Hasta que nos quedemos sin estrellas

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21. La explosión de una estrella

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La explosión de una estrella

Maia

—¿Se puede saber qué te pasa? La mesa ocho lleva quince minutos esperando su pedido.

Doy un respingo al escuchar la voz de mi jefe. Está al otro lado de la barra mirándome con esa expresión que siempre me provoca escalofríos. Intento pensar en una excusa, pero me he quedado completamente en blanco.

—Está solucionado, Charles. Acabo de servirles —interviene Lisa acercándose a nosotros.

El corazón me late a toda velocidad. Alterna la mirada entre nosotras con desconfianza, pero termina asintiendo con la cabeza. Me señala con un dedo.

—Espabílate. No te pago para que espantes a mis clientes.

Se marcha a su despacho y, en cuanto desaparece, el alivio me inunda los pulmones. Parece que vuelvo a respirar. Me apoyo contra la encimera y me doy una reprimenda mental. Los sábados por la tarde siempre tenemos un aluvión de clientes, pero normalmente me las ingenio para acordarme de las comandas y servir todas las mesas a tiempo. Nada justifica que esté tan distraída.

—Gracias —le digo a Lisa, que me mira con preocupación.

—No es nada. ¿Seguro que estás bien?

—Sí —miento.

Vuelvo al trabajo para evitar que haga más preguntas.

Me he pasado toda la noche sin dormir. Ayer Steve me soltó uno de sus comentarios durante la cena y no fui capaz de pegar ojo sabiendo que él estaba en la habitación contigua. Incluso cerré la puerta con pestillo, pero no sirvió de nada. Le tengo mucho más miedo desde que se atrevió a pegarme. Ahora sé de lo que es capaz cuando pierde los estribos.

Ha pasado una semana desde entonces, lo que se traduce en que llevo siete días sin ver a Liam. La sonrisa victoriosa que esbozó Steve al comprobar que se había marchado me puso tan enferma que estuve a punto de llamarlo para suplicarle que volviera. Por suerte para los dos, no lo hice.

Ahora paso mucho tiempo sola. Steve y mamá nunca están en casa y la única persona con la que hablo a diario, sin contar a Deneb, es Lisa. Sabe que Liam y yo nos hemos distanciado, pero no le he contado por qué. No necesito a nadie más que me diga que he cometido un error. Yo misma me lo repito a menudo. Y entonces necesito toda mi fuerza de voluntad para no coger el móvil y escribirle.

Una parte de mí, la más ingenua, supongo, tenía la esperanza de que quisiera a Liam solo por interés. Estaba convencida de que solo lo echaría de menos cuando necesitara a alguien que me hiciera sentir segura en presencia de Steve. Sin embargo, no he tardado en darme cuenta de que, en realidad, esas situaciones son las más fáciles de sobrellevar. Hacen que recuerde por qué lo obligué a irse y no me cuesta mantenerme firme en mi decisión.

El problema es lo que viene después, cuando solo quedan el silencio y los pequeños detalles. Echo de menos enseñarle mi banda musical de la semana, cocinar juntos, verlo conducir cuando me recogía del trabajo para llevarme a visitar a Deneb. Las noches de películas y todas las veces que supervisé sus lavadoras para asegurarme de que no metía la pata. Llegar a casa agotada del trabajo y que sus bromas me hagan olvidar el día tan horrible que he tenido.

En momentos como esos, ni siquiera mi orgullo intenta impedirme que lo llame. Y aun así no lo he hecho.

—Tío bueno a las doce en punto —anuncia Lisa alegremente cuando estamos recogiendo los vasos sucios de la barra—. Está en tu zona, pero el código solemne de la amistad exige que me dejes atenderlo.

Se me escapa una sonrisa.

—Todo tuyo.

Sin embargo, cuando alzo la vista y lo veo, el pulso se me descontrola. Maldigo entre dientes y me giro a toda prisa para que no me reconozca.

—¿Qué pasa? —Lisa no tarda en darse cuenta de que algo va mal—. Por lo que más quieras, dime que no es tu exnovio o algo así.

—No. Es el mejor amigo de Liam.

