Hasta que nos quedemos sin estrellas

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29. Irremplazable

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Irremplazable

Maia

Llevo tres semanas durmiendo a su lado.

Es lo primero que pienso cuando me despierto a la mañana siguiente y me encuentro envuelta entre sus brazos. Tenemos las piernas enredadas y, con la cabeza sobre su pecho, casi puedo escuchar los latidos de su corazón. Me he acostumbrado tanto a esto, a estar con él, que me parece algo natural, como si llevásemos haciéndolo toda la vida. O como si de verdad fuéramos a seguir haciéndolo toda la vida, pese a que no es una de las cosas que hacen dos personas que no sienten nada la una por la otra.

Necesito salir de aquí.

Me libero cuidadosamente de su agarre y, en silencio para no despertarlo, me escabullo fuera de la habitación. Los rayos de luz que se cuelan por los ventanales iluminan la estancia, pero está en completo silencio, por lo que deduzco que es muy temprano y los demás siguen dormidos. Hago una mueca al notar un pinchazo en las sienes. Por cosas como estas evito el alcohol. Me pongo a rebuscar en los armarios algo que me ayude a aliviar la resaca.

Una vez que me he tragado la aspirina, voy a la cocina y me pongo a hacer café para el desayuno. Yo no lo tomo nunca, odio el sabor, pero sé que Liam sí y me he acostumbrado a prepararlo todas las mañanas antes de irme a trabajar. Él también tiene este tipo de detalles conmigo. Y esta es la primera vez que me paro a pensar en lo que realmente significan.

—Buenos días. —Estoy terminando de calentar la cafetera cuando oigo su voz.

Me tenso. Liam entra somnoliento en la cocina. Lleva la misma ropa que anoche, solo que arrugada, y sus rizos están revueltos y apuntan en todas las direcciones. En cualquier otra ocasión me habría acercado para arreglárselos. Ahora empiezo a ser consciente de las ganas que tengo de hacerlo y es justo eso lo que me frena.

Me esfuerzo en actuar con normalidad, a pesar de que lo que dijo anoche no deja de sonar en bucle en mi cabeza.

—Buenos días, Bella Durmiente. ¿Qué tal la resaca?

—Necesito urgentemente meter los dedos en un enchufe.

Se me escapa una sonrisa. Dramático.

—Hay aspirinas en el salón. Y estoy haciendo café.

Me aparto para mostrarle la cafetera y él emite un quejido de gusto.

—Dios, gracias. Eres maravillosa.

Mi sonrisa se desvanece en cuanto sale de la cocina. Apoyo las manos sobre la encimera, cierro los ojos e intento ralentizar los latidos de mi corazón, que vuelve a dispararse cuando Liam regresa y se acerca para servirse el café. Su brazo roza el mío por accidente y doy un respingo. Debe de notarlo, ya que retrocede con disimulo. De pronto la situación es tan incómoda que me entran ganas de encerrarme en mi cuarto y no volver a salir.

—¿Has dormido bien? —pregunta para romper el silencio.

—Ajá. —Necesito una distracción, así que me pongo a fregar los vasos sucios que dejamos ayer por la noche.

—Evan quería que fuéramos al muelle de excursión. Podemos aprovechar para nadar en el lago. Parece un buen plan, ¿eh?

Claro, de no ser porque, como me quede en bañador, todos me verán las cicatrices y este pasará a ser el peor día de mi vida. Voy a decírselo, pero antes lo miro de reojo. Y entonces sus ojos azules chocan contra los míos y las palabras se me quedan atascadas en la garganta.

Desvío la mirada y busco un trapo para secarme las manos nerviosa.

—Sí, parece un buen plan —coincido finalmente.

Silencio. Sigue mirándome como si quisiera ver a través de mí y de la coraza que me mantiene a salvo.

—¿Va todo bien? —se atreve a preguntar.

—Sí, solo estoy cansada. Anoche nos acostamos muy tarde.

—Ya. —No me cree. Viene hacia mí, me agarra del codo y hace que me coloque justo frente a él, y ahora sí que es completamente imposible no mirarlo a los ojos—. ¿Estás enfadada por lo de anoche? ¿Es eso?

—¿Enfadada por qué? —replico, quizá demasiado rápido.

El pulso me martillea en los oídos. Temo que me llame cobarde, que diga que está harto de mí y de mis miedos y de mis inseguridades y que recuerda a la perfección lo mal que reaccioné cuando pronunció esas dichosas palabras que no dejan de perseguirme, pero no lo hace.

—Siento haber bebido tanto. Se me fue de las manos. Habías venido a divertirte, no a ser la niñera de nadie. Y estoy bastante seguro de que cuidaste de mí durante toda la noche.

Me quedo bloqueada durante un segundo. Tardo en procesarlo. Y mi parte racional me insta a contestar mientras la otra solo repite: «No se acuerda, no se acuerda, eso significa que no se acuerda».

—No pasa nada —acabo respondiendo, ya que parece que se siente muy culpable—. Se nos fue de las manos a todos. Incluida a mí.

«Cuidé de ti igual que tú siempre cuidas de mí.»

Destensa los hombros, aunque todavía me mira con desconfianza.

