liam se agacha a recoger algo y de pronto veo que la tiene en las manos. Entramos y cierra la puerta. Yo no puedo respirar. Parece que el mundo esté dando vueltas. Me quito los tacones y avanzo a toda prisa hacia mi habitación.

Odio a ese hombre. Odio a mi madre. Odio mi vida.

No puedo más.

Se acabó. No puedo más.

—Maia. —Liam me pisa los talones.

Cuando llegamos a mi habitación, no ha cambiado nada. Todo sigue tal y como lo dejé. Pero ese hombre ha entrado aquí, ha rebuscado entre mis cosas y ahora nunca sabré qué es lo que ha tocado, lo que ha manipulado con sus sucias manos de...

No lo soporto más.

Me derrumbo justo cuando Liam me estrecha entre sus brazos.

Escondo la cara en su pecho y suelto un sollozo. Me tiembla todo el cuerpo. Él me resguarda entre sus brazos y me acaricia el pelo con calma mientras chista en voz baja. Quiere que me relaje, pero que esté aquí conmigo solo me hace llorar con más fuerza. Estoy muy cansada. Llevo meses intentando creerme que puedo con esto. Que no voy a dejar que me ganen las circunstancias. He retenido las lágrimas y he seguido adelante superando todos los obstáculos que me he encontrado en el camino. Pero ya no puedo más. No puedo seguir fingiendo que soy fuerte.

No lo soy.

Mis lágrimas caen a toda velocidad y creo que no me quedaré vacía nunca, pero Liam no se aparta. Me consuela hasta que los sollozos cesan y mi corazón se ralentiza. Sus brazos son como encontrar un refugio en el que pasar la noche después de haber estado días perdido en una tormenta. No quiero alejarme todavía, pero se merece que me disculpe por lo que acaba de pasar, de forma que me obligo a mover los músculos engarrotados para mirarle.

Se me cae el alma a los pies.

—Mierda, Liam —es lo primero que me sale, y casi me pongo a llorar otra vez.

Él también ha sufrido las consecuencias de la pelea. Tiene un corte en la ceja que no deja de sangrar. Cuando le cojo la mano, veo que también tiene los nudillos maltratados e hinchados. Es todo culpa mía.

Aun así, el muy maldito tiene el valor de esbozar una sonrisa, aunque no le llega a los ojos.

—Tranquila, creo que voy a sobrevivir.

—Voy a por el botiquín.

—No es para tanto, Maia.

—Siéntate. —No suena como una orden, sino como una súplica.

Suspira y me hace caso.

Voy al baño en busca del botiquín de emergencia. Lo encuentro en el armario bajo el lavabo. Cuando me incorporo, me miro al espejo sin querer y trago saliva. Ya no queda rastro de la Maia que salió hace unas horas de aquí sintiéndose guapa. Tengo el rímel corrido y el pelo hecho un desastre. Con cuidado, me toco el corte de la mejilla y los dedos se me manchan de sangre. Hago una mueca. Arde.

Empiezo a llorar otra vez.

Parezco una cría.

Me lavo la cara para quitarme el maquillaje y me recojo el pelo en un moño descuidado. Cuando vuelvo a mi habitación, Liam está sentado en la cama mirándose los nudillos. Odio que la noche haya acabado así. Camino hacia él, abro el botiquín y saco alcohol y varios algodones. Empapo uno de ellos y, de pie frente a él, le cojo la mano.

—Te va a escocer —le advierto antes de presionarlo contra sus nudillos. Que sus dedos estén en contacto con los míos me provoca una sensación dolorosamente agradable. Liam me mira en silencio y se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas—. Siento que hayas tenido que hacer esto por mi culpa —sollozo, sin poder evitarlo.

—¿Qué? —No quiero que me vea llorar, por lo que me apresuro a cambiar de algodón y mantengo la cabeza gacha mientras lo preparo. Me agarra de la muñeca para que me vuelva hacia él—. Maia, no me has obligado a hacer nada. Yo he decidido intervenir. No soporto pensar en lo que te ha hecho.

Pestañeo, con un nudo en la garganta.

—¿Así que no estás enfadado conmigo?

—¿Por qué iba a enfadarme?

—Porque todo es culpa mía. Si no..., si hubiera... si hubiera escondido mejor el dinero, no...

—Para —me interrumpe serio—. No lo justifiques.

