Gypsy

Gypsy


Capítulo 6

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Capítulo 6

 

El cuarenta y seis cumpleaños de su padre y Manuela había montado una fiesta estupenda en casa.

Entró por la cocina, como era su costumbre, y saludó al pequeño servicio de catering que trajinaba en el office, unas cuatro personas que habían traído casi todo hecho desde La Marquise. Se quitó la chaqueta y antes de acabar con la maniobra sintió las manos de alguien en la cintura. Maldita sea, masculló y bajó la vista para encontrarse de frente con los ojos tiernos de esa chica nueva… la de Belfast… la prima de Johnny McCarthy…

–Hola, guapetón.

–Hola, ¿qué tal vas?

–Bien, he hecho malabares para que me dejaran venir a este servicio, ¿sabes?

–¿Ah, sí? –Entornó los ojos intentando recordar su nombre y ella se puso de puntillas para hablarle al oído.

–Ha sido la única forma de volverte a ver.

–Ah…

–Luego podemos ir a tu casa.

–¿A mi casa?

–¡Paddy! –sintió la voz de su abuela y se giró hacia ella con una sonrisa–, hijo, los niños andan buscándote, ¿cómo es que llegas tan tarde?

–Tuve que llevar un material a Dalkey, pero ya estoy aquí –se acercó para besarla en la frente y sintió como esa jovencita, la nueva, se le agarraba a la camisa con fuerza–, ¿dónde están los enanos?

–Despidiéndose de la gente, se suben arriba con el perro y con Cathy, que es la niñera oficial esta noche… ¿y tú quién eres? –Su abuela miró con el ceño fruncido, primero la mano y luego la cara de la camarera, antes de clavarle a él unos ojos de lo más inquisitivos.

–Yvonne, Yvonne McCarthy, señora O’Keefe –respondió ella ante el silencio de Paddy y la abuela se apartó para mirarla mejor–. La nieta de Gilbert y Shannon McCarthy, de Belfast.

–¿Y qué haces en Dublín?

–Vine a pasar una temporada con mis primos y me han conseguido empleo en La Marquise.

–¿Ah, sí? –Paddy se apartó con la mayor delicadeza posible y logró que le soltara la camisa, se acercó a su abuela y la abrazó por los hombros.

–Sí y hoy he venido de apoyo para la fiesta, ya sabe.

–Ya. –Se hizo un silencio espeso y finalmente la señora O’Keefe agarró a su nieto para llevárselo al salón–. Paddy…

–¿Qué abuela?

–¿No te habrás encamado con esta buscona?

–¡Abuela!

–De abuela nada –se detuvo en el pasillo y lo señaló con el dedo–, ya he pasado por esto un millón de veces, así que no me vayas a dar tú ahora un disgusto… que no tengo edad.

–Abue…

–A esa gentuza la quiero lejos de mi casa y de mi familia, son primos de tu madre, ¿no lo sabes?

–También nuestros.

–No tanto y para el caso es lo mismo… ¿ya te has encamado con ella?, porque si es así prepárate para que te reclame boda y bautizo bien prontito.

–¡Abuela por favor!

–¿No serás tan idiota?, ¿no, Paddy?

–No…

–¡Paddy! –Michael y Liam llegaron corriendo con Russell pegado a sus piernas y lo salvaron del rapapolvo que tenía visos de convertirse en un drama. Por supuesto no había tocado a esa chica, tenía edad para saber que a una gitana ni tocarla, y menos si era de la familia, y menos aún, si era de la familia de su madre–. ¿Vienes a jugar un rato al juego de la FIFA?, tenemos el último.

–Claro, hola Russell –se inclinó para acariciar la cabeza del golden retriever y vio aparecer por la derecha a su padre con Aidan en brazos. El pequeñajo venía llorando bien agarrado a su cuello–,

¿qué le pasa?

–Sueño, eso es lo que le pasa. ¡Vamos, toda la tropa arriba!

Se zafó de su abuela con la excusa de subir con los enanos y llegó a la habitación principal donde tenían preparado su propio festín: palomitas, zumos y la tele grande con el video juego nuevo. Muy apetecible todo. Ayudó a meterlos en la cama y se acostó al lado con la intención de no moverse, al menos por un rato. Su padre lo miró a los ojos y él sonrió.

–¿Qué?

–¿Te quedas con ellos?

–Sí, no hay problema, baja y dile a Cathy que yo me ocupo hasta que se duerman.

–¿En serio?

–Sí.

–Ok, cachorritos, os quedáis con Paddy, así que a portarse bien, ¿de acuerdo?

–¡Sí!

Observó como su padre se agachaba para besar a los niños, como Russell de un salto se acomodaba plácidamente a los pies de la enorme cama y una pereza deliciosa empezó a apoderarse de sus músculos. Llevaba una semana de locos con el trabajo en O’Keefe e Hijos, más unas entrevistas que había hecho para un par de equipos de fútbol juvenil, los entrenamientos y un montón de cosas más, incluida la marcha que le metía Andrea Higgins, su última conquista, una chica guapísima de Killiney, actriz en alza, que estaba en Inglaterra rodando una película. Había ido a verla un par de días a York y aquello se había convertido en una maratón sexual en toda regla. Necesitaba un descansito y no pensaba oponer resistencia, sintió como Aidan, con su mantita y el chupete, se le acurrucaba en un costado, cerró los ojos y se durmió.

–¡Mierda! –Se despertó de un salto y agarró el teléfono móvil que no paraba de vibrar en el bolsillo de sus pantalones, comprobó que se trataba de su hermana April, dejó que saltara el contestador y miró la hora: las diez de la noche. Se había dormido profundamente y los niños hacían lo suyo con la tele puesta. Se levantó, los arropó, apagó el aparato y salió al rellano de la escalera donde nuevamente el teléfono comenzó a dar la lata–. Hola, April.

