Hasta que nos quedemos sin estrellas

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26. Justo ella

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26

Justo ella

Liam

—Evan.

—Cállate.

—Evan —insisto.

—No me dejas concentrarme.

—¿Se puede saber qué estamos haciendo?

—¿Tú qué crees? —Señala la pantalla cabreado—. Aprender francés.

Hago una mueca y clavo la mirada en el televisor. Llevamos casi una hora y media viendo una película francesa de la que no estoy entendiendo nada. Entre el documental del otro día y esto, empiezo a plantearme si Evan no se muere de aburrimiento ahora que no estoy en Londres para sacarlo de casa.

—¿Y para qué quieres saber francés?

—He hecho un amigo por internet. Logan. Es canadiense —me explica—. Y habla francés, claro.

Frunzo los labios para reprimir una sonrisa.

—Evan —vuelvo a repetir.

—¿Qué?

—También hablan inglés en Canadá.

Me mira con el ceño fruncido.

—¿Me estaba tomando el pelo? —replica incrédulo, y luego solo se encoge de hombros—. Bueno, creo que alguien va a convertirse en mi mejor amigo de internet. Después de ti, claro.

Vuelve a mirar la película y yo suspiro. Qué raro es.

—¿Podemos quitarla ya?

—No, tío. Están a punto de enrollarse.

En la pantalla, una señora de unos treinta y tantos años intenta seducir a un chaval mucho más joven que ella.

—Pensaba que era su hijo —comento confundido. Creo que me estoy perdiendo.

—Cállate. Salir con Maia te ha perturbado.

Le doy un empujón, molesto, y él esboza una sonrisa burlona antes de seguir pendiente del filme. Parece enganchado, así que lo dejo a sus anchas. Miro el reloj con disimulo. En realidad no estoy saliendo con Maia, pero sí tengo muchas ganas de verla. No debería tardar mucho en volver del trabajo. Estamos a sábado, los domingos libra en el bar y no empezará a currar en la tienda hasta el lunes, por lo que vamos a tener todo el fin de semana para nosotros.

Y para Evan, claro.

—¿No has pensado en aprender algún idioma? —pregunta al cabo de un rato.

Arrugo la frente.

—Podría planteármelo ahora que tengo tiempo libre.

—Exacto. Así tendrás algo en lo que pensar y te rayarás menos con las cifras.

Sonrío. Es un cabrón la mayor parte del tiempo, pero también es mi mejor amigo. Y una de las únicas personas que realmente se preocupan por mí.

Anoche, después de que llegara de pronto y nos interrumpiera, me senté con él en el salón para ponernos al día. Maia no tardó en avisarnos de que se iba a dormir porque al día siguiente tenía que madrugar. Así fue como acabamos echando unas partidas a un videojuego que Evan ha recibido para probar. Me preguntó si podía emitirlas desde su canal y, para mi sorpresa, no dudé en decir que sí. No hubo tanta gente como de costumbre, ya que era muy tarde, y tuvimos que tener cuidado de no hacer ruido, pero no recuerdo habérmelo pasado tan bien en mucho tiempo.

—¿Sugerencias? —inquiero volviendo a lo de los idiomas.

—Italiano. A las chicas les gusta.

—Guay. —Me parece un buen argumento, así que lo apunto en mi lista mental de cosas que hacer a corto plazo.

—Con «chicas» no me refería a tu chica —aclara—. Maia se reiría en tu cara si le soltaras una frasecita en otro idioma.

Me encojo de hombros. Probablemente sí, pero a mí me encanta hacerla reír, así creo que nos coordinamos bastante bien.

Oímos que forcejean con la cerradura. Reacciono enseguida y le doy una patada a Evan para echarlo del sofá. Él se levanta de mala gana y se deja caer en el que hay justo al lado refunfuñando.

—¿Le has dado las llaves? Masoquista.

Le saco el dedo de en medio justo antes de que Maia entre en el apartamento.

Verla me provoca un torrente de nervios. Anoche no me fui a la cama hasta las tres de la mañana y, cuando entré en mi habitación, vi que ya estaba dormida y no quise despertarla. Tampoco me parecía bien abrazarla sin su consentimiento, así que me acosté a su lado, pero sin tocarla. Y esta mañana, cuando he abierto los ojos, ya se había ido a trabajar, lo que no nos ha dejado la oportunidad de hablar después de..., bueno, de lo de la ducha. Situación en la que me lucí, por cierto. Y eso que no tenía nada de experiencia en el sector acuático.

A maxi-Liam no le pareció tan divertido.

El caso es que no sé qué hay entre nosotros ahora. Con Maia todo es muy raro. Y no tengo ni idea de cómo espera que me comporte con ella.

Aun así, cuando entra en el salón quitándose el abrigo, de pronto solo tengo ojos para ella. Lleva la camiseta con el nombre del bar y esos vaqueros ajustados que me hacen apreciar la vida mucho más. ¿Voy a poder tomarme la libertad de mirarle el culo cuando quiera después de lo de ayer? Mierda, espero que sí.

No digo nada y ella se descuelga el bolso sin mirarnos.

—Hola, Liam. Hola, gilipollas.

Se deja caer a mi lado en el sofá, lo que provoca que el corazón se me ponga del revés. No me lo esperaba en absoluto y ahora está tan cerca que nuestras piernas se rozan. De hecho, se ha sentado prácticamente encima de mí. Miro a Evan con cara de no saber qué coño está pasando.

Y él me lanza una mirada que grita: «Tío, aprovecha el bug».

—¿Qué tal el trabajo? —le pregunto. Me atrevo a pasarle un brazo sobre los hombros, como si fuera lo más normal del mundo.

Ella no solo no se aparta, sino que se acerca todavía más a mí.

