Giovanni

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Segunda parte: Cava tu propio agujero » Capítulo 20

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Capítulo 20

Jueves, 15 de julio de 1999, 1:27 AM

Restaurante Las Estaciones, Hotel Bostonian

Boston, Massachussets

—Así que, ¿qué es lo que está usted proponiendo exactamente? —Isabel miró severa al Vástago que estaba ante ella. Había sido enviado desde Baltimore, a instancias de Jan Pieterzoon, para pedir a los Giovanni su apoyo contra el Sabbat. Su nombre era francés, o quizá canadiense, pero su inglés era perfecto y sin ningún acento.

—El reconocimiento de los derechos de los Giovanni sobre Boston —contestó el agente—. La Camarilla reconocerá formalmente la supremacía del clan Giovanni en Boston y sus alrededores. Esto sería, a cambio del apoyo de los miembros actuales del clan contra las incursiones del Sabbat a lo largo de toda la costa este. Es lo mejor para sus intereses, y lo saben.

—No nos trates como si fuéramos idiotas, maldito imbécil —ladró Chas desde el otro lado de la mesa. Aquella reunión había sido convocada a última hora, a petición de Francis Milliner.

Francis era el mayor de la familia Milliner, la rama Giovanni en Boston. Isabel opinaba que estaba bastante paranoico, pero le comprendía y le disculpaba. En los últimos tiempos habían pasado muchas cosas en Boston, incluyendo la ejecución de una de las amenazas más peligrosas que nunca había conocido el clan. Genevra Giovanni había sido simpatizante del Sabbat, habiendo servido a la familia Giovanni sólo en la medida en que era útil para sus necesidades más inmediatas. Y no es que todos los vampiros Giovanni (y probablemente todos los vampiros, punto) no alberguen un egoísmo similar, pero una demostración tan abierta había provocado que se creara poderosos enemigos dentro del clan. Magistralmente, los Milliner habían ocultado su eliminación bajo un velo de violencia criminal organizada. Isabel tenía que reconocerlo… Francis había creado una estratagema a lo largo de todo un siglo, para usarla como cortina de humo en caso de que algún perjuicio amenazara a los suyos, y no había dudado un segundo en llevarla a cabo para eliminar a Genevra. Como premio a su clarividencia y su inteligencia, los ancianos del clan habían decidido permitirle beber la sangre del corazón de la disidente, lo que le ayudó a acercarse al poder de los propios ancianos. ¿Quién sabía qué otros planes de contingencia tenía Milliner en la manga?

Con este fin, Isabel no tenía mucho interés en discutir los detalles con un lameculos de segunda. Francis era el que tenía el plan, pero ella era la cortina de humo, y lo sabía. Incluso era probable que la Camarilla desconociera que eran los Milliner, y no los Giovanni, los que poseían mayor influencia en Boston. Excepto unos pocos individuos, todo el mundo creía que los Giovanni eran los que tenían el poder allí. Por supuesto, los Milliner eran Giovanni, pero ese tipo de juegos semánticos eran moneda corriente en el mundo de la Estirpe. Los malos consejos y los subterfugios podían conducir a un miembro de la Estirpe mucho más lejos que la fuerza bruta… Isabel era una prueba andante y no viviente de ello.

—Chas, por favor. Cálmate —observó Isabel. Seguía siendo muy testarudo, se notaba que estaba allí para intentar solucionar el asunto de Benito Giovanni, y era un lastre para aquella reunión. Chas era la prueba de que a veces la fuerza bruta y la crueldad hacían el trabajo, en especial en América. No es que fuera particularmente fuerte, poderoso o inteligente, pero sí bastante cruel, y cada noche dudaba menos en mostrárselo a sus rivales. Aquello había empezado a traslucir; en las pocas semanas que habían pasado desde que Isabel lo conociera, sus ojos se habían hundido y su boca se había transformado en una mueca despectiva o un gruñido. Siempre tenía las manos crispadas, como si necesitara toda su concentración para mantener a la Bestia controlada. Isabel lo sabía: Chas estaba a punto de explotar.