Evan. Claro. Liam me dijo que vendría de visita esta semana, pero eso no explica qué diablos hace aquí. Nadie vendría a este lugar por voluntad propia, menos aún teniendo más dinero en la cartera que cualquiera de nosotros en la cuenta bancaria. Además, Mánchester está a media hora de aquí. Es imposible que sea una casualidad.

A mi lado, Lisa suelta un suspiro.

—Es guapo —comenta torciendo el gesto—. Lástima que vayas a atenderlo tú.

—¿Qué? —reacciono inmediatamente—. No. Ni de coña. No.

—¿Y si viene a pedirte que hables con Liam? Puede que no se atreva a escribirte y lo haya mandado a él.

Como no le he contado lo ocurrido, lleva una semana aconsejándome a ciegas. Siento una punzada de culpa, pero no es momento de entrar en detalles.

—Liam y yo no tenemos nada de lo que hablar. Mucho menos a través de sus amigos. —O de Evan. No pienso acercarme a Evan.

Se reajusta el delantal muy digna.

—En ese caso, tendré que ir yo a preguntarle a qué ha venido.

Abro mucho los ojos.

—Ni se te ocurra.

Pero la muy desgraciada ya se está alejando.

Los odio. A todos.

Podría esconderme en la cocina hasta que se marche, pero no quiero tentar a la suerte cuando Charles me tiene en el punto de mira. Me armo de valentía y me doy la vuelta. Evan se encuentra en una mesa al fondo del local. Frente a él, Lisa se expresa moviendo las manos en exceso, como hace siempre que está nerviosa. No parece haber nada fuera de lo normal hasta que ella me señala y de pronto los dos me están mirando.

La voy a matar.

Me entran ganas de salir corriendo. Aun así, me limito a seguir recogiendo los vasos sucios, como si nada, mientras intento disimular mis nervios. Unos minutos después, Lisa viene de vuelta con una sonrisa.

—Evan me ha dicho que quiere hablar contigo.

Pero si les ha dado tiempo incluso a presentarse, joder.

—Estoy ocupada.

—No empieces. No viene a echarte nada en cara. Además, parece majo.

—No entiendo por qué siempre tienes que entrometerte si nadie te ha pedido ayuda.

Me doy cuenta de que la he cagado nada más terminar de hablar. Elevo la mirada y se me rompe el corazón al ver cómo intenta no parecer afectada ante mi comentario. Como siempre, digo cosas sin pensar y hago daño a quienes me rodean. Trago saliva y comienzo a negar con la cabeza.

—Lisa, yo no..., yo...

—No —me interrumpe—. No sé qué habrá pasado entre Liam y tú, pero esta no es la primera vez que me hablas así, y no es justo.

¿He hecho eso? ¿Le he faltado al respeto en otras ocasiones? ¿Es que no voy a cambiar nunca? ¿Por qué no puedo dejar de meter la pata y simplemente ser buena para los que me rodean? Siento tanta angustia que me entran incluso ganas de llorar. Nunca me había hablado con tanta dureza. Y me odio porque yo la he obligado a hacerlo.

—Lo siento mucho. He tenido una semana horrible y...

—Eso no justifica que trates mal a los demás. Solo estaba intentando ayudarte. —Esta vez utiliza un tono mucho más suave. Clava sus ojos en los míos—. Quiero ser tu amiga, Maia. Me estoy esforzando mucho.

¿Se está esforzando? ¿Por mí?

—Eres mi amiga —me apresuro a aclarar.

—En ese caso, empieza a tratarme como tal y deja de pensar que estoy en tu contra. Solo quiero lo mejor para ti. Sé lo mucho que te gusta ese chico y no voy a dejar que pierdas la oportunidad de estar con él solo porque estés asustada.

Estoy acostumbrada a convivir con el miedo. Llevo haciéndolo toda la vida. Cuando veo al diablo viniendo de frente, lo miro a los ojos y finjo que soy más fuerte que él. Nunca pienso en lo mucho que me aterra perder la casa, no tener futuro, que Deneb nunca se despierte y que yo me quede atrapada para siempre en esta ciudad. En su lugar, solo sigo adelante porque sé que no tengo otra alternativa.

Pero no puedo hacer eso con Liam.