—¿No crees que haya sido culpa mía?

—Claro que no. ¿Cómo iba a pensar eso?

«Porque ella lo piensa. Porque se ha preocupado más por él que por mí.»

—Lo que le has dicho a mi madre... —comienzo a decir.

—Sé que ha sido brusco, pero necesitaba escucharlo de una vez y tú eres demasiado buena para decirlo.

Sacudo la cabeza. No quiero que se disculpe. Al contrario.

—Gracias por defenderme.

No sé qué habría pasado si él no hubiera estado aquí. No solo esta noche, sino todas las que ha dormido en mi casa.

Liam sonríe, como si nada, para suavizar el ambiente.

—Espero que te pongan los tipos duros como yo.

E, incluso en esta situación, consigue hacerme reír.

—Lo has dejado hecho un cuadro.

—Venga ya, si solo le he dado un golpecito en la nariz.

—Más bien, yo diría que se la has reconstruido.

—Rinoplastia gratis. ¿De qué se queja?

—Eres imposible.

—No he hecho nada que no se mereciera.

Abandona cualquier tono de broma. Sé que nada justifica la violencia, pero estoy de acuerdo con él. No siento ni una sola pizca de compasión por Steve. Lo odio con todas mis fuerzas. Me da igual si eso me convierte en una mala persona.

Sigo curándole los nudillos. Liam me observa en silencio y, debido a la intensidad de su mirada, el ambiente se vuelve denso, aunque de manera agradable. Llevamos semanas fingiendo ser pareja y, aun así, creo que no nos habíamos tocado las manos hasta esta noche. Me parece un gesto muy íntimo, incluso más que un beso. Acaricio la parte inferior de su muñeca con las yemas de los dedos hasta que termino de limpiar la herida.

Voy a pasar a la que tiene en la ceja, pero entrelaza su mano con la mía, sin romper el contacto visual.

—¿Sería una mala idea pedirte que te acerques un poco más? —pregunta en voz baja.

El corazón se me desboca. Asiento con lentitud.

Me atrae hacia sí y hundo las rodillas en la cama, a ambos lados de su cuerpo, para sentarme en su regazo. Sus manos bajan hasta mis piernas y siento el calor de su piel directamente sobre la mía. Liam no deja de mirarme. Alargo la mano para coger un nuevo algodón y echarle alcohol. Me resulta difícil concentrarme cuando el corazón me bombea a tanta velocidad. Lo presiono contra el corte y hace una mueca de dolor.

—No seas quejica —me burlo en un susurro.

—No te muevas de ahí y no me oirás quejarme ni una sola vez.

—Casi he terminado.

Ahora que ya no hay tanta sangre, la herida no tiene tan mal aspecto. No parece muy profunda, lo que es todo un alivio. Estoy segura de que se curará por sí sola y no necesitará puntos.

Estoy a punto de cerrar el botiquín, pero él coge otro algodón.

—Te toca —anuncia, como si fuera evidente, y me quita el botecito de alcohol.

El corazón se me encoge al verlo concentrado, pero, como siempre, me obligo a fingir desinterés.

—Solo es un corte.

—Estamos en las mismas, entonces.

Me tenso, sensación que empeora cuando comienza a desinfectar la herida. Escuece más de lo que pensaba. No es un dolor agradable, pero es tan cuidadoso y me trata con tanto cariño que no me apetece apartarme. No para de tocarme la mejilla con los dedos durante el proceso y, después, cuando termina y deja de lado el algodón, me pone un mechón de pelo tras la oreja.

Sus ojos no abandonan los míos en ningún momento.

—No tienes ni idea de lo fuerte que eres, Maia.

—¿Por dejar que me cures sin ponerme a lloriquear? —intento bromear.

Sacude la cabeza.

—No. Por todo lo demás. Me lo demuestras cada día que pasa.

Se me forma un nudo en la garganta.

—No es verdad —contesto—. No sabes la de veces que me he derrumbado.

—Ser fuerte no significa que seas de piedra. Todos pasamos malos momentos porque, nos guste o no, la vida es así. La diferencia está en lo que hagas después. Puede que te derrumbes, pero sigues adelante a pesar de todo. Por eso eres fuerte. Más de lo que te imaginas.

