Hasta que nos quedemos sin estrellas

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25. La luz al final del túnel

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La luz al final del túnel

Maia

—Estoy nerviosa.

—Lo sé —responde Lisa al otro lado de la línea—. Pero estoy segura de que saldrá bien.

Trago saliva y vuelvo a mirar el reloj. Me quedan solo quince minutos para conocer al que podría convertirse en mi nuevo jefe. Si no meto la pata hasta el fondo, claro. Estoy a una sola calle de distancia del local. En realidad, está bastante cerca del apartamento de Liam, por lo que me habría bastado con salir con unos cinco minutos de antelación, pero necesitaba desesperadamente irme de allí. Liam llevaba dándome consejos desde que llegué del trabajo. Creo que estaba incluso más nervioso que yo. Y me estaba estresando.

De hecho, lo he bloqueado en WhatsApp para que no pueda enviarme más mensajes.

No soy la persona más amable del mundo, vale, pero seguro que ya está acostumbrado.

—Lisa, no tengo nada bueno que ofrecer.

Y basta con ver mi currículum para darse cuenta. Antes ni siquiera tenía uno, Liam me ayudó a hacerlo anoche. Y es penoso. Estudios: los básicos, acabé el instituto a duras penas. No sé nada de idiomas. ¿Experiencia? Bueno, trabajo en el bar de Charles desde hace ocho meses, pero no sé hasta qué punto puedo considerarlo «oficial» si el muy gilipollas no me ha hecho un contrato todavía.

Esto no va a funcionar. Y Liam y Lisa están tan convencidos de que sí que me da pánico decepcionarlos.

—Tampoco tienes nada que perder —dice ella—. Si no te contrata, seguirás trabajando en el bar como si nada. Las cosas pueden ir a mejor o seguir igual. Así que ve e inténtalo. Y veremos qué sale.

—No sé cómo dar una buena impresión —me sincero frustrada.

—Vale. Primer paso: ¿cómo vas vestida?

Echo un vistazo a mis vaqueros y a la camisa blanca que he escogido.

—Decente. Liam me dijo que le gustaba.

—Te diría eso incluso aunque llevases una bolsa de basura —respondo, e imagino que sonríe—. Es una tienda de discos, ¿no? Sabes mucho sobre música. Impresiónalo.

Aprieto los labios. Bueno, eso sí que puedo hacerlo. O al menos lo puedo intentar.

—No tengo nada que perder —repito para autoconvencerme.

—Exacto. Ojalá te contraten. Aunque será una mierda tener que lidiar con Derek por mi cuenta.

Se me escapa una sonrisa. Es una forma muy curiosa de decirme que va a echarme de menos.

—No voy a dejar de trabajar en el bar. Ni aunque me contraten aquí. Puedo compaginar los dos trabajos durante una temporada. Me gustaría ahorrar para la universidad y...

Cierro la boca antes de irme por las ramas. Prefiero no hacerme ilusiones. Creo que Lisa lo sabe y, si estuviéramos cara a cara, estoy segura de que sonreiría con tristeza.

—Antes ha venido tu madre a preguntar por ti —dice, y se me tensa todo el cuerpo.

No sé nada de ella desde el funeral. Y han pasado dos semanas.

—¿Iba sola? —es lo primero que pregunto. Soy una hija terrible.

—No. Había un hombre esperándola fuera, en el coche.

Claro. Steve. No ha cambiado nada.

No sé por qué me sorprende.

—¿Te dijo qué quería?

—No, pero no parecía... sobria —contesta. Parece que le cuesta mucho pronunciar estas palabras—. Creo que la muerte de Deneb la ha afectado mucho.

Pues claro que sí, pero a mí también y no me paso el día emborrachándome para huir del dolor. Al contrario. Yo intento seguir adelante, aunque me cueste y a veces piense que no voy a ser capaz. Sin embargo, mi madre ya se ha rendido. Y no es nada nuevo. Lo hizo el día del accidente.

No saldrá del agujero a menos que se lo proponga.

—Gracias por contármelo —le digo a Lisa.

—No las des. Le sugerí que la próxima vez te avisara por teléfono antes de venir. Creí que te quedarías mucho más tranquila.

Siento un torrente de alivio. Creo que debería decirle más a menudo lo mucho que aprecio que sea tan buena amiga.

