Hasta que nos quedemos sin estrellas

Hasta que nos quedemos sin estrellas


20. Inevitablemente

Página 27 de 52

20

Inevitablemente

Maia

Cuando abro los ojos, Liam sigue aquí.

Los primeros rayos de sol se cuelan entre las cortinas anaranjadas, fundiendo la habitación en un sinfín de sombras cálidas. No sé qué hora es, pero lo que menos me apetece ahora mismo es levantarme. Tumbada aquí, con las sábanas calientes y escuchando únicamente su respiración, me siento en calma. Como en paz. No sé cómo describir exactamente esta sensación, pero espero que no se vaya nunca.

Liam todavía tiene los ojos cerrados. Los rizos oscuros le caen sobre la frente ocultándole los ojos, y no lleva camiseta. Porque la tengo yo, claro. Se durmió rodeándome la cintura con un brazo, de forma que ahora su mano descansa sobre mi estómago. Yo tengo la cabeza sobre su pecho y, si estuviera al otro lado, creo que incluso podría escuchar los latidos de su corazón. Puede que la situación se me fuera un poco de las manos anoche. Empecé llamándolo capullo en la fiesta y acabé montándomelo con él en mi habitación.

Bueno, y en la fiesta también.

Lisa estaría orgullosa si supiera lo mucho que me estoy «dejando llevar».

La última vez que dormimos juntos me asusté tanto que prácticamente salí corriendo. Esta vez puedo darme un poco de tregua. O al menos lo puedo intentar. Recorro su abdomen con los dedos distraída, y sonrío cuando Liam se mueve en sueños. Memorizo los detalles de su rostro y después le miro el cuello. Ayer descubrí que tiene un lunar bajo la oreja izquierda. Y no puedo negar que me da cierta satisfacción ver el chupetón que le hice en el coche.

—¿Hay alguna razón por la que estés mirándome dormir como una perturbada?

A veces se me olvida que, además de guapo, es gilipollas.

Gruño molesta, y él suelta una carcajada ronca que me provoca escalofríos. Me pasa la mano por la cintura y me aparta con suavidad para incorporarse. La decepción se me instala en el estómago. Bosteza, sin mirarme, se frota los ojos y se pone de pie.

—¿Adónde vas? —No puedo evitar mostrarme un tanto desconfiada.

—A lavarme los dientes. Me muero de ganas de besarte y no quiero que pienses que doy asco. No voy a tardar.

Sale de la habitación y deja la puerta abierta. Me quedo sentada en la cama mirando al techo y me suelto una reprimenda mental cuando me doy cuenta de que estoy sonriendo. Noto ese cosquilleo agradable en el estómago. He estado tan centrada en el trabajo y en cuidar de Deneb y de mi madre que se me habían olvidado algunas sensaciones, como la de que te guste alguien.

O la de enrollarte con ese alguien, todo sea dicho.

No me lo pienso. Me levanto, todavía con la sonrisa, y me dirijo al baño. Liam tiene su cepillo de dientes en la boca y se mira al espejo mientras se reacomoda los rizos húmedos. Al verme, él también sonríe.

—¿No puedes dejarme solo ni cinco segundos? Un hombre necesita su espacio, Maia.

—Vete al infierno.

—No seas tan cariñosa conmigo. Me voy a hacer ilusiones.

Choco mi hombro contra su brazo juguetona, aunque es tan grande en comparación conmigo que no consigo moverlo ni un milímetro. Me pongo frente al lavabo y me inclino para coger mi cepillo de dientes, siendo muy consciente de que me está mirando y solo llevo puesta su camiseta y la ropa interior. Que disfrute del espectáculo.

Hay roces aparentemente accidentales pero insistentes mientras nos aseamos. Liam se reclina para escupir tras enjuagarse la boca, yo hago lo mismo y todo nuestro cuerpo entra en contacto. Cuando terminamos, giro sobre mis talones y me veo atrapada entre su cuerpo y el lavabo. Alzo la mirada hacia él, que también me observa.

—¿Y bien? —cuestiono, en busca de lo que me ha prometido.

No me hace esperar. Me pone una mano en la nuca y me atrae hacia sí para presionar su boca contra la mía. Sus labios están fríos por el sabor de la menta. Es un beso lento y profundo, como los que le gustan, que hace que me envuelvan los recuerdos de anoche. Cuando se aparta, sonríe como si él también se hubiera acordado.