Su mirada es tan intensa que consigue sobrecogerme. Suena dolorosamente sincero y eso es lo peor. Liam de verdad cree que soy fuerte. No piensa que sea un agujero negro. Al contrario. Me ha dicho indirectamente que soy una oportunidad de la que cree que saldrá siendo una mejor persona. Me ha llamado «supernova».

Nunca imaginé que alguien pensaría algo así de mí. Y ahora está ocurriendo y estoy muerta de miedo.

—¿Dices todas estas cosas para conseguir liarte conmigo? —inquiero burlona.

Soy incapaz de aceptar un cumplido sin bromear al respecto. Normalmente, la gente se siente incómoda, pero Liam siempre me entiende. Sonríe y se encoge de hombros.

—Lo digo porque lo pienso de verdad, pero, si como premio quieres besarme, tómate toda la libertad.

—Creo que prefiero esperar a que te lances tú.

—No, ni de coña vamos a empezar con esto otra vez.

Comienzo a reírme. Él me acaricia la mejilla y me atrae delicadamente hacia sí para unir sus labios con los míos. El primer contacto es dulce, suave. Sus dedos se hunden en mis caderas y, cuando su lengua se desliza entre mis labios, suelto un gemido involuntario. Yo enredo las manos en su pelo y dejo que me bese con tanta intensidad que se me nubla la mente.

Todo mi cuerpo me suplica que se acerque más. Aprieto las piernas a su alrededor para presionarme contra él, pero enseguida nos hace cambiar de posición. Caigo de espaldas sobre la cama y Liam se coloca sobre mí. Utiliza sus fuertes brazos para sostenerse mientras su boca devora la mía con avidez. Si quiere tomar el control, está bien. Por mí, que haga lo que quiera. Lo único que necesito es que no se aparte. Y que lleve mucha menos ropa. El pensamiento me hace reaccionar y tiro de su camisa para desabotonársela.

Mientras tanto, su mano asciende por la cara interna de mi muslo, de nuevo, con lentitud, buscando torturarme. Cuando presiona la palma contra mi ropa interior, se me detiene el corazón. Apenas hemos empezado y ya tengo que morderme el labio para no hacer ruido.

—Voy a necesitar que aclaremos un par de cosas. —El tono ronco de su voz hace que me estremezca. Tiene su rostro a un palmo del mío y me mira con la respiración acelerada y la mirada oscurecida. Aparta la mano, lo que no es precisamente de mi agrado.

—No soy virgen. Haz lo que quieras.

No me doy cuenta de lo desesperada que sueno hasta que lo escucho reír.

—Iba a preguntarte si tenías condones, pero gracias por el dato. Lo tendré en cuenta.

—¿Tú no tienes?

Al verlo negar, echo la cabeza hacia atrás con un gemido de frustración. Vuelve a reírse entre dientes y deja que sus dedos se paseen por mis piernas desnudas.

—Se me ocurren otras cosas que podemos hacer. —Mira hacia abajo, con un brillo malicioso en los ojos—. Todas implican quitarte ese vestido, así que empezaremos por ahí.

Cada fibra de mi cuerpo reacciona ante esa declaración. Por fin termino de desabotonarle la camisa y dejo que mis manos exploren sus pectorales y su abdomen marcado. Su piel arde y sus músculos se tensan bajo mi toque. Se aleja para quitársela por completo y, al verle así, con los labios hinchados y los rizos revueltos, siento una contracción en el estómago. Me gusta tanto que no puedo ni pensar.

Ahora es mi turno de enderezarme para que pueda bajarme la cremallera que él mismo ha subido antes de la fiesta. Me recorre la columna vertebral con las yemas de los dedos, provocándome escalofríos y, cuando llega abajo, utiliza la otra mano para tirar del dobladillo del vestido y quitármelo por la cabeza. Me quedo en ropa interior, pero una inminente inseguridad se apropia de mí y de pronto me siento completamente desnuda. No es que tenga una talla enorme de sujetador. Y tampoco llevo un conjunto de lencería perfecto para la ocasión como pasa en las películas. En realidad, no suelo preocuparme mucho por esas cosas. Ni tampoco por cómo lucirá mi cuerpo.

No estoy acostumbrada a que me vean y por eso estoy tan nerviosa. Necesito desesperadamente asegurarme de que le gusto siendo justo como soy.

