Hasta que nos quedemos sin estrellas

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28. La noche que nunca existió

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28

La noche que nunca existió

Maia

Una vez que cargamos las maletas, por fin emprendemos el camino hacia el lago. Los primeros treinta minutos de trayecto son caóticos. Le he «robado» a Evan el asiento del copiloto, de forma que ha tenido que resignarse a ir detrás, y ahora no deja de meter la cabeza entre nosotros para darle indicaciones a Liam, que va conduciendo, y soltarme esos comentarios mordaces que van a acabar con mi paciencia.

—Tu gusto musical da asco —comenta después de que conecte el móvil a la radio del coche para poner una de mis playlists.

—Tu personalidad también y no te lo digo por respeto.

—¿No podéis pasaros dos minutos sin discutir? —se queja Liam.

—Le has dejado el asiento del copiloto, tío —le recrimina Evan dándole un golpe en el hombro—. Eso rompe todos los códigos de lealtad entre mejores amigos.

Me vuelvo a mirarlo con los ojos entornados.

—¿Nunca te han dicho que eres muy dramático?

—Más te vale ser amable conmigo, Malena, porque vas a mi casa y yo sí que puedo hacerte dormir en el pasillo.

—No vas a hacerla dormir en el pasillo —interviene Liam.

Evan pone mala cara y yo sonrío satisfecha, aunque ignoro a su amigo cuando me mira de reojo. Sigo sin quitarme de la cabeza lo fuera de lugar que me he sentido antes con Ashley.

—¿Con quién comparto habitación, por cierto? —le pregunto a Evan, e intento ser «amable» para que dejemos de discutir.

—Con Lisa —contesta él.

Quiero replicar, pero mantengo la boca cerrada porque sería demasiado descarado.

—¿Cómo que con Lisa? —salta Liam automáticamente.

—Solo hay tres habitaciones, así que ellas van juntas, tú vas conmigo y Hazel va con su prima. Aunque estoy abierto a modificaciones según cómo se desarrollen los acontecimientos. —Le echa un vistazo al GPS en su móvil—. Tienes que tomar la siguiente salida a la izquierda —le indica a Liam.

Él agarra el volante con ambas manos y echa un vistazo a los indicadores del coche.

—Vamos a tener que parar. Estamos casi sin gasolina.

Evan se vuelve hacia mí.

—Enhorabuena —me suelta el muy gilipollas.

—¡¿Qué culpa tengo yo de que no haya gasolina?!

—¡El copiloto tiene que encargarse de ese tipo de cosas!

Abro la boca para seguir discutiendo, pero Liam parece harto de nosotros, así que me quedo callada, solo por él, y me giro hacia delante para no ver la sonrisa victoriosa que me dedica Evan al ver que no replico.

Le envío un mensaje a Hazel para avisarla de que nos desviaremos en la próxima área de servicio y compruebo por el espejo retrovisor que nos siguen cuando Liam gira a la derecha. Aparca frente a la gasolinera y se baja del coche para buscar al encargado. No pienso quedarme a solas con Evan, así que decido ir con él. Con el rabillo del ojo veo que Lisa y las demás también han salido del vehículo, imagino que para estirar las piernas.

—Pago yo —le digo a Liam, una vez que hemos repostado, rebuscando dinero en mis bolsillos.

Él le da su tarjeta al encargado antes de que pueda sacarlo.

—Resérvatelo para invitarme a cenar.

Resoplo y lo empujo para sacarlo de la tienda.

Las chicas están esperando fuera apoyadas sobre el coche de Lisa. Ashley saluda tímidamente a Liam con la mano y él le devuelve la sonrisa, y yo trago saliva mientras lo sigo hacia nuestro coche. Solo que, en lugar de volver a sentarme como copiloto, voy con él hasta el asiento del conductor. Liam se sienta, mete las llaves en el contacto y frunce el ceño al verme parada a su lado.

—¿Me dejas conducir? —pregunto antes de que pueda echarme atrás.

—¿Quieres conducir? —replica enseguida sorprendido.

—Quiero acostumbrarme a salir a la carretera y sé que tú no vas a dejar que nos pase nada. —Frunzo los labios mientras me agarro a la parte superior del vehículo—. ¿Y bien? ¿Puedo?

—Claro, sí. Como quieras. Sí. —Sale del coche y me sujeta la puerta para que entre—. Pero tienes que cuidarlo bien. Es mi segunda posesión más preciada.

Sonrío y me acomodo frente al volante.

—Déjame adivinar, ¿la primera es maxi-Liam?

—Pues claro que no. —Se inclina para encender el motor y contengo la respiración al sentirlo tan cerca—. Es mi sonrisa, Maia. Me asustas con tus perversiones.

Me sonríe una vez más antes de cerrar la puerta.

Mientras rodea el vehículo para sentarse como copiloto, yo tomo aire y pongo las manos en el volante para familiarizarme. Liam tiene las piernas mucho más largas que yo, así que ajusto el asiento para llegar bien a los pedales. Y también reviso los espejos, por si acaso. Es un coche bastante más moderno que el mío y además es automático, pero con suerte no tardaré en pillarle el tranquillo.

De todas formas, me tranquiliza que Liam venga conmigo. Se sienta a mi lado y los dos nos abrochamos los cinturones. Evan parece a punto de soltar uno de sus comentarios, pero se calla al ver la mirada de advertencia que le dedica su mejor amigo.

—¿Cuánto falta para llegar? —pregunto intentando relajarme.

—No más de veinte minutos —responde Evan con cautela.

Vale. Puedo con esto.

—Avísame si quieres que paremos en cualquier momento —me advierte Liam.