—¿Así que no estás enfadada?

—No, claro que no.

Ahora sí que se relaja.

—Genial. Después del tercer chupito lo tengo todo borroso. Creía que la había cagado.

Y yo me obligo a sonreír, pese a que siento una punzada en el pecho, directa sobre el corazón.

No se acuerda de lo que me dijo.

Empiezan a picarme los ojos, pero me clavo las uñas en las palmas y pestañeo para disimularlo. Quiero que alargue la mano y me toque como hace siempre; sin embargo, mantiene las distancias, como si él también fuera consciente de la brecha que se ha abierto entre nosotros. Y lo odio. Si es verdad que no recuerda nada, que estemos así es culpa mía.

Soy yo la que lo aleja. Una y otra vez.

Como si quisiera ayudarme a solucionarlo, Liam vuelve a sonreír.

—Digo muchas estupideces cuando voy borracho, ¿eh?

Y, de nuevo, ese nudo en la garganta que me asfixia.

—Me preguntaste si me seguirías gustando siendo una lombriz. —Intento suavizar el ambiente y funciona. Su sonrisa se vuelve real.

—Imagino que dijiste que sí.

—¿A liarme con una lombriz? No, ni de coña.

—Estamos hablando de una lombriz sexy, Maia. Es diferente.

—Que te jodan —lo insulto, como siempre, y Liam se ríe y me clava los nudillos en el estómago de broma.

Pero es raro que me toque. Hace que se me tense todo el cuerpo. Y él lo nota y retira la mano. Su sonrisa casi desaparece.

—¿Seguro que estamos bien? —insiste. Creo que conoce la respuesta tan bien como yo, pero aun así respondo:

—Sí, seguro.

Él decide mentirse a sí mismo también.

Y por fin me toca. Me roza la mejilla con los dedos y, aunque al principio quiero apartarme, no lo hago. Solo aguanto, mirándolo a los ojos, y acabo recostando la cara en su palma mientras los latidos de mi corazón vuelven a su ritmo habitual. No dejo de repetirme a mí misma que no pasa nada, que puedo fingir. Si de verdad no se acuerda de nada, puede que esto sea lo mejor para ambos; actuar como si no hubiera pasado. Así todo seguirá como antes, que es justo como debe estar.

Él mismo ha dicho que solo dijo cosas sin sentido, ¿no?

Me atrae hacia sí, pegando nuestros cuerpos, pero no me besa. En su lugar, deja caer la cabeza hacia delante y apoya la frente contra la mía. Cierra los ojos y respira. Y, mientras tanto, yo me quedo quieta apreciando cada detalle de su rostro, preguntándome cómo es posible que un tío así pronunciara esas palabras anoche refiriéndose a alguien como yo.

—Recuérdame que no vuelva a beber —me pide en voz baja.

Sonrío, aunque siento verdadera lástima por él. Debe de tener un dolor de cabeza espantoso.

—Al menos esta vez no has acabado durmiendo en el coche de nadie.

Espero que sonría también, pero se limita a abrir los ojos. Sus iris azules vuelven a chocar contra los míos.

—¿Dormimos juntos anoche?

—Sí, pero nada más —aclaro. Parece confundido, por lo que añado—: Los dos habíamos bebido mucho.

Liam asiente distraídamente.

—No estabas cuando me he despertado.

—Quería hacerte el desayuno.

Y sé que no me cree, pero no menciona nada al respecto.

—¿Así que dormiste conmigo y no pasó nada? —Cambia bruscamente el tema al adoptar de nuevo su tono bromista—. Seguro que no fue por falta de ganas.

Es raro bromear en un momento tan tenso, pero pongo todos mis esfuerzos en que funcione.

—Fuiste tú el que prácticamente me suplicó que lo besara.

—¿Seguro que no estabas soñando?

—Vete al infierno.

—Cuéntame más. —Pone las manos en la encimera y se inclina sobre mí—. Suplicando ¿cómo, exactamente?

Le sostengo la mirada. Es bastante evidente que está conteniendo la sonrisa.

—Dame una buena razón para no darte un puñetazo.

—Podemos aprovechar el tiempo para hacer otra clase de cosas.

Pero ninguno se mueve. Solo nos miramos en silencio, temiendo ser el que tome la iniciativa. La sonrisa de Liam decae conforme el nudo de mi garganta se vuelve más y más profundo. De pronto, siento que estamos a kilómetros de distancia y que toda la complicidad y la seguridad que sentíamos juntos se ha esfumado como el polvo. Es como si estuviera perdiéndolo aunque todavía no se haya ido.

—Creo que... —Me aclaro la garganta, presa de los nervios—. Creo que debería hacer más café. Para los demás.

Liam asiente despacio. En sus ojos veo esa mezcla de tristeza y decepción que me parte en pedazos.

—Sí, creo que es lo mejor.

Sin embargo, no se aparta. Y yo tampoco. Solo me agarro con tanta fuerza a la encimera que me hago daño. Quiero dejarlo salir todo y llorar y gritarle que necesito que me prometa que lo de anoche iba en serio, porque quizá...

«Estoy enamorado de ti.»

«No me lo merezco, no me lo merezco, no me lo merezco.»

