Hasta que nos quedemos sin estrellas

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27. Brillas

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Brillas

Maia

Mi primera semana compaginando dos empleos es agotadora. Trabajo por la mañana en el bar y solo tengo tres horas de margen para correr de vuelta al apartamento de Liam, comer y cambiarme el uniforme antes de que empiece mi turno en la tienda de música. Sin embargo, trabajar con Clark es como un soplo de aire fresco. Limpio y ordeno las estanterías, elaboro las playlists que suenan en el local y, por supuesto, también atiendo a los clientes. Y, aunque los primeros días sí que está bastante pendiente de mí, a finales de semana ya he conseguido ganarme su confianza y que vuelva a la trastienda de vez en cuando para darme más libertad, lo que me hace sentir tremendamente orgullosa de mí misma.

El lunes le hablo a Lisa sobre la casa del lago y, para mi sorpresa, la idea le gusta incluso más que a mí. Sobre todo cuando le digo que puede traer a alguna amiga más. Quedamos en irnos el sábado por la tarde, dormir allí y volver el domingo al anochecer, aprovechando que ella se ha pedido el día libre. Se pasa toda la semana haciendo planes y yo dejo que comparta su emoción conmigo porque, bueno, para eso están las amigas.

De forma que la mañana del sábado salgo temprano de trabajar y me subo a mi coche para volver a Mánchester. Dejé de utilizarlo cuando Liam se mudó a mi casa y empezó a llevarme al hospital todos los días. No obstante, estoy intentando acostumbrarme a conducir otra vez. Me gusta la idea de poder moverme a mi antojo sin depender de nadie. Arranco el motor, me abrocho el cinturón y bajo el volumen de la música para no saturarme. Salgo del pueblo golpeando distraídamente el volante al ritmo de la canción.

Y ni siquiera pienso en que ya me he acostumbrado a no tomar el desvío que me llevaría al hospital.

Necesito comprar varias cosas, así que paso por el supermercado antes de volver al apartamento de Liam. Media hora después, el ascensor me deja en la tercera planta de su edificio. Tengo mi propia llave, lo que quizá me parecería excesivo si se tratase de cualquier otro chico, pero con él no me hace sentir tensa en absoluto. Dejo las bolsas en el recibidor, me quito el abrigo y vuelvo a cogerlas para llevarlas a la cocina.

Liam está de espaldas a la puerta, concentrado en los fogones. Va descalzo y lleva unos pantalones de chándal y una camiseta holgada. Me mira por encima del hombro, con los rizos mojados cayéndole sobre la frente y esa sonrisa. Y entonces siento un puñado de mariposas en el estómago a las que me gustaría exterminar con veneno para bichos.

—Eh —me saluda despreocupado.

—¿Vas a encargarte tú de cocinar? ¿Quién está tomando las decisiones aquí y por qué nos castiga?

Pone los ojos en blanco y vuelve a darme la espalda.

Riéndome, dejo las bolsas sobre la mesa antes de acercarme a él. Al rodearle el brazo con la mano, siento la dureza de su bíceps bajo mis dedos. Me inclino para echar un vistazo. Está preparando carne en salsa y tiene una pinta estupenda.

—Huele bien —reconozco. Aunque me meta mucho con él, la verdad es que no se le da nada mal.

Liam enarca las cejas, baja el fuego al mínimo y se seca las manos con un trapo. Después me las pone en la cintura para atraerme hacia sí.

—¿Eso ha sido un... cumplido? —formula haciéndose el sorprendido—. ¿Quién eres tú y qué has hecho con la Maia que yo conozco?

—Esa Maia está a punto de darte una patada en los huevos.

Sonríe encantado con mi repentino mal humor.

—Esa es mi chica. —Y posa sus labios contra los míos.

Esta vez sí que siento las mariposas. Multiplicadas. Me encanta llegar a casa y que esto sea lo primero que haga al verme. Esta última semana con él ha sido sensacional. Nos besamos cuando nos apetece, dormimos juntos y seguimos bromeando y peleándonos como siempre. Nunca pensé que me gustaría tanto tener algo como esto, pero he decidido seguir el consejo de Lisa y dejarme llevar.

Ojalá hubiéramos tenido mucho más tiempo a solas.

—¿Dónde está Evan? —susurro. Estoy harta de que nos interrumpa constantemente.

—Preparando la casa del lago. No volverá hasta esta noche.

Cada vez que nos deja solos, me cae un poco menos mal.

Liam se echa hacia atrás sonriendo, y me aparta el pelo de la frente. Es tan alto que tengo que flexionar el cuello para mirarlo. Me acaricia la sien con el pulgar.

—Pareces cansada —observa en voz baja.

—Tú también —respondo, aunque me imagino a qué se debe.

—El directo de ayer se alargó más de lo que pensábamos.

Mi instinto sobreprotector casi me hace decirle que debería dormir más, pero consigo mantenerlo a raya.

—Es buena señal, ¿no?