—Sí. Gracias otra vez. —Miro la hora en el reloj—. Tengo que dejarte. No quiero llegar tarde a la entrevista.

—Olvídate de los nervios, ¿entendido? Estoy segura de que... —No obstante, se calla cuando su teléfono vibra contra nuestras orejas—. Liam acaba de escribirme para que te desee suerte de su parte. Y también para que te diga que... Espera un momento, ¿lo has bloqueado?

—Me estaba poniendo nerviosa —argumento en mi defensa.

—¿Y así es como pretendes ligar con él?

—Cállate de una vez.

—Supernova. Guau. ¿Ese es tu apodo? Qué cursi.

—Adiós, Lisa.

—En el fondo eres una romanticona, ¿eh?

—Que te jodan.

Me muerdo el labio para no sonreír y cuelgo oyendo su risa de fondo. A continuación, me guardo el móvil en el bolsillo y tomo aire para armarme de valentía. Muy bien. Puedo con esto.

Diez minutos después, empujo la puerta del Brandom House, el local que Liam encontró por casualidad y que podría convertirse en mi próximo puesto de trabajo. Me dijo que me encantaría y no tardo en entender por qué. Un solo vistazo a los pósteres de las paredes y a los discos de vinilo que llenan las estanterías basta para que un torrente de emoción se me instale en el pecho. Mierda, solo llevo unos minutos aquí y ya estoy enamorada de este sitio.

Necesito conseguir el trabajo. Sea como sea.

—¿Qué banda le recomendarías a un cliente si te dijera que Coldplay es una de sus favoritas?

Me vuelvo para ver a un hombre cincuentón saliendo de la trastienda. Liam no me dijo su nombre, pero, a juzgar por el logo de su camiseta, es el dueño del local.

Me aclaro la garganta e intento mantener mis nervios a raya:

—Imagine Dragons, sin duda. Aunque se me ocurren muchas más.

—¿Por ejemplo?

—¿One Republic? ¿Bastille? Hacen ese tipo de música que fácilmente podría gustarle a todo el mundo.

—Estoy de acuerdo. —Se apoya de brazos cruzados contra el mostrador sin dejar de mirarme—. ¿The Neighbourhood?

—¿Paramore? —sugiero.

—Nada mal. ¿Qué opinas de la música ambiente?

Wonderwall, de Oasis. Es la misma canción que sonaba ayer cuando vino Liam. Me lo comentó como un detalle sin importancia, pero a mí sí me parece relevante. La han puesto, como mínimo, dos veces en dos días. Y no hay ningún corte característico de los que hacen en la radio, así que es evidente que la música la escoge él.

Es una lista de reproducción. Y hacerlas es uno de mis talentos.

—Me gusta —respondo—. De hecho, la tengo en muchas de mis playlists.

Pone cara de interés. Bingo.

—¿Las ordenas? —me pregunta.

—Por género y estado de ánimo. Y también por estaciones del año. Y tengo una con todas mis bandas de la semana.

Espero que sienta curiosidad por esto último, pero se limita a sonreír. Saca un cigarrillo y lo enciende antes de llevárselo a los labios.

—Maia, ¿verdad? —Al verme asentir, añade—: Soy Clark. Y creo que sabes de lo que hablas.

—Me encanta la música. No podría vivir sin ella.

—Ya. —Me mira de arriba abajo—. ¿Tienes experiencia?

—Ocho meses trabajando de cara al público. Soy buena en la atención al cliente. Y también muy persuasiva.

—¿Lo puedes demostrar?

—Lo verá usted mismo cuando consiga que me contrate.

No sé de dónde saco la confianza para decírselo. Temo que se moleste y me eche a patadas de la tienda, pero lo que hace en su lugar es esbozar una sonrisa divertida. Oímos las campanillas de la puerta a nuestras espaldas. Una mujer acaba de entrar en el local con su hijo, que no tendrá más de quince años.

—No es a mí a quien tienes que convencer, sino a ellos —replica, y los señala con disimulo—. Adelante, chica. Enséñame lo que sabes hacer.

Bien. Cojo aire y fuerzo una de mis mejores sonrisas antes de dirigirme hacia mis nuevos clientes.

