Hasta que nos quedemos sin estrellas

Hasta que nos quedemos sin estrellas


30. El precio de ser cobarde

Página 40 de 52

30

El precio de ser cobarde

Maia

Una vez que mamá nos envía su ubicación, ponemos el navegador y Liam conduce siguiendo sus indicaciones. El trayecto se me hace insoportable. Vamos en silencio, ya que he quitado la música, y me incomoda que no deje de lanzarme miradas de reojo. Además, he vuelto a abrirme la herida del pulgar. Creo que ha sido sin querer. Aun así, continúo rascándola con la uña hasta que noto una punzada de dolor, doy un respingo y Liam me mira directamente. Y entonces tengo que forzarme a contener las lágrimas y esconder la mano.

No dejo de pensar en mi madre, en Steve y en lo que tiene que haber pasado entre ellos para que me haya llamado llorando de madrugada. No puedo evitar ponerme en lo peor, y por eso, cuando por fin entramos en lo que parece un parque de caravanas, estoy tan acelerada que me bajo del coche incluso antes de que disminuya la velocidad. La puerta de una de las caravanas se abre de pronto y de ella sale una mujer. La reconozco enseguida; es mi madre, aunque ahora parezca una persona muy distinta a la que solía ser.

Freno en seco al verla. El corazón me bombea con fuerza en los oídos. Se acerca abrazándose a sí misma, como si tuviera los músculos dolidos y congelados. Y yo no me muevo. Pese a que sé que debería ir allí y consolarla, es como si mis pies estuvieran anclados al suelo.

—¿Qué ha pasado? —pregunto en voz alta.

Traga saliva y mira hacia otra parte.

—Steve se ha ido.

—¿Y te ha dejado aquí?

—Ha conocido a otra.

Pestañeo. Se me han llenado los ojos de lágrimas.

—Vamos a llevarte a casa.

Mamá asiente despacio. Todavía no se atreve a establecer contacto visual. Mientras tanto, yo sí que la miro, y verla tan destrozada y vulnerable me rompe el corazón. Liam aparece de pronto y no duda en quitarse la chaqueta para ofrecérsela.

—Tome, la ayudará a entrar en calor.

Y, de repente, ya no puedo más. Es como si el mundo temblara bajo mis pies.

—Ahora os alcanzo. —No espero una respuesta, solo los rodeo para ir directa hacia la caravana.

Noto cómo la ansiedad me revuelve las entrañas y me apretuja los pulmones, ansiando salir a destruirme. Subo a toda velocidad los escalones que conducen al interior. Al empujar la puerta, el hedor al alcohol me golpea de lleno. Las lágrimas se me acumulan en los ojos cuando enciendo la linterna del móvil para iluminar la estancia.

Este, este era su escondrijo. No es más que un vehículo mugriento con los sofás roídos y la cocina llena de platos sucios. Hay bolsas de frituras y latas de cerveza por todas partes. También veo cristales rotos, aunque por suerte mamá no presentaba señales de haber participado en una pelea. Me seco las lágrimas con el brazo y voy hasta el dormitorio. Siento un retorcijón en el estómago al ver las sábanas amarillentas y arrugadas de la cama.

—Maia. —Es Liam, que se acerca por detrás y me roza el brazo. Mi primer impulso es apartarme, pero él insiste y esta vez sí que dejo que me toque.

—Era aquí —pronuncio sin mirarlo. No dejo de temblar—. Mientras yo cuidaba de mi hermana y... y trabajaba para que saliésemos adelante, ella se escondía aquí.

Cuando me vuelvo hacia él, veo en sus ojos lo mucho que le duele verme así. Desliza la mano por mi brazo para entrelazarla con la mía.

—Vámonos a casa —me pide con delicadeza.

Dejo que me guíe al exterior. Mi madre ya está sentada en la parte trasera del coche. Liam y yo nos subimos en silencio, y ninguno emite ni una sola palabra durante el trayecto. Cuando por fin llegamos a mi casa, noto de nuevo esa puñalada en el pecho. La última vez que vine fue justo después de perder a Deneb. Ha pasado casi un mes desde entonces, pero aquí todo sigue igual, y de pronto me veo aplastada también por los recuerdos de ese día.