—Fue una pasada, Maia. Probamos un videojuego nuevo desde el canal de Evan y se conectó muchísima gente. Y luego le di un susto de la hostia y pegó un grito que se oyó por todo el edificio. Pobres los que estuvieran viéndonos con auriculares. —Sonríe al recordarlo, pero su buen humor se desvanece enseguida—. ¿Te despertamos? No lo habría hecho si hubiera sabido que tendría una reacción tan exagerada.

—No —respondo—, no me enteré de nada.

Ahora duermo en su cuarto, que es el que está más lejos del salón, y rara vez los he oído aunque siempre me vaya a dormir antes que ellos. Últimamente caigo rendida en cuanto pongo la cabeza sobre la almohada. Solo me despierta después, cuando entra en la habitación a las dos o tres de la mañana para tumbarse a mi lado, y no me quejo en absoluto. Me gusta escuchar cómo se deshace de la camiseta y suspira antes de abrazarme. Y siempre me desea las buenas noches en voz baja, pese a que dudo que sepa que en realidad no estoy dormida.

Además, lo veo mucho más animado desde que Evan viene a Mánchester a menudo y lo ha impulsado a volver a internet. Siempre he visto el mundo de los videojuegos, YouTube y las redes sociales en general como algo muy frío, pero a Liam le aporta muchas cosas buenas. Se nota que es lo que le apasiona. Y podría pasarme horas escuchándolo hablar sobre ello sin cansarme. De hecho, he visto varios de sus vídeos. Por curiosidad. Y de vez en cuando me conecto a alguno de sus directos. Él no lo sabe, claro, pero me interesa el tema mucho más de lo que cree.

—¿Seguro? —insiste, ajeno a lo que pasa por mi mente—. Si alguna vez te molestamos, quiero que me avises. No me importa cortar antes el directo.

—Está bien. —Le sonrío y le paso las manos por los brazos, recreándome al sentir su piel contra la mía—. Me alegro de que hayas vuelto a las redes. Me gusta verte tan feliz.

A veces me siento tan cómoda con él que me dan arranques de sinceridad. Al escucharme, Liam esboza una sonrisa que me pone el estómago del revés. Se acerca hasta que sus labios vuelven a estar sobre los míos.

—Hay muchas cosas que me hacen feliz.

De pronto, estoy tan nerviosa que me entran incluso ganas de vomitar.

En lugar de besarme, Liam agacha la cabeza y presiona la boca contra mi mandíbula. Me aparta el pelo del hombro para repartir besos por mi cuello. Cierro los ojos y me agarro a sus brazos por instinto mientras el corazón me late desbocado dentro del pecho.

—¿Sabes cuáles son? —susurra en mi oído.

«No quiero. No las digas. Por favor, no las digas.»

—¿Que Evan nos interrumpa cada vez que la cosa se pone interesante? —bromeo para rebajar la tensión.

—Me hace feliz que Evan esté aquí, aunque nos interrumpa de vez en cuando —comienza, alejándose para mirarme a los ojos. Me pone un mechón de pelo tras la oreja—. Me hace feliz tener mi propio apartamento y haber dejado atrás todo lo que me hacía daño. Y que vosotros dos finjáis que os odiáis aunque en el fondo os caigáis bien mutuamente. Me hace feliz que vayas a venir con nosotros al lago y que poco a poco vayas abriéndote a los demás. —Baja las manos hasta mi cintura—. ¿Ahora mismo? La vida que estoy empezando a tener me hace tremendamente feliz.

—Me sorprende que no hayas dicho nada sobre liarte conmigo.

La conversación es tan intensa que me hace sentir incómoda. Liam parece notarlo, ya que se encoge de hombros y sonríe.

—Tu maravilloso culo también me hace muy feliz. De hecho, me da las fuerzas que necesito para levantarme cada mañana.

—Que te jodan.

Suelta una risa leve y me besa otra vez. Le envuelvo el cuello con los brazos porque, aunque me ponga de los nervios y haga comentarios absurdos cada dos minutos, la verdad es que me gusta muchísimo. Sus manos recorren mi espalda en sentido descendente y no puedo evitar sonreír cuando me agarra el culo.

—Esas manos... —me quejo contra su boca.

—Deberías darme las gracias. Le doy a maxi-Maia la atención que se merece.

Oh, por el amor de Dios.

Me aparto de él automáticamente.

—No voy a pasar por ahí.

Se ríe antes de tirar de mi brazo para volver a presionar sus labios contra los míos. Le pongo las manos en el pecho antes de que el beso llegue a más.

—Suéltame —le exijo de broma.

—Dame una buena razón.

—Necesito ducharme.

Se aleja para mirarme con cara de duda.

—¿Es otra de tus indirectas? Porque entonces sí que se me va a quemar la comida.

Me entra la risa.

—No lo es. Estoy cansada.

Asiente sonriendo, y me rodea el cuello con un brazo para atraerme hacia sí y darme un beso en la frente.

—Deberías plantearte lo de los dos trabajos.

—Solo es la primera semana —respondo cuando me suelta—. Estaré bien.