—Ahora sí, buenos días —pronuncia con esa voz ronca.

Yo ya tengo el estómago del revés.

—Buenos días —respondo en un susurro.

Apoya las manos sobre la encimera, a ambos lados de mi cuerpo, manteniendo una distancia excesivamente corta entre nosotros. El corazón me late en los oídos, pero intento no parecer alterada.

—¿Tienes planes para hoy? ¿Te recojo después del trabajo?

—Es mi día libre. Lisa y Derek hacen turno los domingos.

—En ese caso, creo que vamos a volver a la cama.

¿Pasarme la mañana en mi habitación sin hacer nada más que estar con él? No sé cuándo esa idea se ha vuelto tan atractiva.

—También podríamos ir a comer fuera —propongo.

—Genial, pero nada de pizza con piña.

—... y me gustaría ir al hospital —añado tras tragar saliva—. Sé que quieres hacer planes conmigo, pero...

—Puedo llevarte.

Al escucharlo, el alivio me inunda los pulmones. Me siento mal conmigo misma si no veo a Deneb todos los días. Me da miedo pensar que podría despertarse, verse sola en esa habitación incolora y cerrada, y pensar que la hemos abandonado.

Yo nunca lo haría.

—Gracias.

Niega para restarle importancia.

—Tengo que empezar a llevar las cajas al apartamento. Se supone que me mudo mañana. —Mi sonrisa amenaza con decaer, pero lo disimulo bien. Me mira a los ojos—. ¿Quieres venir a verlo?

Vacilo desconfiada.

—¿Tú quieres que vaya?

—Bueno, pasarás mucho tiempo allí de ahora en adelante, ¿no? —En lugar de darle la respuesta que espera, trago saliva. Suspira antes de añadir—: Sabes que puedes quedarte a dormir siempre que quieras. Además, Evan vendrá la semana que viene. Seguro que te hace ilusión volver a verlo.

—Claro. Tanta como que me quemen viva en una hoguera.

Me hunde los nudillos en el estómago riéndose y yo esbozo una sonrisa tensa. No quiero criticar a Evan; es su mejor amigo y tienen un vínculo muy fuerte, pero todavía no se ha disculpado por lo mal que me trató cuando nos conocimos. Eso de que insinuara que mi único objetivo en la vida era meter la mano en los pantalones de su amigo famoso, sin conocerme, fue una estupidez.

—Os llevaríais genial si le dieras una oportunidad. Le caes bien, ¿sabes?

Junto las cejas. Caerle bien a una persona así no es precisamente un cumplido.

—Solo hemos hablado una vez y ninguno de los dos fue agradable con el otro. No me conoce. —Pero Liam guarda silencio y saco mis propias conclusiones—. Venga ya, ¿le has hablado de mí?

—Llevo dos semanas viviendo contigo. ¿Qué esperabas?

—¿Así que le has contado que tú y yo...?

—¿Que nos enrollamos anoche? Aún no.

—¿Y todo lo demás?

—¿Se lo has contado tú a Lisa? —contraataca.

—Pues claro. Somos amigas.

Decirlo en voz alta me llena de orgullo y, a juzgar por cómo sonríe, él lo sabe.

—Genial. Así tendrán un tema del que hablar cuando los emparejemos.

—¿Cuando qué? —Me río con ironía y sacudo la cabeza—. No, ni de coña.

—Vamos, son tal para cual.

—¿En qué mundo? Lisa es genial y Evan es...

—Un buen tío —me interrumpe con una mirada de advertencia, pero yo tengo suficientes argumentos para que no me caiga bien.

—Insinuó que quería liarme contigo la primera vez que me vio.

Liam enarca las cejas.

—¿Y no querías?

—Pues claro que no.

—Cualquiera lo diría, teniendo en cuenta lo de anoche.

Y, entonces, sucede lo inesperado; yo, que no me pongo nerviosa por nada ni por nadie, de pronto creo que me sonrojo.

—Es diferente —argumento muy digna—. Por entonces me parecías un capullo egocéntrico.

—¿Eso significa que ya no te lo parezco? —Esboza una sonrisa complacido—. Vaya, creo que es lo más bonito que me has dicho desde que nos conocemos.

