Fotos

Fotos


Madrid. Sede del Centro Nacional de Inteligencia. Sección Integrismo Religioso.

Página 29 de 33

M

a

d

r

i

d

.

S

e

d

e

d

e

l

C

e

n

t

r

o

N

a

c

i

o

n

a

l

d

e

I

n

t

e

l

i

g

e

n

c

i

a

.

S

e

c

c

i

ó

n

I

n

t

e

g

r

i

s

m

o

R

e

l

i

g

i

o

s

o

.

Perteguer había dormido unas cuantas horas. Al final lo de las costillas no era rotura sino fisura en dos de ellas. Solo precisaba llevar unas vendas y tomar unas pastillas cada ocho horas. Mal menor. Una ducha le había dejado como nuevo, e incluso había recibido una llamada de su comisario felicitándole e interesándose por él. Lora y Marta debían estar ya en comisaría y por lo visto también debían haber bajado los humos a Velázquez, porque incluso se había disculpado. También le informaron del atentado frustrado contra Mouton, que a esas horas estaba declarando en comisaría. Dante debía estar muy enfadado, porque en dos días había fallado tres veces y se había quedado sin su última lámina, la que decía: «Aquí mi alta invención fue ya impotente, y cual rueda que gira en vueltas bellas, el mío y su querer movió igualmente el Amor que al sol mueven las estrellas». Pertenecía al canto XXXIII de la cantiga tercera, y lo peculiar en este caso, es que no era un terceto, sino un cuarteto de cierre (Dante compuso la Divina Comedia en tercetos, salvo la última estrofa de cada canto, que era un cuarteto en rima ABAB). Pero lo que más llamaba la atención es que eran los cuatro últimos versos de la Divina Comedia. Dante estaba poniendo fin a su obra. Lo malo de los psicópatas que se marcan una fecha para su peculiar fin de fiesta es que, en el caso de no atraparle antes del plazo, corres el riesgo de que o bien cometa la peor de las masacres, o bien dé por concluida su obra y desaparezca sin dejar rastro. En este caso, y sabiendo que pedía dinero, era muy probable que se decantase por la segunda opción.

Pasadas las cuatro, se acercó a las oficinas del CNI para entrevistarse con Patricia. Pedro todavía no había regresado de su «viaje», así que todavía no podía saber nada de las pruebas caligráficas de la carta. Patricia estaba sentada detrás de una pequeña mesa en un despacho muy luminoso y repleto de plantas de interior… Si se alegró de verle, lo disimuló muy bien.

—Hola. Siéntate, por favor. Felicidades de parte de Emilio. Dice que pasará esta tarde por tu comisaría.

Perteguer sacó un cigarrillo y lanzó el paquete sobre la mesa.

—Supongo que a ti ya te habrá felicitado. La verdad es que te lo has currado. Veo que no se equivocó cuando te dio este despacho.

Patricia se ruborizó y bajó la mirada. Esperaba encontrarse al Perteguer más desagradable, pero en sus palabras no encontró ni la más mínima dosis de ironía. Una de dos: o hablaba en serio o los tranquilizantes lo habían trasmutado.

—Gracias. Y gracias también por lo de ayer.

Perteguer agitó una mano en el aire como quitando importancia a las palabras de Patricia y dio una larga calada a su cigarrillo. Luego, tras soltar el humo muy despacio mientas la miraba fijamente se dirigió a ella en tono aún más suave que el que había empleado ella.

—Los dos lo hicimos de puta madre… Y ahora hablemos del caso: Dante está contra las cuerdas.

—¿Quieres seguir?

—Como me quites ahora que empezaba a cogerle el tranquillo…

—No, no… —Patricia sonrió y encendió un cigarrillo—. Emilio y yo queremos que sigáis todos vosotros… pero no os íbamos a obligar. Ahora que sé que quieres seguir te cuento: He estado repasando los informes. Habéis hecho un muy buen trabajo, pero me gustaría que me pusieras al día. Desde que me fui ha atentado una vez más con éxito, ha volado el laboratorio de Iris, el coche de Mouton…

—Te han despedido de VidaPlus…

—… Cierto… acababa de leer la carta. Quería interrogar a los leñadores, pero paso de ir sola. ¿Qué me dices?

—¿En tu coche o en el mío?

—En el mío, que es más cómodo.

—De acuerdo, pero pasa primero por VidaPlus. He llamado a comisaría y dicen que Mouton ya se había ido.