En realidad, sé que las siguientes serán igual de agotadoras, pero prefiero mentir y que deje de preocuparse. Venimos de mundos muy distintos; mientras que él no ha tenido complicaciones a la hora de alquilar un apartamento, yo necesito como mínimo dos trabajos si quiero ahorrar para la universidad. El sueldo del bar se me va en el alquiler de mi casa y en la comida que compro para vivir aquí. Evidentemente, Liam no me deja pagarle nada por quedarme, así que intento compensarlo de otra forma. Soy demasiado orgullosa como para dejar que me mantenga.

La única forma de poder ahorrar con un solo trabajo sería dejar mi casa y mudarme a una más pequeña y barata. Sin embargo, no me veo preparada para tomar esa decisión todavía. Menos aún cuando llevo más de tres semanas sin hablar con mi madre.

—Te avisaré cuando la comida esté lista. Puedes dormir un rato después si te apetece. Evan tardará en volver.

Le dedico una sonrisa. Es mucho mejor tío de lo que cree.

—Genial.

Lo beso por última vez antes de coger una de las bolsas y salir de la cocina.

Una vez en su dormitorio, cierro la puerta y saco los productos de aseo que he comprado. Normalmente utilizaría el baño común, pero Liam me dijo que podía usar el suyo para darle más intimidad a Evan y la idea me pareció perfecta. Cojo el champú y el acondicionador, saco algunas cuchillas del paquete y dejo el resto sobre la cama. Es posible que quieran bañarse en el lago y no tengo tanta seguridad en mí misma como para ir sin depilar.

Lo dejo todo en el baño, junto a los cientos de productos que Liam acumula en la ducha. No he conocido a nadie que compre tantas cosas extrañas para cuidarse el pelo. Ojalá yo también tuviera rizos y pudiera usarlos. Cierro la puerta, pongo música en el móvil y me desvisto frente al espejo. Siento la necesidad constante de apartar la mirada, pero no lo hago.

Pese a que todavía estoy demasiado delgada, al menos ya no tengo esa palidez que me hacía parecer enferma y creo que he engordado uno o dos kilos. Y me siento relativamente bien con mi cuerpo, cosa que hace un mes me habría parecido inviable. Me pongo un mechón de pelo tras la oreja y me giro disimuladamente para mirarme el culo.

Me muerdo el labio para reprimir una sonrisa. Maxi-Maia.

Es un apodo horrible, pero tiene parte de razón.

Me meto en la ducha y tarareo distraídamente mientras me enjabono el pelo y el cuerpo. Después me aplico una mascarilla, apago el agua y me depilo con cuidado para no cortarme sin querer. Aunque lo de esta noche me daba un poco de miedo al principio, Liam y Lisa me ayudaron a cambiar de opinión y ahora me hace ilusión. Tengo ganas de pasármelo bien y desconectar. Creo que es lo mínimo que me merezco.

Una vez que me he enjuagado la mascarilla, me envuelvo el cuerpo en una toalla y hago lo mismo con el pelo, y también recojo las cuchillas porque sería de mal gusto dejarlas usadas en la ducha. El baño está inundado en vapor. Me siento en el retrete para cepillarme el pelo y, cuando termino, alargo el brazo para tirar las cuchillas a la basura.

Y, entonces, veo las cicatrices.

Y todo mi cuerpo entra en tensión.

¿Cómo voy a quedarme en bañador delante de mis amigos y dejar que las vean?

Estoy empezando a notar una presión molesta en el pecho cuando, de pronto, aporrean la puerta con tanta fuerza que doy un respingo.

—¡¿Maia?! —vocifera Liam—. ¡Abre la puerta!

Me levanto a toda prisa, agarrando la toalla que me envuelve el cuerpo, y quito el pestillo. Liam abre de forma tan brusca que tengo que apartarme para que no me dé sin querer.

—¿Qué has hecho? —pregunta acercándose muy rápido.

—¿Qué?

—¿Qué has hecho? —repite con ansiedad.

—Nada, yo no...

No entiendo a lo que se refiere hasta que me agarra los brazos para mirarlos.

Se me cae el alma a los pies.

La música sigue sonando, pero ya no la escucho. Solo oigo los potentes latidos de mi corazón. Liam mira mis cicatrices y después las cuchillas que no he usado y que siguen sobre el lavabo, y me suelta a toda prisa, como si mi piel estuviera ardiendo.

—Yo... lo siento —balbucea retrocediendo a tientas—. Las he visto encima de la cama y no..., mierda, no sé en qué estaba pensando. No debería haber entrado así y...

Verlo tan nervioso y consternado me rompe el corazón. De repente me siento muy expuesta, con las cicatrices a plena vista. Y me entran ganas de gritarle que se vaya y de volver a encerrarme en mí misma, como me pasa siempre.

Lo que hago en su lugar es acercarme y envolverlo entre mis brazos.

