Hasta que nos quedemos sin estrellas

Hasta que nos quedemos sin estrellas


Lo que nunca le he dicho a nadie (I)

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Lo que nunca le he dicho a nadie (I)

Hay estrellas casi invisibles, tan frías que su luz apenas existe. Se las conoce como «estrellas fallidas», ya que, debido a la baja fusión de átomos en sus núcleos, no se queman con los incendios que mantienen vivas a las otras estrellas. No brillan. Porque no son más que objetos fríos. Y, como tal, con el tiempo acaban desapareciendo.

El núcleo de una estrella es como un corazón. Los corazones sufren. Y hay algunos que, después de tantas caídas, necesitan poner frío en sus heridas. Se recubren de hielo, intentando asustar con su frialdad a cualquier persona que trate de acercarse por miedo a salir heridos otra vez. El problema es que existen otros corazones, más fuertes y valientes, que son fuentes de calor. Y ningún glaciar es capaz de combatirlos.

Cuando Liam está cerca, es como si cada muro, cada barrera, cada protección que he puesto alrededor de mí misma se derritieran hasta quedar reducidos a la nada. Y las puertas quedan abiertas a él y al calor.

Un calor que ataca el núcleo de las estrellas.

Que hace que brillen.

¿Incluso las fallidas?

Y una parte de mí se muere de miedo mientras la otra solo dice: «Quémame, quémame, que arda todo, que arda todo».

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