Necesito irme de aquí lo antes posible. Sin embargo, mi madre no sale del vehículo. Solo pregunta:

—¿No te quedas? —Y, evidentemente, se dirige a mí.

Nuestras miradas se cruzan a través del espejo retrovisor. Vuelvo a darme de bruces contra la realidad. Por mucho que lo haya intentado, no puedo seguir huyendo de mi vida eternamente.

—Sí, sí voy a quedarme.

Liam se pone rígido. Mamá fuerza una sonrisa y se inclina sobre mi asiento para mirarlo.

—Gracias por traernos, Liam —le dice antes de salir.

La veo avanzar a duras penas hacia la casa. Agradezco que nos haya dejado a solas, ya que necesito un momento para respirar. Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos. Me siento como si el mundo diera vueltas. Cuando una mano se posa en mi rodilla, debo contener el impulso de apartarme.

—¿Estás segura? —cuestiona, y sé que preferiría que dijera que no y volviera con él a su apartamento, y a mí también me gustaría.

Pero no puedo dejar a mi madre.

—Tengo que quedarme con ella —me limito a contestar.

Silencio. Evito su mirada a toda costa. Tras unos instantes, aparta la mano y pone ambas sobre el volante.

—Está bien. Dime qué necesitas del piso y vendré a traértelo.

Ahora sí, me vuelvo hacia él con los ojos enrojecidos.

—¿De verdad lo harías?

Liam asiente con el ceño fruncido.

—¿Por qué? —añado.

—¿Cómo que por qué?

—Steve ha dejado a mi madre.

Capta enseguida lo que intento decir.

—Eso no significa que yo vaya a abandonarte a ti.

Sus palabras me atraviesan el pecho. Suena sincero, y no puedo evitar acordarme de lo que me dijo anoche. No voy a ser capaz de hacer esto mirándolo a los ojos, así que vuelvo la vista al frente.

—Creo que deberías irte a casa.

Silencio. Otra vez.

—¿De verdad vas a empezar con esto ahora? —Más que enfadado, suena muy dolido.

Lucho contra el nudo que tengo en la garganta.

—Solo necesito que te vayas.

—Estás alejándome de ti otra vez, Maia, joder.

—¿Y qué esperas que haga? —estallo, ahora sí, volviéndome hacia él—. Llevamos todo el día fingiendo que las cosas están bien entre nosotros cuando... cuando es evidente que no es así. Y no puedo lidiar con esto ahora mismo. Tengo que centrarme en mi madre.

Me mira incrédulo, como si esperara que me retractase. Puesto que no lo hago, se inclina sobre mí para abrir la puerta.

—Bien. Fuera del coche —ordena, y vuelve a poner las manos sobre el volante.

Un sabor amargo se me adueña del paladar.

—Liam... —No me deja continuar.

—¿No es lo que quieres? ¿Que te deje sola de una vez? Vas por ahí fingiendo que eres una tipa dura que no confía en nadie y soluciona sus problemas por su cuenta, así que lárgate y lidia tú con tus mierdas.

Aprieto los puños con tanta fuerza que me hago daño.

—No me hables así —le advierto.

—Estoy cansado de esto. Es muy difícil intentar estar contigo.

—¿Y quién te ha pedido que lo estés?

—Nadie, exacto. Y se ve que tú tampoco quieres, así que ¿para qué insistir? —Resopla harto, y vuelve a señalar la puerta con la cabeza—. Vete de una vez —añade sin mirarme.

Sin embargo, no me muevo. En su lugar, me acomodo de lado en el asiento para mirarlo directamente. Y espero a que diga algo más.

Él aprieta el volante y sus nudillos se vuelven blancos.

—Llevo todo el día detrás de ti como un imbécil —añade.

—Eso no es verdad —replico.

Liam me mira por fin. Lo que veo en sus ojos azules me provoca un tirón en el estómago.

—Maia, hace un momento te han entrado ganas de enrollarte conmigo después de ignorarme durante todo el día. Y yo he cedido porque... ¿qué coño voy a decirte? ¿Que no? Y ahora vuelves a alejarme de ti, como haces siempre. Intento seguirte el ritmo, pero, joder, me lo pones muy difícil. Parece que solo me quieres cuando te interesa. Y nadie es capaz de soportar eso, ni siquiera yo.