Sin embargo, ella había planeado el modo de jugar sus cartas, desatando a Chas cuando fuera más conveniente, observando como caía y, sin duda, cómo se llevaba a otros con él. Pero la clave estaba en hacerlo de una manera sutil (de nuevo, la discreción le aconsejaba que no debía actuar con precipitación) y asegurarse de que su inevitable suicidio tuviera lugar sólo a la vista de la Estirpe y no en un lugar donde ella tuviera que pedir favores para cubrirse ante los medios de comunicación, la policía, etc. Aún así, todavía podía serle útil. El contacto miró con desprecio a Chas, que se irritó visiblemente.

—Pero no se equivoque… disculpe, ¿cómo ha dicho que se llamaba? —Puso al diplomático en su lugar.

El hombre entrecerró los ojos, contemplando a Isabel fríamente.

—Gauthier. Jacques Gauthier. Chiquillo de Paul Levesque, chiquillo de Shlomo Baruch, chiquillo de Christianne Foy, chiquillo de Vidal Jar…

—Sí, sí —interrumpió Isabel—, muy impresionante. Arzobispo de Canterbury, extracto de vainilla, leche de magnesia, la misma historia de siempre. Nos damos cuenta de que usted está aquí representando los intereses de la Camarilla, y que se supone que debe darnos coba y convencernos de que éste es un trato fantástico que nos ha caído del cielo. Pero déjeme que se lo exponga desde mi punto de vista. Su aprobación no significa nada para nosotros. Su prepotente «reconocimiento de soberanía» y todo ese tipo de verborrea cuasipolítica no le va a funcionar en esta reunión. No está usted tratando con neonatos. Su Camarilla no es un gobierno, ni tampoco una institución militar. No es más que una simple convención social, un contrato apoyado por sus miembros con la intención de alcanzar sus propios fines. Para serle sincera, es una sinecura civil gracias a la que decadentes y aburridos ancianos se entretienen y se engañan entre ellos. ¿Debería de creer que, en el caso de que no podamos llegar a un acuerdo, antes del próximo anochecer Boston se enfrentará a una falange de tropas de asalto de la Camarilla? Sería mucho más probable que unos cuantos alborotadores insurgentes de su secta se pasearan entre la Estirpe de Boston como una muchedumbre de seguidores de fútbol borrachos durante unas cuantas noches, hasta que fueran expulsados por los mismos miembros de la Estirpe cuyos refugios hubieran perturbado. Su reconocimiento no significa nada. Su apoyo no significa nada. Su secta es incapaz de mantener la discreta influencia que tiene sobre toda la costa de una de las naciones más prósperas del mundo, al igual que ha demostrado su impotencia ante la desconocida Estirpe de Oriente, que se extiende desde la Costa Oeste. No, Jacques Gauthier, no ponga esa cara de sorprendido… me he informado. No se me ocurriría recibir a un enviado como usted sin conocer todas las ramificaciones del trato que propone. Cuando sopeso todas las opciones, el único beneficio que nos proporciona un acuerdo flexible de apoyo es la esperanza de que los Giovanni de Boston puedan simplemente dar la espalda a todo el asunto y permitir que los fanáticos del Sabbat y de la Camarilla se destrocen mutuamente en las calles. ¿Qué le parece eso? ¿Es una respuesta satisfactoria?

Jacques se había levantado de su asiento, con la boca abierta, la cabeza hacia abajo y los dientes apretados. Al lado de Isabel, Chas se estremecía, con las venas hinchadas, como una epiléptico atado a su silla en pleno ataque.