Cuando bajaron del Honda NSX de Patricia ya eran algo más de las seis de la tarde. Caminaron desde el aparcamiento hasta la entrada principal del fantástico edificio de cristal que la aseguradora tenía junto al Parque Juan Carlos I. Cuando estaban rellenando los impresos de seguridad en recepción, una mujer rubia chocó con Patricia.

—Disculpe.

Perteguer se quedó unos segundos con la mirada fija en ella.

—Un poco mayor para ti. ¿No crees, Rafa?

—No, no es eso… creo que me suena de algo.

—Ya, claro. —Patricia sonrió malévolamente—. Eso decís todos…

Subieron por el ascensor hasta la planta donde Mouton tenía su oficina. Sonia les confirmó que este se hallaba en ella y saludó muy efusivamente a Patricia.

—¿Dónde te habías metido? ¿Qué pasa? ¿No vas a venir a trabajar nunca más?

—Me temo que no, Sonia.

—Por lo menos os habéis encontrado. Tenías a «Perti» muy preocupado…

—¿De veras? —Patricia soltó un inicio de carcajada pero se contuvo—. ¿Podemos pasar a ver al señor Mouton?

—Sí, sí, adelante.

Patricia franqueó la puerta del despacho riéndose ya sin contenerse.

—¿Perti? Ya me contarás, aunque esta tampoco es tu tipo…

—Déjame en paz…

Carlos Mouton estaba sentado tras su gigantesca mesa. Preparaba unos papeles en su maletín mientras masticaba ansiosamente un chicle de nicotina. Parecía que Velázquez había impuesto la moda entre todos los que pasaban por la comisaría de mascar goma antitabaco. Se sobresaltó al ver a Patricia entrar en su despacho seguida de Perteguer.

—¿Señorita García? Me enteré esta misma noche de su reaparición. ¿Cómo está?

—Feliz y contenta. ¿Y usted?

—¿Cómo quieren que esté con ese mal nacido queriendo matarme? Tengo miedo de pisar mi propia casa, he tenido que contratar dos escoltas privados, y la empresa me ha dado la baja por motivos nerviosos…

—¿Le han despedido?

—No, no. Me han dado unos días libres para que me tome un descanso. El juez me ha dicho que puedo salir de España mientras esté localizado, y esta noche salgo para Francia. Mi familia tiene en Burdeos una casa de campo.

—Pues espero que se mejore… le traíamos el informe de la bomba-lapa, por sí quería verlo, y ver que tal estaba usted…

Mouton resopló y cogió el informe, para lanzarlo sin leerlo al interior del maletín con un movimiento casi reflejo.

—Luego lo leeré. O quizá dentro de unos días… Ahora tengo que olvidarme de todo esto. Si necesitan algo hablen con mi secretaria o con la señora del Olmo, que es mi sustituta temporal. Ahora, si me disculpan, tengo que dejar hechos unos papeles.

—Sí, sí… que le vaya bien. ¿Cuándo sale su vuelo?

—Eh… a la una de la madrugada…

—Pues nada, que lo disfrute. Hasta pronto.

—Sinceramente, y sin rencores, espero no verles nunca más.

Patricia y Perteguer salieron del despacho casi en silencio. Una vez fuera Perteguer lanzó un resoplido.

—Está histérico. ¿Eh?

—Hombre, lo de ayer debió ser muy fuerte…

Sonia les llamó la atención en silencio.

—¿Qué ocurre?

—Una compañera de administración me acaba de llamar. Han desviado dos millones a una cuenta en Jersey. Nadie dice nada, pero creo que es para pagar al chantajista.

—¿Sabes lo de…?

—Toda la empresa lo sabe, pero nadie dice nada. Hay orden de que la policía no se entere. Parece ser que tras lo del atentado de ayer y la caída en bolsa prefieren pagar y olvidarse de todo este problema. Aquí tienen el número de cuenta, lo he sacado del ordenador.

—Muchas gracias, Sonia… ya te debo varias…

—Ya me las cobraré. Hasta luego.

—Hasta luego.

Una vez en el coche, ambos encendieron un cigarrillo. Perteguer seguía mirando el papel que le había dado Sonia.

—O sea, que al final han pagado…

—¿Y qué vas a hacer?

—Nada. Comprobar quien es el titular y poco más. El banco te dirá que es secreto y todos tan amigos. Lo que no podemos es iniciar nada contra la compañía… ¿qué iban a hacer si no? Vamos a la comisaría y desde ahí le enviamos un fax a Emilio con el número, a ver qué puede hacer.