Si el otro día hubiera sido valiente, me habría ido con él a su apartamento. Lo habría dejado todo atrás, al menos durante un tiempo, y después habría vuelto para intentar convencer a mamá de que Steve no es bueno para nosotras. También le habría dicho a Liam lo que siento y lo que sé que él siente por mí, aunque mis inseguridades intenten convencerme de lo contrario. Y no me habría cerrado en banda cuando mencionó las cicatrices. Habría sido sincera y le habría dejado ayudarme.

Una tiene que ser muy valiente para admitir que tiene miedo. Como no lo soy, lo que hice en su lugar fue minimizar sus problemas y tratarlo tan mal que no le quedó otra que marcharse. No me extrañaría que creyera que soy una mala persona. Seguramente no querrá saber nada de mí. Y a la larga será lo mejor para él. No puedo arrastrarlo a mi agujero.

Sin embargo, no voy a explicárselo a Lisa. Tampoco quiero menospreciar sus ganas de ayudarme, por lo que me limito a responder:

—No quiero hablar con Evan. No me cae bien.

Me empuja para sacarme de la barra.

—A ti nadie te cae bien. Vamos, ve.

Vuelve al trabajo y me deja sola en medio del local. Entre la multitud descubro que Evan me observa desde su mesa. Es como una atracción de feria andante. La camisa de flamencos rosa fucsia y azul, combinada con esos pantalones anchos plateados, está haciendo que llame la atención de todo el local. Y también que se gane miradas escépticas de otros clientes.

Camino hacia él. He lidiado con muchos imbéciles a lo largo de mi vida. Puedo superar a uno más.

—¿Qué quieres? —le suelto nada más llegar. Mantengo el cuaderno en alto para simular que le tomo el pedido.

Evan se sorprende ante mi tono arisco y después sonríe, como si le pareciera divertido.

—Vaya, hola, Malena. Yo también me alegro de verte.

Ya empezamos.

—Me llamo Maia —gruño.

—¿No vas a preguntarme lo que me gustaría tomar?

Lo miro con mala cara y él amplía su sonrisa encantado. Ojalá pudiera borrársela de un puñetazo. Ambos sabemos que no me queda más remedio que decir:

—Claro, ¿qué desea tomar?

—Nada. Gracias.

—Que te jodan.

—¿Siempre eres tan hostil? Vas a herir mis sentimientos. —Se lleva una mano al pecho—. Liam me dijo que tenías una faceta amable, pero no te veo con muchas intenciones de enseñármela.

El corazón se me estruja al escuchar su nombre y que, en efecto, han hablado sobre mí. Trago saliva e intento no parecer afectada.

—¿A qué has venido, Evan?

Suspira y se echa hacia atrás en la silla.

—No me ha enviado él, pero me ha contado lo que ha pasado.

—No es asunto tuyo.

—Es mi mejor amigo. Claro que lo es.

—¿No querías que lo dejara en paz? Bien. Pues está hecho. Ahora lárgate.

—Venga ya, ¿sigues cabreada por eso? —Se toma mi silencio como una respuesta y niega con lentitud—. Mira, no tienes ni idea de cómo es nuestro mundo. He visto a Liam sufrir por personas que solo se han acercado a nosotros por interés. No sabía cuáles eran tus intenciones. Me porté como un gilipollas contigo, pero solo intentaba evitar que volviera a pasar. Además, sabía que le traerías problemas con Michelle.

—Yo no le he traído problemas con nadie. Sus decisiones las toma él.

—Bueno, cuando vendiste su historia a una revista de cotilleos no le dejaste muchas opciones.

—También me saqué esa dichosa foto para que la subiera a internet y consiguiera lo que buscaba. Y después lo acogí en mi casa. Me da igual lo que pienses sobre mí. No soy la mala de la historia.

—Y, aun así, no lo has llamado.

Aprieto el cuaderno. Necesito toda mi fuerza de voluntad para no ceder ante la presión que siento en la garganta.

—Nos liamos una vez, Evan. Y se acabó. No hay nada más de lo que hablar.

—¿Así que no piensas volver a hablarle?

Aunque todas mis partes irracionales quieren hacerlo, niego con la cabeza.

—Dile que se busque a otra. Seguro que tiene a miles de chicas detrás.

—Escucha, no debería meterme en donde no me llaman, pero a Liam le gustas. Mucho. Nunca lo había oído hablar así de una tía, ni siquiera de Michelle, y eso que se pasó más de un año detrás de ella. Lleva una semana rayado porque le dijiste que no significaba nada para ti, pero sabes muy bien que eso no es verdad.