Me limito a asentir antes de poner el coche en marcha.

Los primeros minutos son los más complicados. Casi me equivoco al salir del área de servicio y cojo la carretera que no es, pero Liam es paciente conmigo y mantiene a Evan a raya cada vez que intenta hacer algún comentario. Y, por muchas ganas que me entran de parar y mandarlo todo a paseo, me mantengo fiel a mi orgullo y aguanto. Cuando quiero darme cuenta, lo peor ya ha pasado y la tensión comienza a desaparecer.

Liam coge mi móvil y vuelve a poner la música, pero a un volumen muy bajo para no desconcentrarme. Sonrío al verlo mover levemente la cabeza al ritmo de mis canciones favoritas. Durante los siguientes veinte minutos, tarareo distraída mientras sigo las indicaciones que me dan entre los dos. Nos desviamos en un camino que atraviesa el bosque y nos detenemos frente a una casa de madera bastante acogedora.

Apago el motor y me muerdo el labio al mirar el exterior.

—Lo has hecho —me felicita Liam sonriendo. Me da un apretón cariñoso en la rodilla antes de bajarse.

Cuando Evan nos contó que tenía una casa en el lago, no imaginé que estaría en plena orilla. Ha anochecido y las luces del coche de Lisa iluminan la superficie del agua, que comienza justo en la zona izquierda de la casa. Evan sube rápidamente al porche y enciende la luz para que no nos quedemos a oscuras cuando ella apaga el motor. Estamos perdidos en medio de la nada, rodeados de naturaleza, y lo único que se oyen son los grillos y el murmullo del leve oleaje.

Subo la vista al cielo. Seguro que se verían miles de estrellas si apagáramos todas las luces.

—Te dije que te gustaría —menciona Liam a mi lado.

—Mola un montón.

Pienso en comentarle lo de las estrellas, pero al final decido no hacerlo. No nos van ese tipo de cosas.

—Liam, ¿me ayudas con esto? —habla Ashley a nuestras espaldas.

Hazel y Lisa ya han entrado con Evan en la casa, pero ella sigue intentando, sin éxito, sacar su maleta del coche. Siento una punzada en el pecho y me recrimino a mí misma que es absurdo sentir celos. Liam me lanza una mirada rápida, como si no supiera lo que hacer.

—Está bien —me apresuro a aclarar—. Será mejor que la ayudes. Yo puedo sola con las mías.

Me giro para abrir el maletero sin dejarle decir nada más. Hemos traído bastantes bolsas y me costará llevarlas por mi cuenta, pero soy demasiado orgullosa como para dejar ver que no puedo valerme por mí misma. Las saco a duras penas del maletero mientras Ashley parlotea sin parar. Dice algo que hace gracia a Liam y de pronto los dos se están riendo. Trago saliva y rodeo el vehículo por el otro lado para entrar en la casa sin esperarlos.

La puerta principal da al salón, que tiene un par de sofás, varios armarios rústicos y una televisión antigua. A la izquierda está la cocina y a la derecha se abre un pasillo con cuatro puertas, que imagino que serán el baño y las tres habitaciones. Al fondo hay otra más que parece dar paso a una especie de porche trasero.

—La habitación del medio es para Ashley y Hazel —nos explica Evan, una vez que suelto las bolsas a su lado—. La de la izquierda es nuestra y la de la derecha es para Maia y Lisa. Tiene una cama de matrimonio. Espero que no os importe, chicas.

Miro a Lisa, que hace un movimiento sugerente con las cejas.

—No nos importa, ¿verdad?

—Por supuesto que no —contesto, y me río antes de coger las bolsas de nuevo y seguirla hasta allí.

Es un dormitorio minúsculo, pero tiene vistas al lago. Lisa salta sobre el colchón mientras cierro la puerta. Se vuelven a oír las voces de Liam y Ashley en el pasillo. Me hacen sentir incómoda. Paso el dedo sobre la superficie de la cómoda distraída. Tratándose de Evan, me sorprende que no esté llena de polvo.

—Seguro que ha limpiado la habitación entera solo para darte una buena impresión —le digo a Lisa.

—Bueno, misión cumplida. Me encanta este sitio.

Sonrío y dejo mi bolsa sobre la otra cama.

—Qué rápido caes —la pico de broma.

Lisa, evidentemente, decide contraatacar.

—Al menos yo no llevo tres semanas viviendo en su casa.

—Esto va sobre ti, no sobre mí.

—Pero si tienes incluso la llave.

—Pues claro. Somos buenos amigos.

—Pásame las instrucciones para conseguir un amigo igual, por favor.

Le saco el dedo de en medio y ella suelta una risita mientras sube su bolsa a la cama.

—Por cierto, necesito que me ayudes en una cosa. Quiero que juguemos a Yo Nunca después de cenar. Tengo un plan. Y no funcionará si no jugamos. Así que necesito que digas que te apetece mucho cuando lo sugiera y todo eso.

—Claro —accedo enseguida—. Está hecho.

Ella me dedica una sonrisa.

—Genial. —Dicho esto, camina hacia mí y tira de mi brazo para levantarme—. Ahora será mejor que salgamos antes de que Ashley se desmaye.

—No te metas con ella. Admira mucho a Liam. Yo estaría igual si conociera a Alex o a Finn de 3 A. M.

—O a Blake —añade ella asintiendo con rotundidad.

—Dios, sí. No sé cómo he podido olvidar a Blake.

Salimos de la habitación entre risas. Los demás ya están fuera admirando las vistas del porche trasero. Me quedo alucinada al ver cómo las luces de la casa se reflejan en el lago y, de nuevo, subo la mirada hacia las estrellas. Proponen cenar aquí fuera, lo que no podría parecerme una idea mejor.