Suena el teléfono. Mi mirada se aparta de la suya para caer sobre su móvil. No tiene el contacto agendado, pero suspira y rechaza la llamada sin pensárselo dos veces. Mientras tanto, sus palabras se repiten en bucle en mi cabeza, como la sentencia de algo que podría estar a punto de terminarse.

No pienso antes de preguntar:

—¿Quién era?

Desvía la mirada tenso, como si le diera vergüenza.

—Había reservado mesa en un restaurante para esta noche. Seguramente llamarán para saber por qué no estamos allí.

Siento el pulso en los oídos.

—¿Ibas a llevarme a cenar? —No puedo identificar todas las emociones que me revolotean en el estómago.

—Sí, pero no necesito que me digas por qué crees que es una mala idea. Tenía pensado cancelarla antes de que tu madre llamara. No sé en qué estaba pensando.

Noto esa punzada de dolor, rabia y decepción en su voz que se me clava en el pecho como una estaca. De verdad piensa que no me habría gustado, y lo peor es que es mentira.

«Esa clase de cosas no me van con nadie, pero sí me van contigo, me habría encantado, me habría encantado.»

No soy capaz de decírselo, de forma que guardo silencio mientras la tensión aumenta hasta que parece que me voy a asfixiar. Liam sigue con las manos sobre el volante mirando al frente. Debería disculparme y decirle que sé que soy evasiva y que tengo que trabajar en ello, pero su voz se hace oír primero:

—Escuché lo que le dijiste a Lisa en vuestra habitación.

Juraría que dejo de respirar.

Sus ojos conectan entonces con los míos.

—¿De verdad no ves ningún futuro conmigo?

Y, de pronto, está aquí, completamente expuesto ante mí. No veo rastro en él de la confianza que siempre le caracteriza. En sus ojos se reflejan todas sus inseguridades: el dolor, el miedo al rechazo, a salir herido. Y aun así es capaz de abrirse por completo, cosa que yo jamás llegaré a hacer. Antes le he dicho a Lisa que lo nuestro no era nada serio y que no nos iban esa clase de cosas y...

Mierda, ¿lo ha escuchado todo?

—Es lo que acordamos, ¿no? —Me sorprende que la voz me funcione.

Él enarca las cejas entre dolido e incrédulo.

—¿Lo que acordamos?

—Dijimos que no iríamos en serio.

—No recuerdo haber tenido esa conversación contigo, Maia.

—Pero esa noche, cuando... —cuando nos acostamos, quiero continuar, pero no puedo decir eso. Me aclaro la garganta—. Me dijiste que habías estado con varias chicas, pero que ninguna había sido una relación seria.

—¿Qué tiene que ver eso contigo?

—Pensaba que querías lo mismo de mí.

Me siento tan incómoda que me entran ganas de salir corriendo. Empeora cuando Liam mira al frente rígido. No parece sorprendido. Más bien, es como si acabase de confirmar una sospecha que tenía desde hace mucho.

—Reservé la mesa anoche antes de hablar contigo sobre lo de Ashley. Quería hacer algo especial por ti. Un rato después, Hazel nos retó a beber si nos habíamos enamorado alguna vez. Tú ni siquiera tocaste el vaso —recita sin mirarme—. Ahí fue cuando me di cuenta de que soy gilipollas, porque yo sí que bebí.

Se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas.

—Pensé que lo hacías por Michelle.

—¿Tanto te cuesta creer que pueda haber algo más entre nosotros?

Ahora me mira directamente. Y no sé cómo expresar lo que siento, las ganas que tengo de lanzarme a sus brazos y lo mucho que me estoy conteniendo.

—No estoy hecha para que otros me quieran, Liam.

—Sí que lo estás, pero alejas de ti a todo el que lo intenta. —Desvía la vista cansado—. Sal del coche.

Se me tensa el cuerpo entero.

—¿Qué? —articulo sorprendida.

—Sal del coche —repite—. Me voy. Esto no lleva a ninguna parte.

No necesito oír ni una palabra más.