Liam tarda unos segundos en reaccionar, pero acaba abrazándome de vuelta y estrechándome contra sí. Noto su respiración agitada en la oreja. Acabo de salir de la ducha y estoy empapándole la ropa, pero no le importa en absoluto. Sigo tan conmocionada que no consigo formular palabra. Mientras tanto, él tiembla entre mis brazos, y las emociones que se me arremolinan en el pecho son tan potentes que me entran ganas de llorar.

—No quiero que te pase nada —murmura contra mi hombro.

—Estoy bien —le aseguro alejándome para mirarlo—. Solo estaba depilándome. Para el lago. Nada más. —Recojo un poco la toalla para mostrarle la pierna—. ¿Ves? Tengo la piel suave.

Intento bromear para rebajar la tensión, pero esta vez no es capaz de seguirme el rollo. Traga saliva y asiente, todavía sin mirarme a los ojos.

—Lo siento mucho —repite—. Me he dejado llevar por... Lo último que quería era hacerte sentir incómoda y...

—Está bien —lo interrumpo—. No pasa nada.

Sin embargo, en el momento en el que nuestras miradas se cruzan me doy cuenta de que no es así. Me parte el corazón que haya creído que sería capaz de volver a hacerme daño. Pero me he cerrado en banda cada vez que ha intentado hablar del tema. Y cuando estamos juntos siempre evita tocarme los brazos, como si pensara que así me sentiré más cómoda, aunque yo preferiría que actuara con normalidad.

—Deja que me cambie y hablamos —digo en voz baja empujándolo con cuidado para sacarlo del baño.

Se apresura a sacudir la cabeza.

—No quiero obligarte a tener esta conversación.

—Pero quiero hacerlo —insisto.

Me mira con desconfianza. Termina asintiendo y dejándome sola.

Una vez que la puerta está cerrada, me apoyo contra ella y cierro los ojos para concentrarme en respirar. El corazón me late a toda velocidad. He dejado mi ropa fuera, por lo que procuro tranquilizarme antes de salir. Liam está sentado en la cama con la cara hundida entre las manos. Alza la mirada al verme, pero no dice nada; solo vuelve a clavar la vista en el suelo.

Aprovecho que no me observa para cambiarme. Me pongo la ropa interior y una de sus camisetas, que es la que siempre utilizo para dormir. Por mucho que intento retrasar el momento, pronto he terminado y me giro para enfrentarme a una conversación que tenemos pendiente desde hace mucho. No es que me sienta presionada. Y no es que no quiera contárselo.

Pero me da pánico mostrarme vulnerable ante los demás.

Cuando me siento a su lado, Liam se tensa por completo y se desliza disimuladamente hasta la otra punta del colchón.

—¿A qué viene esto? —No puedo evitar sonar dolida. Su rechazo me ha sentado como una patada en el estómago.

—Quiero darte espacio para que no te sientas incómoda.

—No necesito espacio —replico negando con la cabeza.

«Cerca de ti me siento segura.»

Tuerce el cuello para mirarme. Decido tomar la iniciativa, vuelvo a acercarme a él y alargo la mano para tocarle el brazo. Vuelve a ponerse rígido. Temo que sea todo culpa mía y de mi pasado, de mi frialdad, que ya no me vea como antes.

—Seguro que piensas que soy un insensible. —Cuando habla, todas mis inseguridades pasan a un segundo plano—. La última vez que lo mencioné fue mientras discutíamos y no podría haber elegido un momento peor. Y ahora estaba intentando darte tiempo para que tú eligieras cuándo hablar sobre ello, pero de pronto he hecho esto y..., Maia, lo siento mucho, de verdad. Sé que ha sido muy fuerte.

—No creo que seas un insensible —rebato, ya que me parece lo más absurdo que ha dicho nunca, pero Liam no me deja hablar.

—No sé por qué he reaccionado así y..., mierda, en realidad sí que lo sé. Me importas mucho. Lo sabes. Y al ver las cuchillas te he imaginado así y... —traga saliva— ya no he sido consciente de mis actos. Pero eso no lo justifica. Lo siento.

Vuelvo a negar con la cabeza y entrelazo mi mano con la suya.

—Deja de pedir perdón. No pasa nada.

Ojalá se me dieran bien las palabras; es evidente que se siente mal consigo mismo y me encantaría poder hacer algo al respecto. No necesito que se disculpe. Si yo hubiera estado en su lugar, seguramente habría reaccionado mucho peor. No puedo ni imaginármelo haciéndose lo que yo me hice a mí misma. Entiendo que esté preocupado. Yo también lo estaría.

Durante los siguientes minutos no digo nada más; solo agarro su mano, flexiono las rodillas y la sujeto entre las mías mientras el silencio se abre paso entre nosotros. Liam por fin se atreve a reaccionar y me acaricia delicadamente el dorso con el pulgar, buscando relajarme. Y lo consigue, porque lo hace siempre, incluso en los momentos más difíciles. Cumple su promesa y espera en silencio hasta que estoy lista.