Nos repartimos las tareas rápidamente. Evan se encargará de buscar más sillas y Liam se ofrece a poner la mesa. Evidentemente, a Ashley solo le hacen falta dos segundos para proclamarse su ayudante. Parecen pasárselo bien juntos, así que voy con Lisa y Hazel a la cocina. Odio sentirme tan fuera de lugar cuando ella está presente.

Hemos comprado pizzas sin saber que no habría horno ni microondas. Mientras yo critico a Evan y a toda su estirpe, Hazel es bastante más resolutiva y sugiere hacerlas en la sartén. Es una medida desesperada, pero no nos queda otra opción. Mantenemos una conversación informal mientras cocinamos, riéndonos y poniéndonos al día. Y me siento... bien. Antes también tenía mi propio grupo de amigas, pero este es incluso mejor. Sé que Lisa no me abandonaría como hicieron ellas.

—¿Así que Ashley no es de por aquí? —comento distraída mientras Hazel pasa la tercera pizza de la sartén al plato.

—Ha venido desde Newcastle para pasar unos días. Alucinó cuando le conté que Liam también estaría.

Me obligo a seguir como si nada. Ya.

—Como siga así, le subirá tanto el ego que acabará siendo insoportable —comenta Evan, que acaba de entrar en la cocina.

Me tenso por completo al ver que Liam viene detrás de él. Le palmea los hombros sonriendo.

—Bueno, no viene mal una ración de simpatía después de tantos insultos, ¿eh?

No me queda claro si es por el odio que recibe o por mí hasta que Evan dice:

—Venga ya, ¿por eso la has dejado conducir? Porque yo también puedo insultarte más a menudo si eso hace que me prestes tu coche.

Liam pone los ojos en blanco, pero sonríe, y Hazel y Lisa sueltan una risita. Y sé que no tienen mala intención y que ninguno de ellos busca hacerme daño, ni siquiera Evan, pero de pronto me siento un poco... humillada.

Cojo dos de las pizzas que ya están servidas y me dirijo rápidamente a la puerta. Cuando paso por su lado sin decir nada, Liam deja de sonreír.

—¿Qué pasa? —pregunta en voz baja.

—Nada —respondo deprisa—. Solo voy a llevar esto.

No dejo que añada nada más; cruzo el pasillo y salgo a la terraza para dejar los platos sobre la mesa. Ashley está fuera también, colocando los vasos y los cubiertos. Me obligo a sonreír al verla porque, en realidad, no puedo culparla por cómo me siento. No debería sentirme tan incómoda en su presencia.

—Es un sitio bonito, ¿verdad? —Rompo el silencio.

Lo que menos me apetece ahora mismo es volver dentro con los demás. Ashley asiente y mira la distribución de las sillas.

—¿Dónde crees que se sentará Liam?

Dios. Es que me lo pone muy difícil.

—Ni idea —contesto tan amable como puedo, y después vuelvo a girarme para entrar porque también necesito alejarme de ella.

Odio con todas mis fuerzas sentirme así.

Sobre todo porque Liam y yo ni siquiera estamos saliendo. Nos hemos enrollado unas cuantas veces, vale, y es evidente que hay algo entre nosotros..., pero no es una relación seria. Ni por asomo. Esas cosas no me van. Y, a juzgar por lo que me contó el otro día, a él tampoco. Asunto resuelto. De hecho, me parece perfecto estar justo como estamos. No quiero nada más. Me gusta más la idea de ser amigos que se besan y hacen..., bueno, todo lo que nosotros hacemos.

Pero creo que se merece conocer a otras personas.

Porque no soy ni la mitad de buena que alguien como Ashley.

Cuando vuelvo a la cocina, siento cierta irritación al escuchar la voz de la pelirroja a mi espalda. Al parecer, me ha seguido, y solo tarda unos segundos en ponerse a hablar con Evan y con Liam. Los ignoro y cojo un trapo para secar la encimera, que se ha mojado cuando han lavado las sartenes. Necesito desesperadamente mantenerme ocupada.

—¿Qué haces? —Es Liam.

—Limpiar. ¿No lo ves?

Espero que mi tono le moleste, pero sonríe, como si le hubiera hecho gracia. Conociéndolo, seguro que así es.

—Solo lo decía porque la comida se va a enfriar.

—No voy a tardar —respondo intentando ser más amable esta vez—. Ve yendo con los demás.

Cuando lo miro de reojo, veo que tiene el ceño fruncido. Parece que quiera añadir algo más, pero finalmente asiente y sale de la cocina dejándome a solas con Ashley, otra vez.

—No voy a dejar que te quedes aquí sola —me advierte ella con dulzura. Me agarra del brazo y yo lanzo el trapo sobre la encimera y la sigo porque no me queda más remedio.

Los chicos ya están sentados fuera, en la terraza. Liam se vuelve al oírnos llegar y nos dedica una sonrisa. Ha guardado un sitio a su lado, pero no sé para quién de las dos es, así que, aunque llego primero, decido asegurarme y rodeo la mesa para sentarme con Lisa. Él frunce el ceño. Y Ashley se sienta a su lado, justo enfrente de mí.

Me paso toda la cena intentando no mirarlos, lo que es bastante difícil, porque Liam no aparta sus ojos de mí.

«No está mal una ración de simpatía después de tantos insultos.»

¿De verdad soy una persona tan horrible?

Por suerte, es difícil no tener tema de conversación cuando Evan y Lisa están en la misma mesa. Hablan por los codos, lo que hace que yo pueda guardar silencio y pasar desapercibida. Una vez que terminamos de comer, recogemos la mesa e insisto en lavar los platos. Acceden tras varios intentos y por fin salen de la cocina, dejándome a solas con mis pensamientos.