Desde el otro sofá, a Evan le falta poco para ponerse a aplaudir.

—Bastante bien. Charles no ha venido hoy, Derek pasa de nosotras y es divertido estar con Lisa.

Al escuchar su nombre, Evan se muestra repentinamente interesado en la conversación.

—¿Es divertido estar con Lisa? —repite.

Maia suspira cansada y tuerce el cuello para mirarme.

—¿Cuánto decías que iba a quedarse?

—El tiempo que quiera, Malena. Soy su mejor amigo. Encabezo su lista de prioridades. Te jodes.

Ella pone los ojos en blanco.

—Podríamos hacerte dormir en el sofá.

—O yo podría convencer a Liam de que te hiciera dormir en el pasillo.

—Liam no va a hacerme dormir en el pasillo.

De pronto, los dos se callan y se vuelven hacia mí.

—No voy a hacerla dormir en el pasillo —me rindo ante lo evidente.

Maia sonríe satisfecha. Evan entorna los ojos. Y sé que va a vengarse.

—¿Sabes, Malena? Tu chico quería conquistarte con frasecitas en italiano.

Se me tensa el cuerpo entero. Aunque no me importa que bromee sobre que estamos juntos, la cosa cambia si ella está delante. Es tan huidiza que prefiero ir despacio. Espero que le suelte a Evan que no soy «su chico», pero solo me mira y pregunta:

—¿Sabes italiano?

—Aún no. Pero voy a aprender.

—Genial. Yo sé un poco. No lo suficiente como para ponerlo en el currículum —añade antes de que diga nada—, pero me defiendo en algunos sectores.

—¿En cuáles?

—Peleas e insultos.

Se me escapa una sonrisa. ¿Por qué no me sorprende?

Voy a contestar, pero me callo al verla mirando mis manos tan ensimismada. Son grandes en comparación con las suyas. Y tengo los dedos largos y los nudillos ásperos. Recuerdo que una vez me dijo que le gustaban. Cruza las piernas inquieta. Empiezo a preguntarme qué estará pasando por esa cabeza, sobre todo cuando sube su mirada hasta la mía y el silencio y la tensión se adueñan del ambiente.

Evan se aclara la garganta.

—Maia, ¿sabes a qué hora acaba el turno de Lisa?

Ella da un respingo y se apresura a apartar la mirada, como si acabara de darse de bruces contra la realidad.

—Dentro de dos horas. ¿Por qué? —contesta muy rápido, sin darle importancia a la pregunta, y evitando a toda costa mantener contacto visual conmigo.

Mi amigo sonríe y se levanta de un salto.

—Genial. Voy a pasarme a saludar.

Frunzo el ceño, pero entonces nuestras miradas se cruzan y lo entiendo todo. Oh, joder. No le debo una. Le debo la vida.

Aunque Maia abre la boca para replicar, cambia de opinión en el último momento. Evan me lanza una última mirada antes de encerrarse en la habitación de invitados para cambiarse, supongo. Y nos quedamos a solas. Más o menos. Sigo teniendo un brazo sobre sus hombros y estamos tan cerca que todo nuestro cuerpo está en contacto. Me preocupa que la conversación no fluya, que las cosas se vuelvan incómodas. Hasta que ella se mueve y hace lo último que me esperaba.

Se sienta a horcajadas sobre mi regazo.

Creo que estoy soñando. O muerto y en el paraíso.

—¿Quieres saber una cosa? —murmura acercándose a mi rostro.

Trago saliva y mis ojos se clavan en su boca. Lo único en lo que puedo pensar ahora mismo es en su cuerpo sobre el mío.

—Dispara —contesto.

—Llevo pensando en ti desde lo de anoche.

Solo con eso consigue que mi corazón rebote. Maia es una persona cerrada, pero, cuando se abre, se muestra así. Y cada minuto invertido en conocerla merece la pena.

—Yo también llevo pensando en ti todo el día —confieso poniéndole las manos en la cintura—. Así que estamos en paz.

—¿En mí o en las ganas que tienes de liarte conmigo?

—En ambas. No son excluyentes.

Sonríe. Luego agacha la cabeza para besarme y yo emito un quejido de gusto y sorpresa, y le pongo una mano en la espalda para atraerla hacia mí. El mero roce de nuestros cuerpos ya me provoca una sacudida de placer. No es un beso inocente, sino intenso; su lengua se enreda en la mía y me muerde ligeramente el labio inferior, a lo que respondo clavándole los dedos en la cintura.

Solo al escuchar ruido en la habitación contigua recuerdo que no estamos solos. Necesito toda mi fuerza de voluntad para alejarme. Mi mirada recae en sus labios enrojecidos e hinchados por el beso.

—¿Así que lo de anoche te gustó? —Meto una mano por dentro de su camiseta y Maia se estremece cuando le acaricio el lateral del estómago.

—No me creo que no se lo hubieras hecho a nadie antes —admite, sin darme la respuesta que busco.

Reprimo una sonrisa. Me lo tomaré como un cumplido.

—Llevaba mucho tiempo queriendo hacértelo a ti.

—¿Fantaseas conmigo en la ducha?

—Ojalá fuera solo en la ducha.

Ella se ríe. Bajo las manos a sus muslos y los aprieto sobre los vaqueros cuando vuelve a pegar su boca a la mía. Dios santo. Besa tan bien que podría hacer esto durante horas. Estoy tan concentrado en el beso, en Maia, que se me olvida todo lo demás.

—Liam —susurra, y noto su sonrisa contra la mía.

—Mmm —respondo.

—Solo nos hemos besado dos veces.