Le doy un empujón en el pecho, pero Liam no se mueve ni un milímetro, y menos mal. Me gusta que esté tan cerca, aunque eso impida que pueda enfadarme con él. Se ríe entre dientes, con su rostro solo a unos centímetros del mío.

—Me sigues pareciendo un capullo egocéntrico, pero besas bien.

—Hay cosas que se me dan mejor.

—¿Como grabar podcasts de tres minutos?

No voy a dejar que se dé cuenta de lo mucho que me afectan sus comentarios. Sin embargo, no le pasa desapercibido que me tiembla un poco la voz.

—¿Te pongo nerviosa, Maia? —pregunta con esa sonrisa.

—No.

—¿Segura? —Cuando se acerca y noto su aliento en el cuello, se me detiene el corazón, pero no hace nada; solo lleva la boca a mi oreja y susurra—: ¿Ni cuando hago esto?

—No —insisto, y me concentro en no parecer alterada.

Mete la mano bajo mi camiseta para agarrarme la cintura. Tiene la piel caliente y, de pronto, la mía también está ardiendo.

—¿Y esto? —sigue preguntando.

Apenas puedo hablar, pero no voy a dejar que tome el control de la situación.

—¿Tengo que recordarte quién cayó primero, Liam?

Justo como pretendía, se lo toma como un desafío. Se inclina hasta que sus labios casi rozan los míos. Los músculos de sus brazos se tensan a mi alrededor. Durante un instante, creo que va a besarme, y todas las partes irracionales de mí ansían ese contacto, pero lo que hace en su lugar es mirarme en silencio. Esperando.

No voy a dejarle ganar, así que hago lo mismo.

La tensión aumenta hasta que siento que me asfixia. Está sin camiseta y noto el calor de su cuerpo contra el mío, y tengo que controlarme para no romper el contacto visual y mirar más abajo. Sus ojos azules me observan con una intensidad que me reaviva por dentro. No hace falta que nos toquemos. Una mirada basta para que esa oleada de calor se me extienda por el estómago.

Pasados unos segundos, baja la vista hasta mi boca y traga con fuerza. Me lo tomo como una victoria y sonrío. Él hace lo mismo.

—Te gusta jugar conmigo —advierte con la voz ronca.

—Mucho.

—Bien.

Estoy deseando que se rinda de una vez, pero se aleja un poco; lo suficiente para darme un repaso. Su mirada desciende por mi camiseta, que es lo único que llevo además de la ropa interior, hasta que se pierde en mis piernas. No desaprovecho la oportunidad de hacer lo mismo. Me fijo en sus hombros anchos, en su abdomen marcado y en la uve que se forma en sus caderas.

No importa lo que pasara anoche. La tensión entre nosotros no solo no ha desaparecido, sino que está más presente que nunca.

—Creo que deberíamos comprar condones —concluye cerrando los ojos con fuerza, y me pilla tan por sorpresa que se me escapa la risa.

—Sí, deberíamos.

—Y también tendrías que ponerte unos pantalones. Por el bien de mi ego, mi dignidad y mi capacidad de autocontrol.

No puedo dejar de sonreír.

—¿Qué más te da? Te recuerdo que ya has perdido.

Como suponía, se lo toma como un ataque personal.

—Por si se te ha olvidado, fuiste tú la que me besó primero. En tu habitación. Para la foto.

—Exacto. Fue solo para la foto.

—¿Mentirte a ti misma te ayuda a dormir por las noches? Debe de ser muy duro.

—Que te jodan.

—Vamos, admítelo. Me tienes ganas desde que nos conocimos.

—¿Sabes? Tienes razón. Encontrarte borracho en mi coche roncando como un cortacésped me puso a cien.

No puedo evitar reírme al verlo poner los ojos en blanco. Sueno tranquila y despreocupada, y me siento realmente bien, como si todos mis problemas hubieran dejado de tener importancia.

—Seguro que fue el mejor día de tu vida —atisba para picarme.

—Claro. Sobre todo cuando llegamos a tu mansión y estuviste a punto de dejarme durmiendo en la calle.

—Mentirosa. En primer lugar, no tengo una mansión. Y te ofrecí la habitación de invitados.

—Justo después de decirme que no era tu tipo.