 

 

Esa noche, cuando forcejeo con la cerradura del apartamento de Liam para entrar, me pesan los músculos de puro agotamiento. Ha sido una jornada muy intensa. Sin embargo, creo que he tenido suerte; el adolescente que Clark me adjudicó como primer cliente era tan fan de 3 A. M. como yo y no me costó convencerle de comprar uno de sus discos. Después fui a echarme flores delante de mi —quizá— futuro jefe y me he pasado ayudándolo el resto de la tarde. A la hora de cerrar me dijo que me llamaría para comunicarme su decisión, así que solo me queda tener esperanzas.

Cierro la puerta. Fuera ha oscurecido y todas las luces están apagadas, excepto la de la cocina. Liam sale de allí al oírme llegar. Puede que estuviera haciendo la cena; últimamente él siempre se encarga de cocinar y, aunque jamás lo admitiré en voz alta, no se le da nada mal.

—Eh —me saluda con una media sonrisa—. ¿Cómo ha ido?

—Todavía no lo sé. Se supone que...

Me callo cuando mi móvil se pone a sonar. Me lo saco del bolsillo a toda prisa y el corazón me da un vuelco cuando leo el nombre que se ilumina en la pantalla.

—Es Clark —susurro tragando saliva.

Liam abre mucho los ojos.

—¿Y a qué coño esperas? ¡Responde!

—Pero ¿y si me dice que no me va a contratar? ¿Y si...?

—Maia —me interrumpe con brusquedad.

Mierda, vale, esto es absurdo. Cojo aire y, tras lanzarle una última mirada nerviosa, descuelgo y me llevo el teléfono a la oreja. Mientras tanto, él me mira desde la otra punta del pasillo, muy atento a mi reacción.

La conversación solo dura unos minutos. Y, cuando termina, tengo los ojos llenos de lágrimas.

Liam suspira y camina hacia mí con lentitud.

—Mierda, lo siento mucho. Pensaba que...

—Me han dado el trabajo.

Silencio.

—¿De verdad? —pregunta para asegurarse.

—Sí. —Y se me escapa un sollozo.

Me acerco y dejo que me envuelva entre sus brazos. No siento euforia ni adrenalina ni ganas de chillar de la alegría. Solo calma. Con un segundo trabajo, podré ahorrar lo suficiente para ir a la universidad. Requerirá tiempo y esfuerzo, pero, después de estas semanas caóticas, es un alivio empezar a ver una luz al final del túnel. Por fin siento que puedo tener un futuro. Que no está todo perdido. Que la vida me está dando una oportunidad.

—No llores —susurra contra mi cuello—. Es una buena noticia, ¿no?

Verlo dudar hace que me ría entre lágrimas. Me alejo de él y asiento mientras me las seco con el brazo. Creo que me he dejado llevar por las emociones. Es algo que antes no me pasaba tan a menudo.

—Empiezo el lunes —le explico con la voz temblorosa—. Clark cree que soy perfecta para el puesto y... y quiere que me incorpore lo antes posible.

Al escucharme, Liam sonríe. Y me doy cuenta de cómo me mira; de ese brillo en sus ojos azules.

—Estoy muy orgulloso de ti.

Juraría que el estómago se me pone del revés.

Sacudo la cabeza.

—No lo habría conseguido sin tu ayuda.

—Eso no es verdad. A mí solo me ofrecieron la entrevista. Eres tú la que ha ido allí y le ha demostrado a ese hombre lo alucinante que eres.

Nos miramos a los ojos. Él sigue sonriendo. Y, conforme el silencio se abre paso entre nosotros, yo pienso en todas las razones por las que debería darle las gracias. Lo de esta tarde es solo el principio.

Pienso en aquella noche, cuando vino a recogerme sin que le importara que hubiéramos discutido. En que ha aguantado mi silencio y mis evasivas durante casi dos semanas sin presionarme y sin hacerme sentir que debía fingir que estaba mejor. En todas las veces que me llevó al hospital para visitar a mi hermana y en cómo me escuchaba con atención cuando le hablaba sobre ella. En ese día en el cementerio, cuando entrelazó su mano con la mía para evitar que me hiciera daño. En que me llama supernova. Porque cree que tengo cosas buenas. Y muchas veces las menciona, como si supiera que necesito escucharlas en voz alta porque yo no soy capaz de verlas.

