Hasta que nos quedemos sin estrellas

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19. Libertad de expresión

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—¿Cómo no iba a...? —Meto la mano directamente debajo de los bóxeres y la agarro. Traga con fuerza—. Sigue. Por favor. Exprésate con total libertad.

Sonrío y me inclino para volver a besarlo. Que hayamos hablado sobre esto antes hace que sepa perfectamente lo que tengo que hacer para llevarlo al límite.

Muevo la mano despacio, porque imagino que, si tanto disfruta haciéndomelo a mí, le gustará que lo provoquen. Está ardiendo. No me lo pienso y bajo para quedar a su altura. Cuando deposito un beso en la punta, se le escapa un quejido involuntario que me manda escalofríos.

He hecho esto varias veces y ninguna me ha resultado agradable, pero me encanta ver reaccionar a Liam. Gimotea mi nombre en voz baja seguido de una maldición. Cuando quiero darme cuenta, me ha agarrado del pelo y me ayuda a marcar el ritmo. No pienso dejarlo tomar el control, así que soy quien aumenta la intensidad y él se limita a seguirme. Cuando noto que está a punto, me detengo y me aparto.

—No me hagas esto otra vez —me suplica jadeante.

Vuelvo hacia él y envuelvo su boca con la mía.

La agarro de nuevo con más fuerza y aumento el ritmo, y Liam me atrae hacia sí y me muerde ligeramente el labio inferior cuando estalla. Sonrío contra sus labios. Me lo tomo como una pequeña victoria que se siente terriblemente bien.

—Mucha tensión acumulada, ¿eh? —bromeo repitiendo lo que ha dicho antes.

—Esa boca va a convertirse en mi nueva mejor amiga.

Me río y vuelvo a besarlo. Una y otra vez.

Un rato después, estamos tumbados en la cama en silencio. Me ha prestado una camiseta y tengo la cabeza sobre su pecho. La calma que reina en la habitación hace que pueda incluso escuchar los latidos de su corazón. Me acaricia el pelo con una mano mientras yo recorro las líneas de sus abdominales con las yemas de los dedos. Me he dado cuenta de que es muy cariñoso. Más de lo que esperaba. No puede mantener las manos lejos de mí. Pasados unos largos minutos, sus movimientos cesan y sé que se ha quedado dormido.

Trago saliva. Ha sido una noche fantástica, pero tengo una sensación de malestar que me aprieta los pulmones. Debería haberme dado cuenta antes, cuando me ha quitado el vestido y me ha mirado los brazos.

Ha visto las cicatrices.

Y no estoy nada preparada para la conversación que seguramente espera que tengamos.

Duermo con él esa noche. Y vuelvo a tener pesadillas, como siempre. Sueño que voy en el coche, transitando por la carretera de Londres a Mánchester, justo por ese tramo por el que nunca he sido capaz de volver a pasar. El conductor toma un desvío brusco y me pitan los oídos. Mi hermana iba en el coche. Mamá también. Grito al verlas tiradas sobre el asfalto cubiertas de sangre. Deneb no se despierta. Lloro y chillo y los médicos me apartan de ella. Cuando me doy la vuelta, con las lágrimas cayéndome por las mejillas, la pesadilla empeora.

Porque de pronto Liam también está allí.

Inconsciente y lejos de mí, como mi hermana.

Me despierto y me incorporo de golpe, sudorosa y con unas ganas asfixiantes de ponerme a llorar. El corazón me late tan rápido que parece que me vaya a explotar. Miro alrededor, completamente fuera de mí, pero todo está a oscuras. Al menos, hasta que alguien se mueve a mi lado y enciende la luz.

—¿Maia?

Es Liam. Siento tanto alivio al oírlo que tengo que contenerme para que no se me escape un sollozo. Se echa hacia delante y ve que estoy llorando. Su rostro se tiñe de preocupación. De pronto, me siento patética.

—Siento si te he despertado —murmuro secándome las lágrimas con un brazo.

—¿Has tenido una pesadilla?

Está usando esa mirada de nuevo, la que me lanza siempre que parece que intenta ver a través de mí. Mi primer impulso es mentir, pero no me creería.

—Sí —contesto finalmente.

—¿Crees que podrás volver a dormirte?

—No lo sé.

—Ven aquí.

No hace nada más. No pregunta, ni me incomoda, ni insiste en que hable sobre cosas que aún no estoy preparada para contar. Solo se tumba bocarriba y extiende el brazo para invitarme a acurrucarme contra él. Vuelvo a secarme los ojos y le hago caso. El abrazo me transmite tanta calma que, cuando quiero darme cuenta, mi corazón vuelve a latir con normalidad.

Antes de quedarme dormida, pienso en lo que sé que siente por mí, en lo que creo que yo siento por él y en lo fácil que sería todo si no tuviera tanto miedo.

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