Y los odio. Con todas mis fuerzas.

Apoyo las manos sobre la encimera, cierro los ojos y tomo una bocanada de aire. Me están entrando incluso ganas de llorar. Y desde el salón se oyen sus risas, lo que hace que todo sea peor. Dios santo, soy patética. Y débil, fría, cortante, borde. ¿Cómo voy a gustarle a la gente si no hago más que huir de todo el mundo? Es imposible que...

Alguien entra en la cocina y me seco las lágrimas a toda prisa.

—Eh —me saluda Liam. Se acerca para abrazarme por detrás y el cuerpo se me tensa involuntariamente.

Llevo las manos a las suyas para deshacerme de su agarre.

—Déjalo. No estoy de humor.

Rehúyo su mirada a toda costa e intento rodearlo para salir de la cocina. Sin embargo, me detiene apoyando las manos sobre la encimera, a ambos lados de mi cuerpo.

—¿Se puede saber qué te pasa? —pregunta con seriedad.

—Nada. Solo estoy cansada. ¿Puedo irme ya?

—¿Por eso llevas ignorándome toda la noche?

—¿Tanto te molesta no ser siempre el centro de atención?

Me arrepiento enseguida del comentario, ya que Liam tensa la mandíbula y veo que le ha dolido.

—No quiero discutir contigo —dice esforzándose por mantener la calma.

—Pues deja que me vaya.

—No hasta que me digas por qué te has enfadado tanto conmigo. Creía que estábamos bien.

Suena tan dolido que siento una punzada de culpabilidad.

—No estoy enfadada contigo.

—¿Entonces?

—Entonces, ¿qué?

—¿Por qué te comportas así?

—Porque es lo que hago siempre, ¿no? Es como soy. Y a ti nunca te había molestado.

La voz casi se me rompe al final. Su expresión cambia y, de pronto, carece de cualquier rastro de molestia o enfado. Niega despacio.

—No entiendo qué pasa. —Suena dolido, como si quisiera hacerme sentir mejor y no supiera cómo.

Me aclaro la garganta y me seco las lágrimas a toda prisa.

—Nada. Es una tontería.

—No es una tontería si te hace sentir mal. —Se agacha para que sus ojos conecten con los míos—. Habla conmigo —me pide.

Y, entonces sí, ya no lo aguanto más.

—Es que no lo entiendo —estallo—. No entiendo cómo puedo gustarte más que ella. Ashley es dulce y simpática y te hace sentir bien contigo mismo, y yo soy tan fría y... cortante —continúo. Las palabras se me atascan en la garganta—. Intento abrirme con los demás, pero me resulta muy difícil. Y no dejo de pensar en que cualquiera en tu lugar preferiría a una chica como ella antes que a alguien tan... tan...

—¿Tan qué? —me interrumpe de repente.

Ahora parece molesto, como si no soportara oírme hablar así de mal sobre mí misma.

—¿Tan qué, Maia? —insiste cuando me quedo callada.

«Tan rota. Tan tóxica. Tan destructiva.»

No soy capaz de expresar en voz alta el odio que siento por mí misma.

—Sabes a lo que me refiero —contesto en voz baja.

Me cruzo de brazos para sentirme más protegida. Mientras tanto, Liam me analiza con la mirada. Odio que me conozca tan bien. Es como si viera a través de mí. Me hace sentir expuesta.

—¿Sabes dónde está Ashley ahora mismo? —Su mirada no abandona la mía—. En el salón con los demás. Y ves dónde estoy yo, ¿verdad?

Aunque sé por dónde van los tiros, respondo:

—Aquí conmigo.

—¿Quién duerme en mi cama todas las noches?

—Liam...

—Dilo —insiste, sin dejar de mirarme.

—Yo —contesto finalmente.

Él asiente con lentitud.

—No sé qué más decirte para que dejes de sentirte así.

—Déjalo, ¿vale? No es culpa tuya.

—Pero tampoco de Ashley —añade con firmeza—. No le he seguido el rollo en ningún momento. Y estoy seguro de que cree que tú y yo solo somos amigos. O menos que eso, ya que llevas toda la noche tratándome como si te cayera mal.

Trago saliva y me hundo contra la encimera, avergonzada.

—Eso no es verdad.

—Maia, antes te he guardado un sitio a mi lado y te has ido a la otra punta de la mesa.

—Pensaba que se lo estabas guardando a ella —me defiendo.

—Claro, porque tiene mucho más sentido que lo reserve para alguien a quien acabo de conocer que para ti, ¿no? —Aprieto los labios y evito mirarlo porque, mierda, tiene toda la razón—. Y ¿lo de las bolsas? Pesaban el triple que tú. Podría haberos ayudado a las dos si no fueras tan testaruda.

—No quería que pensaras que estaba celosa —admito, aunque es una tontería porque, bueno, es evidente que lo estoy.

Espero que se ría o haga bromas al respecto, o que me pique, como ese día, cuando insinuó que tenía celos de Michelle, pero se limita a esbozar una sonrisa de medio lado.

—Bueno, no pretendo que me montes una escena de celos, pero tampoco me lances a los brazos de otra chica a la mínima de cambio, mujer.

Su tono despreocupado le resta seriedad al asunto y hace que me sienta mucho menos tensa. Casi sonrío. Liam sigue con las manos en la encimera, manteniéndome apresada con su cuerpo, pero a una distancia prudente.