—Solo lo hice una vez —pronuncio al cabo de un rato. De nuevo, siento cómo se le tensan los hombros, pero no me interrumpe—. Fue una semana después del accidente. Mi madre llegó a casa tambaleándose de madrugada y yo... no supe cómo reaccionar. Verla en ese estado me dejó en shock. Aunque suene muy mal, creo que ahora ya estoy acostumbrada. Pero esa noche fue muy impactante. Vomitó en el salón y tuve que limpiarlo después de llevarla a su cuarto. Luego volví al mío y me quedé dormida. Sin llorar. Creo que todavía no lo había asimilado. Al menos hasta que la casera se pasó a la mañana siguiente para exigirnos que pagáramos porque íbamos con un mes de retraso.

Miro a Liam, que aprieta la mandíbula como si no soportara pensar que he pasado por algo así. En su rostro no queda rastro de su sonrisa o de esa expresión burlona y despreocupada que tiene siempre que está conmigo.

—Me contaste que despidieron a tu madre del trabajo —comenta al ver que me quedo callada.

—Le pregunté dónde estaba el dinero, pero no supo decírmelo. Porque no lo teníamos. Así que tuve que suplicarle a Nancy que nos diera unos días de margen. Mi madre no estaba en condiciones de pensar en cómo pagaríamos y... de pronto me vi sola, Liam. Estábamos a punto de perder la casa, tenía un montón de exámenes en el instituto y no quería que mi hermana se quedara abandonada todas las tardes en el hospital. Yo era... era una niña, ¿vale? Puede que solo haya pasado un año, pero la Maia de ese entonces era tan... inocente. Ni siquiera había cumplido los dieciocho. Al cabo de unos días era mi cumpleaños. La situación me superó, no veía la salida y una noche... lo hice.

Me atraganto con las palabras. Es la primera vez que cuento esta historia en voz alta, y recordarla es como si me hubieran clavado un puñal y lo retorcieran sin piedad.

—Me encerré en el cuarto de baño y lo hice —repito, y de pronto tengo que luchar contra el nudo que se me hace en la garganta—. Me sentía fatal y pensé que me ayudaría, pero no... no... no lo hizo. Me arrepentí en cuanto vi la sangre. Y, cuando comprendí lo que había hecho, me sentí tan mal que vomité. Me pasé toda la noche llorando. A la mañana siguiente me levanté temprano, me cubrí las ojeras con maquillaje y salí a buscar trabajo.

Me derrumbé. Y caí más hondo que nunca. Pero conseguí levantarme, como hago siempre, y seguí adelante porque no me quedaban más opciones. No tenía a nadie a mi lado, así que empecé a contar solo conmigo misma. Y me convertí en una persona fría y hermética que pone barreras a cualquiera que intenta acercarse. Todavía pago las consecuencias. Porque el miedo sigue aquí.

Me quedo callada y me vuelvo hacia Liam. Cuando nuestras miradas se encuentran, veo la tristeza y el dolor en la suya. Y también la rabia, la impotencia, todo lo que no se atreve a decir con palabras; los miedos y las preguntas que no pronuncia. Le suelto la mano con disimulo.

—Solo fue una vez —repito mientras me seco las lágrimas—. Cuando mencionaste las cicatrices esa noche... sé que reaccioné mal. Y sé que me puse a la defensiva y que te ataqué sin motivos. Pero me daba tanta... vergüenza pensar que las habías visto. Me siento patética cada vez que pienso en lo que hice.

—No eres patética —replica. Vuelve a alargar la mano para tocar la mía.

—Tomé una decisión estúpida. Y peligrosa.

—Pero eso no te hace patética. —Me aprieta los dedos y me mira con firmeza—. La próxima vez que sientas el impulso de hacer algo así, quiero que me llames. A cualquier hora, en cualquier situación, no me importa cómo estén las cosas entre nosotros. Y, si no es a mí, quiero que acudas a cualquier otra persona que se preocupe por ti. Sé que piensas que estás sola contra el mundo, Maia, pero no lo estás. Y no lo estarás nunca.

Pestañeo para huir de las lágrimas.

—Ya lo sé —contesto con la voz ahogada.

—Ojalá nos hubiéramos conocido antes.

Lo que siento entonces es tan... difícil de digerir. Sabe que los últimos meses de mi vida han sido un caos y, aun así, desearía haber estado ahí para apoyarme. Incluso en mis peores momentos, Liam se ha quedado. Y me han abandonado muchas veces. Tantas que empecé a pensar que no podía confiar en nadie. Después del accidente perdí a mi madre y a mis amigas, que me dieron de lado. Derek se portó como un capullo. He estado tan sola que la idea de dejar entrar a alguien es simplemente... aterradora.

Pero me siento mucho mejor después de hablar con él, como si acabara de quitarme un peso enorme de encima.

—Lo que más me ha impactado antes, cuando has entrado así en el baño, ha sido que creyeras que podía volver a hacerlo —admito—. No he vuelto a planteármelo. Ni una sola vez. No sé cómo explicarlo, solo... no lo pienso. Ni siquiera cuando murió mi hermana. Fue un error que no voy a repetir.