—Llevaba mirándote el culo todo el viaje, Maia. Por supuesto que eras mi tipo. Solo me estaba haciendo el interesante.

—Capullo —le insulto, pero no dejo de sonreír.

—De todas formas, fuiste tú la que me rechazó primero. Varias veces, además. Mi ego estaba herido. Soy un chico muy sensible.

Ahora es mi turno de resoplar. Liam se inclina sobre mí riéndose, y de pronto tiene su boca contra la mía. El corazón me da un brinco y le pongo las manos en la nuca por instinto. Él coloca las suyas en mis caderas. Noto la textura suave de sus rizos contra mis yemas. Besa tan bien que, cuando se aparta, siento que me falta el aire.

—Perdedor —carraspeo, y él sonríe y me besa otra vez.

—De vez en cuando. Pero no pasa nada.

Vuelvo a reírme. Seguimos besándonos durante un rato. Los bordes del lavabo se me clavan en los riñones, pero no es lo suficientemente estable como para sentarme sobre él, como hice en el baño de la fiesta. Acaricio distraídamente su abdomen y disfruto notando cómo se le tensan los músculos. Sigo bajando y Liam chista en mi boca.

—Quieta —me advierte—. Las manos donde pueda verlas. Ni mi amigo ni yo somos unos facilones.

No me creo que este tío me guste tanto.

—¿Así que mini-Liam no está por la labor? —me burlo.

—No lo llames así. Es ofensivo. Maxi-Liam me gusta más.

—Ni de coña.

—Deja de intentar aplastar mi ego, Maia, o seré yo el que te deje con las ganas.

Le empujo el pecho con las manos y sonríe antes de volver a besarme. Quiero seguir haciendo esto durante todo el día, pero rompe el contacto y susurra:

—¿Desayunamos? Necesito un café.

—¿No querías volver a la cama?

—Y quiero, pero después de desayunar. Sé que no te gusta el café, así que puedes venir a la cocina y quejarte mientras lo preparo.

Sonríe y me da un beso rápido antes de salir del baño. Me quedo apoyada contra el lavabo, con el corazón a mil y la respiración acelerada. Cuando me giro para mirarme al espejo, una sensación extraña se me cuela en el pecho. Se me borra lentamente la sonrisa.

Esto acabará doliendo mucho.

Sin embargo, en cuanto lo oigo tarareando en la cocina, mis miedos pasan a un segundo plano. Voy al dormitorio a por mi móvil para poner música mientras cocina. Me muero de ganas de enseñarle mi banda musical de la semana. Abro las cortinas y siento una oleada de vergüenza al ver que, después de lo de anoche, toda mi ropa está tirada por el suelo.

Como decía, Lisa estaría muy orgullosa.

No me molesto en hacer la cama porque dudo que tardemos mucho en volver. En su lugar, solo cojo el móvil de la mesilla. Y entonces, como siempre que me ocurre algo bueno, la realidad me cae encima como un cubo de agua fría.

Diez mensajes.

Cinco llamadas perdidas.

Todas de mi madre.

Los nervios se me cuelan en el estómago. Cierro la puerta antes de marcar su número. No responde hasta el cuarto tono.

—¿Mamá? —hablo enseguida.

—¡Maia! ¿Qué pasa? ¿Por qué me llamas?

Suena tan perdida que se me forma un nudo en la garganta. Es evidente que ha vuelto a beber. Como siempre. Creía que tendría que disculparme la próxima vez que habláramos, pero seguro que ni siquiera se acuerda de lo que pasó anoche. Defendió a Steve después de que él se atreviera a ponerme una mano encima. Y después me echó la culpa.

La rabia se concentra en mi interior, pero la contengo. No puedo cargar contra mamá. No cuando Deneb y ella son la única familia que me queda.

—Me has llamado tú —respondo con tono suave.

—¡Es verdad! Pero seguro que no era tan importante. Podemos hablar en persona. Estoy a punto de llegar.

Me doy cuenta de que se oye ruido de fondo, como si estuviera en un vehículo, y el estómago se me pone del revés.

—¿Qué? ¿Vienes de camino? ¿Ya?

—Pues claro. Y Steve está conmigo, como siempre. —Hace una pequeña pausa—. ¡Exacto! De eso quería hablarte. ¿Cómo se llamaba el chico? ¿Sean?