Es como ir directo hacia un agujero negro confiando en que no te arrastre.

«No soy suficiente, no soy suficiente, no soy suficiente.»

La puerta de una habitación se abre de golpe. Liam retrocede y el aire vuelve atropelladamente a mis pulmones.

—Buenos días, tortolitos —nos saluda Lisa con alegría.

Los dos nos volvemos hacia ella, pero ninguno dice nada. Bastan unos segundos de silencio para que Lisa frunza el ceño y se eche un vistazo a sí misma. Es entonces cuando yo también lo noto.

Lleva puesta la camiseta de Evan.

—No hagáis ningún comentario —nos advierte. Lisa mira a Liam antes de volverse hacia mí—. ¿Por qué sonríe como un idiota? —me pregunta señalándolo.

Él se encoge de hombros.

—Estoy orgulloso de mi amigo.

—Tu amigo no ha tenido ningún mérito.

Liam pestañea sorprendido. Pero se recompone rápidamente.

—En ese caso, estoy orgullosa de mi amiga. —Va hacia Lisa y le pasa un brazo sobre los hombros—. Bienvenida a la familia, cuñada. Tienes mi completa aprobación.

—¿Ah, sí?

—Pues claro. Igual que yo tengo la tuya.

Se zafa de su agarre de un empujón suave.

—No cantes victoria tan rápido, famosillo.

Me guiña un ojo divertida, y va a servirse una taza de café. Yo me obligo a sonreír y cojo la cafetera para preparar más. Se pasan los siguientes minutos hablando, pero yo no digo nada. De hecho, ni siquiera me atrevo a mirar a Liam.

Solo guardo silencio mientras me pregunto cuánto tardará todo esto en explotar.

 

 

Nos pasamos el resto del día actuando casi como desconocidos.

Evan, Hazel y Ashley no tardan mucho en despertarse y salimos a desayunar juntos al porche. Me siento entre Lisa y Hazel, con Liam enfrente, y nos dedicamos a lanzarnos miradas furtivas mientras los demás charlan entre risas. No participo mucho en la conversación y, para mi sorpresa, él tampoco. Se limita a sonreír y a soltar algún comentario cuando oye su nombre. Y eso me da un mal presentimiento porque Liam nunca está tan callado. Ni siquiera cuando se encuentra mal.

Tal y como creíamos, Evan propone ir al muelle después del desayuno. Nos calzamos las zapatillas, llenamos las mochilas de comida para el pícnic y nos ponemos en marcha. El sendero está rodeado de árboles frondosos y no se oyen más que nuestras pisadas y el murmullo salvaje del bosque. Lisa y Evan van delante, tan inmersos en lo suyo que parece que los demás no estemos presentes. Mis cejas se disparan cuando él le pasa una mano por la cintura para guiarla en la dirección correcta. Mucho contacto físico. Y mi amiga parece encantada. Supongo que el plan de anoche funcionó y, si ella está feliz, yo lo estoy también.

Mientras tanto, yo voy detrás con Hazel y Ashley. Hablan de algo, pero no les presto mucha atención; justo delante de nosotras, Liam anda solo y en silencio. Y no puedo dejar de mirarlo ni de preguntarme por qué de pronto nos sentimos tan incómodos en presencia del otro. Me muero por acercarme, pero lo que hago en su lugar es agarrar a las chicas del brazo y apurar el paso para dejarlo atrás.

Cuando llegamos al muelle, al que se accede mediante una plataforma de madera escondida entre los árboles, Evan extiende los brazos y nos mira con una gran sonrisa.

—Y esta, señoras y señores, es nuestra zona de baño privada. —Y, sin pensárselo dos veces, se quita la camiseta.

Las chicas se ponen a chillar y silbar exageradamente. Sonriendo, Evan se deshace de los pantalones también y le guiña un ojo a Lisa, que lo observa de brazos cruzados.

—Todo para ti —le dice señalándose el pecho.

—Espero que admitas devoluciones.

Es mi turno para sonreír. Esa es mi chica.

Evan enarca las cejas y a ella le entra la risa. Se deshace de su ropa a toda prisa, pero, antes de que pueda llegar al lago por su propio pie, él la levanta en volandas y se lanzan juntos al agua. Desaparecen bajo la superficie unos segundos. Y después Lisa emerge con el pelo mojado pegado a la frente.

—¡¿Vais a quedaros ahí parados?! —nos grita antes de volverse hacia Evan, que acaba de sacar la cabeza, y tirarse sobre él para intentar hacerle una ahogadilla.

Sus risas y chillidos irrumpen el silencio del bosque. De pronto, Hazel y Ashley también están desprendiéndose de la ropa a toda prisa. Y, cuando quiero darme cuenta, están las dos dentro del lago empapadas, riendo, jugando y organizando un complot en contra de Evan. Pasándoselo en grande.

Todos menos yo.

Yo no muevo ni un músculo.

—¿No vienes? —pregunta Liam a mi espalda.

Él también se ha deshecho de su ropa y ahora solo lleva unos vaqueros que se ajustan a sus caderas. Me está mirando, así que me obligo a asentir y comienzo a desvestirme muy despacio. Me quito las zapatillas, los calcetines y los pantalones. Sin embargo, cuando toco el dobladillo de mi camiseta y vuelvo a escuchar las risas de nuestros amigos, me doy cuenta de que no puedo.