Una media hora después estaban en la comisaría de Perteguer. Lora y Marta habían interrogado ya por separado a los tres detenidos, pero estos seguían sin creerse lo de la bomba.

—Es increíble. Les hemos enseñado las fotos y aún lo niegan. Dicen que sus socios no querían matarles y por más que les repetimos que la bomba no la pusieron sus socios no entran en razón.

—Metedles a los tres en una sala grande. Quiero interrogarles.

Patricia y Perteguer accedieron a una habitación de interrogatorios. Tres agentes acababan de acompañar a la misma a los tres detenidos en el aserradero. Estos se sorprendieron de ver allí a Patricia.

—¿Qué hace ella aquí?

—Llevo su investigación. No la de mi secuestro y el de mi compañero, sino la del loco que pretendía matarles.

—¿Otra vez? —Julián soltó una carcajada e hizo amago de levantarse, pero Perteguer le retuvo bruscamente contra la silla.

—Sentadito estás mejor. Os vais a limitar a responder a nuestras preguntas. Queremos saber si habéis visto alguna vez a alguno de estos dos hombres.

Perteguer lanzó sobre la mesa dos fotos de gran tamaño. En la primera aparecía Fuster, y Donovan en la segunda.

Los tres leñadores las observaron y negaron con la cabeza. En lo sucesivo todas las respuestas corrieron a cargo de Julián. Paco y Mateo se limitaban a mirar al suelo y asentir con la cabeza.

—¿Seguro que no reconocéis a ninguno?

—¿Y Buendía? —Patricia les lanzó tres cigarros y un mechero—. ¿Tenía algún motivo para volar el aserradero con vosotros dentro?

—Ya he hablado de Buendía con los de verde. Es mi cuñado. ¿Cómo va a querer matarme?

—¿Os dice algo el nombre de Dante?

—Había carteles por El Escorial con ese nombre. Pero no conozco a nadie que se llame así o se haga llamar así.

—¿Sospecháis de alguien que conociera a qué os dedicabais?

—No pienso dar nombres de nadie.

—¿Alguien quería mataros? ¿Habéis recibido amenazas?

—Nada…

Patricia miró a Perteguer y este se encogió de hombros. Recogió los informes y el mechero de la mesa metálica y salieron de la habitación.

—No parece que sepan nada.

—Y si lo supieran no nos lo dirían. —Perteguer guardó la carpeta de los informes en una mochila y se la colgó al hombro—. He pedido la ficha de Buendía, pero es casi imposible que esté implicado.

—Pues me temo que volvemos a empezar. —Patricia miró su reloj—. Son las nueve y pico. Recomiéndame un restaurante.

—¿Has quedado con Jose?

—A Jose le he visto esta mañana. Te iba a invitar a cenar.

—Vaya. En ese caso conozco uno excelente para la ocasión.

—Me estoy arrepintiendo.

—Ya es demasiado tarde.

* * *

El Seat de Perteguer se detuvo frente a las puertas del restaurante tailandés en el que había comido con Emilio días atrás.

—¿Lo conoces?

—No. Me fiaré de ti.

Dejaron las llaves al aparcacoches y accedieron al local precedidos por una camarera oriental. Casi todas las mesas estaban ocupadas, en su mayoría por parejas. Tomaron asiento junto a una ventana, que daba a un patio florido iluminado por cuatro farolas de pie. Una leve brisa hacía oscilar la llama de la vela que separaba, en el centro de la mesa, a los dos comensales. Pidieron vino antes de ojear la carta.

—He estado ojeando la póliza del aserradero. —Patricia se humedeció los labios con el vino— que por cierto data de cuando Mouton era todavía agente de seguros, porque la firma él mismo. El beneficiario es Julián, que es el titular. Después su mujer. No hay nada del otro mundo…

—Hablando de Mouton. Se me olvidó decirte que me llamaron por lo de la bomba-lapa. Empleó explosivo convencional, amosal detonado a distancia.

—Ya no tiene sentido que emplee FCP. O eso o lo está reservando para el golpe de gracia. A decir verdad no se cuánto puede tener, lo que sí sé es que no lo compró en Portugal.

—¿No te llama nada más la atención?

Patricia negó con la cabeza y se encogió de hombros.

—¿Qué?

—Detonada a distancia.

—Podía estar a más de 500 metros.