Necesito un momento para entenderlo. Sigue encima de mí y, al parecer, nota perfectamente las ganas que tiene maxi-Liam de hacer una salida triunfal.

—A mí no me metas. Yo soy un romántico. Él protesta porque lo tienes desatendido.

—¿Desatendido? —cuestiona divertida.

—Me dejas con las ganas cada vez que nos enrollamos, Maia. ¿Qué esperabas?

—Lo de ayer fue culpa de Evan, no mía.

—¿Y lo del otro día?

—Tuya. Por no pillar las indirectas.

—También me lo hiciste en el coche.

—Vale, tienes razón. —Mira hacia abajo y le entra la risa—. Justicia para Liam. Lo pillo.

Me encanta esta chica. Y me encanta escucharla reír. Es... auténtica. Conozco de primera mano el mundo de la fama y de la hipocresía, donde todos intentan caerte bien y no puedes darle a nadie la espalda sin esperar que te clave un puñal. Pero Maia no miente. No exagera. No dice cumplidos que no piensa de verdad. Por eso cada palabra suya se siente tan real.

Es una de las cosas que más me gustan de ella. Estoy a punto de decírselo, pero Evan sale de su habitación justo a tiempo para evitar que cometa la mayor cagada del siglo.

Maia reacciona enseguida, aunque no se aparta de mi regazo; solo echa las piernas a un lado, quedando sentada encima de mí. Aprovecho la posición para volver a meterle la mano bajo la camiseta y acariciarle la espalda. No puedo evitar sonreír al notar que se le tensan los músculos. No dejo de mirarla hasta que Evan entra en el salón.

—Me largo. —Pero entonces nos ve así y junta las cejas—. Pestañea dos veces si te tiene amenazado de muerte y llamaré a la policía.

Maia se vuelve hacia mí.

—Me encantaría poder empujarlo por la escalera.

—¿Sabes, Malena? Tus amenazas son cada vez menos originales.

—Que te jodan.

—En realidad, Evan tenía algo que decirte —intervengo antes de que vaya a más.

Va a dejarnos a solas durante unas horas y eso significa que estoy en deuda con él. Y, además de un tío decente y sentimental, soy un hombre de palabra.

La chica le sonríe exageradamente.

—¿Vas a pedirme perdón por ser un cabrón conmigo?

—Ni de coña. Liam, ¿se puede saber qué...? —Nuestras miradas conectan y parece acordarse de pronto—. Oh, te refieres a eso.

Atrae la atención de Maia, que acaba de darse cuenta de que hablamos en serio. Alterna la mirada entre los dos.

—¿Qué pasa? —pregunta con recelo.

—Los padres de Evan tienen una casa en el lago cerca de aquí. El sitio es alucinante. Y quiere invitarnos a pasar un fin de semana allí.

—¿Y yo estoy incluida en el plan? —cuestiona incrédula.

—Claro. Tú. Y Lisa —añade él apretando los labios.

—Queremos que le preguntes si le apetece venir —aclaro—. Nos lo pasaremos bien. Y será una buena forma de desconectar.

Cuando Evan me lo propuso, lo único que pensó mi lado egoísta fue que Maia y yo pasaríamos unos días juntos lejos de aquí. Y que por fin la haría salir de casa para algo que no fuera ir a trabajar. Sin embargo, la idea me gusta en términos generales también. Lisa y Evan llevan hablando unas semanas, hay posibilidades de que ocurra algo entre ellos y el lago es la excusa perfecta para que pasen más tiempo a solas y vean qué surge. Todos ganamos.

—Está bien —accede Maia tras mirarme de reojo para asegurarse de que estoy de acuerdo—. Pero me gustaría que Lisa tuviera su propia habitación. O que la compartiera conmigo, a las muy malas. No quiero que se sienta incómoda.

—Me parece lógico —la apoyo.

Evan asiente. No hay ni rastro de burla en su rostro.

—A mí también. Lo último que quiero es hacer sentir incómoda a tu amiga. De verdad.

Pocas veces lo he escuchado hablar con tanta seriedad. Eso parece tranquilizar a Maia, que relaja los hombros.

—Vale. Pues hablaré con ella.

—Genial. —Evan recupera su sonrisa habitual y señala la puerta—. Debería irme antes de que cierren el bar. Intentad no mataros mientras no estoy.

—Esperaré a que llegues para asesinar a alguien —contesta ella.

Él se lleva una mano al pecho halagado.

—No te metas tanto conmigo, cariño. Liam va a ponerse celoso.

Le saca el dedo de en medio y Evan sonríe antes de marcharse. Cuando nos quedamos a solas, Maia suspira y vuelve a sentarse de cara a mí. Hunde las rodillas en el sofá y yo le coloco las manos en la cintura. Ya me conozco sus expresiones, así que estoy casi completamente seguro cuando digo:

—Te cae bien.

Hace una mueca, como si no soportara pensarlo.

—Solo porque es tu mejor amigo. Y porque se preocupa mucho por ti. Pero díselo y os cortaré los huevos a los dos.

No es la respuesta que esperaba, pero me conformo. Sube la mano para acariciarme la mandíbula y sus dedos rozan la barba incipiente que tengo desde hace un par de días.

—¿De verdad te apetece? —inquiere llevando sus ojos a los míos.

—¿Lo del lago? Sí. Mucho. —No parece convencida, por lo que me fuerzo a seguir hablando—. Si te preocupa Lisa, puedes decirle que invite a alguna amiga para que se sienta más cómoda. A Evan no le importará.

Asiente, pero su mirada carece de emoción. Por fin entiendo que no está agobiada por Lisa, sino por sí misma.