Siento una punzada de culpabilidad. Y, para disimularlo, arqueo las cejas.

—¿Cuántos códigos de la amistad rompe lo que acabas de decirme?

—Sinceramente, Malena, creo que todos.

—Por décima vez, me llamo Maia.

—Lo sé, pero tu alter ego te salvó el culo, así que voy a tomarme la libertad de seguir usándolo. —Al verme tan perdida frunce el ceño—. Vamos, ¿no lo sabes? Michelle le dio tu nombre a Adam para la denuncia y ahora los dos creen que te llamas Malena. De nada, por cierto. Entre eso y que estoy intentando salvar tu relación con Liam, creo que estarás en deuda conmigo para siempre.

¿Así que Michelle se alió con Adam para intentar ponerme una denuncia? Se me revuelve el estómago solo de pensarlo. He intentado con todas mis fuerzas no odiarla, a pesar del daño que le ha hecho a Liam, pero no deja de sumar puntos para ganarse un puesto en mi lista negra. Sobre todo porque ahora tengo razones para darle las gracias a Evan. Y es culpa suya.

—Que no se te suba a la cabeza —me limito a responder.

—Entonces, ¿lo vas a llamar?

—No.

—¿Nunca te han dicho que eres muy cabezota?

—Lo siento, pero Liam no es mi tipo. Se acabó.

—¿Sabes? Me lo creería si no acabase de hablar con tu amiga.

Trago saliva, pero me mantengo en mis trece.

—Dile que se olvide de mí y todos contentos.

—Ya se lo dije una vez, cuando te conoció, y no me hizo caso. Si crees que va a escucharme ahora es que no lo conoces.

Una parte de mí siente alivio y me lo recrimino enseguida porque soy una egoísta. No quiero estar con él, pero tampoco soy capaz de imaginármelo con otra chica o completamente fuera de mi vida. Mierda, ¿por qué esto tiene que ser tan difícil? Me cuesta mucho hacer lo correcto cuando solo me apetece volver con él.

Me muerdo el labio y, por primera vez en días, doy un poco mi brazo a torcer:

—He borrado su número —admito. Lo hice a conciencia para no caer en la tentación de llamarlo.

Evan ya debía de contar con eso, porque no se inmuta. Solo se encoge de hombros.

—Vale. Pásame el tuyo y te lo envío.

—No voy a darte mi número.

Suelta un resoplido exasperado.

—¿Por qué me lo tienes que poner todo tan difícil?

—Porque no me caes bien.

—¿Y tú le gustas a Liam? Joder, es un puto masoquista.

Pongo los ojos en blanco. Estoy a punto de volver al trabajo, pero Evan se saca un bolígrafo del bolsillo y, fijándose en la pantalla del móvil, apunta un número de teléfono en una servilleta. Lo miro mientras escribe el nombre de Liam en la parte superior.

—Siempre llevo un boli encima —me explica—. Gajes de la fama. Tengo que estar preparado por si alguien me pide un autógrafo.

—¿Todos los youtubers sois así de engreídos?

—Para nada. Solo los mejores.

Me tiende el papel con una sonrisa. Cuando lo cojo para guardármelo en el bolsillo, me prometo que lo tiraré en cuanto me haya perdido de vista.

—De nada, Malena. Cuando consigas el mío, podrás agendarme como «Cupido».

Fuerzo una sonrisa exagerada.

—Ni muerta.

—Estoy seguro de que vamos a acabar llevándonos bien.

—Hasta nunca, Evan.

De nuevo, hago ademanes de girarme y él me detiene justo a tiempo. Solo que esta vez me molesta mucho más que antes. Me vuelvo a mirarlo de brazos cruzados.

—¿Qué? —le espeto con impaciencia.

Evan traga saliva. Ahora parece incluso nervioso.

—Digamos que no he venido solo por ti. Liam me habló sobre tu amiga Lisa. Y tenía mucha curiosidad por conocerla.

—No —me adelanto, porque sé por dónde van los tiros y no me gusta nada.

—¿Por qué? Parece simpática. Me gusta. —Le lanzo una mirada escéptica y suelta un suspiro—. Bueno, vale, también está muy buena, pero seguro que vas a insultarme por haberlo dicho.