Ha sido un apoyo fundamental para mí desde que todo empezó a torcerse. Se quedó conmigo cuando creí que todo el mundo me abandonaría. A pesar de todo, él sigue aquí. Y estoy cansada de alejarme y de fingir que no estoy mucho mejor cuando se encuentra cerca.

Lo que hay entre nosotros me tiene muerta de miedo.

Pero ¿qué más da?

Me he enfrentado a cosas mucho peores.

—Tú ganas.

Mi voz rompe el silencio que se había instaurado entre nosotros. Me invade la desesperación.

—Tú ganas —repito—. Me rindo, Liam. Tú ganas. Tú ganas.

Y de pronto lo estoy besando.

Se nos va muy rápido de las manos. Es suave e inocente al principio, y no busco provocarlo ni que sea uno de esos besos que te dejan sin respiración. Pero solo el contacto ya hace que me tiemble todo el cuerpo y que las emociones que se me arremolinan en el estómago amenacen con superarme. Me alejo lo justo para respirar jadeando, y es él quien tira de mí para que nuestras bocas se encuentren en un beso mucho más intenso. Y, ahora sí, siento la adrenalina, la necesidad, la urgencia.

Mierda, cuánto había echado esto de menos.

Lo agarro del cuello y de la nuca, y lo atraigo hacia mí para darle la respuesta que está buscando. Deslizo mi lengua encima de la suya y de su garganta brota un sonido ronco que juraría que siento en todas partes. El beso es hambriento, arrollador. Sus manos me agarran el abrigo y dejo que me lo quite a tirones y que lo lance al suelo. Ni siquiera sé dónde aterriza. Tampoco me importa. Me hace retroceder hasta que mi espalda choca contra la puerta y empuja sus caderas contra las mías.

El cerebro se me parte en dos. Emito un quejido, pero no es de gusto.

—Estás haciendo que me clave el pomo, gilipollas.

Reacciona enseguida y tira de mí para apartarme y abrir la puerta.

—En este tipo de situaciones tú tienes que pensar por los dos.

Me hace gracia, pero entonces veo el brillo oscuro en sus ojos y sus labios hinchados tras los besos, y la risa se me atasca en la garganta.

—¿Tenemos la casa para nosotros y me traes a tu cuarto?

Me mira de arriba abajo, con la respiración agotada. Y sonríe.

—¿Qué te voy a decir? Soy un tío muy sentimental.

Empuja la puerta por encima de mi hombro para invitarme a entrar. Obedezco, pero sin girarme; camino de espaldas y me desabotono la camisa lentamente sin perderlo de vista. También me deshago de los zapatos. Mientras tanto, Liam se saca el móvil del bolsillo y lo deja sobre la cómoda. Su mirada se posa sobre la camiseta de tirantes que me he dejado puesta. Y sé muy bien lo que está pensando. Porque yo tengo lo mismo en la cabeza. Nos miramos hasta que la tensión se vuelve insoportable.

Y por fin comienza a acercarse.

—Perdedora —se burla en voz baja.

—De vez en cuando. Pero no pasa nada, ¿no?

La expectación me provoca un tirón en el estómago. Se detiene frente a mí y baja la mirada hasta mi boca. Y entonces me pone una mano en el cuello y vuelve a besarme. No es brusco, pero sí muy intenso. Me hace retroceder hasta que mis piernas chocan contra la cama y yo lo agarro de la camisa para arrastrarlo conmigo. Lo empujo para que se siente primero y me coloco a horcajadas sobre su regazo.

Él me pone una mano en la parte baja de la espalda para atraerme más hacia sí. Gimo en su boca al notar la presión de su cuerpo contra el mío. Necesito tocarlo, así que le quito desesperadamente los botones de la camisa. No se la quito, pero por fin tengo sus hombros, sus brazos, su abdomen marcado, todo a mi disposición. Dejo que mi boca descienda por su cuello y me recreo buscándole el pulso mientras mis manos acarician sus pectorales.

Entretanto, las suyas se cuelan bajo mi camiseta y dejan un rastro abrasador sobre mi estómago.

—Tendría que haberte ayudado a buscar trabajo mucho antes —susurra contra mi boca.