—Liam —la corrijo tragando saliva—. Sobre lo de ayer...

—No te preocupes, cariño. Sé que todo fue un accidente. Steve se pone muy nervioso cuando se enfada y... te aseguro que fue todo sin querer. De hecho, está muy arrepentido. Si no hubiera sido por ese chico, Liam, todo se habría quedado en un susto.

El corazón me da un vuelco. ¿Qué?

—Mamá... —intento decir, pero no me deja hablar.

—No me gustan esos comportamientos violentos, Maia. Sabes tan bien como yo que son peligrosos. Todo se habría solucionado enseguida si él no se hubiera entrometido.

Es imposible que se haya creído la versión de los hechos de Steve. Mamá estuvo allí, vio lo que me hizo y tiene que saber que Liam solo me estaba defendiendo. De no ser por él, habría perdido la caja con todos mis ahorros. Fue el único que se puso de mi parte cuando ella decidió no hacerlo.

No tiene sentido que ahora me diga todo esto, pero no tardo en sacar mis propias conclusiones. La bilis se me sube a la garganta. No va sola en ese coche.

—¿Nos está escuchando Steve? —pregunto muy despacio.

—No, claro que no. —Pero no me pasa desapercibido lo tensa que está. Dios mío.

—¿Te ha pedido él que me digas todo esto?

—No quiero más violencia, Maia. Y ese chico... sabes que anoche no actuó bien con Steve. No me gustaría que eso se repitiera. Me alegro de que estemos de acuerdo en que debería marcharse cuanto antes.

Leo la advertencia entre líneas. Seguramente Steve está con ella escuchando lo que me dice, y por eso no puede expresar con libertad lo que ambas sabemos: él es el único peligro, no Liam. Y, si además ha consumido alcohol o cualquier otro tipo de droga, aún peor.

No me creo que haya metido a Liam en esto.

—Me encargaré —le prometo tragando saliva.

Apuesto a que mamá tiene que forzar una sonrisa.

—Perfecto, cariño. Ahora nos vemos.

Cuelga la llamada.

No puedo respirar. Siento una presión en el pecho que hace que me cueste no echarme a llorar, pero contengo las lágrimas, como siempre, y abro el armario para ponerme unos pantalones. No me importa lo que dijera Liam anoche. Todo es culpa mía. Sabía a lo que me arriesgaba dejando que se involucrara tanto en mi vida.

No tiene ni idea de dónde se está metiendo. No sabe cómo es mi mundo realmente y lo rota que me ha dejado. Nunca he permitido que Steve me asuste, pero desde ayer lo veo con otros ojos. Se atrevió a pegarme. Y yo fui tan cobarde que no reaccioné a tiempo. Liam lo hizo en mi lugar y pagó las consecuencias. Me da igual que no se llevara heridas graves; yo las causé. Y si eso volviera a repetirse, o si llegara aún más lejos, no podría perdonármelo.

¿Cómo he podido ser tan egoísta? Tiene un futuro brillante, cientos de oportunidades y miles de personas ahí fuera que lo recibirán con los brazos abiertos cuando decida volver a las redes sociales. Va a ir a la universidad. Ha alquilado su propio apartamento. Está rehaciendo su vida y yo estaré atascada para siempre.

No puedo arrastrarlo a mi mundo. No soy tan injusta.

Necesito que se vaya antes de que lleguen.

Me armo de valentía y, consciente de lo difícil que va a ser, abro la puerta del dormitorio. Lo encuentro en la cocina rebuscando en el frigorífico. Se ha puesto un delantal rojo de lunares que compramos hace una semana y que utiliza desde entonces. Me mira y sonríe, con los rizos revueltos cayéndole sobre la frente.

—¿Quién iba a decir que acabarías teniéndome trabajando para ti? —bromea cerrando el frigorífico con la cadera.

Deja la leche en la encimera y me doy cuenta de que ha sacado todos los ingredientes necesarios para hacer tortitas. El gesto hace que se me estruje el corazón.

Mierda, esto va a doler mucho.

—Tienes que irte —le suelto sin rodeos.

Me clavo las uñas en las palmas con tanta fuerza que me hago daño.

Se le borra la sonrisa.

—¿Qué? ¿Por qué? —No respondo y comienza a preocuparse—: Maia, ¿qué pasa?

