God of War

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Capítulo 10

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Capítulo 10

Atenea miró fijamente el interior de la amplia pila hidromántica a los pies del trono de Zeus. La cruzaban unas cuantas ondas, pero procedían de las ráfagas de aire que recorrían el Olimpo. Con un gesto, Atenea calmó las aguas para que pareciesen claras como el cielo. Se inclinó hacia adelante para ver mejor a Kratos mientras hacía uso de la Mirada de Medusa.

—Tu mortal lucha bien.

Atenea miró hacia arriba. Su padre se había sentado de nuevo en el trono y ahora miraba atentamente lo que se veía en el interior de la pila. ¿Podría ser que Zeus estuviese demostrando que estaba satisfecho?

Ni siquiera Atenea era capaz de interpretar a ciencia cierta el rostro del señor del Olimpo, pero podía intentarlo.

Se hizo a un lado para poder seguir la escena que se desarrollaba en la pila mientras intentaba descifrar la expresión de su padre.

—No sabía que estuvieses siguiendo la batalla.

—La matanza —dijo Zeus— resulta muy entretenida. Hacía muchos años que no gozábamos de tanta destrucción gratuita.

—Ares la ha desencadenado sobre mi querida ciudad —replicó Atenea con la voz entrecortada—. Pero la violencia de Kratos es culpa de Ares: mi hermano lo ha convertido en lo que es.

—Quizá sea algo más que eso —murmuró el señor del Olimpo—. ¿Sabes? El saqueo de Atenas podría convertirse en un poema épico. Quizá podrías pedirle a Apolo que componga una oda para conmemorar la ocasión. No tiene por qué ser algo tan elaborado como la historia de Troya que escribió Homero. Después de todo, Troya resistió diez años contra toda Grecia. Atenas no ha durado ni diez días. No obstante, muchos de tus soldados están logrando morir heroicamente. Y luego está tu Kratos. —El Padre Celestial señaló la pila hidromántica, que reflejaba el enfrentamiento entre Kratos y una bandada de arpías—. Su furioso deseo de venganza, el de un insignificante mortal contra el dios de la Guerra, es algo a tener en cuenta. De verdad. Ni yo podría haberlo superado.

—Qué gran elogio, mi señor padre. Quizá el mayor que haya recibido nunca.

No dejó que se le subiese a la cabeza, ya que Zeus, el primero entre los Olímpicos, era un gran estratega. Atenea se preguntó cuál sería el motivo de su interés y si estaría tramando algo sutilmente.

Fueran cuales fuesen sus maquinaciones, Kratos jugaba un papel destacado.

—Te agradezco que te tomes tanto interés en el combate, padre. Si me permites el atrevimiento, ¿es el combate lo único que te interesa?

—Mi querida hija, esto no tiene nada que ver contigo. Más vale que así sea. Mi interés se debe exclusivamente al enfrentamiento entre tu mortal y las legiones de los horrores de Ares, reclutadas de entre la hez del Hades. Que Kratos haya sobrevivido hasta ahora hace que resulte más interesante de lo que algunos dioses esperaban.

—¿Estás a favor de Kratos?

Zeus se quedó pensativo mientras se pasaba los dedos por las volutas de su barba de nubes. Atenea intentó leerle el pensamiento, pero no lo consiguió. Contuvo el aliento cuando su padre habló muy despacio, con palabras elegidas cuidadosamente.

—Mi hijo demuestra una falta de respeto cada vez mayor, y eso me aflige. Mata a tus adoradores en Atenas, pero eso era de esperar.

Atenea se dispuso a matizar que los adoradores de Zeus también eran el objetivo de Ares, ya que éste destruía los templos del Padre Celestial y corrompía los sacrificios para ganarse su favor, pero vio que él ya lo había comprendido.

—El orgullo desmedido de Ares crece con cada victoria. Haz lo que puedas para ayudar a Kratos, si es que tu mortal es capaz de lograr que Ares sea más humilde al frustrar sus planes.