—El sitio te va a encantar —continúo. Sé que no suele hacer estas cosas y quiero darle seguridad—. No está muy lejos. Solo a unos cincuenta minutos en coche. Iremos de excursión, nos reiremos, beberemos alcohol... Es el plan perfecto. —Agacho la cabeza para mirarla a los ojos—. Puedo conducir yo si te quedas más tranquila.

No sé cuál de todos mis argumentos ha funcionado, pero, cuando sonríe, parece mucho más relajada.

—Está bien. Me gusta todo menos lo de la excursión.

—¿Seguro? —la reto de broma—. Imagínatelo. Yo, llevándote a conocer lugares insólitos, sin camiseta, sudando bajo el sol. Olor a hombre.

Pronuncio la última frase con dramatismo, como si me pareciera absolutamente arrebatador, y así es como consigo hacerla reír otra vez.

—Dios, sí, ¿cómo has sabido que era mi fantasía erótica?

Tuerzo los labios en una media sonrisa.

—Porque cada vez te conozco mejor.

Pretendía seguir con la broma, pero Maia también sonríe y me observa en silencio, con sus ojos oscuros sobre los míos. Está tan cerca que puedo apreciar cada detalle de su rostro, y así es incluso más guapa. No sé qué significa esa mirada, pero me pone el estómago del revés.

—¿Qué? —susurro cuando la tensión se vuelve insoportable.

—Estamos solos por fin —responde justo antes de volver a presionar sus labios contra los míos.

Esta vez es incluso mejor que la anterior. Reacciono enseguida y le envuelvo la cintura con un brazo. Su pecho choca contra el mío, suelta un quejido de sorpresa y aprovecho que entreabre los labios para deslizar la lengua en su boca. Me agarra de las mejillas y me corresponde con la misma ansia. El beso es ardiente, intenso. Y hace que mi corazón se convierta en una bomba de relojería. Podría explotar en cualquier momento y, aun así, no quiero parar. No puedo parar.

Creo que mentí ese día en mi coche. A medias. Me pone la idea de hacerlo en diferentes sitios; sin embargo, no me gustaría que esto fuera a más sin que estemos en mi habitación. Sería demasiado... impersonal. De forma que hago fuerza con las piernas para levantarme con ella encima. Maia se ríe y me rodea las caderas con las piernas para no caerse, pero la tengo bien sujeta. Al empezar a andar, medio tambaleándome, siento su sonrisa contra los labios y casi se me olvida cómo poner un pie delante del otro.

—Sentimental —murmura burlona cuando la llevo a mi cuarto.

Cierro de un portazo. Su cuerpo se escurre contra el mío cuando la dejo en el suelo. Me enreda los brazos en el cuello y yo me inclino para seguir besándola. La empujo hasta la cama y Maia se aleja lo suficiente para quitarse la camiseta por la cabeza.

Un tío decente habría seguido mirándola a los ojos.

Yo miro bastante más abajo.

Es... impresionante. Y ahora mismo no me imagino mirando a nadie como la estoy mirando a ella. Tiene la respiración agitada, al igual que yo, y su pecho sube y baja a toda velocidad. Mis ojos recorren sus curvas y aterrizan en el sujetador de encaje de color blanco. Después subo a su rostro, a esos labios hinchados y a su mirada oscurecida. Y vuelvo a mirar el sujetador.

De repente, tengo la boca seca.

—No lo había visto antes.

—Lo reservo para ocasiones especiales —responde sonriendo.

Este es uno de los mejores días de mi vida.

Sin dejar de mirarme, retrocede hasta que sus pantorrillas chocan contra el borde de la cama. Me sonríe, desafiándome a ir junto a ella, y no la hago esperar. Estampo mis labios contra los suyos y Maia me devuelve el beso con ansia, tentándome, provocándome. Su espalda aterriza sobre el colchón y me coloco sobre ella, sosteniéndome con un brazo para no aplastarla. Cuando encajo una pierna entre las suyas, siento cómo se retuerce debajo de mí buscando más contacto.

Necesito tocarla y besarla por todas partes. Hunde las manos en mi pelo cuando comienzo a besarle el cuello. Su piel está suave y caliente bajo mis labios. Deslizo una mano hasta su cadera y la empujo contra mí, y esta vez soy yo el que suelta un gemido ronco que parte de lo más profundo de mi garganta.

—Liam... —susurra, imagino que al sentir lo que me está provocando. La acallo con un beso, pero me pone las manos en el pecho para alejarme—. Liam —insiste.

Me aparto un poco jadeando.

—Muévete —ordena entonces.

—¿Qué? ¿Por qué?

Ahora no solo estoy confundido, también asustado.

—Porque te toca a ti. Justicia para Liam.

Abro y cierro la boca aturdido. Y después hago lo que me pide y me dejo caer a su lado. Maia solo tarda un instante en sentarse encima de mí.

Rectifico: este es el mejor día de mi vida.

—¿Qué te apetece? —pregunta. Mete las manos dentro de mi camiseta para acariciarme los abdominales y se me tensan todos los músculos.

Trago saliva. Con fuerza.

—Lo que quieras. Estoy a tu disposición. Completamente.

Sonríe. Y después nuestras bocas se unen en un beso que manda una sacudida directa a mi erección. Duele. Y lucha en vano por liberarse de la presión tortuosa de mis vaqueros. Ansiando algo de alivio, agarro a Maia del culo y vuelvo a apretarla contra mí, juntando nuestros cuerpos. Ella jadea y tira de mi camiseta para quitármela. Sus manos vuelan a mi piel desnuda. Explora mis brazos, mis hombros, mi pecho, y sigue bajando hasta rascar con las uñas la parte baja de mi abdomen. Tengo los músculos tan rígidos que me cuesta moverme.