Abro la puerta y bajo del vehículo. Concentro todos mis esfuerzos en no soltar ni una lágrima. Mentiría si dijera que no lo sabía, pero es diferente escucharlo en voz alta. Me duele y me enfada a partes iguales. Estoy yendo hacia la casa cuando se oye el estruendo de la puerta del coche al cerrarse. Liam también acaba de salir.

—¿Así que ahora eres tú la que está cabreada? —demanda detrás de mí.

—Déjame en paz.

—Es imposible tratar contigo —dice incrédulo. Y yo freno en seco—. Lo he intentado, en serio. Pero no sé qué diablos quieres de mí.

—¿Que qué quiero de ti? —estallo, y camino hacia él sin pensármelo dos veces. Le empujo el pecho con las manos—. ¿Tienes idea de lo que pasó anoche? ¡Me lo soltaste sin más! ¡Y estabas borracho! Fue la primera vez que alguien me decía algo así y yo... ni siquiera sabía si lo pensabas de verdad y...

—Maia —intenta intervenir.

No se lo permito.

—¿Cómo querías que me comportara hoy? —continúo al borde de las lágrimas—. ¡No sabía si te acordabas o no! Y todo lo que yo te dije, no... no...

—Maia, ¿qué fue lo que te dije? —insiste con seriedad.

—¿Tú qué crees?

—Mierda —murmura al darse cuenta. No puedo más, así que me giro para seguir andando. Liam corre hasta mí—. Mira, no debería habértelo dicho así, ¿vale? Llevaba callándome mucho tiempo y...

—¿Qué? —Me detengo de golpe.

Él traga saliva.

—No quería decírtelo. Me daba miedo que te alejaras.

Y, entonces, siento aún más rabia. Rabia, vergüenza y dolor.

—Lárgate de una vez. —Y vuelvo a caminar.

Liam corre de nuevo detrás de mí.

—¿Por qué estás tan enfadada? ¡Joder!

—¡Porque esto no tenía que pasar! —exploto girándome para mirarlo—. Me iba bien antes de que llegaras. Toda la gente que entra en mi vida acaba saliendo de una forma u otra, y no pienso dejar que me hagas daño. Así que sí, la has cagado. No deberías sentir nada por mí. Porque esto no es lo que yo busco.

Su expresión cambia. De pronto, me está mirando como si le acabara de apuñalar.

—Estás tan obsesionada con no salir herida que a veces no te das cuenta del daño que tú haces a los demás.

—Siempre he sido así —contesto—. Pero has estado tan cegado que no te has dado cuenta.

Me giro para seguir avanzando. No tardo en volver a oír su voz.

—¿Sabes lo que yo creo? Eres una cobarde. Sabes que tú también sientes algo por mí y te da miedo tener que hacerle frente.

Aprieto los puños, todavía de espaldas a él.

—Eso no es verdad.

—Ni siquiera fuiste capaz de responderme anoche.

—¡Porque me pillaste por sorpresa! —exclamo harta—. ¡Y porque estabas borracho, Liam, joder!

Él camina hacia mí.

—¿Así que fue solo por eso? ¿Habrías reaccionado de forma distinta en otra situación? —Me quedo mirándolo con la respiración entrecortada, y añade—: ¿Responderías si lo dijese ahora?

No contesto.

Y mi mayor miedo e ilusión se materializan juntos en su boca.

—Estoy enamorado de ti. Más de lo que nunca he estado enamorado de nadie. Y yo también estoy acojonado, pero eso no significa que vaya a seguir fingiendo que no siento nada.

Y, de repente, siento un torbellino de emociones que me destrozan y me reconstruyen al mismo tiempo. Porque Liam Harper, el chico que me entiende, me hace reír y me recuerda cada día lo fuerte que soy, dice que está enamorado de mí. Y yo debería estar dando saltos de alegría. Pero no lo hago. Porque mis miedos e inseguridades me están ganando la batalla. Aunque lo tenga aquí, diciéndomelo en voz alta, no me lo creo.

No me creo que alguien pueda sentir algo así por mí.

Y por eso no estoy preparada para darle lo que busca.

Las palabras se me atascan en la garganta. Y solo nos miramos en silencio, mientras el murmullo de las farolas y nuestras respiraciones entrecortadas danzan entre nosotros. Transcurridos unos segundos, presencio el momento exacto en el que saca sus propias conclusiones.