—No suponga usted que nuestro poder es tan escaso, Isabel Giovanni —replicó Jacques—. La Camarilla, como bien ha dicho usted, no es una organización militar, pero creer que eso nos hace menos poderosos es una locura. Tampoco el Sabbat es una fuerza militar, pero éstas no son batallas que se luchen exclusivamente en las trincheras. Por cada estúpido peleón que ve esto únicamente como un asunto militar, hay tres Vástagos más detrás de él que hacen sus movimientos de un modo mucho más sutil. Esta es una guerra de influencia, y los recursos de la Camarilla son de una magnitud mucho mayor que los del clan Giovanni. Simplemente, estamos interesados en minimizar y localizar la influencia de nuestros enemigos… y los suyos también… el Sabbat.

—¡Los recursos de la Camarilla! Absurdo. ¡La Camarilla no posee recursos! El único poder que tiene es el que voluntariamente proporcionan sus miembros. Su secta es mucho más ingobernable y sus motivaciones son mucho más egoístas de lo que usted nos quiere hacer creer. La Camarilla no actúa nunca como entidad, y usted lo sabe.

—Tampoco lo hace el clan Giovanni, siguiendo esa misma lógica —señaló Gauthier.

—Es verdad, pero en este caso el clan Giovanni es una comunidad de la Estirpe de Boston. Y sin ninguna duda protegeremos nuestros propios intereses, y dejaremos de lado nuestras rencillas personales para enfrentarnos a una oposición mayor. Que dicha oposición sea por parte del Sabbat o de la Camarilla, o de ambos, es irrelevante. Conozco al hombre que os ha enviado aquí. Conozco a Jan Pieterzoon. Se ha hecho un nombre entre los Vástagos, y supongo que puede que una de estas noches se encuentre entre los… ¿cómo los llaman?… arcontes y justicar de la Camarilla. Pero no lo conseguirá convirtiéndose en un agitador. Al contrario, dominará el juego de la política, prometiendo una cosa, concediendo otra y luego convenciendo a aquellos que están por debajo de él de que lo que querían al principio es lo que él les ha otorgado. Sé que en este momento Boston no es más que parte de un movimiento mayor de Pieterzoon, pero no voy a pretender que conozco las cartas que aún se guarda en la manga. Jan es un estratega mucho más eficaz de lo que yo nunca seré, pero yo soy mucho mejor descubriendo secretos ocultos. Pieterzoon y aquellos como él dependen de miembros de la Estirpe como yo que les proporcionen las piezas con las que jugar. Yo, nosotros, los Giovanni de Boston, podemos ser tan solo peones en ese juego, pero sabemos que somos peones. Y, de hecho, un peón que se vuelve en contra de quien lo maneja es una pieza peligrosa. —Isabel permaneció de pie, muy erguida, con los brazos cruzados sobre el pecho y mirando a Jacques imperiosamente.

Sin embargo, Gauthier no dio señales de ir a retractarse. Pieterzoon le había puesto al cargo de esta negociación, le había avisado de que los Giovanni eran tan mortíferos como un nido de víboras, y esperaba que no fallara.

—Está usted hablando metafóricamente, Isabel. Y está evitando el asunto. Esto no es un juego, como quiere usted apresurarse a reducirlo a su propia conveniencia. Los peones y las piezas y las alusiones al ajedrez no son más que ficción florida, y nosotros estamos tratando asuntos bastante tangibles. Necesitamos su ayuda. A cambio, estaremos dispuestos a abandonar Boston. No recibirán una oferta tan sencilla o sincera del Sabbat, como demuestra su dominación de la Costa Este. Puede ser que estén ustedes realmente preparados para soportar esta tormenta. Pero no tengo razones para creer que preferirían verse envueltos en este conflicto si les ofrecemos la oportunidad de evitarlo.

—Entonces, Jacques, parece que por el momento estamos en un punto muerto. Tengo claros los detalles de su proposición de alianza y voy a estudiarlos. Sabe dónde encontrarme. Sugiero que nos reunamos en unas semanas para concretar la naturaleza de nuestra relación… si al final decido que ésta existe.

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