Su boca abandona la mía para perderse en mi cuello. Deja un camino de besos húmedos y suaves que me provocan escalofríos. Necesito tocarla, de forma que permito que mi mano ascienda por su columna hasta alcanzar el broche de su sujetador.

Maia suspira cuando me deshago de él y siente el frío contra la piel, que pronto es sustituido por el calor de mis manos.

¿Esto? Como he dicho antes, estoy soñando o en el paraíso.

Rozo un pezón con el pulgar y se le entrecorta la respiración.

—No puedo concentrarme si haces eso —se agita contra mi hombro.

Sonrío y hago lo mismo con el otro.

—No tienes que concentrarte.

—Quiero que tú también disfrutes.

Me empuja para hacer que me tumbe en la cama y llevo las manos a su espalda para arrastrarla conmigo. Me parece bien que tome el control, pero tenerla así de cerca y no tocarla es una tortura. Me besa antes de que pueda replicar y su mano desciende por mi abdomen hasta que se topa con mi cinturón. Necesita las dos para desabrocharlo. Y entonces soy yo el que pierde por completo la capacidad de pensar.

Cuando mete la mano bajo mi ropa interior y la agarra, un aluvión de placer me sacude el cuerpo. Dios santo.

—¿Es más grande de lo que recordabas?

Maia se ríe. Ignoro si de verdad le ha hecho gracia o si es solo porque apenas puedo hablar.

Vuelve a pegar sus labios a los míos.

—Tú y tus preciados cuatro centímetros, ¿eh?

¿¡Cuatro?! Ni de coña.

Voy a replicar, pero entonces la saca del pantalón y lo que sale de mi boca es un jadeo. Sonriendo, vuelve a besarme, y de pronto empieza a mover la mano y juro que veo las estrellas. Su boca baja hasta mi mandíbula y después hasta mi cuello. Cuando continúa descendiendo, la miro y trago saliva. Es la escena más sensual que he visto en toda mi vida. Sus besos me recorren el abdomen y, cuando me doy cuenta de sus intenciones, el cerebro se me parte en dos.

Por suerte, gana la parte más racional.

Como esa boca me toque, la diversión va a acabarse muy pronto.

—Cambio de planes. Ven.

Maxi-Liam me llama cabrón en todos los idiomas.

Maia frunce el ceño.

—¿Qué?

—Es una ocasión especial, ¿no? Pues déjalo y ven aquí.

Enarca las cejas, pero viene de nuevo hacia mi rostro. Rozo su mejilla con mis dedos ásperos y la atraigo para besarla otra vez. Pero ahora el contacto es más íntimo, más lento, más profundo. Me deshago de los pantalones y los calzoncillos, vuelvo a colocarme encima de ella y acaricio su cuerpo con la mano hasta que llego a sus vaqueros. Maia se arquea para ayudarme a quitárselos. Me llevo también la ropa interior y me aparto lo suficiente para poder mirarla.

Y, ahora sí, es la imagen más erótica que he visto nunca.

Me queda claro al mirarla a la cara y verla sonreír.

—Vas por ahí proclamando ser un capullo...

—Soy un capullo —respondo bajando la cabeza para mirarla—. La mayoría de las veces, al menos.

—Un capullo no haría todo lo que has hecho tú por mí.

—Negarme a que me hagas una mamada no me hace menos capullo, Maia. Sí más imbécil, sí más masoquista, pero no menos capullo.

Vuelve a reírse. Me hace sentir como si algo me explotara en el pecho.

—Sé por qué me has hecho parar.

Es evidente, y aun así digo:

—Llevo mucho tiempo queriendo hacer esto.

Sonríe. Y su mirada baja de mis ojos a mis labios.

—Hazlo, entonces.

Es lo único que necesito para proceder. Me inclino para abrir el cajón de la mesilla y sacar un preservativo. Los he comprado esta mañana porque, además de sentimental, decente y un hombre de palabra, soy un tío precavido. Cuando vuelvo con Maia y los ve, aprieta los labios para reprimir una carcajada. No sé muy bien cómo tomármelo.

—Yo también he comprado condones —me explica—. Me he pasado después del trabajo.

La miro con sorna.

—¿Talla? —la pico.

—XS. ¿Te vendrán grandes?

—Enormes. Y, sobre lo de antes, ¿cuatro centímetros? Mierda, ojalá. Me ves con buenos ojos.

Y, de pronto, se ríe otra vez. Así de fácil. Dios, creo que voy a volverme adicto a hacer esto.

Vuelvo a besarla y Maia me enreda las manos en el cuello para corresponderme con ganas. Cuando siente mis dedos danzando en la parte baja de su abdomen, se le corta la respiración. Bajo un poco más y la toco en ese punto que la hace gemir bajito. Nunca pensé que llegaría a gustarme tanto que una chica hiciera tan poco ruido, pero con Maia es como si todo fuera muy privado. Muy íntimo. Como si solo quisiera que la escuchara yo. Froto con la palma completa, torturándola.

Y me detengo justo antes de que su cuerpo empiece a vibrar.

—Que te jodan —me espeta casi sin aire.

Me entra la risa.

Después, me obligo a respirar con lentitud y abro el envoltorio. Espero que no se dé cuenta de que me tiemblan las manos. Mierda, estoy nervioso. Apoyo un codo junto a su cabeza para sostenerme, me coloco sobre ella y ejerzo una ligera presión en sus muslos para separárselos. Tengo que esforzarme en mantener el control.

—Si quieres que paremos en cualquier momento...

—Me sé el discurso —me interrumpe con sus ojos sobre los míos—. Y estoy segura. De verdad.

Sin embargo, yo no puedo quitarme algo de la cabeza.

—Maia —la llamo, y su mirada ansiosa e inquisitiva se clava sobre la mía.