—Mi madre me ha llamado. Viene... viene de camino. Con Steve. Cree que las cosas se pondrán feas si llegan y te encuentran aquí. No puedes quedarte.

La confusión de su rostro rápidamente se transforma en molestia. Niega sin dejar de mirarme.

—Ese hombre no me da miedo.

—Pero a mí sí. Por eso necesito que te vayas. —Trago saliva. Odio que me tiemble la voz—. Por favor —insisto.

—¿Y qué vas a hacer tú? ¿Quedarte aquí?

—Sí.

—No, ni de coña.

—Liam...

—Si piensas que voy a dejarte aquí después de lo que ese cabrón hizo ayer, estás muy equivocada. —Se seca las manos con un trapo y se quita el delantal—. Prepara una bolsa con tus cosas. Te quedarás en mi apartamento mientras pensamos qué hacer.

Me duele lo mucho que me gusta esa idea. Ojalá pudiera dejarlo todo atrás y marcharme con él lejos de esta casa. Sería tan fácil como decir que sí. Pero no puedo abandonar a mamá.

Ni siquiera aunque ella ya me haya abandonado a mí.

—No —respondo completamente tensa.

—Maia, no voy a discutir contigo. Coge todo lo que necesites. Date prisa, ¿vale? Cuanto antes nos vayamos, mejor. Puedo traerte al trabajo todas las mañanas. No te preocupes por eso.

Se me llenan los ojos de lágrimas. No lo puedo evitar. ¿Por qué no pude conocer a Liam hace meses, antes del accidente? ¿Por qué no pudo aparecer cuando todavía tenía una vida normal y no sabía lo afortunada que era?

Porque ahora me resulta imposible ignorar la cruda realidad.

—Sabes que no va a funcionar —mascullo con la voz rota, porque no me lo puedo sacar de la cabeza.

Él frena en seco y me mira.

—¿El qué no va a funcionar?

—Tú y yo.

—No empieces con esto ahora —me suplica negando despacio.

—Pero es la verdad —insisto—. Tienes oportunidades, la vida resuelta, un futuro, y yo...

—Tú también tienes un futuro.

—¿Ah, sí? ¿Cuál? ¿Pasarme la vida trabajando en un cuchitril en el que me pagan una miseria? ¿Ser la única que cuidará de Deneb cuando se despierte mientras mi madre se pasa el día desaparecida? ¿Soportar que ese hombre asqueroso duerma en mi casa y rebusque entre mis cosas? Por si todavía no te has dado cuenta, toda mi vida es una mierda.

Normalmente no lloro delante de nadie, pero me cuesta ocultar lo que siento con Liam. Me seco las lágrimas con el brazo. Mientras tanto, parece que él lucha contra las ganas de acercarse.

—Siento muchísimo que tengas que pasar por todo eso, pero no puedes cargar contra mí como si fuera culpa mía.

—Sé que no es culpa tuya. Por eso necesito que te vayas —repito, y rezo en silencio por que por fin lo entienda—. Lo de anoche fue... genial, de verdad. Eres una buena persona. Y no te mereces todo esto. No puedo darte lo que buscas. Ahora tengo muchas cosas en las que pensar, todo es un desastre, y tengo que lidiar con ello sola.

—No, no tienes que hacerlo sola. Y tampoco puedes. —Trago saliva y él camina hacia mí con cautela—. Necesitas ayuda. No solo mía, también la de un profesional. Creo que lo mejor sería que...

Es inmediato. En cuanto lo escucho, me saltan todas las alarmas y retrocedo como si me acabase de disparar.

—¿Qué dices?

—Déjame hablar.

—¿Un día me dices que soy fuerte y al otro me sueltas que crees que debería ir al psicólogo? ¿De qué coño vas?

Niega sin apartar sus ojos de los míos.

—Una cosa no quita la otra. Eres muy fuerte, lo sabes, y ojalá las circunstancias no te hubieran obligado a serlo. Pero no estás bien. Y no pasa nada. Uno va al psicólogo cuando necesita...

—Yo no necesito nada. Ni la ayuda de un psicólogo, ni la tuya, ni la de nadie.

—¿Por qué siempre te pones a la defensiva? Joder.

—Porque no dejas de atacarme, ¿quizá?