Lo miro a los ojos para demostrarle que hablo en serio. Las cicatrices me acompañarán durante mucho tiempo, pero no pienso dar pasos hacia atrás. Hay pocas cosas en mi vida que puedo controlar. Esta es una de ellas. Y pienso mantenerla a raya.

Liam asiente con lentitud y me estremezco cuando me roza los nudillos con las yemas de los dedos.

—Siento mucho que tuvieras que pasar por eso, Maia.

Se me forma un nudo en la garganta.

—Lo descubrí a través de las redes sociales. Encontré una página en la que te enseñaban cómo hacerlo. Subían fotos y lo... lo romantizaban. Como te he dicho, solo era una niña. No tenía ni idea de los peligros que hay en internet.

—¿Por eso no utilizas tus redes sociales? —pregunta con cuidado.

—Me generan rechazo desde esa noche.

—Creía que era ilegal subir ese tipo de contenido a internet.

—Y lo es —coincido—, pero las autoridades no encuentran ese tipo de páginas. Solo llegas hasta ellas si eres el público que están buscando. Y tienen muchos seguidores, la mayoría jóvenes. Se me revuelve el estómago cada vez que lo pienso. —Le suelto la mano para pasármelas por la cara, frustrada—. Ojalá pudiera hacer algo al respecto.

Tampoco había hablado en voz alta sobre este tema. Y, además de dolor, siento rabia e impotencia. Nos quedamos en silencio. Miro a Liam de reojo. Parece concentrado, como si estuviera dándole vueltas al tema.

Pasados unos segundos, dice:

—¿Y si pudieras?

Me vuelvo automáticamente hacia él.

—¿Qué?

—¿Y si pudiéramos? —rectifica.

—¿A qué te refieres? —pregunto con desconfianza.

—Me siguen doce millones de personas en YouTube. ¿Y si pudiera utilizar mi influencia para algo bueno? —continúa, mirándome a los ojos—. Como para lanzar una campaña de concienciación y ayudar a la gente.

Abro y cierro la boca aturdida. Siento tantas emociones de golpe que no sé cómo reaccionar.

—Piénsalo —añade—. Podríamos colaborar con psicólogos especializados en el tema y grabar una especie de... documental en forma de spot publicitario. Y difundirlo a tope en las redes sociales. Si no podemos evitar que esas páginas existan, lanzaremos una contracampaña mucho más potente.

—Llegaríamos a muchísima gente —reflexiono para mí misma, y Liam asiente cuando alzo la mirada hacia él.

—No sé cuántos seguidores tendrán, pero, vamos, ambos sabemos que es imposible que sean más famosas que yo.

La emoción me golpea de pronto. Porque lo veo real y al alcance de nuestras manos. Me levanto de un salto dejándome llevar por un impulso.

—Y también serviría para limpiar tu imagen —menciono.

Tuerce el gesto y niega con la cabeza.

—Sabes que no lo hago con esa intención.

—Sí, pero a todos les gustará verte comprometido con ese tipo de cosas. Podemos matar dos pájaros de un tiro. —Suelto el aire de mis pulmones emocionada. Y después me obligo a controlar mi entusiasmo y lo miro con cautela—. ¿De verdad lo harías?

Asiente mirándome fijamente.

—Si tú estás dentro, yo también me apunto.

—Estoy dentro —le confirmo enseguida—. Mierda, Liam, claro que estoy dentro. No sé cómo darte las gracias.

No me lo pienso más y vuelvo a abrazarlo. Liam me estrecha contra sí y casi siento su sonrisa contra mi hombro. Los sentimientos me estallan en el pecho, de pronto y sin darme tiempo para acostumbrarme a ellos. No soy una persona sensible, pero de repente me entran ganas de echarme a llorar.

—Esto es muy importante para mí —susurro contra su cuello.

Él sonríe y, cuando me aparto, me recoge un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Lo sé. Por eso tengo tantas ganas de hacerlo.

Le doy un empujón.

—Deja de ser tan bueno conmigo. Se supone que eres un capullo. Métete en el papel.

—Bueno, vale. Pues me importa una mierda lo que sea importante para ti. Y solo lo hago para limpiar mi imagen y volverme todavía más famoso.

No puedo dejar de sonreír.

—Capullo egocéntrico.

«Me da mucho miedo lo que me haces sentir.»

Vuelvo a rodearle el cuello con los brazos para atraerlo hacia mí. Él baja sus manos hasta mis caderas. De repente, siento tanta felicidad que el corazón me revolotea dentro del pecho. Es un sentimiento ensordecedor. Le enredo los dedos en el pelo y echo su cabeza hacia delante para besarlo. Liam esboza una sonrisa que se desvanece cuando me roza las muñecas.

—Nunca sé qué...

—Prefiero que finjas que no están —le interrumpo. Sería peor que se forzara a no tocarme los brazos nunca.

Él asiente y tira de mí para que me siente sobre su regazo. Hundo las rodillas en el colchón, a ambos lados de su cuerpo. Me aparta el pelo de la cara con los dedos.