Sin embargo, no me da tiempo ni a pensar en ello. Antes de que pueda preocuparme, Liam me está besando de nuevo, con más fuerza esta vez, y cualquier ápice de inseguridad se borra de mi memoria. Me tumba de nuevo sobre el colchón y presiona su cuerpo contra el mío. Se me contrae el estómago y lo rodeo con las piernas por instinto. Sus vaqueros me parecen un estorbo, pero no se para a quitárselos. En su lugar, baja hasta mi cuello y me busca el pulso con la boca.

—No sabes lo que he esperado para hacer esto —susurra, como si supiera que es justo lo que necesito oír.

Sus besos continúan hasta mi escote. Sufro la tentación de rogarle que se dé prisa, pero me contengo, y asciende de nuevo hasta mi clavícula. Cuando roza el tirante de mi sujetador con los dedos, siento un espasmo por la anticipación. Lo baja con lentitud.

Estoy tan concentrada que ni siquiera noto que titubea al pasarlo sobre mis brazos.

Hace lo mismo con el otro y me incorporo para que pueda desabrochármelo. Cuando por fin me lo quita, el frío se cuela por cada fibra de mi cuerpo. Necesito besarlo, así que tiro de él para que regrese hasta mí, y arqueo la espalda involuntariamente cuando agarra mis pechos con las manos. Cuando los presiona, tengo que contenerme para no soltar un jadeo. Lo siguiente que sé es que su boca abandona la mía para posarse sobre ellos y una corriente eléctrica me recorre todo el cuerpo.

Sin perderme de vista, perfila mis caderas con las yemas de los dedos mientras su boca se desliza por mi estómago. Todos mis músculos se tensan a su paso. Me besa bajo el ombligo, justo por encima de la ropa interior, y levanto las caderas ansiando más contacto. Utiliza las manos para inmovilizarme y poder marcar el ritmo. Parece que disfruta torturándome, por lo que no me sorprende que, en lugar de bajar y darme lo que busco, vuelva a subir.

—Capullo —siseo, sin aire.

Se ríe entre dientes y noto esa calidez tan agradable en el pecho. Es uno de los sonidos más bonitos que he escuchado nunca.

—Eres una impaciente.

—A ti te gusta provocarme.

—Es verdad. Mucho. —Se acerca de nuevo a mi rostro—. Me gusta ver cómo reaccionas.

—¿Y si esa reacción fuera darte una patada en los huevos?

Vuelve a reírse. Activa todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo solo con eso.

—Es imposible que me gustes tanto. —Mi corazón revolotea. Y lo hace aún más cuando se incorpora y, tras repasarme con la mirada, añade—: Eres jodidamente guapa, ¿lo sabías?

Trago saliva. Me cuesta horrores reaccionar cuando dice cosas tan bonitas.

—Creo que deberías volver al trabajo —declaro, y él sonríe.

—Cualquiera diría que estás loca por mí.

—Todavía no. Primero quiero ver de qué eres capaz.

Su mirada se posa sobre la mía, ansiosa. Enarco las cejas para desafiarlo y vuelve a besarme tan rápido que me roba el aire. Desliza la mano hasta mi ropa interior y cierro las piernas por un impulso. Me hace mantenerlas abiertas. Ya no hay tiempo para provocaciones. Presiona sobre la tela y se me escapa un jadeo. Cuando sus dedos se cuelan por debajo, todo mi cuerpo entra en tensión.

—Bésame otra vez —le suplico, y enredo las manos en sus rizos suaves cuando vuelve a inclinarse sobre mí.

Liam se mueve despacio, como si quisiera averiguar primero qué es lo que me gusta, y no tarda en descubrirlo.

Su boca se entierra de nuevo en mi cuello y noto un cosquilleo intenso en el estómago. No para de mover la mano. Utiliza la otra mano para separarme las piernas aún más y, entonces, se detiene. No puedo respirar. Voy a quejarme cuando planta un beso en la cara interior de mi muslo. Se deshace de la ropa interior para tener más acceso y, cuando su lengua se posa en donde estaban antes sus dedos, el final es inminente.

Exploto tan rápido que me da hasta vergüenza.

Una corriente eléctrica me recorre de la cabeza a los pies. Liam sigue torturándome un poco más, ahora que estoy especialmente sensible, y cada parte de mí ansía más contacto. Tengo las piernas incluso un poco entumecidas. Sé que suena deprimente, pero no recuerdo cuándo fue la última vez que sentí esto con un chico.