No puedo dejar que las vean. Que sepan lo que hice.

—¿Maia? —insiste él.

Cuando nos miramos, es como si, de nuevo, fuera capaz de ver a través de mí y de las barreras que he construido. Frunce el ceño y echa un vistazo rápido a los demás antes de acercarse.

—¿Qué pasa? —inquiere en voz baja.

—Nada, déjalo. Os miraré desde aquí.

—... porque eres alucinante. Y estás buenísima. Y, si tienes alguna duda sobre eso, me voy a asegurar de sacártela de la cabeza.

Su mirada es tan intensa que parece que me atreviese. Me cuesta horrores atreverme a ser sincera con él.

—No es eso. —Y no necesito decir nada más; baja la vista hasta mis brazos y veo en su rostro cómo entiende a qué me refiero.

Siento tanta vergüenza que... que..., joder. Espero que piense que soy débil y patética, que no sé asumir las consecuencias de mis errores, que no debería atarme al pasado, no sé, pero es Liam. Y él jamás pensaría cosas tan horribles de mí. Porque su forma de verme es tan... diferente a la de los demás.

Así que no me sorprende que lo único que haga sea sonreír.

—Se me acaba de ocurrir la mejor idea del mundo.

Y empieza a caminar hacia mí. Yo retrocedo por instinto, aunque me cuesta mucho no sonreír también.

—Sea lo que sea lo que estés pensando, la respuesta es no.

—¿Vas a amenazarme? Porque hace mucho que no lo haces. Y estoy empezando a echarlo de menos.

—¿Te pone que te insulten? ¿Es eso?

Se acerca hasta que estamos solo a unos centímetros y ya no puedo rehuir su mirada. Esboza una sonrisa burlona.

—Confía en mí. Soy un experto en estas cosas.

Lo siguiente que sé es que estoy chillando bocabajo porque me lleva a cuestas sobre su hombro.

Pero será hijo de...

—¡Liam! —gruño, lo que atrae la atención de nuestros amigos, que comienzan a gritar para animarlo—. ¡No! —exclamo cuando empezamos a movernos—. ¡¿Qué te crees que estás haciendo?! ¡Liam! —insisto, y lo único que recibo a cambio es su risa.

—Si vas a amenazarme, hazlo un poco más bajo, por favor. Vamos a asustar a los demás.

Termina la frase dándome un apretón juguetón en la pierna, y de repente soy demasiado consciente del calor de sus manos sobre mi piel. Me recrimino a mí misma que me tengo que concentrar y empiezo a revolverme desesperada por liberarme.

—Vas a hacer que nos caigamos —me advierte intentando mantener el equilibrio, lo que debe de ser difícil teniéndome encima.

—Con suerte te romperás la cabeza.

Vuelve a reírse. Y yo sigo luchando sin parar, pero de pronto su risa me parece demasiado contagiosa y empieza a entremezclarse con la mía. Las voces de nuestros amigos suenan cada vez más cerca porque nos estamos aproximando al lago.

—Liam —repito, pero me cuesta mucho sonar convincente porque no dejo de reírme—. Liam, va en serio, bájame. Por favor.

Emite un sonido de duda.

—Oigo un zumbido. Como el de una mosca.

No puedo dejar de reírme.

—Eres imbécil.

—¿Preparada? —pregunta alegremente.

—¡No! —El pánico me invade a contrarreloj.

—¡Al menos deja que se quite la camiseta! —le recrimina Lisa, aunque parece estar disfrutando de lo lindo con esto.

—A la de una, a la de dos...

—¡Liam, suéltame ahora mismo!

—... ¡a la de tres!

Echa a correr conmigo a cuestas. Chillo, me agarro a él con fuerza y cierro los ojos para no ver nada si nos caemos. Y de pronto siento el salto y el impacto contra el agua helada. El frío me penetra en los poros empapándome y enmudeciéndome. Y abro los ojos y solo veo oscuridad. Nado hacia arriba para emerger a la superficie. Me recorre un escalofrío; la camiseta mojada se me pega a la piel y es una sensación muy desagradable.

Cuando Liam sale un segundo después, echa la cabeza hacia atrás para salpicarme con los rizos. Comienza a reírse al verme la cara.

—Pareces un perro mojado y gruñón.

—Que te jodan.

Sin dejar de sonreír, nada hacia mí y mete las manos bajo el agua para tirar de las mangas de mi camiseta.

—Las enseñarás cuando estés lista. Pero no dejes que eso te impida disfrutar —dice mirándome a los ojos, y de pronto tengo un nudo en el estómago.

Podría besarlo. Ahora mismo. Aprovechando que nadie nos está mirando. En su lugar, solo digo:

—Así no se portan los capullos.

Liam sube un hombro y sonríe.

—Solo te he cogido en brazos para mirarte el culo.