—¿Atacarte? Solo estoy...

—Deja de intentar hacerme cambiar de opinión. He dicho que se acabó. Asúmelo y lárgate de una vez.

Me mira y veo el dolor en sus ojos.

—No seas cruel —me advierte en voz baja.

—¿Y qué más te da si lo soy? ¿Por qué te importa tanto? —le espeto. Sé que me estoy pasando, pero ya no puedo parar—. Vamos, ¿qué vas a decirme? ¿Que te gusto? Los dos sabemos que solo querías acostarte conmigo, igual que los demás. Me lo has dicho un montón de veces. Ahora que lo has hecho, puedes desaparecer y dejarme en paz.

—¿Cómo que «los demás»? ¿Quién diablos te ha hecho eso?

—No estoy hablando de ellos, sino de ti.

—Pero no me dejas hablar.

—¡Porque quiero que te vayas y no lo haces!

Estoy tan frustrada que estallo y me pongo a llorar otra vez. Él se da cuenta y decide suavizar el tono:

—Nunca he dicho que solo quiera acostarme contigo —replica muy serio—. De hecho, ayer te confesé que me gustabas y...

—Sé cómo funciona esto —le interrumpo con un nudo en la garganta—. Piensas eso porque no sabes cómo soy. Dices que quieres conocerme, pero, créeme, Liam, no quieres. Estoy... estoy rota, ¿vale? Si supieras las cosas que pienso, lo que he llegado a hacer..., cambiarías de opinión. Es imposible que te guste con todo eso. No soy una buena persona. No soy una supernova ni ninguna de esas tonterías. Soy una persona tóxica que se mueve en un ambiente de mierda y tiene una familia que se cae a trozos. Te irás en cuanto lo descubras, así que prefiero que te marches ya.

Me conozco y sé que, si no lo hace, acabaré arrastrándolo conmigo. Soy un agujero negro que absorbe a los que lo rodean hasta que ya no queda nadie en pie. Suelo repetírmelo a menudo, pero nunca lo había dicho delante de nadie. Con los demás siempre finjo que soy fuerte. Que confío mucho en mí misma y que nada me afecta.

Y Liam acaba de darse cuenta de que todo era mentira.

—¿Por qué hablas así sobre ti misma? —me pregunta con voz suave.

Comienzo a derrumbarme.

—Porque es la verdad.

—Claro que no. Eres una buena persona.

—No tienes ni idea. No sabes las cosas que... que me he hecho a mí misma y lo que...

—Sí, sí que lo sé.

—No.

—Maia, he visto las cicatrices. Sí que lo sé.

Y, aunque ya lo sospechaba, escucharlo en voz alta es como si me cayera encima un balde de agua. Mi cuerpo entero se congela. Se me engarrotan todos los músculos. Y de pronto siento una presión en el pecho que me impide respirar.

Fue un error que pudo haber tenido consecuencias terribles. Salí de ahí a tiempo, pero quizá fue pura suerte. Pensar que las ha visto hace que comience a llorar con más fuerza porque no puedo con la vergüenza.

—Fuera —le espeto con más brusquedad esta vez.

—No quería sacar así el tema, ¿vale? Pero...

—He dicho que te vayas. —Y, como ninguna otra alternativa funciona, saco toda la rabia que llevo dentro—: Estoy cansada de ti y de que me utilices como tu obra de caridad para sentirte mejor contigo mismo.

—Para —me ordena con seriedad.

—¿Qué pasa? ¿No te gusta que te digan lo que no quieres escuchar? No dejas de repetir que te gusto, pero ¿alguna vez me has oído decir que tú me gustas a mí? Eres un buen tío y lo de anoche estuvo bien, pero nada más. Te lo dije en su día y creíste que era una broma. Solo me gustas para un polvo.

—¿No se te ocurre nada mejor que decir? ¿Vas a venirme con estas ahora?

—Vives en un drama constante, Liam. Me he tragado tus problemas durante todas estas semanas y ya estoy harta. Hazme un favor y lárgate de una vez. Esto no va a funcionar y, cuanto antes asumas que no significas nada para mí, mejor.

Acabo con la respiración agitada, fruto de la intensidad de la discusión. No tardo en darme cuenta de que he cruzado un límite y de que en realidad no pienso nada de lo que acabo de decir, pero ya es tarde. Clava sus ojos en los míos impasible y, sin decir nada, se gira para ir a mi habitación. Y sé que lo he conseguido.