En realidad, es justo lo que me muero de ganas de hacer. Sin embargo, esto no trata sobre mí, sino sobre Lisa. Y, aunque a mí no me entre en la cabeza, a ella le ha gustado este tío.

—Deberías hablar con ella. —Cuando me oye, Evan eleva bruscamente la cabeza—. Me ha dicho que le pareces atractivo, así que ve y pídele su número antes de irte.

Me mira de arriba abajo gratamente sorprendido y esboza una sonrisa.

—¿Esta es la faceta amable de la que me habló Liam?

—Vete al infierno.

—En el fondo eres un pastelito de azúcar, Maia. Solo necesitas tiempo.

—Voy a escupir en tu refresco.

—¿Gratis? Joder, genial. Gracias.

El muy imbécil consigue hacerme reír. Le saco disimuladamente el dedo del medio y, mientras él todavía sonríe, me giro para volver a la barra.

Aunque conozco los riesgos, cojo la servilleta y grabo en mi móvil el número de Liam.

 

 

Voy al hospital después del trabajo. Suelo coger el autobús desde que Liam se fue. No es solo porque me dé respeto conducir; estuve a punto de quedarme parada con el coche hace unos días y no me quiero arriesgar. Como si no tuviera ya suficientes problemas. No tengo ánimos ni recursos suficientes para arreglarlo, así que he decidido retrasar el momento de llevarlo al taller. Lo haré más adelante. Supongo. O simplemente lo dejaré estar. No me apetece pensar en nada últimamente.

Como todos los días, entro en la habitación de mi hermana mayor, me quito el abrigo y lo dejo sobre la silla. No me gusta estar sola y tampoco con mamá y Steve, así que he pasado mucho tiempo aquí esta semana. Hoy se cumplen ocho meses desde el accidente, pero es como si fuera un día cualquiera. Me duele mucho haberme acostumbrado a venir y que no haya cambiado nada.

—Hola, Deneb.

Me siento frente a la cama y le toco la mano. No parece ella con todos esos cables conectados al cuerpo. Las máquinas la ayudan a seguir adelante. Sin ellas ni siquiera podría respirar. Un pitido rítmico marca los latidos de su corazón y esa es la única prueba que tengo de que sigue viva. Por lo demás, es como si ya no estuviera aquí.

Me he informado mucho sobre lo que ocurrirá cuando abra los ojos. Despertarse de un coma no es tan fácil como lo pintan en las películas. Cuanto más tiempo dure, más se deteriora el cerebro y pueden aparecer secuelas motoras, como una parálisis en alguna parte del cuerpo, o cognitivas, relacionadas con la pérdida de memoria, de atención, del lenguaje o del control de los impulsos, entre otras muchas cosas. Leí el testimonio de un chico que pasó tres meses en coma y perdió el sentido de la vista, del gusto y del olfato, y la capacidad de caminar. El proceso de recuperación dura toda la vida.

Hay pacientes que consiguen volver a llevar una vida casi normal con mucha paciencia, esfuerzo y apoyo de sus seres queridos. Sé que mi hermana es lo suficientemente fuerte como para superar todo eso y más, pero no me quito de la cabeza el tiempo que ha pasado. Lleva en coma ocho meses. No tres. Ocho.

Cada vez que lo pienso, me cuesta aún más mantener la esperanza.

—Voy a ser sincera contigo. No he tenido la mejor semana del mundo —pronuncio en voz alta. Deneb es la única persona en la que confío plenamente—. Steve intentó robarme mis ahorros la otra noche, le hice frente y me dio una bofetada. Se habría ido de rositas si Liam no hubiera estado ahí. Es el chico del coche, ¿te acuerdas? Digamos que las cosas con él se me fueron un poco de las manos. Me pagó por llevarlo hasta Londres y acabó quedándose en casa durante dos semanas y rompiéndole la nariz al novio de mamá. Es un poco imbécil, pero te caería bien. Se enfadó mucho cuando Steve me hizo eso y me recordó a ti. Tú también te habrías enfadado. Y seguramente también habrías intentado romperle la nariz.