De nuevo, mi risa se convierte en un suspiro cuando me echa la cabeza hacia atrás y ahora es él quien me besa el cuello. Reparte besos húmedos y lentos por mi garganta, y yo clavo las uñas en sus hombros por instinto. Después me lo pienso mejor y las enredo en su pelo para tirar de sus rizos suaves. Estoy tan acalorada que colaboro con ganas cuando intenta deshacerse de mi camiseta.

Se aleja para mirarme y emite un quejido de gusto.

—Dios. Gracias. Llevas este sujetador.

Es el mismo sujetador negro de encaje que tenía puesto anoche cuando lo dejé con las ganas en el salón. Me entra la risa al verlo tan encantado.

—Te conformas con muy poco, ¿sabes?

—Contigo. Y no me parece conformarse. Más bien, creo que es aspirar bastante alto. —Me hunde las manos en las caderas y sus ojos azules encuentran los míos—. Dime que vamos a dejarnos de jueguecitos y que vas a besarme siempre que quieras.

—El otro día te invité a venir a la ducha conmigo. Y no quisiste.

—Me dijiste que ibas a ducharte sola.

—Sí. Pero era una indirecta.

—A mí me pareció una forma bastante directa de rechazarme.

—Porque nunca te enteras de nada.

—¿Vas a besarme siempre que te apetezca o no?

—Depende. ¿Vas a hacerlo tú?

Esboza una de esas sonrisas asquerosamente arrebatadoras.

—Si me das vía libre, te aseguro que sí.

—Tienes vía libre.

—Genial. Yo para ti soy siempre un hombre dispuesto.

—Siempre eres un hombre dispuesto. Para todo el mundo.

—No es verdad. Es contigo. —Utiliza la mano en mi cadera para hacer que me acerque más a su cuerpo—. Tú respiras y yo gimo internamente.

Me pilla tan desprevenida que me cuesta no reírme.

—Júrame que no acabas de decir eso.

—Bueno, no es solo cuando respiras —aclara—. Digamos que es cuando respiras y tu boca está cerca. O tu cara. O tu cuerpo. ¿Ahora mismo? —Me mira de arriba abajo—. Estoy gimiendo internamente. Muy fuerte, además.

Y ya no puedo controlar la risa. Liam sonríe, visiblemente orgulloso de sí mismo. Espero que me bese, pero no lo hace, solo se queda mirándome en silencio. Y lo que siento entonces es muy diferente de lo que he sentido antes con otras personas. He conseguido un buen trabajo, estoy a solas con el chico que me gusta y no tengo ninguna razón para seguir poniéndome obstáculos.

—¿Qué? —susurra al notar que sonrío.

«Creo que me estoy acordando de lo que se siente al ser feliz.»

—Nada —respondo en su lugar, sin borrar la sonrisa.

Debe malinterpretar mi silencio, ya que su mirada baja hasta mi boca y traga saliva.

—Maia —murmura.

—¿Sí?

—¿Vamos a la ducha?

Me recorre un escalofrío de la cabeza a los pies.

—¿Dónde ha quedado tu lado sentimental?

—Puedo ser sentimental bajo el agua.

Sonríe y, antes de que me dé tiempo a reaccionar, se levanta aún teniéndome encima. Acaba cargándome sobre un hombro como si fuera una muñeca, y yo chillo y lo insulto de todas las formas posibles. Creo que me dejará en la puerta del baño, pero sigue avanzando hacia la bañera, sin darle ni la más mínima importancia al hecho de que todavía estamos completamente vestidos. Me doy cuenta de cuáles son sus intenciones cuando ya es demasiado tarde.

Se pelea conmigo para meterme dentro y, con la ducha apuntándome directamente a la cabeza, enciende el agua fría a máxima potencia.

Suelto una exclamación de sorpresa y tiro de él para obligarlo a entrar conmigo. El corazón me late a toda velocidad y apenas me queda aire en los pulmones. A Liam le recorre un escalofrío al entrar en contacto con el agua, pero no se queja ni una sola vez. Me acorrala contra la pared y se inclina para regular la temperatura. Está tan cerca que no puedo respirar.

Cuando el agua templada comienza a caer sobre nosotros, se aleja para mirarme a la cara. Él también tiene la respiración entrecortada y en sus ojos veo el deseo que intenta reprimir. Los vaqueros mojados se me pegan a las piernas y, aun así, solo pienso en las ganas que tengo de besarlo. Y de que se acerque más.