—¿Sabes una cosa? —susurra.

Le acaricio el brazo distraídamente.

—Sorpréndeme.

—Sigo creyendo que eres muy fuerte.

De pronto, mis músculos se ponen rígidos.

—Sé qué es lo que vas a decirme —me adelanto.

—Has superado cosas que yo no sé si sería capaz de afrontar solo —continúa—. Pero no pasa nada por pedir ayuda cuando la necesitas.

—Y no te refieres solo a pedírosla a Lisa y a ti, ¿verdad?

Niega con cautela.

—Creo que te vendría bien ir al psicólogo. Sé que estás mucho mejor que hace unas semanas y me siento muy orgulloso de ti, pero tienes que cuidar de ti misma y este es el primer paso. —Me acaricia la sien con el pulgar—. Y sé que lo harás. Porque, además de fuerte, también eres muy valiente.

Trago saliva. Quiero sonreír, pero no me sale del todo.

—¿Voy a ir al psicólogo porque soy valiente?

—Hace falta mucho valor para ponerse como prioridad y pedir ayuda. Prométeme que al menos lo pensarás.

Asiento despacio. A diferencia de la última vez que tocó el tema, ahora no me siento atacada; sé que lo dice porque le importo y quiere lo mejor para mí. Además, lo conozco lo suficiente como para sacar mis propias conclusiones.

Enredo el dedo índice en uno de sus rizos con delicadeza.

—Tú también has ido, ¿verdad?

—Tuve una época difícil hace unos años. Me despertaba con dolores de pecho muy fuertes y sentía mucho malestar en general. Estuve yendo a terapia una temporada. El psicólogo me dijo que tenía un cuadro de ansiedad a causa del duelo.

—¿Así que no fue por YouTube?

Niega con la cabeza.

—Fue a raíz del abandono de mi padre.

—Eras muy pequeño —menciono, ya que recuerdo vagamente que me lo contó hace tiempo.

—Tenía doce años, sí. No he vuelto a saber nada de él.

—¿Y nunca te has preguntado...?

—¿Dónde está? No —responde con firmeza—. Unos años después mi madre conoció a Adam, se casaron y se convirtió en mi padrastro además de su agente. Yo me apoyé en Evan, sobre todo, y en el resto de mis amigos. Nunca he estado muy unido a mi familia.

Es algo que nos hace diferentes. Antes de la muerte de mi padre, mi familia lo era todo para mí. Y ahora solo queda una sombra de lo que solíamos ser.

—No sabía que lo conocías desde hace tanto —comento distraídamente, recorriéndole la mandíbula con los dedos—. A Evan.

—Somos amigos desde siempre. No tengo recuerdos de mi infancia en los que él no esté.

Me muerdo el labio para esconder una sonrisa.

—Imbéciles unidos desde el principio de los tiempos, ¿eh?

—Desde el colegio. Y porque no coincidimos antes. Podríamos haber chocado puños nada más nacer si nos hubieran puesto en la misma cuna.

De pronto, los recuerdos me asuelan y siento una oleada de tristeza.

—Me recordáis a mi hermana y a mí. Era mi mejor amiga. —Trago saliva y me concentro en su camiseta para no mirarle a los ojos—. Encontré una caja con ahorros en su armario. Los usé para pagar el alquiler y me prometí que se los devolvería antes de que se despertara, pero supongo que ya no hace falta, ¿no?

Termino de hablar con un nudo en la garganta. Un sabor amargo se me adueña del paladar, y el ambiente se vuelve tenso.

—Maia —dice él en voz baja.

—¿Te importa si comemos temprano? —pregunto levantándome de su regazo como si nada—. Me gustaría dormir un poco antes de irnos al lago.

Ha sido un cambio de tema brusco, pero no me apetece hablar sobre Deneb ahora mismo. De hecho, he evitado pensar en ella y en mamá durante la última semana y media. Todavía no me he atrevido a poner un pie en el cementerio y no sé cuándo estaré preparada para afrontar la realidad.

Liam lleva sus ojos a los míos preocupado.

—Está bien —contesta con suavidad—. Como quieras.

Pero, por mucho que lo intento, no puedo sacármelo de la cabeza.

—Te prometo que pensaré lo del psicólogo. Quiero ponerme como prioridad y esforzarme por ser una persona mejor. Le prometí a mi hermana que empezaría a brillar y... quiero hacerlo.

Él esboza una media sonrisa y me aparta el pelo de la mejilla.

—Llevas brillando mucho tiempo, Maia. Con una luz más tenue en los malos momentos y mucho más potente en los buenos, pero brillando, al fin y al cabo.

 

 

Cuando se hace de noche, cogemos las maletas y salimos del apartamento para reunirnos con los demás en la puerta del edificio. He dormido lo suficiente para estar descansada y ahora tengo incluso ganas de socializar, lo que es un hecho insólito tratándose de mí. Y también me muero por llegar al lago y ver lo que tienen planeado.