Se incorpora y regresa junto a mí con una sonrisa que no le cabe en la cara. Está tan guapo que me revolotea el corazón.

—Mucha tensión acumulada —declara con una sonrisa burlona.

No puedo evitar reírme completamente agotada.

Vuelve a besarme y gimo por instinto cuando muerde ligeramente mi labio inferior. Estoy ardiendo. Tiro de la cinturilla de sus pantalones y no me sorprende que esté tan tenso. Me apetece mucho, así que lo empujo para que se tumbe y me siento a horcajadas en su regazo. No separo la boca de la suya en ningún momento. Recordando la conversación del coche, intento que el beso sea lento y profundo. Quiero provocarlo y me doy por satisfecha cuando suspira contra mis labios.

—Me toca —susurro recorriendo su torso desnudo con el dedo índice.

Sus ojos resplandecen pícaros.

—¿Estás preparada para conocer a tu nuevo mejor amigo?

—No me creo que haya acabado liándome con un tío que habla así sobre su pene. —Me clava los nudillos en el estómago, de broma, y yo contengo una sonrisa—. Dime que al menos no le has puesto nombre.

—¿Y qué si lo he hecho?

—Es lo más antierótico del mundo. ¿Sabes qué? Voy a dejarte con las ganas otra vez.

Me agarra inmediatamente de las caderas para que no me mueva. Teniendo en cuenta la dureza que siento debajo de mí, no creo que la broma le parezca divertida.

—No juegues con eso —me advierte apuntándome con un dedo—. Los dolores de huevos son un tema muy serio.

No puedo evitarlo. Tengo demasiada curiosidad.

—¿Qué nombre le has puesto? ¿Liam-conda? ¿Pequeño Liam?

—¿Pequeño? —dice burlón.

—¿Mini-Liam? Es un poco cursi.

—¿Esperas que oírte hablar sobre mi pene me ponga cachondo?

—Tengo la teoría de que todo te pone cachondo.

—Vale, sí, pero este no es el caso. —Me aguanto la risa y se da por vencido—: Bueno, sí que lo es. No te voy a engañar.

Ahora sí, no puedo evitar reírme. Le golpeo el estómago y Liam emite un quejido entre risas. Intentando no mostrarme afectada, me acerco más a su rostro, hasta que nuestros labios casi se rozan.

—¿Vas a dejarme trabajar? —inquiero con una sonrisa burlona.

—Adelante. Hazme lo que quieras. Creo firmemente en la libertad de expresión.

—Eres agotador.

—Sé más cariñosa o no volverás a tenerme en tu cama, Maia.

Lo beso para que se calle de una vez. Aprovecha que estoy casi tumbada encima de él, con las rodillas sobre la cama, para agarrarme el culo. Sonrío en su boca. Sí que es verdad que no desaprovecha ninguna oportunidad.

Como no hay tiempo que perder, le echo la cabeza hacia atrás y presiono la boca contra su mandíbula. Huele realmente bien. Liam se tensa y me hunde los dedos en la piel. Me encanta ser capaz de hacer que reaccione así. Reparto besos húmedos por su garganta, prestándole especial atención al chupetón de la otra noche, y disfruto de todos y cada uno de sus suspiros.

Tiene un cuerpo atlético, trabajado pero no en exceso. Dibujo a conciencia las líneas de sus abdominales y después mis labios siguen el mismo camino. No paramos de mirarnos, lo que hace que todo me parezca mejor. Más intenso. Continúo bajando más y más hasta que encuentro la uve que se forma en sus caderas. Entonces, sonrío y me detengo. ¿Le gusta torturarme? Bien. Que le jodan. A esto sabemos jugar los dos.

Me incorporo y vuelvo a besarle en la boca. Parece impaciente, así que, ahora sí, permito que mis dedos jugueteen con su cinturón. Lo desabrocho y noto la dureza contra mi muñeca. Trago saliva. Vale. Puedo con esto.

—Creo que el pantalón estorba —comento en voz baja.

—No me lo digas dos veces.

Se lo quita a toda prisa y vuelve a tumbarse alegremente sobre el colchón. Está tan entusiasmado que parece que haya ganado la lotería.

—Avísame si algo de lo que hago no te gusta —le advierto.

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