—Será como besarse bajo la lluvia, ¿eh?

Siento su aliento contra los labios. Su tono deja entrever un claro: «¿Ves, Maia? Te dije que soy un tío megasentimental».

Elevo las cejas divertida.

—Habría sido más inteligente quitarnos la ropa primero.

—Pero es mucho más divertido hacerlo ahora.

Sonríe como si supiera el efecto que sus palabras han tenido en mí. Después se inclina y nuestras bocas se encuentran en un beso que me deja sin fuerzas y sin respiración. Ya no hay tiempo para delicadezas. Me acorrala contra la pared y yo bajo las manos hasta sus caderas para que se acerque todavía más. Me recreo notando el tacto suave y resbaladizo de su piel bajo mis dedos.

Liam está muy bueno. Antes pensaba que él lo sabía y que actuaba en consecuencia, pero en realidad no siempre tiene esa confianza en sí mismo. Solo finge que sí. Y lo hace tan bien que ha conseguido que todo el mundo crea que es un capullo egocéntrico. Me di cuenta de que era mentira porque anoche, cuando le dije que me gustaba, se le iluminaron los ojos. Y ahora parece realmente orgulloso de sí mismo al verme acariciar sus músculos tan ensimismada.

—Me gustas mucho —repito, por si acaso.

No me importa subirle el ego un poco más.

Liam sonríe sobre mi boca.

—Lo sé. Soy un tío con mucha suerte.

Por fin le quito la camisa y la lanzo por encima de la mampara. Él se desabrocha el cinturón. Lo miro con la respiración agitada y una oleada de calor me sacude el cuerpo cuando me fijo en el suyo.

El agua cae sobre sus rizos oscuros y desciende sobre sus hombros anchos y su abdomen hasta perderse en el interior de sus pantalones. Pero no por mucho tiempo.

Se los quita con alegría y los tira fuera para que no molesten.

Luego, me mira de arriba abajo.

—Tu turno —me insta al ver que no me muevo.

Mis manos obedecen y desabrochan el botón de mis vaqueros. Me los bajo sin miramientos, aunque él no me pierda de vista. No es lo mismo desnudarse en la cama entre besos que aquí, cuando solo nos estamos mirando en silencio. Y, cuando me quedo solo en ropa interior, estoy nerviosa y acalorada. Pero no siento ni una pizca de miedo o de vergüenza. Sobre todo si me mira así.

—No has terminado —añade señalándome con la cabeza.

—Pues ven y hazlo tú.

Liam sonríe. Y, de nuevo, su boca envuelve la mía en un beso urgente y me agarra de las caderas para empujarme contra él. Jadeo al sentir su cuerpo contra el mío. Después me echa la cabeza hacia atrás y sus labios me exploran el cuello. Me agarro a sus brazos para no caerme. Una de sus manos asciende lentamente por mis costillas y se cuela en mi espalda para alcanzar el broche de mi sujetador. Se deshace de él en un abrir y cerrar de ojos.

—Tú primero —susurra cuando intento tocarlo también—. Déjame a mí.

Su voz grave y áspera me provoca un escalofrío. Asiento, sin habla, y enredo las manos en su pelo mientras sus besos recorren mi clavícula. Emito un quejido bajito cuando envuelve mis pechos con las manos y arqueo la espalda por instinto, ansiando más. Juraría que lo noto sonreír contra mi piel antes de sustituirlas por su boca. Despierta en mí un cosquilleo tan intenso que se me nubla la mente.

Sin embargo, no tarda en seguir bajando, dejando un camino de besos por mi vientre que hacen que me arda la piel. Mientras tanto, sus manos me acarician los muslos sin prisa, tomándose las cosas con calma. Lo conozco, sé que quiere provocarme y eso va a acabar conmigo. Me da un beso en la parte baja del ombligo y se me tensa todo el cuerpo. Cierro las piernas por instinto, y no sé si estoy relajada o frustrada cuando me doy cuenta de que solo quería quitarme la ropa interior.

Espero que haga algo más, pero se incorpora para mirarme. Y el muy capullo se ríe entre dientes cuando nota que estoy casi sin aire.