–Joder, Paddy, ¿dónde te metes?

–Buenas, ¿qué tal estás?

–Tenemos una emergencia familiar y grave.

–¿Ah, sí?, espera un segundo –bajó las escaleras hasta el salón, llamó a Cathy y le indicó que los niños ya estaban fritos, ella subió para acompañarlos y él aprovechó para entrar en la cocina a buscar algo de comer–, muy bien, ¿qué ha pasado esta vez?

–No estoy bromeando.

–Yo tampoco.

–Se trata de Bridget, está metida en un buen lío con los O’Hara.

–¿Con los O’Hara?, ¿por qué?

–Se presentó en casa de Wanda, le dio una paliza y…

–¡¿Qué?!, ¿y eso por qué? –Pensó en los O’Hara, unos maleantes muy peligrosos, familia del marido de su hermana, y suspiró, sacando un bote de cerveza de la nevera.

–Se enteró de que Kieth estaba teniendo una aventura con ella, desde hace más de un año, y nadie pudo detenerla, mamá estaba en la peluquería y cuando llegaron para avisarle, Bridget ya había montado el pollo.

–La madre que os parió a todos.

–La rajó con el anillo que llevaba puesto y ya te imaginarás…

–¿Está detenida?

–No, intervino media barriada y la sacaron escondida en un coche, ahora está en Belfast, pero los O’Hara están clamando sangre y estamos todos muy asustados, Paddy.

–Ay, Señor –se asomó al salón y vio a todo el mundo bailando, tan felices, incluidos sus abuelos y su padre con Manuela, y regresó a la cocina para salir al jardín–, ¿y qué demonios puedo hacer yo?

–Nos han pedido dinero, sesenta mil euros y la dejarán en paz.

–No tengo tanto dinero.

–Es tu hermana.

–Y la tuya.

–¡Pero nosotros no tenemos de donde sacar tanta pasta!, ¿estás loco?, si no pagamos van a ir a por ella y a por todos nosotros, Paddy, no seas tan cabrón.

–Voy a colgar…

–¡No!, espera, por favor, te lo devolveremos, te lo juro por mis hijos, hasta el último centavo.

–¿Y qué hace Kieth?

–Abandonó la casa, dice que para él Bridget está muerta y su familia lo apoya… –April suspiró y él se quedó en silencio–, por favor, te lo suplico, esto es muy serio y estamos muertos de miedo.

–Puedo conseguir algo de dinero, pero no sesenta mil euros.

–Pídeselo a tu padre.

–No pienso meter a mi padre en esto.

–Si nuestra madre no hubiese sido tan honesta con él y no le hubiese confesado lo de mi padre y todo lo demás, aún estaría casado con ella y no viviendo como un payo rico junto a la mujer que tiene. Nos lo debe.

–¿Tú te estás oyendo? Si nuestra madre hubiese sido más honesta con él, jamás le hubiese encasquetado a dos hijas que no eran suyas, ni lo hubiese estado sangrando durante tantos años.

–Mientras él le ponía los cuernos con medio país.

–Vale, ¿sabes qué?, voy a intentar mandaros un poco de dinero, pero no cuentes con los sesenta mil, que no los tengo.

–Llamaré yo a tu padre o a tus abuelos.

–Estupendo, hazlo y a ver qué pasa… –Colgó, con la indignación subiéndole por el pecho y se agarró a la reja del jardín para respirar hondo. Obviamente un asunto semejante con gentuza como los O’Hara no era tema baladí, era un tremendo problema, pero no era su problema, o sí, porque le gustara o no, Bridget y todos los demás seguían siendo su familia.

–Ven aquí, Spanish Lady, todavía no me has dado un beso de cumpleaños en condiciones… –

Levantó los ojos y vio a su padre intentando arrastrar a Manuela hacia el garaje–. Vamos… estás tan buena que me estoy poniendo malo…

–Te he dado mil besos hoy.

–Pero no de los que yo necesito.

–Patrick, por favor.

–Patrick, Patrick… tú sigue por ahí, Spanish Lady, tú sigue por ahí… –Tiró de ella y la abrazó por las caderas para besarla y, en ese momento, Manuela lo descubrió por el rabillo del ojo.

–¡Paddy!, ¿qué haces en la calle con este frío?

–Tomando un poco el aire –se metió las manos en los bolsillos y se encogió de hombros, su padre lo miró frunciendo el ceño y él levantó los ojos hacia el cielo estrellado–, hace una noche preciosa.

–¿Pasa algo?

–No, nada, voy a entrar, a ver si ceno.

–Gracias por ocuparte de los niños.

–Ha sido un placer. –Sonrió a su madrastra y se metió dentro de la casa pensando en llamar a su primo Diego a Nueva York, igual él le podía prestar una suma tan fuerte de dinero sin hacer muchas preguntas.

–Hola, chaval.

–Hey… –levantó los ojos y se encontró con su tío Sean–, ¿qué tal todo?

–Todo bien, ¿y tú?

–Después de lo de Bristol tengo dos propuestas para ir a pelear a Moscú.

–Depende de cuando sean, ya sabes que estoy buscando equipo y tengo mucho jaleo por aquí.

–Vale, pues lo vamos ajustando…

–Perfecto.

–¿Te pasa algo, Paddy?

–No, ¿por?

–No sé, solo preguntaba. Vente al salón, tu abuela lleva toda la noche preguntando por ti.

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