Se sumerge hasta que solo sus ojos quedan a la vista. Y yo me muerdo el labio para no sonreír y me lanzo sobre él para intentar hacerle una ahogadilla. Los demás no tardan en unirse a nosotros. Nos pasamos el resto de la mañana persiguiéndonos y gastándonos bromas los unos a los otros. Y nadie se fija en mis brazos. Nadie ve las cicatrices. Y llega un momento en el que me lo estoy pasando tan bien que incluso a mí se me olvida que las tengo.

A la hora de comer, improvisamos un pícnic en el muelle y luego vuelvo sola al agua. Nado hasta que estoy lo suficientemente lejos, me quito la camiseta y me tumbo bocarriba con los brazos estirados y la prenda entre los dedos. Dejo que el sol llegue a todas las zonas de mi cuerpo que tanto he ocultado. Y me limito a respirar justo así, con la mirada clavada en el cielo despejado y la luz haciéndome entrecerrar los ojos.

A la hora de volver, tengo las mejillas quemadas por el sol y me siento como cuando era pequeña y regresaba a casa después de un día de playa intenso, cuando papá y Deneb todavía estaban aquí y tenía una familia de verdad. Ese cansancio que alivia, que sana. Y me parece bonito y triste a la vez darme cuenta de que ha sido el mejor fin de semana que he pasado en mucho tiempo.

Una vez que llegamos a la casa, empezamos a recoger. Voy con Lisa a nuestra habitación para hacer las maletas.

—¿No te deprime tener que volver al bar después de este fin de semana? —le pregunto mientras doblo una camiseta.

Suelta un suspiro exagerado.

—Sí, gracias por recordármelo, estaba deseando amargarme la existencia.

Me saca el dedo del medio y yo me río en voz baja. Las voces de Liam, Evan y las demás se oyen desde el salón. Y, aunque suene triste, me resulta incluso reconfortante. Creo que por fin vuelvo a tener mi propio grupo de amigos. Echaba de menos la sensación.

No noto el silencio hasta que alzo la vista y descubro que Lisa me observa.

—¿Qué pasa? —inquiero confundida.

—¿No vas a preguntar?

—¿A preguntar sobre qué?

—Sobre lo que ha pasado entre Evan y yo. No te interesa, ¿verdad? Iba a contártelo, pero no quiero aburrirte con mis problemas.

Pestañeo. No usa un tono brusco ni de reproche, pero me duele notar ese deje de inseguridad en su voz. Niego despacio.

—Claro que me interesa, Lisa.

No me aburres con tus problemas. Soy tu amiga.

—Entonces, ¿por qué no has preguntado?

—Porque esta mañana has dicho que no hagamos comentarios y creía que preferías no hablar del tema de momento. Supuse que vendrías a contármelo cuando tuvieras ganas.

Frunce los labios. Parece avergonzada por las conclusiones que ha sacado, pero yo no quiero que se sienta así. Nos quedamos en silencio. Voy a decir algo para hacerla sentir mejor cuando admite:

—Sí que necesito hablar del tema.

Bueno, vale, es mucho más fácil cuando somos directas.

Cierro la maleta y me siento en la cama.

—Te escucho.

—Me gusta. Mucho. De verdad. Y lo de anoche..., bueno. —Sacude la cabeza para centrarse, inquieta—. El caso es que lo veo muy difícil. No creo que pueda funcionar.

—¿Por qué? —pregunto.

Aprieta los labios.

—En primer lugar, vive en la otra punta del país y...

—Solo hasta dentro de unos meses —la interrumpo—. Va a mudarse a Mánchester con Liam. Y ahora viene tanto que parece que ya viva aquí.

Mi tono amargo es evidente, pero tampoco lo voy a disimular. Que siempre esté aquí implica que Liam y yo casi no tenemos tiempo a solas, lo que no es precisamente de mi agrado.

—Pero ¿qué pasa con lo otro? —añade inquieta.

Frunzo el ceño.

—¿A qué te refieres?

—A todo el tema de... internet. —Es como si le costara hablar—. ¿No te da un poco de miedo que Liam sea tan famoso?

—Nunca me lo he planteado —reconozco, ya que es la verdad, y después lo considero—. En realidad, creo que me da igual. Que haga lo que quiera, ¿no?

—Sí —coincide—, pero eso repercute directamente sobre ti. Si la gente se entera de que estáis saliendo...

—No estamos saliendo.

—Bueno, vale, pero cuando empecéis a ir en serio...

—Eso no va a pasar. No nos van esa clase de cosas.

Enarca las cejas.

—¿Y él lo sabe?

—Pues claro que sí.

Las alza aún más.

—¿Y está de acuerdo?

—Lisa —advierto. No doy más detalles. Lo último que necesito es ponerme a dar vueltas al tema que me ha torturado toda la tarde.

—Vale, pues cambio de ejemplo: Evan y yo. Si sus seguidores se enteran de que hay algo entre nosotros habrá muchos que... me odien —concluye, sentándose a mi lado—. No soporto caerle mal a la gente, Maia. Me resulta muy frustrante. ¿Y si no les gusto?

—Puede que te estés anticipando a los acontecimientos —la reprendo con delicadeza.

—Ya lo sé, pero no lo puedo evitar.

—Eso no va a pasar, Lisa. Es imposible odiarte. Eres la clase de persona que la gente adora.