—Alguien tenía muchas ganas de que pasara esto —canturrea burlón.

Si no me gustara tanto, le borraría esa sonrisa de un puñetazo.

En su lugar, gimo en voz baja cuando por fin lleva la mano adonde quiero. Siento el corazón latiéndome en los oídos, en el pecho, en la garganta, en todas partes. Sobre todo cuando roza ese punto sensible. Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos. Le clavo las uñas en los hombros sin darme cuenta. Liam se aparta un momento para susurrar:

—¿Puedo probar una cosa?

Agradezco que pregunte, aunque ahora mismo no sea capaz de conectar más de dos neuronas para responder.

—Solo si no va a dolerme.

Ante todo el instinto de supervivencia.

Él sonríe.

—No va a dolerte, pero pararé si no te gusta.

Asiento conforme, ya que me parece un buen trato. Ni siquiera sé cómo soy capaz de mantenerme en pie. Se aleja un poco de mí, aunque no mueve la mano de mi cadera, y yo me recreo mirándole el cuerpo desnudo. Trago saliva. Vale. No reacciono hasta que el agua deja de caer.

Ha cogido la regadera de la ducha y ahora regula la temperatura.

—¿Mucha presión? —pregunta, como si de verdad creyera que yo estoy en condiciones de formular una respuesta.

Abro y cierro la boca como una imbécil.

Al notarlo, sonríe mucho más.

—¿No decías que ya lo habías hecho en la ducha?

Pues claro que sí. Una vez. Con Derek. Y fingí haber tenido un orgasmo para marcharme y que me dejara en paz. No es comparable.

Además, lo hicimos en la ducha. No con la ducha.

—¿Probamos o no? —insiste ante mi silencio.

Asiento efusivamente.

—No sé cómo te lo voy a compensar —musito con la voz ahogada.

Comienza a reírse. Pero yo estoy preocupada de verdad. Mierda, ¿cuál es el equivalente a esto para un tío? ¿Qué voy a hacer después?

—No pienses en eso ahora —susurra volviéndose a acercar.

Trago saliva. Cuando apunta con la alcachofa al lateral de mi estómago, estoy tan tensa que no me puedo mover. Liam se da cuenta y me besa para ayudarme a dejar la mente en blanco. Funciona bastante bien. Desliza la lengua sobre la mía para profundizar el beso y emito un quejido contra sus labios. Me distraigo con sus caricias hasta que me agarra de la cadera y mete una pierna entre las mías para separarlas. Y, en cuanto noto la presión del agua, juro que me flaquean las rodillas.

Es una sensación diferente a las que he tenido antes. Nunca lo había probado. Ni siquiera estando sola. Siento el impulso de apartarme, pero me mantiene sujeta contra la pared, quieta y pegada a su cuerpo. Me pone una mano en el cuello para atraerme hacia sí y besarme con más intensidad, mientras, sin dejar de prestar atención a mis reacciones, aumenta y disminuye la presión para controlar la montaña rusa de sensaciones que me va a explotar en el estómago. Ni siquiera sé cómo describirlo. Es... es...

De repente, baja al mínimo la temperatura. El frío helado contrasta con el calor que emana mi piel y el final me llega de forma violenta y por sorpresa. Una corriente eléctrica me recorre el cuerpo entero, clavo las uñas en su espalda y Liam me acalla el quejido ronco que brota de mi garganta besándome con más fuerza.

Madre mía.

Madre. Mía.

Me aparto de él jadeando. Me cuesta respirar. Ha sido tan intenso que me siento débil y sin fuerzas. Por suerte, Liam sigue sosteniéndome con su cuerpo. También me besa el cuello, pero no de la misma forma brusca y pasional de antes. Son besos cortos y suaves, incluso tiernos, que hacen que el estómago se me contraiga por un motivo muy diferente al de hace un momento. Dejo caer la frente sobre su hombro rendida.

—Liam —susurro sin mirarlo.

—Mmm —murmura él contra mi piel.

—No somos amigos, ¿vale?

Puedo notar cómo le tiemblan los hombros cuando se ríe.

—No, no lo somos.

Apaga el agua y nos quedamos en silencio. Nuestros cuerpos están mojados y resbaladizos y, aun así, no siento ni una pizca de frío.

Me aparta el pelo húmedo de la frente.