Estoy a punto de decirle eso que llevo callándome tanto tiempo, pero cambio de opinión en el último momento.

Las palabras se me atascan en la garganta.

No puedo.

¿Y si...?

No puedo.

Así que no digo nada. Y lo que hago en su lugar es moverme despacio, y Maia deja de respirar cuando me siente dentro de ella. Durante unos segundos, lo único que hacemos es mirarnos mientras respiramos agitadamente. Y después me acaricia la mandíbula y me atrae hacia sí para que nuestras bocas se unan en un beso dulce, incluso tierno, y por fin empiezo a mover las caderas de una forma lenta, tortuosa, lo que hace que un quejido tembloroso escape de sus labios. Busco su pierna a tientas, entiende lo que busco y me rodea las caderas, haciendo que el ángulo cambie y el contacto sea mucho más profundo.

Gimo contra su boca. Me estoy conteniendo tanto que me duelen todos los músculos.

—Me vas a matar —jadeo sin aire.

—Tú me vas a matar a mí.

Escucharla hablar así, tan desesperada, me hace sonreír. Intenta volver a besarme y me echo hacia atrás, provocándola. Pero acabo cediendo cuando me pega a su cuerpo ansiando más. Sus labios se enganchan a los míos y empezamos a movernos en sintonía. Juro que es como tocar el cielo, como tenerlo justo aquí, a milímetros de las manos. Se agarra a mí con firmeza clavándome los dedos en la espalda, y yo me deleito con cada suspiro entrecortado que sale de su boca.

Cuando por fin toco ese punto profundo dentro de ella, mi nombre escapa de sus labios en un quejido, cierra los ojos y arquea la espalda mientras su cuerpo vibra bajo el mío. Mis movimientos se vuelven torpes y rápidos, y, tras unos segundos, noto una corriente eléctrica que me recorre el cuerpo entero. Mi corazón frena en seco y se pone a latir otra vez. Y siento una oleada de placer tan intensa que me desplomo encima de ella jadeando.

Luego solo quedan el silencio y nuestras respiraciones agitadas.

Entierro la nariz en su cuello y me impregno de su olor mientras mis latidos vuelven a la normalidad. Al cabo de unos instantes, Maia mueve el brazo y me acaricia la columna vertebral, rozándome solo con las yemas de los dedos. Ascienden despacio por mi espalda desnuda y sudorosa, y me provocan escalofríos.

—¿Te estoy aplastando? —murmuro contra su piel.

Me parece notar cómo niega con la cabeza.

Sin embargo, soy un tío enorme en comparación con ella, así que hago uso de mis últimas fuerzas para dejarme caer a su lado. Necesito un momento para poner mi cabeza en orden. Supongo que lo más adecuado sería preguntarle si le ha gustado, si quiere que probemos algo la próxima vez, o qué sé yo, ese tipo de chorradas comunicativas, pero ni siquiera me da tiempo a abrir la boca.

Maia me mira, me sonríe y hace lo peor que podría haber hecho.

Se aparta de mí y se levanta de la cama sin decir nada.

Me siento como si acabara de pisotearme el puto corazón.

Mantengo la boca cerrada y, una vez que ella se ha encerrado en el baño, me levanto para tirar el condón, como si no me importara en absoluto. Pero entonces echo un vistazo a la cama, veo las sábanas revueltas y siento un tirón en el estómago. Mierda, ¿esto es lo que quiere de mí? ¿Sexo y ya está? Porque, en ese caso, lo más adecuado sería vestirme y salir de esta habitación cuanto antes. Fingir que no ha significado nada.

Pero no puedo hacer eso.

De manera que renuncio a mi orgullo y vuelvo a dejarme caer en la cama, por si acaso. Por si se está dejando llevar por sus inseguridades y solo necesita que sea yo el que tome la iniciativa. Clavo la mirada en el techo.

A continuación, la llevo hasta maxi-Liam, que está ahí abajo disfrutando alegremente de su existencia.

—Por fin, ¿eh?

Si tuviera manos, ahora chocaríamos puños.

Hacemos un buen equipo.

—¿Con quién hablas?

Maia sale del baño y cierra la puerta con cuidado. Está completamente desnuda, y no sé qué haría un tío decente en estos casos, pero yo no me resisto a darle un repaso.

—No tienes ni idea de lo guapa que eres.

Sonríe y viene a meterse en la cama conmigo.

Canto victoria interiormente. Menos mal.

Se tumba a mi lado con la cabeza sobre mi pecho. La rodeo con un brazo para reducir aún más la distancia entre nosotros. Es tan natural que casi parece que llevemos haciéndolo toda la vida.

—¿Cuánto crees que tardará Evan en volver? —inquiere girándose para mirarme a los ojos.

Apoya la barbilla sobre mí y yo le aparto el pelo sudoroso de la frente.

—Un par de horas. ¿Por qué?

Amplía su sonrisa.

—Suficiente para una segunda ronda.

Enarco las cejas. Pero bueno.

—Sé que me tienes ganas, pero disimula, mujer.

—Que te jodan.

Me río entre dientes y deslizo los dedos por la curva de su cintura. Mientras tanto, ella no deja de mirarme. Parece que le esté dando vueltas a algo. Al cabo de unos segundos, entorna los ojos.

—¿Sabes que soy una experta en fingir orgasmos?

A maxi-Liam le da un infarto.

Y yo casi me atraganto con mi propia saliva.

—¿Crees que es lo mejor que le puedes decir a un tío después de acostarte con él?

—No me refiero a que lo haya hecho contigo —aclara, por suerte—. ¿Qué? ¿Sería un golpe muy duro para tu ego?

—Sí. Me jodería que creyeras que tienes que fingir en lugar de simplemente hablarlo conmigo.