Es como ver cómo el corazón se le hace pedazos.

—Ya —murmura. Se aclara la garganta, tenso, y desvía la mirada.

No quería llorar, pero no puedo evitar que se me vuelvan a llenar los ojos de lágrimas.

—Lo siento —casi sollozo.

—¿No estás segura de...?

Niego con la cabeza.

—No.

Me mira. Y mi corazón se rompe aún más cuando noto que él también tiene los ojos enrojecidos.

—No me merezco esto —dice.

Y, aunque me duele, le doy la razón.

—Te mereces a alguien que no dude ni un segundo.

«Es lo que quiero para ti, alguien que te dé todo lo que yo soy incapaz de darle a nadie.»

Me siento como si me hubieran clavado una estaca en el corazón y la retorcieran sin piedad. Creo que es una ruptura. Y no se parece a ninguna de las que he tenido antes; no hay gritos ni reproches, no intentamos hacernos daño el uno al otro. No hay rabia.

Solo el dolor de dos personas que saben que no va a funcionar.

Y eso hace que sea mucho peor.

—Hay personas que simplemente no están destinadas a estar juntas —añade, y es como si me arrancara el corazón del pecho.

—También puede que sea culpa del momento, ¿no?

Alza la mirada.

—¿De verdad lo crees?

—No lo sé. Supongo que algún día lo descubriremos.

Ese «algún día» suena lejano y esto se parece cada vez más a una despedida. Quiero acercarme y abrazarlo. No soy la única que llora. Y nunca antes había visto a Liam, el chico divertido que siempre bromea para hacer sentir bien a los demás, tan destrozado. Es culpa mía, como siempre. No obstante, de solo pensar en tocarlo ahora mismo se me cierran los pulmones.

Se da la vuelta. Siento una presión en el pecho porque creo que va a irse sin decir nada más, pero entonces se gira de nuevo.

—Me tienes cariño, ¿verdad? —Me pongo rígida. Él vacila—. Quiero decir, aunque no... aunque tú no estés enamorada de mí, sí que...

—Sí —lo corto a toda prisa—. Sí, claro que sí.

«Dile que es importante para ti.»

«Pídele que no se vaya.»

«Dile lo que sientes.»

—Necesito que hagas algo por mí —continúa. Veo en sus ojos lo difícil que le está siendo—. No he pasado por esto antes y... no sé cuánto me va a costar superarlo. Lo único que tengo claro es que no puedo seguir viéndote todos los días.

El nudo en mi garganta se vuelve más insoportable. Asiento, aunque me cuesta horrores.

—Iré a recoger mis cosas de tu casa.

—¿Estarás bien?

Que, a pesar de todo, se siga preocupando aviva el ardor en mi pecho. Parece que me quema por dentro.

—Sí —contesto, e intento parecer tranquila—. Tengo a Lisa y... y creo que también a Evan.

—Y te tienes a ti —me recuerda mirándome a los ojos.

—Sí, me tengo a mí.

«No te vayas, no te vayas, no te vayas.»

Nos miramos una vez más. Mientras los recuerdos se reproducen frente a mis ojos, noto cómo las lágrimas regresan. Liam se gira y camina hacia el coche. Y yo me rodeo con los brazos para asegurarme de que no me voy a romper.

—Suerte con tus vídeos —pronuncio en voz alta, al igual que el día que nos conocimos, cuando tuvimos que despedirnos en su casa—. Capullo —añado con un nudo en la garganta.

Sus ojos vuelven a conectar con los míos y sé que también se acuerda, porque responde:

—Suerte con tu trabajo como camarera, supernova.

Suelto un hipido parecido a una risa, que no es tal porque ahora sí que no dejo de llorar. Sube al vehículo y cierra la puerta. Y yo me quedo aquí parada, en medio del césped, viendo cómo arranca y conduce hasta perderse al final de la calle.

Por encima de mí, de nosotros, todavía brillan las estrellas.

Y sé que Deneb está ahí arriba muriéndose de ganas de bajar aquí y decirme a la cara que soy una cobarde.

Ir a la siguiente página

Report Page