—¿Sabes lo que habría hecho yo en tu lugar? —continúa—. Me habría sentado a tu lado para que ese tío viera que estás conmigo y lo tuviera en cuenta. Pero tú das un paso atrás y te apartas del camino como si creyeras que voy a preferir a cualquier otra persona antes que a ti. Y eso tiene que cambiar.

Ha dado justo en el clavo. Ha sido tan directo que no se me ocurre nada que decir. Al notarlo, decide suavizar el tono.

—Llevas evitándome desde que salimos del coche —añade—.

Y eso no es justo para mí. He venido para estar contigo.

—No lo he hecho para hacerte daño —aclaro. Odiaría que tuviera esa concepción de mí—. No estaba intentando castigarte y... y tampoco estoy enfadada contigo. Ni con Ashley. Pero os veía tan bien juntos que no quería entrometerme y... lo siento mucho si te ha hecho sentir mal. No era mi intención. Te lo prometo.

—¿Entrometerte? —rebate—. Por si todavía no te has dado cuenta, no soy tan cabrón como para tontear con una chica estando contigo.

—Lo sé —contesto—. Y no es que desconfíe de ti en ese sentido —prosigo, ya que creo que hemos quedado en que no vemos a otras personas, aunque ninguno lo haya dicho directamente—. Pero creo que te mereces estar con alguien que te haga sentir bien y..., no sé, Ashley me encaja con esa definición mucho mejor que yo.

—Así que estabas apartándote del camino para que dejarte me resultara más sencillo. ¿Es eso?

Vacilo. Duele mucho más escucharlo en voz alta.

—Supongo que sí.

—Ya hemos tenido esta conversación antes. Yo decido con quién quiero estar. Y, si quisiera estar con alguien como Ashley, lo estaría. Pero estoy contigo.

—Porque quieres estar con alguien como yo —termino por él.

Liam tuerce los labios en una sonrisa.

—Contigo, en concreto. Pero sí, parece que por fin nos vamos entendiendo.

«¿Por qué?», me gustaría preguntarle. Me costaría mucho menos creérmelo si me lo explicara. Sin embargo, no quiero que piense que necesito palabras bonitas, así que no lo menciono.

—¿Y qué pasa con lo de que viene bien recibir una ración de simpatía después de tantos insultos? —pregunto en su lugar.

—Solo era una broma, pero no la habría hecho si hubiera sabido que te afectaría. En realidad, no la pienso volver a hacer.

Me apresuro a negar con la cabeza.

—Normalmente no me molestaría, pero...

—Ha sido un día raro, lo sé —me interrumpe con delicadeza—. La próxima vez que te sientas así prueba a decírmelo directamente. Seguro que alguna solución encontramos.

Alarga la mano para apartarme el pelo de la mejilla. Estaba tan desesperada por poner distancia entre nosotros que llevo un buen rato pegándome a la encimera, clavándome el mármol en los riñones. Me permito relajarme por fin y mi cuerpo entra en contacto con el suyo. Es tan alto en comparación conmigo que tengo que flexionar el cuello para mirarlo.

Sus ojos azules conectan con los míos.

—Necesito que dejes de buscar excusas para huir de mí —susurra.

—No quiero que me hagas daño.

—No voy a hacerte daño.

Pero no sé si me lo creo de verdad, así que no digo nada más.

Pasados unos segundos, Liam esboza una sonrisa burlona.

—Parezco maduro cuando hablo así, ¿eh?

El ambiente se enfría repentinamente. Ahora yo también sonrío.

—Desde luego, esto se te da muy bien.

—Soy un tío superdecente.

—Tienes tus momentos.

Entonces, me besa y es como si todo volviera a estar bien. Y de pronto me encuentro enfadada conmigo misma por haber estado a punto de renunciar a esto. En cuanto me toca, todas mis dudas desaparecen. Recuerdo la conversación de antes, la campaña que quiere lanzar conmigo por redes sociales y todo lo que se preocupa por mí, y me molesta darme cuenta de lo bien que me hace sentir.

Y de lo aliviada que me siento cuando hablo sobre lo que me preocupa en lugar de guardármelo siempre para mí.

Liam vuelve a sonreír y recorre mis brazos para entrelazar sus manos con las mías. De repente, oímos que alguien entra en la cocina.

—Chicos, quería saber si...

Me aparto de un salto y se me cae el alma a los pies al ver el rostro pálido de Ashley. Intento decir algo, pero ella ya está disculpándose y saliendo de la cocina a toda prisa. Liam y yo nos miramos sorprendidos. Y no siento alivio ni mucho menos orgullo por lo que acaba de pasar.

—Mierda —mascullo antes de ir tras ella.

La encuentro alejándose por el pasillo. Al oírme llegar, se gira hacia mí nerviosa. Parece que se muera de ganas de meter la cabeza bajo tierra.

—Lo siento mucho —balbucea—. No tenía ni idea de que vosotros... Si lo hubiera sabido, no...

—Está bien —la interrumpo acercándome.

—Hazel me dijo que podríamos ser amigas y te he hecho pensar que quiero robarte a tu novio y no... no...

—No pasa nada —insisto—. Y todavía podemos ser amigas, si tú quieres.

Vale, sí. Puede que Liam no sea «mi novio» exactamente.

Pero tampoco le debo explicaciones.

Ashley me mira sorprendida, como si no esperase en absoluto que fuera a reaccionar así. Se apresura a asentir con la cabeza. Acto seguido, señala la terraza a su espalda.

—Debería volver con los demás.

Le dedico una sonrisa amable.

—Sí, como quieras.

Mira algo detrás de mí y, al girarme, veo a Liam saliendo de la cocina. Ashley abre los ojos de par en par y prácticamente corre de vuelta al exterior, dejándonos a solas en el pasillo. Me siento incluso mal por ella. No me gustaría que se sintiera incómoda con nosotros durante el resto del fin de semana.