Traga saliva y alza la mirada hacia mí, no muy convencida.

—¿De verdad lo crees?

—Te lo prometo. —Sonrío para darle ánimos—. Me caes bien a mí, ¿no? Y yo odio a todo el mundo. No creo que haya nadie peor ahí fuera.

Ella también esboza una sonrisa leve.

—Me he pasado el nivel difícil.

—Exacto —coincido.

—Pero ¿y si de verdad me odian? ¿Y si deciden lanzarme odio como... como a ellos? Sabes lo tóxico que es internet.

Sí, es verdad. Y sé lo mucho que Liam ha sufrido al respecto, pero también veo la otra cara de la moneda. Lo feliz que le hace. Estoy segura de que a Evan le sucede lo mismo.

—Todo en la vida tiene su parte buena y su parte mala —contesto mirándola—. Las oportunidades, los lugares, los puestos de trabajo..., incluso las personas. Sobre todo las personas. No te fíes de nadie que vaya por ahí diciendo que es perfecto —añado dedicándole una sonrisa—. La vida consiste en tomar decisiones. Hay que valorar si esas cosas malas merecen la pena con tal de disfrutar de las buenas. A veces es mejor dejar pasar el tren por decisión propia. Y en otras lo bueno compensa tanto que tienes que atarte al asiento con una cuerda para que no te obliguen a bajar.

Asiente lentamente sin apartar sus ojos de los míos.

—Así que tengo que pensar...

—Si salir con Evan implica más cosas buenas que malas —finalizo por ella—. Si es así, déjate llevar. Es lo que tú me dices siempre.

Choca su hombro contra el mío sonriendo.

—No utilices mis propios consejos conmigo.

—Te jodes. Son muy buenos.

—No sabía que se te daban tan bien los discursos —bromea, pero acaba sonriendo de verdad—. Gracias.

—No las des. Para eso estamos. —Nos miramos hasta que aparto la mirada, incómoda—. Y, sobre lo otro..., no he improvisado. Lo escribí en mi cuaderno.

Se sorprende.

—¿Escribes?

—A veces.

—Pero ¿de forma profesional? ¿Libros y eso?

—No. —Niego con una sonrisa—. Tengo un diario. Nadie lo ha leído nunca.

—¿Y eso por qué?

—Porque entonces mi reputación de chica mala sin sentimientos perdería credibilidad.

Sonríe. Nos quedamos en silencio mirándonos. Y, pasados unos segundos, apoya la cabeza sobre mi hombro y dice:

—Me alegro de que seamos amigas.

Siento una chispa en el pecho. Una que lo ilumina todo.

Lisa mueve el cuello para mirarme.

—¿Sabes que no tengo ninguna amiga tan buena como tú?

—¿Y Hazel? —pregunto automáticamente.

—Es diferente —replica, y frunce el ceño—. Tú y yo somos muy diferentes. Tanto que no tengo ni idea de cómo conectamos, pero lo hacemos bastante bien.

Y ahora yo también sonrío.

—Sí, es verdad.

—Maia. —Lisa sigue mirándome.

Me vuelvo hacia ella.

—Estaba intentando decirte que eres mi mejor amiga.

El corazón se me acelera. Me rebota dentro del pecho, choca y lo revoluciona todo. Nunca había pensado en lo mucho que necesitaba escuchar esas palabras. Es como una familia, ¿no? Como otra hermana mayor.

—Nunca había tenido una mejor amiga —admito.

—Bueno, ahora ya la tienes. —Me lanza una mirada incriminatoria—. ¿O es que yo no soy la tuya?

—No, por supuesto que lo eres. No tengo más amigas.

Me mira con seriedad, pero la sonrisa se me escapa y acaba contagiando a la suya también. Me pasa un brazo por los hombros para estrecharme contra ella.

—Menos mal. Pensaba pincharte las ruedas del coche como dijeras que no.

Le clavo el codo en el estómago, de broma.

—Cuidado. Tu amorcito viene con nosotros.

—Cambio de planes. Va en mi coche.

Alzo las cejas inmediatamente.

—¿Y eso?

—Esta noche se queda a dormir en mi casa.

Me vuelvo a mirarla boquiabierta.

—¡Cabrona!

—¡No me gusta perder el tiempo!

Vuelvo a empujarla y las dos comenzamos a reírnos. Un rato después, Hazel viene a meternos prisa y volvemos a ponernos con las maletas. Las llevamos entre todos a los coches. Al final, Hazel, Ashley y Evan van en el de Lisa, lo que nos deja a Liam y a mí solos en el suyo.

Una vez que estamos listos para marcharnos, llega la hora de las despedidas. Abrazo a Lisa y a Hazel y también a Ashley, y sonrío al ver que casi se pone a hiperventilar cuando Liam se compromete a seguirla de vuelta en sus redes sociales. Lo único que le regalo a Evan es un corte de mangas que, evidentemente, él me devuelve muy digno.

—Cuida a mi amiga o te doy una patada en los huevos —le advierto amablemente al pasar a su lado.