—A mi hermano no se le puede detener así —apuntó Atenea, e inmediatamente se arrepintió de sus palabras. Su pasión traicionaba sus verdaderas intenciones—. Al menos, no directamente. En el Olimpo todos saben que ayudo a los valientes cuando lo tienen todo en contra. Rara vez ganan: al pobre Leónidas lo traicionaron en el último momento en las Termópilas. Pero cuando vencen… Hasta el dios del Olimpo sabe honrar a un héroe.

—¿Crees que Kratos tiene posibilidades de ganar? ¿Qué sugieres?

—No sugiero nada —dijo Atenea—. Sólo digo que a Kratos le vendría bien una ayuda divina en su lucha.

—No me opondré abiertamente a Ares, por insolente que se haya vuelto.

Zeus se acarició la barba con más fuerza; los relámpagos recorrieron las nubes y saltaron de dedo en dedo. Atenea intentó en vano identificar el estado de ánimo de su padre, pero no perdió la esperanza de hacerlo cuando Zeus volviese a hablar.

—Siempre me ha parecido inquietante que las pitonisas sepan lo que yo, señor del Olimpo, soy incapaz de ver a pesar de todos mis poderes.

—Quizá sea mejor así —apuntó Atenea.

—¿Mejor para quién, querida hija? ¿Mejor para quién? —Zeus volvió a concentrarse en la pila hidromántica y en la destrucción que Ares estaba infligiendo a la ciudad y al pueblo de Atenas. El Padre Celestial se inclinó aún más—. Ahora empieza lo bueno.

Atenea contuvo el aliento cuando Ares apareció en el campo de batalla y comenzó a aplastar atenienses bajo su sandalia. Zeus hizo un gesto y la visión se esfumó para dar paso a otra de Kratos recorriendo a toda velocidad el largo camino que llevaba hasta lo alto de la Acrópolis, al mismo tiempo que una mujer mortal no lograba salvar a su bebé de una arpía… y otra agarraba a la mujer y la destrozaba salvajemente con sus garras.

—Esa mujer es una de tus adoradoras. —Atenea señaló a la mujer que se desangraba—. ¿Lo ves?

Zeus frunció el ceño.

—Así es. De hecho, es una sacerdotisa. Ese edificio suyo es una taberna, consagrada a mí en mi papel de Zeus Filoxeno.

—Cree que está destrozando a mis adoradores —dijo Atenea—. ¿Estás seguro de que lo de esa sacerdotisa tuya ha sido un accidente? Quizá aspire a un trono aún más alto.

—Por favor, querida niña.

Zeus alargó un dedo y tocó a la mujer justo cuando la arpía le arrancaba la columna vertebral. El rey de los dioses suspiró y retiró el dedo con una gota de agua de la pila hidromántica. Se dio media vuelta y lanzó la gota al aire. Un rayo de sol la atravesó, se convirtió en un arco iris y desapareció.

—Ya está —dijo con cara de satisfacción—. Éaco la juzgará justamente a las puertas del inframundo.

—¿Por qué intercedes así por una simple adoradora mortal cuando no me permites interceder por miles de los míos?

A Zeus le brillaron los ojos.

—Porque puedo. —La miró fijamente hasta que ella se vio obligada a apartar la mirada. Luego, él volvió a enfrascarse en la visión que reflejaba la pila—. Mira. Ahí, ¿lo ves? Ha matado a la arpía, pero ahora lo ha acorralado una compañía entera. ¡Perfecto!

—¿Así lo crees?

—Dime, ¿a cuántos monstruos ha destruido Kratos hoy?

Atenea frunció el ceño.

—Casi a cuatrocientos. ¿Por qué?

—¿Sólo a cuatrocientos? —Zeus parecía exasperado—. Pero ¿qué le pasa? Así nunca llegará hasta tu sacerdotisa.

Atenea tenía fe en la destreza de Kratos. Y más que habría tenido si Zeus no se hubiese opuesto a él tan activamente.

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