—¿Vamos? —sugiere Liam.

Asiento con una sonrisa.

Cuando salimos, Evan ha encendido unas luces amarillentas que cuelgan del techo para dar ambiente. Está charlando con Lisa sobre algo que le arrebata una o dos sonrisas, pero, en cuanto nos ve, ella se levanta de un salto de la tumbona.

—Maia, íbamos a jugar a Yo Nunca. ¿Me ayudas con las bebidas?

Camina hacia mí y me agarra del brazo para arrastrarme con ella antes de que pueda contestar.

—Que conste que me parece una idea buenísima —recalco de todas formas. Y estoy completamente de acuerdo con ella en que deberíamos jugar.

A continuación, la sigo al salón bajo la mirada atónita de los demás.

Soy la mejor amiga del mundo.

—Busca vasos para los chupitos. Evan me ha dicho que están en ese armario —me indica soltándome el brazo por fin.

Obedezco y lo abro para sacarlos mientras ella lee los nombres de las botellas que hay en la parte inferior.

—Gracias por seguirme el rollo —dice mientras coge un par de ellas—. Eres genial.

—No las des. Espero que tu plan funcione.

—Funcionará. Y esto es el primer paso. —Mueve la botella frente a mis narices—. Te sorprendería la de cosas que consigo estando borracha.

—No necesitas alcohol para conseguir algo con Evan. Está colado por ti. —Y he perdido la cuenta de las veces que Liam se ha burlado de él por eso.

—Claro que no. Pero va a ser divertido. —Entrelaza su brazo con el mío—. Relájate, ¿vale? Nos lo vamos a pasar bien.

En la azotea, los chicos han distribuido varias tumbonas en círculo para que podamos jugar. Aun así, Liam ha preferido sentarse en el suelo, junto a la barandilla del lago. Ignoro las advertencias que me manda mi cerebro y voy a sentarme a su lado. Él me recibe con una sonrisa y hace que me acomode entre sus piernas, con mi espalda contra su pecho. El corazón me da un vuelco porque no estoy acostumbrada a dar muestras de afecto en público, pero nadie nos presta atención.

Solo Lisa mira un momento hacia nosotros y sonríe al vernos así. Me entran ganas de apartarme y de volver a meterme en el papel de chica fría sin sentimientos, pero estar cerca de él me gusta lo suficiente como para no hacerlo.

Es más, le agarro la mano que cuelga sobre mi hombro para entrelazarla con la mía.

—Todos sabemos cómo se juega —comienza Lisa, acomodándose junto a Evan en la tumbona—. Un vaso para cada uno. Si eres culpable, bebes. Y así hasta que nos aburramos.

Nos miramos unos a otros y empezamos a pasarnos los vasos y las botellas para llenarlos. Miro la mano de Liam mientras él sirve los nuestros. No soy especialmente fan del alcohol, pero puede que esta noche prometa, después de todo.

—Vale, empiezo con una fácil —propone Lisa al ver que nadie más toma la iniciativa—: Yo nunca he estado borracho.

Se oyen risas y, como imaginaba, todo el mundo, excepto yo, se bebe su primer chupito. Reprimo una sonrisa cuando Liam comienza a toser.

—¿Desde cuándo no bebes? —me burlo.

Se inclina para volver a llenar su vaso.

—Desde que acabé borracho en la otra punta del país.

Ahora sí que no puedo contener la risa. Eso atrae la atención de Evan, que señala mi vaso.

—¿No vas a jugar?

—Y estoy jugando. Pero voy ganando por ahora.

Se oye un coro de «¡uhhh!» que hace que me muerda el labio para no sonreír.

—Vale, pues me toca —interviene Liam. Me giro para mirarlo—. Yo nunca he provocado a alguien solo para dejarlo con las ganas.

Capullo.

Sin apartar sus ojos de los míos, levanta su vaso antes de bebérselo de un trago. Hago lo mismo y necesito toda mi fuerza de voluntad para no hacer una mueca cuando siento el alcohol pasando por mi garganta.

—Tu turno —me anima.

Ni siquiera me fijo en si los demás han bebido o no. Solo puedo mirarlo a él.

—Yo nunca me he declarado en un audio de WhatsApp.

Un rayo de diversión cruza su mirada. Vuelve a llenar el vaso y se lo lleva a la boca. Cuando se relame los labios, me obligo a mirar a los demás porque necesito desesperadamente pensar en otra cosa.

Lisa enarca las cejas en dirección a Evan.

—¿Qué? Pleno siglo XXI. Podría haber sido peor —se defiende él, que al parecer también acaba de beber—. Me toca: yo nunca he besado a nadie que esté en esta habitación.

Liam y yo bebemos.

Lisa y Hazel también.

A Evan casi se le salen los ojos de las órbitas.

—Solo fue una vez. —Lisa le resta importancia, aunque parece satisfecha al verlo tan asombrado. Nos mira a todos, como planteándose qué decir después—. Vale, cambio la pregunta: yo nunca he querido besar a alguien que esté en esta habitación.

Todos bebemos, incluidos Evan y ella. También Ashley.

—Yo nunca he querido volver con mi ex —dice, como si supiera que la estoy mirando.

Hazel y ella beben. Yo alejo el vaso dramáticamente.

—Yo tampoco querría volver con tu ex —se burla Liam en mi oído.

Sentir sus labios contra la oreja hace que de repente note la boca seca. Se acerca más y cierro los ojos para huir de todas las sensaciones que me provoca. No los abro hasta que me planta la botella en las manos.