Lisa es la primera en arrancar el motor. Liam también pone su coche en marcha y los seguimos por el camino que cruza el bosque. Vamos con las ventanillas bajadas y escuchamos el ulular de los pájaros y las pisadas de los animalillos nocturnos. Las subimos cuando salimos a la autopista. Lisa nos ha dicho que tiene que parar a repostar, por lo que es probable que no separemos de aquí a Mánchester.

—¿Te encargas de la música? —propone Liam.

Siento una oleada de alivio; el silencio me estaba matando.

Cojo el móvil, lo conecto al coche vía bluetooth y selecciono una de mis listas de reproducción. Liam no comenta nada sobre la que he escogido, pero al momento empieza a golpear el volante distraído al ritmo de la canción. Miro por la ventanilla para mantener los ojos lejos de él. Ha sido un día raro. Para los dos. Y no sé cómo comportarme.

—No ha sido tan horrible, ¿verdad? —pregunta mirándome de soslayo—. La excursión —aclara.

—No, ha estado bastante bien. —Es lo mínimo que se merece, así que reúno toda mi valentía para añadir—: Gracias por lo que has hecho antes en el lago. No sabía cómo gestionarlo y me has ayudado mucho.

Esto de abrirme no se me da bien, pero hago lo que puedo. Liam aparta la vista de la carretera un momento para mirarme.

—No iba a dejar que te quedaras sola ahí fuera, Maia.

—Pero lo habría hecho de no ser por ti.

—Solo necesitas un empujoncito para superar tus miedos —dice—. Y, conociéndote, estoy seguro de que pronto empezarás a dártelo tú misma.

Siento un revoltijo de sensaciones en el pecho, de esas que conozco muy bien y no me atrevo a nombrar por el miedo que me dan. Pienso en Lisa y en lo que ha agradecido lo que le he dicho antes, y también en todas las cosas que he escrito en mi cuaderno sobre Liam y que nunca han visto la luz.

Y, cuando rompo el silencio, lo que digo es:

—El otro día estuve pensando en ti. Y en lo que te frustras a veces con las cifras en YouTube. —Lo miro de reojo y noto que se tensa con ligereza, pero me obligo a continuar—: Es porque sientes que tienes que ser el mejor, ¿verdad?

Si estuviera en su lugar, a mí me costaría horrores decirlo en voz alta. Pero Liam siempre se abre conmigo, de una vez y sin miedo, como a mí me gustaría hacer.

—Es difícil asumir que hay gente que hace mejor que tú lo único que tú sabes hacer.

—Pero las cifras no indican quién es mejor —rebato—. Los números cambian continuamente. Quien un día está en la cima al día siguiente puede caer hasta lo más profundo. No es duradero. Da igual quién sea el que más seguidores tiene, más visitas recibe o más comentarios genera. Lo importante no es eso, sino que no te olviden. Y eso no se consigue siendo el más famoso ni el número uno. —Lo miro directamente—. Se consigue siendo irremplazable. Y tú lo eres.

Silencio. Liam tarda unos segundos en procesarlo.

—Irremplazable —repite, como animándome a continuar.

—La gente te sigue porque les gustas tú, cómo eres, con tus bromas y tu sentido del humor. Te fuiste de las redes sociales y tus suscriptores siguieron ahí. Porque ahí fuera no hay nadie que sea capaz de sustituirte. Y eso es lo que de verdad importa. Valóralo. Y tenlo en la mente cada vez que te agobies con los números.

—¿Cómo estás tan segura? —inquiere, como si necesitara desesperadamente asegurarse de que lo pienso de verdad—. De que soy irremplazable.

—Porque te conozco muy bien. Y nunca antes me había cruzado con alguien como tú.

«Nunca me había abierto así con nadie.»

«Nunca había sentido esto con nadie.»

«Nunca había tenido tanto miedo.»

Todo lo que siempre pienso pero nunca me atrevo a decir flota entre nosotros. Liam aparta la vista de la carretera un segundo para mirarme. Y me pierdo en el momento y en lo que dijo anoche y en las ganas que tengo de que sea verdad y mentira al mismo tiempo.

Y ya no lo aguanto más.

—¿Puedes parar el coche?

Espero que se sorprenda, pero solo asiente.

—Sí, voy a parar el coche.

Toma un desvío en el siguiente camino de tierra y conduce hasta que dejamos la carretera atrás. Cuando apaga el motor, nos quedamos completamente a oscuras, alumbrados solo por la luz de la luna. Antes de que pueda decir nada, salto de mi asiento al suyo, me acomodo a horcajadas sobre su regazo y presiono mi boca contra la suya.

Liam emite un quejido de sorpresa, pero acaba poniéndome las manos en la cintura para atraerme hacia sí. Y, de pronto, todo lo que siento es ansia y necesidad. Y parece que, después de este día tan caótico, por fin volvemos a entendernos. Sin hablar. Porque no lo necesitamos. E intento convencerme de que es esto lo que quiero, lo que busco, lo único que me anima a estar con él; que no quiero nada más y que lo de anoche fue un error.

Un error que debo olvidar.

Somos esto. Nada y todo a la vez.

—Quítate la camiseta —susurro sobre su boca.