—¿Qué tal? —pregunta sin ningún rastro de burla en su voz.

—Me ha gustado. Mucho. Ha sido...

No encuentro palabras para describirlo. Vuelvo a gemir exageradamente y él se echa a reír.

—No tienes ni idea de lo guapa que estás ahora mismo.

Imagino que estoy despeinada y acalorada, y aun así tiene esa forma de mirarme, como si nunca hubiera visto a alguien que le gustase tanto. Y esta vez sí me lo creo. Siento de nuevo ese aluvión de felicidad golpeándome el pecho. Sonrío y recorro su mandíbula marcada con los dedos. Después sigo bajando hasta llegar a los músculos de su abdomen, que se tensan bajo mi toque.

—¿Me dejas devolverte el favor? —inquiero mirándolo a los ojos.

Alza las manos para darme libertad.

—Por favor. Maxi-Liam está a tu servicio.

Me entra la risa.

—Había olvidado lo del nombrecito.

—Te pone muchísimo. Admítelo.

—No me pone el nombre. Me pones tú.

Y me pone la idea de lo que acaba de hacer y de que disfrute tanto haciéndome disfrutar a mí. Hace que me entren ganas de hacer lo mismo con él. Dejo que mi mente fantasee en busca de ideas mientras mis dedos trazan círculos descendentes sobre su torso. Cuando rozo el borde de sus calzoncillos, Liam traga saliva. Con fuerza.

No me da tiempo a hacer nada más.

Porque justo entonces llaman al timbre.

Liam da un respingo y abre los ojos como platos.

—Oh, mierda —dice rápidamente—. Mierda, mierda, mierda.

Se aleja y sale de la ducha a toda velocidad. Yo estoy tan conmocionada que tardo unos segundos en reaccionar.

—¿Se puede saber quién es? —demando mientras él se ata una toalla en torno a la cintura.

—Evan. Te conté que venía, ¿no?

Tiene que ser una broma.

—Sí, pero no... no...

—Debería ir a abrir la puerta antes de que la eche abajo. Por cierto, se queda en la habitación de invitados.

—¡Pero yo duermo en la habitación de invitados!

—Bueno, a partir de esta noche duermes en la mía.

Mi primer impulso es abrir la boca para replicar, pero entonces me lo pienso mejor. Eso implica dormir en su cama. Con él. Y sin Evan.

—Vale, pero tengo que recoger mis cosas —accedo finalmente.

—Genial. Este es el plan: yo salgo ahí a distraerlo y tú te vistes y coges lo necesario para dormir estos días. Y todos felices.

—Sería más feliz si nos hubiera dejado terminar.

Salgo de la bañera de mal humor y Liam me sujeta del brazo para ayudarme a no perder el equilibrio. Cuando me roza las cicatrices, se me tensa todo el cuerpo, pero él no se da cuenta. Está demasiado ocupado cogiendo una toalla para envolvérmela alrededor del cuerpo.

—Podría haber sido peor —murmura divertido—. Podría haber llegado antes y tendría que haberte dejado con las ganas.

—Pero yo te he dejado con las ganas a ti.

—Vamos, Maia, como si fuera la primera vez.

Vale, no lo es, pero esta sí que me siento mal.

—¿No puede quedarse en un hotel?

—Es mi mejor amigo.

—¿En un hotel muy caro? —sugiero, por si acaso.

Liam niega con la cabeza, aunque intenta contener la sonrisa.

—No. De todas formas, es culpa tuya. Podrías haberte abalanzado sobre mí hace una semana, pero has decidido esperar hasta hoy, que él venía.

—Uno: no me he abalanzado sobre ti. Dos: aunque lo hubiera hecho, tú habrías estado muy conforme. Y tres: que te jodan.

Se echa a reír y me agarra de los codos para que me acerque más. Nuestras bocas se encuentran en un beso que me deja sin aire. Es como si el estómago se me pusiera del revés. Otra vez. Y creo que Liam siente lo mismo, ya que, cuando se aparta, tiene la mirada oscurecida y la voz ronca.

—Estoy seguro de que me compensarás —dice.

Es ese tono de esperanza en su voz lo que me hace ceder.

—Te compensaré.

La promesa implícita le hace sonreír. Asiente y me besa una vez más antes de dejarme sola en el baño.

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