Se va.

Aunque me muero de ganas de seguirlo y decirle que lo siento, me quedo en la cocina esperando a que haga sus maletas. Esto será lo mejor a la larga. No soportaría que Steve volviera a hacerle daño. Ya no solo físicamente, sino también a su imagen. ¿Qué pensarían sus seguidores si supieran que se mete en peleas? ¿Y que está con alguien como yo? ¿Con una persona sin dinero ni futuro ni ninguna posibilidad de salir adelante?

Esto no llevaba a ningún sitio. Alargarlo solo habría hecho que, cuando finalmente acabase, doliera más.

Pero aun así ahora duele mucho.

Cuando cruza el pasillo unos minutos más tarde arrastrando sus maletas, ni siquiera me mira. Al menos no hasta que alcanza la puerta y sus ojos por fin buscan los míos. Hago esfuerzos sobrehumanos por no echarme a llorar.

—Sabes que tarde o temprano te arrepentirás de esto —dice—. Y entonces me llamarás y yo me plantearé si merece la pena volver o no.

Tiene razón. Claro que sé que me arrepentiré y acabaré muriéndome de ganas de llamarlo. Pero también sé que soy lo suficientemente orgullosa como para no hacerlo.

—No la merece —respondo, y después entro en mi habitación.

LIAM HA ENVIADO UN AUDIODURACIÓN: 00:02:57

Vale, sé que estás cabreada y que probablemente tendrás ganas de mandarme a la mierda, cosa que, sinceramente, estarías en todo tu derecho de hacer. Pero tengo que contarte una cosa. Ahora mismo. Creo que tienes que saberlo. Le he dicho a Michelle lo que sentía por ella y he descubierto que es correspondido, Maia. Y me he dado cuenta de que he estado engañándome a mí mismo todo este tiempo.

Siento haberte dejado plantada esta noche. He sido un cabrón y entendería que no quisieras hablar conmigo, e incluso que no escucharas este audio, pero no pierdo nada por intentarlo. He rechazado a Michelle. Y tú eres una de las razones. No puedo sacarte de mi cabeza y es una mierda porque no tengo ni idea de cómo ha pasado. Hace unas semanas estaba diciéndole a Evan que ni de coña me liaría contigo y ahora quiero hacer mucho más. Quiero conocerte. Porque creo que me gustas. Mucho. Aunque seas una borde y demasiado sincera la mayoría de las veces. De hecho, creo que es una de las cosas que más me gustan de ti. Me he pasado la vida rodeado de gente que me miente y me dice lo que quiero escuchar, y tú no lo haces.

También eres divertida, aunque el noventa y nueve por ciento de tus comentarios sean insultos hacia mí, pero, vamos, ni tú crees que vayan en serio. Me gusta que sea tan fácil hablar de cualquier cosa contigo. Y que te abras, como cuando me hablaste de tu hermana. Creo que nunca me había sentido tan bien al saber que alguien confía en mí. Y también me gusta el tema de las estrellas. Que las tengas en tu cuarto, en tu nombre, y la historia que me contaste.

Mira, esto es un jodido asco, y te juro que nunca lo voy a repetir porque me doy vergüenza a mí mismo, pero hablo en serio cuando te llamo supernova. Creo que uno se vuelve mejor persona al conocerte. No hay mucha gente en el mundo que sea así. Supongo que simplemente debes tener la suerte de encontrarla.

Bueno, y me has enseñado a cocinar y a poner la lavadora. Puntos extra. Aunque ahora la mitad de mi ropa interior es rosa y te descojonaste durante una hora. Te quito los puntos.

Sé que no vas a escuchar esto y puede que por eso sea tan fácil hablar. Me estoy enrollando. Casi tres minutos. Joder, vale. En persona no voy a decírtelo todo. Soy directo, pero no tanto, y hablar sobre sentimientos apesta. Sobre todo porque estás cabreada y probablemente me darás una patada en los huevos cuando me veas.

Cadena de oraciones para que no se muera nadie ahí abajo.

Estoy a punto de entrar en la fiesta. Dime dónde estás. Necesito verte ahora.

Ir a la siguiente página

Report Page