—Ya, ya… pero si lo que quería era matarle. ¿Cómo no se aseguró de que iba dentro? Para poner el explosivo tuvo que hacerlo en el garaje de su casa o en el de la oficina. ¿No era más sencillo explotarla allí? Ya que se arriesgó tanto, podía haber asegurado su trabajo. O si hubiese utilizado un temporizador, como en las otras ocasiones…

—¿Insinúas que no quería matarle? ¿Era una advertencia entonces?

—No veo otro motivo. Es demasiada casualidad que explote cuando él no está dentro. Pero por otra parte si había tenido acceso al coche antes. ¿Por qué hacerlo explotar en medio de Madrid? ¿Quería testigos o una masacre?

—Es Dante… supongo que las dos cosas. Es como lo de las cartas que me escribió. ¿Cómo sabe quién soy yo? Es arriesgar muchísimo el dejármelas bajo la puerta, pero se siente bien arriesgando.

—¿No te da mal rollo?

—A mí no me haría nada. Sabe que soy la única que tomó en serio sus mensajes, vamos, de hecho la única que los descubrió.

—¿Y cómo lo sabe?

—Porque le vi.

Perteguer se atragantó con el vino y miró a Patricia boquiabierto.

—¿Cómo que le viste?

—En la gasolinera. El mismo día que explotó, por la noche. Apareció embozado en una capa y dejó una linterna encendida sobre la lámina de Iris. Así descubrí el secreto de las láminas-fantasma, y tuve la certeza de que Dante era real. Estaba muy lejos para dispararle, o correr detrás de él.

—¿Así que sabías desde el tercer ataque que era una persona real?

—Y muchas más cosas: Descubrí que presenciaba «

in situ» sus atentados, porque antes de que viniera la policía tenía que dejar las láminas en el suelo. Descubrí que poseía sobrados conocimientos fotográficos y criminológicos, porque siempre lograba que la cabeza saliese en el mismo ángulo de la foto. ¿Sabes cómo hacía eso?

Perteguer negó con la cabeza ensimismado.

—Con una marca de tiza.

—¿Tiza?

—La marca que utilizan los fotógrafos de la policía para encuadrar las fotos. Indicaba desde dónde había que hacer las fotos para que la cara saliese en su sitio. Ingenioso. Le salió bien las tres veces. De quince fotos al menos una usaba el encuadre que él quería. Si ves el resto de las fotos no sale la cara. Y eso tuvo que aprenderlo en algún lado. Pero hay más. ¿Continúo?

—Sí, por favor.

Un camarero sirvió dos ensaladas y trajo otra botella de vino a la mesa para desaparecer segundos después tras una enorme planta de interior.

—Lo complicado era saber cómo lograba reunir a tres víctimas en el mismo lugar, ni una más ni una menos, y llegué a una conclusión: quedaba con ellos.

—¿O sea que conocía a todas las víctimas?

—A los del casino seguro. Los tres eran amigos y Dante quedó con ellos a los pies de la bola. Los de la gasolinera eran trabajadores, pero se encontraban juntos a la hora del accidente porque Dante les dijo que se reunieran. Y los del ascensor, no se conocían entre sí, pero Dante los llamó a los tres. ¿Sabes a qué iban? A una entrevista de trabajo ficticia. Supongo que les entretuvo hasta el momento idóneo para subir al ascensor: las seis y cinco. En cuanto a los de la barca del Retiro, fue todo más fácil: juntó a tres drogadictos y les mató de sobredosis. Y ahora es cuando viene lo mejor de todo: Virgilio acompañando a Dante en su viaje por el infierno.

—Dante no va solo.

—Exacto. Dante tiene un compañero de confianza lo que le permite estar ausente en al menos uno de los accidentes, proporcionándose así una coartada; pero estropeando el resultado final: donde tuvo que haber una cadavérica cara de Dante aparece una inscripción hecha deprisa y corriendo con lápiz de labios; lo que tenía que aparecer flotando la noche del 5, aparece días más tarde. Demasiado lastre en la barca y ¿quién sabe dónde está la lámina? Se nota la mano de Virgilio.

—¿Lo de la barca era lápiz de labios?

—Max factor. La policía lo encontró esta mañana entre unos arbustos que rodean el lago. Donde muy probablemente encalló la barca para pintar el mensaje. No hay ni una huella, pero revela un dato muy sorprendente.

—Virgilio es Virgilia. ¿Es eso?

—Correcto. Perdió la lámina, o la inutilizó, se puso nerviosa, buscó en su bolso lo primero que encontró… y sacó un lápiz de labios.

—¿Pero se sabía el texto de memoria? Entonces…

—Virgilio es Dante, y Dante es Virgilio. Ella es la entendida en Dante; él el criminólogo experto en explosivos.