No es la primera chica con la que he estado. Tengo experiencia, pero eso no significa que crea que todo será perfecto desde el minuto uno. Cada persona es un mundo. Y lo mejor del sexo llega cuando conoces bien a tu pareja y ambos sabéis de lo que disfruta el otro. Puede que me burle mucho de las «chorradas comunicativas», pero en realidad me parecen importantes. Y esenciales a la hora de acostarse con alguien.

Maia y yo hemos hablado sobre lo que nos gusta, pero no en profundidad. Todavía nos queda mucho por descubrir. Si ha sido tan alucinante ahora, no quiero ni imaginarme cómo será cuando nos conozcamos mejor.

—¿Crees que los orgasmos que he tenido contigo se pueden fingir? —Y, solo con esa pregunta, vuelve a ganarse toda mi atención.

—Dímelo tú, Maia. ¿Se pueden?

—¿Lo de anoche? No. Y ¿lo de hace un momento? Menos aún. —Sigue mirándome a los ojos—. Me ha gustado. Mucho.

—A mí también —contesto en voz baja, y los dos sonreímos al mismo tiempo.

Enredo las manos en su pelo para echárselo hacia atrás. Ella estira el brazo sobre mi abdomen y todo mi cuerpo entra en tensión, pero no es solo por el contacto, sino porque, al bajar la vista, las veo. Las cicatrices. Aparto la mirada y finjo que no están ahí, como hago siempre. En momentos como este, cuando parece tan cómoda conmigo, casi dudo que recuerde que las tiene.

No hay ninguna nueva desde hace mucho, así que, dentro de lo que cabe, estoy tranquilo. Esperaré hasta que se sienta preparada y sea ella la que decida sacar el tema.

—¿Por qué dices que eres buena fingiendo? ¿Lo hacías con Derek? —le pregunto para romper el silencio.

—Muy a menudo. Era diferente a ti.

—Menos hábil, por lo que veo.

—Más egoísta —me corrige—. Es uno de esos tíos que piensan que todo debe girar en torno a su pene.

Vacilo. Cuando una chica habla despectivamente sobre «esos tíos», lo único que espera uno es no formar parte del grupo.

—Bueno, siempre que me acuesto con alguien, maxi-Liam está bastante involucrado —admito de todas formas.

—Pero no es lo mismo. A ti te gusta hacer disfrutar a la otra persona. Derek solo pensaba en sí mismo. Nada más. No sé en qué estaba pensando cuando me lie con él.

En eso estamos de acuerdo. Maia es un diez y ese tío es un cuatro, como mucho, y nunca se merecerá a una chica como ella. Menos aún después de lo mal que la trató.

—Me contó lo que te hizo la noche del accidente —le digo—. Sé que no quiso ir a buscarte.

Se tensa y traga saliva visiblemente incómoda.

—Sois diferentes —repite.

—Cualquier persona decente habría hecho lo mismo que yo. Derek es un cabrón. Ojalá nunca te hubieras cruzado con una persona así.

Clava sus ojos en los míos sorprendida por la intensidad de mis palabras, y finalmente acaba desviando la mirada.

—No estábamos saliendo. Solo nos acostábamos de vez en cuando. Nada serio. Por eso no quiso venir. —Frunce el ceño, como molesta consigo misma—. Pero a mí no me vale como excusa, porque yo no habría dudado en ayudarlo si hubiera sido al revés.

—Porque tú sí eres una buena persona.

Quiero repetírselo para que nunca se lo vuelva a cuestionar. Maia vuelve a mirarme a los ojos y, de nuevo, encuentro en ellos esa mirada que no sé descifrar.

Ignora mi comentario y alarga el brazo para acariciarme la mandíbula.

—¿Con cuántas chicas has estado tú?

—¿Estás animándome a fardar de mis conquistas?

—¿Han sido muchas?

—No —me sincero al notar que lo pregunta en serio—. Pasaba bastante desapercibido antes de entrar en YouTube. Habré estado con... cuatro, no, cinco. Pero ninguna fue una relación seria. —Evito a toda costa mencionar a Michelle—. ¿Y tú?

—Derek fue el último. Y solo hubo una chica antes que él. Se llamaba Alice. Tampoco he tenido relaciones serias.

Ninguno menciona qué es exactamente lo que hay entre nosotros.

—No lo sabía —comento distraídamente.

—¿Que soy bisexual? Bueno, no me lo habías preguntado.

—¿Qué pasó? Con Alice.

¿Por qué siento tanta curiosidad? No soy un tío inseguro, ni tampoco celoso, pero me tranquilizaba saber que Derek era su único «ex» y que Maia no tiene intenciones de volver con él. Ahora aparece una nueva persona en el tablero.

—Se mudó a Canadá con sus padres. Hablábamos de vez en cuando antes del accidente, pero perdimos el contacto. De todos modos, solo teníamos dieciséis años. He cambiado mucho. —Entrelaza su mano con la mía, sin darle mucha importancia al gesto—. Ella me dio mi primer beso. Mi primera vez fue con Derek, aunque hubiera preferido que fuera con otra persona.

—Con Alice —asumo, y odio el sabor amargo que tengo en la boca.

Maia niega con la cabeza.

—No.

Me da un vuelco el corazón. Y aunque se supone que soy el abierto, el extravertido, el directo, el que no le teme a nada y suelta las cosas sin pensárselo dos veces, de pronto me cuesta mucho encontrar las palabras adecuadas. Porque, joder, yo también soy nuevo en estas cosas.

Y también estoy acojonado.

Por suerte, Maia nos libra de esa tortura llamada «hablar de sentimientos» preguntando:

—¿Cómo fue tu primer beso?

