Gypsy

Gypsy


Capítulo 3

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Capítulo 3

 

Quince días viviendo con ellos, a cargo de sus hijos, y esa mujer era incapaz de aprenderse su nombre. Al parecer para la señora Donnelly era demasiado trabajo retener el nombre de un subalterno y solo la llamaba ¡Eh! o en el mejor de los casos ¡cariño!… así que se pasaba el día oyéndola detrás con el «Eh, ¿puedes darle una aspirina a Evan?, ¿puedes llevar la ropa al tinte de camino al cole?, ¿puedes hacer la cena?, ¿barrer la cocina? ¿puedes respirar por mí…?». Era tan agotador convivir con semejante personaje, que por otra parte se sentía la mejor madre trabajadora del mundo, que esa misma mañana decidió llamar a la agencia y pedir un cambio de destino. Le dijeron que la cosa estaba complicada a esas alturas del mes de octubre y que tuviera paciencia, pero eso era justamente lo que le faltaba: paciencia.

Aparcó el coche junto al colegio y se encaminó al campo de rugby donde los niños entrenaban con sus respectivos equipos. Tommy, a sus doce años, ya estaba en un equipo de benjamines regulado y participaba en una pequeña liga escolar, mientras Evan, que solo tenía siete, formaba parte de un equipo de iniciación al rugby donde aprendían poco a poco las reglas, las tácticas y la práctica de un deporte que a ella le seguía pareciendo de salvajes. Ninguno jugaba al fútbol o iba a karate como pasaba con los niños que solía cuidar en España, no, ambos tenían que ir a rugby, donde se arrastraban por el barro, lloviera o no, y de donde salían hechos unos zorros, sucios y pegajosos, dos días a la semana.

Paciencia.

Llegó a las gradas donde se sentaban los padres y miró al cielo, al menos no llovía, tampoco hacía mucho frío, así que se animó un poco y levantó la mano para saludar a los niños, luego hizo amago de sentarse, pensando en estudiar un poco, y por el rabillo del ojo divisó un abrigo guapísimo subiendo por su izquierda. Dejó la tablet y lo observó mejor, era el típico abrigo clásico, de paño, rojo italiano, largo y con un grueso cinturón alrededor de la estrecha cintura de su dueña. Levantó la vista y vio a una chica joven, guapísima, con el pelo castaño oscuro y cortado en capas, suelto por debajo de los hombros, que lo lucía con mucho estilo. Iba con vaqueros ceñidos y botas con tacón, un jersey negro de cuello alto, una mochila al hombro y de la mano llevaba a un niño pequeño, de unos dos añitos, que se había sacado el gorro dejando a la vista un pelo del mismo color que el de ella, así que imaginó que eran madre e hijo. Sonrió al pequeñajo, que le devolvió la sonrisa con unos enormes ojazos oscuros, lo saludó con la mano y volvió a sus cosas.

–Si necesitas probar más, nosotros te apoyaremos. –Oyó decir en español y se giró hacia la chica del abrigo, que se había sentado muy cerca y que estaba hablando por el móvil con el niño en brazos–. No hay presiones, María, no nuestras, lo sabes, así que tranquila. Vale, lo hablamos más tarde. Estoy en el entrenamiento de Michael y me he traído a Aidan. Muy bien, adiós.

–¿Y Michael? –preguntó el chavalín y ella sintió el impulso de saludar a su paisana, no lo dudó ni medio segundo y se levantó. Llevaba quince días más sola que la una allí y no le importó importunar si con eso conseguía hablar con un adulto normal.

–Está allí, al fondo del todo, ¿lo ves, mi vida?

–Hola, buenas tardes, no quiero molestar… –Se acercó y ella la miró con unos ojazos negros muy brillantes y muy parecidos a los de su hijo.

–¿Eres española? –preguntó en seguida con una enorme sonrisa y Úrsula asintió con alivio–. Pero qué sorpresa, ¿no nos habíamos visto antes, no?

–No, no nos habíamos visto, me llamo Úrsula, solo llevo quince días en Dublín. Soy la au pair de los Donnelly, no sé si los conoces.

–No, no los conozco porque mis hijos no vienen a este cole, pero siéntate con nosotros, me llamo Manuela –se levantó un poco y se dieron dos besos– y este es Aidan.

–Hola, Aidan, eres un chico muy guapo.

–Hola.

–¿Así que au pair?, qué interesante.

–Bueno, he venido para hacer un curso de postgrado en el Trinity College y me ayuda a pagarlo, pero… –movió la cabeza– en fin… está siendo de todo menos interesante.

–¿En serio?, ¿no has tenido suerte con la familia?

–Los niños son encantadores, pero los padres pasan olímpicamente y es agotador. Sin embargo, solo llevo quince días, igual mejora.