Evan y Lisa ya están allí cuando bajamos, pero no han venido solos. Mientras Liam va directamente a saludar a su amigo, yo arrastro mi maleta hasta Lisa, que está acompañada de Hazel, la chica a la que conocí en la fiesta, y de una pelirroja a la que no he visto nunca.

—Alucina. Las he conseguido con descuento. —Antes de que pueda decir nada, escucho la voz de Evan a mi espalda.

Me vuelvo para verlo con unas gafas acuáticas que le cubren la nariz y la mayor parte de la cara. Enarco las cejas y él esboza una sonrisa amplia mientras da varias brazadas imitando a los nadadores.

—Si eres amable conmigo, Maia, a lo mejor te las prest...

Coge una profunda bocanada de aire medio asfixiado, y Liam estalla en carcajadas mientras le da golpes bruscos en la espalda.

Me vuelvo hacia Lisa automáticamente.

—¿Me puedes explicar por qué te gusta?

Ella sonríe y sube un hombro.

—Ha comprado unas iguales para tu chico.

Y, cuando me giro, él también se las está probando.

Muy bien. Me rindo.

—Me alegro de volver a verte, Maia. —Hazel me dedica una de sus bonitas sonrisas, y yo no tardo en imitarla. Hace un gesto hacia la pelirroja—. Ella es Ashley, mi prima. Ha venido de visita y quería presentárosla.

—Es un placer —le digo a ella intentando ser amable.

Es muy diferente a Hazel, con esa piel pálida y el rostro recubierto de pecas. También parece varios años más joven que nosotras. Y no aparta la mirada de los chicos.

—No me creo que vayamos a pasar el finde con ellos —jadea agarrándose del brazo de Lisa.

Enarco las cejas y mi amiga pone los ojos en blanco divertida.

—Ashley es muy fan de Liam —me explica—. Ve sus vídeos de vez en cuando y eso.

—¿De vez en cuando? —se indigna Ashley—. No me pierdo ninguno. Son buenísimos. Siempre me hace reír y..., oh, Dios mío, vienen hacia aquí.

Parece estar a punto de ponerse a hiperventilar. Miro a Lisa con una sonrisa burlona y ella se encoge de hombros. Cuando los chicos se detienen junto a nosotras, ya se han quitado las gafas, por suerte. Pero Evan lleva unas bermudas fucsias con flamencos que deben de verse a tres kilómetros de distancia.

—¿Preparadas para partir, señoritas? —pregunta sonriente.

—Maia, Evan y yo iremos en mi coche con las maletas —nos explica Liam—. Y Lisa irá en el suyo con Hazel y... —Sonríe al mirar a Ashley extrañado—. No nos conocemos, ¿verdad? Soy Liam.

Le tiende la mano con educación, pero ella niega con efusividad.

—Ya sé quién eres —pronuncia atropelladamente.

Liam me lanza una mirada rápida, como si necesitara asegurarse de que no es el único que lo ha escuchado.

—Veo todos tus vídeos —añade ella—. Cuando Hazel me dijo que iba a conocerte..., Dios, casi me da algo. No sabes lo importante que eres para mí. Tus vídeos me han salvado muchas veces y... eres superdivertido y... buenísimo con los videojuegos. A mí también me gustan y he apuntado muchas de tus jugadas para probarlas.

—¿Como cuáles? —pregunta Liam con curiosidad. De pronto, parece superinteresado en la conversación.

—La que usaste en el último vídeo que subiste con Max fue una pasada. No me extraña que ganarais la partida. Y el susto que le diste a Evan en el directo de anoche... Dios, no podía parar de reírme.

—Fue una pasada —coincide Liam sonriendo también.

Yo intento hacer lo mismo, pero siento una punzada en el pecho.

Porque, aunque estoy al tanto de sus directos, no vi el de anoche.

Y no tengo ni idea de cuáles son esas «jugadas magistrales» de las que están hablando.

—No se encuentran muchos creadores de contenido como tú —prosigue Ashley—. Se nota que te apasiona lo que haces y..., joder, no sabes la suerte que tenemos de que estés en internet. Gracias por todo. De verdad. No dejes que nadie te haga dudar de lo mucho que ayudas a la gente porque eres... alucinante y... ¿Estoy siendo muy intensa? Mierda, lo siento mucho, es que te admiro mucho y...

Liam niega con una sonrisa.

—No eres intensa. No te preocupes.

—Podrás hablar con él todo lo que quieras en el lago —aclara Hazel empujándola con cuidado para hacerla andar—. Pero más vale que nos vayamos antes de que se haga de noche.

Lisa suelta una risita y las tres se montan en su coche. Evan las sigue para ayudarlas a meter algunas bolsas en el maletero. Me quedo a solas con Liam, que ve alejarse a la chica con una sonrisa.

—Hacía mucho que no me cruzaba con ninguna suscriptora —me comenta, y es evidente que está encantado con la situación—. Menuda forma de subirme el ego, ¿eh?

Yo me obligo a sonreír también.

Pero no dejo de preguntarme si alguna vez habré conseguido que se sienta así de bien consigo mismo.

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