Me aclaro la garganta. Tengo la boca seca.

—Fue con una compañera del instituto. Se llamaba Ashley y era dos años mayor que yo. Estaba tan nervioso que me temblaban las manos. Y estoy seguro de que fue una mierda. Nunca volvió a llamarme.

Maia reprime una sonrisa. Creo que va a burlarse de mis desgracias amorosas, pero solo dice:

—No te imagino poniéndote nervioso por una chica.

«Hasta hace un par de meses, yo tampoco.»

Me encojo de hombros. Y, de nuevo, nos invade el silencio. La conversación me está poniendo muy tenso, así que decido cambiar de tema.

—Enséñame cómo finges esos orgasmos.

El ambiente se enfría bruscamente. Maia intenta no reírse.

—No puedo fingirlos sin contexto. Necesito estar inspirada.

—Inspirada, ¿eh? —Esbozo una sonrisa canalla y hago fuerza con los brazos para sentarla en mi regazo, ofreciéndome una vista privilegiada de su cuerpo. Le planto las manos en la cintura y ella apoya las suyas sobre mi pecho. Acerca su rostro al mío—. ¿Suficiente inspiración? —murmuro contra su boca.

Niega con la cabeza y vuelvo a besarla despacio, con tranquilidad, tomándome el tiempo de disfrutar de ella. Mi mano baja por su columna vertebral y la empujo para pegarla más a mí.

Emite un quejido y me aparto con una sonrisa.

—¿Es lo mejor que tienes?

—No puedo fingir si lo haces tan bien.

¿Mi ego ahora mismo? Por los cielos. Gracias.

Riéndome, la hago caer de espaldas sobre la cama y me coloco sobre ella para seguir besándola. Podría hacer esto durante todo el día. Estar con Maia es tan fácil que a veces me pregunto cómo he podido pasar tanto tiempo sin ella. Es curioso, ¿no? Cómo alguien puede llegar a tu vida en el momento más inesperado y hacerte ver el mundo de otra forma.

—Si quisiera fingir un orgasmo contigo, lo primero que haría sería decir tu nombre —murmura sobre mis labios—. Os encanta.

Tiene razón. Me encanta.

Pero ahora voy a desconfiar de ella cada vez que lo haga.

—Y después gemiría muy fuerte. Y pondría los ojos así —continúa, poniéndolos en blanco.

Me aguanto la risa.

—Es penoso. Te doy un seis.

—¿Un seis?

—Te faltan los halagos. Ya sabes: «Liam, eres el mejor tío del universo. Me pones cachondísima». Y variantes.

—Liam, eres el mejor tío del mundo —recita con mucho sentimiento—. ¿Y tus cuatro centímetros? Dios, me ponen cachondí...

Atrapo sus labios entre los míos y su risa muere en el beso cuando comienzo a hacerle cosquillas. Chilla contra mi boca mientras se retuerce debajo de mí, y yo sonrío tanto que me duelen las mejillas. Cuando por fin la dejo respirar, me envuelve el cuello con los brazos para atraerme hacia sí. Seguimos besándonos durante un rato, sin prisa, disfrutando de la cercanía del otro. Y es muy fácil olvidarse de todo lo demás. Durante un rato, Adam y esos millones de suscriptores que esperan ansiosos que vuelva a internet desaparecen. Y solo existe ella.

Unos minutos después, está tumbada a mi lado, con la cabeza sobre la almohada, mirándome. Me recorre la sien con las yemas de los dedos y yo vuelvo a sonreír.

—Liam —me llama en voz baja.

Muevo el cuello para besarle la muñeca. Ella traga saliva, como si estuviera costándole mucho encontrar las palabras adecuadas.

—Sobre lo de antes, lo de que no eres un capullo, sabes por qué lo digo, ¿verdad? Eres un buen tío. Y estoy muy agradecida de todo lo que has hecho por mí. De verdad. Gracias. Por ser así.

Hay personas que pueden llenarte de cumplidos y no hacerte sentir nada. En el lado opuesto está Maia, que es capaz de hacer que mi corazón rebote solo con unas cuantas palabras.

—No necesito que me des las gracias.

—Pero quiero dártelas.

—Me gustas mucho. Lo sabes.

Ella sonríe.

—Sí, lo sé.

Y lo que pasa luego es muy raro. Nos miramos en silencio mientras todo lo que no me atrevo a decir me arde en la garganta. En realidad, no tiene ni idea de lo que escondo. De lo que he intentado transmitir. Sé muy bien qué es esto. Sé cómo me siento. Incluso podría ponerle nombre. O atreverme a decírselo, si no me diera tanto miedo que echara a correr nada más escucharlo.

Me he sentido atraído por varias chicas a lo largo de mi vida. Y no he sentido esta descoordinación en el pecho con ninguna. Ni tampoco ese aluvión de felicidad que me invade cada vez que escucho a Maia reír. Nunca he estado tan orgulloso de alguien como lo estoy de ella. Es fuerte, perseverante, sincera. Divertida. Y creo que me ha hecho cambiar para bien y que he aprendido mucho a su lado. Y que ahora soy mejor persona.

Y no quiero que eso se acabe todavía.

Mierda, quiero...

Interrumpe mis pensamientos cuando sonríe y aparta la mirada. Entonces, se acurruca contra mí, con la cabeza sobre mi pecho. Y el corazón me salta con fuerza y es como si me estuviera diciendo: «Tío, lo has encontrado, lo que buscabas está justo aquí».

Y es verdad. Es justo esto. Es justo ella.

Lo único que pienso cuando le rodeo la cintura con un brazo es que ni siquiera puedo decírselo.

Y que, de ahora en adelante, cada vez estaré más jodido.

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