–Igual sí –Manuela miró hacia el campo y saludó a su hijo, un rubito guapísimo que le hizo un gesto con la mano y luego salió corriendo de vuelta con sus compañeros–, a veces es muy duro, conozco a otras chicas que han acabado hasta el gorro como au pairs, pero si es por el postgrado, seguro que aguantas.

–Es carísimo y no me queda otra.

–¿Y de qué va el curso?

–Estudié Filología Inglesa en Salamanca y es de Literatura, Lenguaje y Cultura Medieval.

–Guau, qué interesante, ¿quieres dedicarte a la enseñanza?

–No, a la investigación.

–¿Y eres de Salamanca?

–No, de Valladolid, estudié en Salamanca, pero soy de Valladolid, ¿y tú?

–Madrileña de pura cepa. –Sonrió–. ¿Y por qué Dublín?

–El Trinity College es el mejor en mi campo.

–Eso es estupendo, Úrsula, de verdad es muy interesante.

–¿Llevas mucho tiempo aquí?

–En Dublín cinco años, antes estuve en Londres casi siete.

–¿Trabajando allí?

–Sí, acabé Empresariales en Madrid y me fui a Londres para hacer la especialidad en la London Business School, pero me puse a trabajar en hostelería, acabé metiéndome a tope en el negocio de los restaurantes y finalmente terminé el máster aquí, en el Trinity College también.

–¿Y por qué Dublín? –Sonrió y Manuela con ella.

–Mi marido es de aquí.

–Ah…

–¡Papá! –gritó de repente Aidan y Úrsula miró hacia las escaleras donde en ese momento venía subiendo un tipo alto y muy atractivo con otro niño rubito de la mano. El individuo era un cuarentón espectacular, pensó, mirando sus vaqueros desteñidos y su chaqueta de cuero negra, y observó con atención cómo saludaba a su mujer con un beso en la boca.

–Úrsula, te presento a mi marido, Patrick. Paddy esta es Úrsula, es española y trabaja como au pair en Dublín.

–Hola, encantado –ella parpadeó un poco encandilada por esos ojazos enormes y clarísimos que tenía, y le extendió la mano mirando de reojo al otro niño, que se parecía muchísimo a él.

–Igualmente, encantada. ¿Y tú cómo te llamas?

–Este es Liam –respondió su madre en español–. Mi vida, di hola a Úrsula, es de España, ¿sabes?

–Hola –dijo él en castellano y luego se fue con su padre, que se sentó al lado de su mujer extendiendo los brazos para acomodar a los dos pequeñajos entre sus piernas–. Papá…

–¿Qué?

–¿Qué hace Michael?

–Ahora corre con el balón, ¿veis?, hay que correr siempre con el balón pegado al cuerpo.

–Yo quiero jugar…

–Claro, dentro de dos años, cuando cumplas siete, vendrás a jugar.

–Perdona, ¿tienes tres niños? –Úrsula observó la escena y luego a Manuela con cara de asombro.

–Sí, tres chicos.

–¿En serio? –La miró con atención y Manuela se echó a reír–. Lo siento, pero es que te veo demasiado joven.

–No tan joven, hice treinta y cinco hace una semana.

–Y yo, vamos, que yo cumplí veinticuatro el cuatro de octubre.

–¿En serio?, qué coincidencia…

–Oh, Dios –susurró Patrick y Manuela saltó.

–¿Qué pasa?

–Nada grave.

–¿Cómo que nada grave?

–Solo un placaje.

–¿Solo un placaje? ¿Está bien?

–Sí, pero voy a ver –se puso de pie–, vamos, chicos, bajemos a ver a Michael. Adiós Úrsula, encantado de conocerte.

–Igualmente. –Manuela la miró y las dos se levantaron.

–Voy a ir a ver qué pasa, me pone mala este juego, pero… en fin… dame tu teléfono, toma mi tarjeta, nos llamamos y si quieres vente a cenar una noche de estas a nuestro restaurante, yo invito y así te distraes un poco.

–No tengo con quién ir –confesó agarrando la tarjeta– y no creo que me dejen salir de noche.

–Vale, pues a comer. Vente, conoces el local y seguimos charlando, y, si no puedes, nos vemos la semana que viene, intentaré venir a ver el entrenamiento, aunque no me gusta demasiado.

–No te preocupes, te llamo cuando esté libre y me paso. Me encanta la idea, muchas gracias.

–De nada, llámame.

Se despidieron y la siguió con los ojos hasta que llegó al campo para inspeccionar a su hijo de arriba abajo ante la mirada paciente del entrenador. El padre y los hermanitos se quedaron charlando un rato con el señor McMurray mientras se reanudaba el juego y Úrsula leyó en la preciosa tarjeta color crema: La Marquise S.L. Manuela O’Keefe. General Manager.

Estupendo, pensó volviendo a la tablet y a sus apuntes, mi primera amiga en Irlanda.

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