Acordarme de esa noche me provoca una punzada en el pecho. Estoy completamente segura de lo que acabo de decir. Si Deneb conociese a Liam, se llevarían bastante bien. Los dos se preocupan mucho por mí. De pronto, las palabras de Evan se me vienen a la mente y me cuesta horrores continuar:

—Le pedí que se fuera a la mañana siguiente. Le dije que lo quería fuera de mi vida. No podía dejarlo entrar en nuestro mundo. Mi vida, las conductas violentas de Steve, las adicciones de mamá... son demasiado para él. Le habría perjudicado tanto emocional como profesionalmente. Tú lo entiendes, ¿verdad? ¿Crees que he hecho lo correcto? Y, si es así, ¿por qué tiene que doler tanto? ¿Por qué no puede ser solo... más fácil? —continúo, con un nudo en la garganta—. ¿Por qué mamá no deja a Steve de una vez y comienza a cuidar de mí? ¿Por qué no paro de pensar que tengo a todo el mundo en contra? Deneb, ya no puedo más. Solo quiero que esto se termine. Estoy cansada de seguir adelante pase lo que pase.

Se me llenan los ojos de lágrimas. Me inclino para apoyar los brazos en el lateral de su cama y entrelazo mi mano con la suya. Lucho tanto por no soltar un sollozo que la presión que siento en el pecho se vuelve cada vez más insoportable.

—Quiero ser como tú e ir a la universidad. Me gustaría estudiar Periodismo y trabajar en una cadena de radio. Sabes lo mucho que me apasiona la música. Y quiero... quiero hacer amigos. Muchos más de los que tengo. Quiero ser capaz de salir de fiesta y pasármelo bien. Quiero atreverme a salir con un chico y que no me importe arriesgarme a que me rompa el corazón. Quiero volver del trabajo y encontrarme a mamá sobria, sonriendo, preparando la cena o arreglada para ir a comer fuera. Quiero volver a celebrar mis cumpleaños. Recorrer las calles de noche y tumbarme en la playa a mirar las estrellas. Quiero reírme hasta que me duela el estómago. Quiero ser la niña de la leyenda del pueblo khoisan en África, la que creaba galaxias. Quiero viajar por el mundo, descubrir nuevas culturas, conocer gente. Estoy desesperada por empezar a vivir, Deneb. Necesito empezar a vivir.

Me gustaría que abriera los ojos. Que me consolara y me dijera lo que necesito escuchar. Siempre ha sido mucho mejor que yo. En todo. Era la favorita de mamá, le caía bien a todo el mundo y sabía gestionar este tipo de situaciones de la manera correcta. Si las cosas hubieran sido al revés, todo sería diferente. Deneb no se habría hundido. Pero yo sí. Porque no soy ni la mitad de fuerte que ella.

—Ojalá pudieras darme un abrazo —añado con la voz rota—. ¿Voy a quedarme aquí atrapada para siempre? ¿O crees que algún día tendré una oportunidad?

Tal y como esperaba, no hay respuesta.

Observo las estrellas del techo y la fotografía del mueble junto a la cama. La sacamos el día de su cumpleaños. Aparecemos riéndonos juntas mientras miramos a la cámara. A veces siento envidia de la Maia de entonces, la que era ingenua y confiaba en que tendría todo el tiempo del mundo para disfrutar de sus seres queridos. La que estaba segura de que nunca la olvidarían. La que tenía una vida perfecta. Ojalá hubiera sabido aprovechar al máximo cada minuto que viví antes del accidente.

Sé que llorar no solucionará mis problemas, pero aun así me permito hacerlo mientras nos invade el silencio y solo estamos Deneb y yo, como siempre desde hace mucho tiempo. No le suelto la mano hasta que la presión que tengo en el pecho desaparece. Cuando quiero darme cuenta, fuera ha anochecido y tengo los músculos engarrotados por llevar tanto tiempo en la misma postura. Me incorporo a duras penas. Me duele mucho la cabeza.

Me seco los restos de lágrimas y echo un vistazo al móvil. Tengo una llamada perdida. Justo en ese momento vuelve a sonar.

—Hola, mamá —respondo tan tranquila como puedo. No quiero hablar con ella delante de Deneb, así que me levanto con cuidado para salir de la habitación.