—Yo nunca he fingido un orgasmo —dice con una sonrisa.

Todas las chicas bebemos, lo que me parece bastante triste.

—¿Estás intentando emborracharme? —le pregunto.

—Intento hacerte perder. Pero ya estás acostumbrada, ¿no?

Evidentemente, se refiere al jueguecito que teníamos, en el que acabé cediendo yo.

—Yo nunca me he despertado borracho en el coche de una desconocida. —Y le tiendo la botella.

Da un trago y hace una mueca al notar el alcohol.

—Tengo otra para Liam —aporta Evan—. Yo nunca he dejado mi coche en medio de un descampado para que alguna pareja pueda utilizarlo como nidito de amor.

Él pone los ojos en blanco y vuelve a beber.

—¿Hiciste eso? —cuestiona Ashley un tanto sorprendida—. Creo que se me está cayendo un ídolo.

Hazel sonríe y yo suelto una risita. Al vernos unidos en su contra, lo único que hace Liam es gruñir.

Lisa coge la botella y se vuelve hacia Evan.

—Yo nunca he ocultado que me gusta nadie. —Y bebe.

Acto seguido, se la tiende a él, que también bebe.

La botella va pasando por cada uno de nosotros. Cuando llega a nuestras manos, Liam llena nuestros vasos antes de beberse el suyo de un trago. Rechazo el mío con un gesto. He perdido la cuenta de los que me he bebido ya y no me gustaría acabar la noche vomitando.

—Guárdame el secreto —bromeo, ya que no quiero que los demás se enteren y estropearles el juego.

Él aprovecha que nadie nos mira para beberse el mío también.

—Puedo sacrificarme por ti —se ofrece, y sonrío.

Pero entonces Hazel vuelve a alzar la voz para decir:

—Yo nunca he estado enamorada.

Se hace el silencio. Solo beben dos personas. Una es ella. Y la otra es Liam.

Se me revuelve el estómago al pensar en Michelle.

Seguimos jugando hasta que nos cansamos y Evan se pone de pie, tambaleándose, para poner música en su altavoz. Hazel y Ashley se levantan para bailar y, cuando quiero darme cuenta, han arrastrado a Lisa también. Ella viene a por mí e, indiscutiblemente, yo me llevo a Liam conmigo. Nos pasamos las siguientes horas riéndonos y bailando como si todo lo demás ya no importase. No recuerdo cuándo fue la última vez que me divertí tanto.

Aunque no suelo beber, la resistencia al alcohol me viene por genética, así que, un rato después, me doy cuenta de que soy, con diferencia, la que mejor está de todos mis amigos. El ambiente se ha relajado bastante. Ashley y Hazel se han ido a dormir y Lisa y Evan están en el salón sentados juntos en uno de los sofás, tan pegados que parece que vayan a lanzarse a por el otro en cualquier momento.

Salgo a la terraza con una sonrisa para dejarlos solos y me detengo junto a Liam, que lleva un buen rato tumbado bocarriba en el suelo, viendo la vida pasar.

Él señala el cielo con las dos manos.

—Hay un montón —me dice arrastrando las palabras.

Me río y miro las estrellas antes de sentarme a su lado. En realidad no se ve ninguna por la contaminación lumínica de la casa, pero supongo que le está echando imaginación.

—Has bebido mucho.

—Sí. Túmbate conmigo. —Tira de mí para hacerme caer encima de él. Obedezco, con cuidado de no hacerle daño, y apoyo la barbilla sobre su pecho. Liam me pone una mano en la espalda—. ¿Por qué no... piensas? No las vas a ver si te pones así.

—¿Quieres que te baje la borrachera de un puñetazo?

—¿Qué vas a hacer? ¿Tirarme al lago? —Hace una pausa y esboza una sonrisa tonta—. Te mueres de ganas de verme mojado y sin ropa, ¿eh?

—El Liam borracho es un calenturiento.

—El sobrio también, pero sabe disimular mejor.

—Será mejor que te lleve a la cama.

Él abre los ojos de par en par.

—Por favor. Adonde tú quieras.

Intenta ponerse de pie por sí mismo, pero se marea y está a punto de caerse de culo sobre la tarima de la terraza. Suspiro, me levanto y lo ayudo a estabilizarse. Si no me gustara tanto, ahora mismo lo estaría insultando en todos los idiomas posibles. En cambio, la escena me hace bastante gracia. Y me parece incluso... tierna y todo eso.

Me doy mucho asco a mí misma.

No quiero que pierda el equilibrio y se haga daño, de forma que me paso su brazo sobre los hombros para sostenerlo. Y después comienzo a caminar lentamente hacia el salón.

—Como se te ocurra vomitarme encima, te juro que voy a hacer que te lo tragues —le advierto con amabilidad.

Él asiente superfeliz y conforme. Silba cuando entramos y ve a Lisa y Evan tan acaramelados.

—Es como una escena porno —comenta encantado.

Le chisto rápidamente para que se calle y no nos oigan.

—Silencio. Vamos a tu habitación.

—Pídeme una cita primero, ¿no?

Voy a acabar matándolo esta noche.

Sigue con sus comentarios mientras cruzamos el pasillo y, durante unos instantes, casi me planteo soltarlo para que se dé de bruces contra el suelo. Sin embargo, decido ser buena persona. Me gusta su nariz. Es bonita. Y no quiero que se la estropee.

Cuando por fin llegamos a su cuarto, enciendo la luz y cierro la puerta. Es más grande que el que compartimos Lisa y yo, y, en lugar de una cama de matrimonio, tiene dos individuales, aunque de un tamaño considerable. Voy directamente hasta la que está junto a la ventana y aparto su bolsa de viaje para sentarlo sobre el colchón.