Se ríe y me ayuda a deshacerme de ella. Acaba en algún rincón del coche en el que no me fijo. Solo puedo concentrarme en él y en su pecho, en los músculos de sus brazos, de su abdomen. Bajo las manos para acariciarlo hasta que tengo que levantarlas para que él también pueda desprenderse de mi camiseta.

—Dios santo —musita al verme, y evidentemente mi ego crece a contrarreloj. Echa la cabeza hacia atrás—. ¿Estoy muerto? ¿En el cielo? ¿En el paraíso? ¿En un sueño? Pellízcame.

Me entra la risa. No lo puedo evitar.

—No exageres.

—No exagero. Dirías lo mismo si te vieras ahora mismo. —Me mira de arriba abajo—. Aunque te vería mejor con menos ropa. ¿Probamos?

Asiento con una sonrisa.

—Probamos.

Y lo beso otra vez. Su lengua se desliza sobre la mía y emite un quejido en mi boca cuando presiono mi cuerpo contra el suyo. El ambiente comienza a caldearse, hasta que de pronto siento que me arde la piel y todo lo que oigo son nuestros besos, nuestras respiraciones agitadas y los latidos potentes de mi corazón. Subo las manos hasta sus rizos y me recreo enredando los dedos en ellos. Mientras tanto, las de Liam vagan por mi espalda hasta alcanzar el broche de mi sujetador.

—¿Sabes que es superilegal montárselo en un coche? —susurra de pronto, y, más que cortarme el rollo, me hace incluso gracia.

—¿Eso significa que quieres que paremos?

—Para nada. Es un mero dato informativo. Prosigamos, por favor.

Vuelvo a reírme. Y me doy cuenta de algo. No es la primera persona con la que estoy. Primero vinieron Derek y Alice. Y, aun así, Liam es el único que es capaz de hacerme reír incluso en momentos como este.

Dios. Encontrar a alguien que haga eso es muy difícil.

Pero también supone muchísimos riesgos.

Y no sé si esta vez estoy dispuesta a dejar el tren pasar.

Así que, como todavía no me he aclarado, decido dejar de hablar. Y esta vez lo beso con más intensidad, buscando provocarlo y que lleguemos a mucho más. Vuelve a agarrarme las caderas para presionarme contra él y gimo al notar la dureza en sus pantalones. Vale, esto va muy rápido. Y me parece perfecto.

—¿Vamos a la parte de atrás? —propone jadeando.

Niego contra su boca.

—Mejor aquí.

Él asiente nerviosamente.

—Si me muero, más te vale buscar la forma de revivirme.

Me río otra vez. Y es tan natural, tan fácil, que los miedos parece que se quedan atrás. Estoy recreándome acariciándole la mandíbula marcada cuando escuchamos el teléfono.

—No contestes —le suplico.

—No es el mío. —Alarga la mano para buscar mi móvil sin dejar de besarme. Se aparta un momento para leer el nombre en la pantalla y, de pronto, todo su cuerpo se tensa—. Maia, es tu madre.

Me quedo fría de repente.

La realidad me cae encima. Me alejo de Liam lo justo para ver cómo me mira preocupado. Vuelvo la vista al móvil y, en efecto, veo su nombre brillando en la pantalla. Esta es la primera oportunidad que se me presenta de hablar con ella desde el funeral de Deneb. Ha pasado casi un mes. Y aun así mi primer impulso es ignorarla.

—No tienes que contestar si no quieres —me susurra Liam.

Odio mirarlo y ver la lástima y la tristeza en sus ojos. Pero, sobre todo, odio darme cuenta de que no tiene razón.

Sí que tengo que contestar.

Es mi madre.

No me queda nadie más.

La llamada se corta. Con el corazón disparado, me siento de lado sobre Liam, que se niega a dejarme ir, y busco el contacto para volver a llamarla. Él presiona los labios contra mi hombro mientras sus manos me acarician suavemente la cintura. Sería agradable si no tuviera un nudo en la garganta que no me deja pensar en nada más.

Mamá responde al tercer tono.

—¿Maia? —Suena desesperada y ansiosa, y de inmediato sé que algo va mal. Creo que está llorando. De repente estoy tan alterada que me cuesta seguir sentada en el coche.

—Soy yo —respondo a toda prisa—. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¿Mamá?

—Necesito... necesito que vengas a por mí. Steve se ha ido y me ha dejado aquí y yo... no sé cómo volver a casa y...

Me cuesta incluso reaccionar. Solo oigo a medias lo que me dice porque el corazón me martillea con fuerza en los oídos. Liam me presiona la cintura.

—Dile que vamos —musita con mucha calma, ya que debe de haberla escuchado también.

Sus ojos conectan con los míos y veo que es sincero, que de verdad quiere hacerlo. Y me obligo a pensar con la cabeza fría y a asentir.

—Mándame la dirección. Voy a recogerte.

La última vez que Liam y yo nos peleamos, lo llamé llorando, casi incapaz de respirar, justo después de enterarme de la muerte de mi hermana. Cogió el coche y vino a recogerme de madrugada sin pensárselo dos veces. Porque es el tipo de persona que hace eso por los demás. Que no duda. Lo hizo por mí en su momento.

Y, como sabe lo mucho que me importa, esta vez lo hace por mi madre.

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