El pasillo está casi vacío, a excepción de algunas enfermeras que van de un lado a otro. Miro la hora en el móvil. Son casi las ocho y el horario de visitas está a punto de terminar, por lo que ahora entraré a ponerme el abrigo y me iré a casa.

—Maia, ¿has hablado con Nancy este mes? —es lo primero que pregunta.

—¿Con la casera? Sí, pagué hace unos días. ¿Por qué? ¿Va todo bien?

Tengo un mal presentimiento. Mi madre rara vez me llama por teléfono, de manera que nadie puede culparme por mostrarme desconfiada. Ella suspira.

—No, tranquila. Supongo que tendremos que retrasarlo.

—¿Retrasar el qué?

—¿No te lo he contado? Dios santo, juraría que había hablado contigo anoche. ¡Steve y yo vamos a mudarnos juntos! Y tú vienes con nosotros, claro. —Creo que se me detiene el corazón. Mamá sigue hablando, ajena al hecho de que todavía no he conseguido procesar sus palabras—: Hemos estado pensándolo mucho y creemos que nuestra casa es demasiado grande para los tres, así que nos iremos a la suya. Puede que te caiga un poco lejos del trabajo, pero no pasa nada, ¿verdad? Creo que a las dos nos vendría muy bien un cambio de aires.

—¿Quieres que dejemos la casa? ¿Y qué pasa con Deneb y papá?

El corazón me late muy deprisa. Esto no puede estar pasando. Me he peleado contra el mundo para seguir viviendo ahí y ahora mamá quiere tirar todos mis esfuerzos por la borda. Y sin consultarme.

—No entiendo a qué te refieres, cariño —contesta confundida.

Cuando la escucho, todo lo que siento es dolor y rabia.

—A que es su casa también. ¿Qué pasa? ¿Te has olvidado de papá ahora que está muerto?

Un silencio sepulcral se adueña de la línea. Creo que es la primera vez que menciono a mi padre en voz alta desde el día del accidente.

—Maia, yo jamás...

—¿Y Deneb? —añado—. ¿Sabes dónde estoy ahora mismo, mamá? En el hospital, como todas las noches. Con tu hija. Porque, por si ya no te acuerdas, ella todavía sigue aquí. ¿Sabes cuántos meses lleva en coma?

—No sé a qué viene esto, yo no...

—Responde —le exijo.

—No lo sé.

—Ocho. Lleva ocho putos meses en esta habitación y tú no te has molestado en venir a verla ni una jodida vez. ¿Cómo puedes ser tan egoísta?

Vuelvo a tener los ojos inundados en lágrimas. Toda la ira que he contenido durante este tiempo amenaza con salir a la luz. Y ahora no solo no la retengo, sino que le abro las puertas.

—Sabes que no me gustan esas cosas y... —titubea, pero no la dejo continuar.

—¿Qué no te gusta? ¿Cuidar de tus hijas? ¿Por eso te has pasado ocho meses dándome de lado? No sé qué hacer para que abras los ojos. Vuelvo a casa agotada del trabajo y pago las facturas mientras tú estás por ahí con Steve. Te pones de su parte cuando discute conmigo, aunque yo tenga la razón, y no le levantas la voz cuando me suelta esos comentarios asquerosos. ¿Cómo puedes dejar que me hable así? ¿Crees que no me afecta? ¿Que me gusta escuchar las cosas que se muere por hacerme, lo mucho que le gusto y... y...? ¿Crees que no me repulsa? ¿Que no me da miedo? —No lo aguanto más. Se me rompe la voz—. Te necesito, mamá. Y Deneb también. Te hemos necesitado durante mucho tiempo, y tú nos has dejado tiradas. ¿Por qué no te das cuenta? No puedo seguir adelante yo sola. ¡Te necesito, joder!

Y exploto, como cuando muere una estrella. Se me escapa un sollozo que se pierde bajo el pitido ensordecedor que comienza a sonar por todo el hospital. Entonces, todo ocurre muy rápido. Una enfermera corre hacia la habitación de mi hermana, sale diciendo algo a gritos y lo siguiente que sé es que decenas de médicos vienen en nuestra dirección. Ni siquiera sé si llego o no a colgar el teléfono.

Lo peor es que cuando corro hacia la cama de Deneb llorando y suplicando que me dejen verla es porque estoy convencida de que se ha despertado.

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