—Estás en deuda conmigo —gruño apartando las sábanas—. Para siempre.

Freno en seco cuando tira de la manga de mi camiseta.

—Ven aquí.

Ni siquiera es capaz de pronunciar bien, pero solo necesita mirarme para que el corazón se me detenga. Me agarra del brazo y hace que me siente a horcajadas sobre su regazo. Utiliza la otra mano para ponerla en la parte baja de mi espalda y pegarme más a él. Trago saliva al notar el calor de su cuerpo contra el mío.

Dios santo. Esto va a ser muy difícil.

Le pongo las manos en los hombros antes de que haga nada más.

—No voy a acostarme contigo si estás borracho.

Sale del trance de pronto y frunce tanto el ceño que la frente se le llena de arrugas.

—¿Y eso por qué? —se queja inmediatamente.

—¿Tú lo harías si fuera al revés?

Él abre y cierra la boca aturdido. Acaba sacudiendo la cabeza.

—Es diferente.

—¿Por qué? ¿La cosa cambia porque soy una chica o cómo va esto?

Frunzo las cejas animándolo a contestar. Liam vuelve a sacudir la cabeza lamentándose.

—No me hagas preguntas trampa en momentos así.

Me cuesta mucho no sonreír.

—Dime por qué es diferente.

—Porque yo no estoy borracho —contesta—. Evidentemente —añade, como si fuera eso lo que ha pensado desde el principio.

—Pero si has bebido el triple que yo.

—Tengo mucha resistencia. —Flexiona el brazo para enseñarme los músculos—. ¿Ves? Fuerte como una roca.

No me creo que este tío me guste tanto.

—No vas a hacerme cambiar de opinión, Liam.

—Pero si lo estás deseando.

—Claro que sí —coincido para torturarlo un poco más. Me acomodo mejor encima de él—. Pero tú sigues estando borracho, así que nos vamos a quedar con las ganas.

Resopla superindignado.

—Mujer cruel.

Me entra la risa.

—No seas dramático.

Sin embargo, mi sonrisa se desvanece cuando me roza la mejilla con los dedos. De repente, noto la boca seca, pero no es por su tacto ni por lo cerca que está. Es por cómo me mira; eso es lo que hace que las emociones se arrasen en mi pecho como un torbellino.

—Eres muy guapa, ¿sabes? —dice en voz baja.

Reprimo una sonrisa.

—Gracias —respondo, y él vuelve a fruncir el ceño, como si necesitara explicarse y no fuera capaz.

—Tú no lo ves, pero eres... tantas... cosas.

—Soy muchas cosas, sí.

—Muchísimas —coincide—. Y nunca había conocido a nadie que sea... tanto, ¿entiendes?

—Entiendo.

Solo espero que todas esas «cosas» no sean malas.

Liam deja caer la frente contra mi hombro, rendido.

—Haces que no decírtelo sea muy difícil.

Trago saliva. Acto seguido, se aleja y me acaricia la cara con la mano. Es tan grande que me envuelve toda la mejilla. Me roza el pómulo con la yema rasposa del pulgar. Cuando sus ojos azules conectan con los míos y se inclina hacia mí, necesito toda mi fuerza de voluntad para retroceder antes de que nuestros labios se encuentren.

—Solo un beso —me ruega con la voz ronca.

Asiento por instinto.

No puedo seguir negándome.

—O dos —añade, y me muerdo el labio para no sonreír.

—Liam...

—¿Tres?

—Cuando estés sobrio te daré todos los que quieras.

Seguramente ahora también, pero evito decírselo.

Sin despegar su mirada de la mía, se acerca hasta que nuestras bocas se rozan. Y me besa, pero no es como otras veces. No busca provocarme ni que lleguemos a nada más. Es lento, inocente, y va cargado de cariño, y no sé ni cómo describir lo que me hace sentir. Después se aparta y se recuesta en la cama, tirando de mí para llevarme consigo.

Dejo que me rodee la cintura con un brazo y nos tumbamos juntos con las cabezas sobre la almohada. Aunque la cama es de una plaza, cabemos bien estando tan pegados. Y solo planeo quedarme hasta que se duerma. Se supone que esta es la habitación de Evan y no quiero dejarle el marrón a Lisa si al final no surge nada entre ellos.

Cuando miro a Liam, se le ve cansado, pero aun así me parece dolorosamente atractivo, con esa mandíbula marcada y los rizos revueltos. Mete una mano por dentro de mi camiseta para acariciarme la columna.

—Estoy triste —me suelta de pronto.

Sonrío. Pienso burlarme de él por esta noche durante el resto de mi vida.

—¿Por qué estás triste? —inquiero siguiéndole el rollo.

—Se suponía que yo iba a cuidar de ti cuando estuvieras borracha, no al revés.

El corazón me revolotea dentro del pecho. Me acerco más, hasta que nuestros rostros están casi pegados.

—No pasa nada. Podemos cuidar el uno del otro.

Al escucharme, esboza una sonrisa que le ocupa toda la cara.

—No me dices estas cosas cuando estoy sobrio.

—Porque entonces sí te acordarías.

—Cuéntame más —me pide bajando la voz.

—¿Qué quieres saber?

—Dime qué es lo que más te gusta de mí.

—Me transmites mucha paz —confieso, tras considerarlo un momento—. Siempre sabes lo que decir cuando no me siento bien y es como si fueras el único que me entiende. Siempre he creído que soy una persona difícil, pero tú me haces sentir que es fácil estar conmigo. Y que no tengo que esforzarme por ser alguien que no soy.

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