—¿Todo esto lo sabes o estás improvisando?

—Se me está ocurriendo ahora. La verdad es que mientras te contaba la historia pensé en que era imposible que solo hubiera uno. ¿Pero no es más lógico así?

Patricia dio un trago a su copa de vino y masticó dos tenedoradas de la exótica ensalada, mientras Perteguer ponía en orden todo lo que había dicho Patricia durante la cena.

—¡Mierda! —Perteguer dio un puñetazo a la mesa atrayendo la atención de los demás comensales—. ¡Creo que ya se quién es la rubia!

—¿Todavía sigues con eso?

—Es una catedrática de literatura medieval o algo así. Si es ella, la vi dando una conferencia sobre Dante. —Perteguer se levantó de la mesa y se puso la chaqueta—. ¡Tenemos que irnos!

La camarera oriental que les había atendido no sabía qué cara poner; los comensales de alrededor tampoco. Dejaron unos billetes sobre la mesa y salieron del restaurante. Corrieron hasta el coche, aparcado en doble fila en la calle Jorge Juan. Patricia no sabía del todo qué pasaba por la cabeza de Perteguer en aquel instante pero comenzaba a intuirlo.

—¿Dónde vamos?

—Al aeropuerto.

Perteguer sacó su teléfono móvil y llamó a Sonia. La voz de la dulce secretaria sonó a través del auricular.

—¿Sí?

—Sonia. ¿Has reservado tú los billetes de tu jefe?

—¿Sí, por qué?

—¿A qué hora sale su avión?

—A las doce y cuarto a Zanzíbar. ¿Pero por qué?

Perteguer miró su reloj. Eran las once y media.

—¿Viaja solo?

—No, con su novia… o lo que sea.

—¿Es una rubia?

—Sí… ¿Pero a qué viene todo…?

—¡Su nombre! ¡Necesito su nombre!

—Estoy en mi casa, no lo tengo delante… se llama… Paloma, Paloma Martín…, y del segundo apellido no me acuerdo, Rafa…

—¡Gracias!

Perteguer colgó el teléfono y sacó un papel de su cartera. Era un programa de la charla de Dante en El Escorial a la que había asistido con Pedro. Patricia lo miraba de soslayo realmente intrigada mientras conducía a toda velocidad por la calle Velázquez.

—¡Paloma Martín! Profesora titular de literatura medieval en Salamanca. Ahí tienes a Dante. ¡Y Mouton es Virgilio! Y su avión no sale a la una sino dentro de cuarenta y cinco minutos y no a Francia, sino a Zanzíbar, donde España no tiene tratado de extradición.

—¡Lo sabía! ¡Sabía que eran dos y que uno era mujer! ¡Si es que no me mereces!

—Y supongo que desde su trabajo tenía acceso a pruebas de laboratorio, pólizas…

Llegaron a la terminal de salidas internacionales cuando su reloj marcaba las once. Accedieron a las salas de embarque y recorrieron a toda prisa acompañados por tres Guardias Civiles las interminables salas de espera flanqueadas por las tiendas dutyfree abarrotadas —inexplicablemente por la hora que era— de viajeros con gigantescas bolsas de viaje. Al final dieron con la puerta 12b. Los pasajeros habían empezado a embarcar. Perteguer atravesó la cola y preguntó jadeante a la azafata.

—¡Policía! ¿Ha embarcado Carlos Mouton?

La azafata consultó la lista de pasajeros y encontró el nombre que buscaba.

—Hace unos minutos. Ocupa asientos de primera clase.

—El avión no puede despegar.

Perteguer bajó a la pista seguido de Patricia y de los tres guardias y se encaramó a un remolque que transportaba equipaje.

—¡Conductor! ¡Soy policía! Lleve este trasto a la pista de este vuelo.

El conductor observó el papel que Perteguer le puso delante de los ojos.

—¿África? Debe ser un avión de los grandes. Aquella pista.

Aceleró el vehículo rumbo a un enorme Jumbo de AirFrance. Cuando llegaron donde estaba, Perteguer saltó en marcha y subió corriendo por las escalerillas. Mouton lo vio desde su ventanilla. Con un nudo en el estómago, tiró de su acompañante y comenzaron a caminar hacia la parte trasera del aparato.

—¡Quiero hablar con el comandante!

Una azafata impedía el acceso al avión a Perteguer. Los Guardias Civiles ni siquiera se habían encaramado a la escalerilla.

El comandante salió con cara de muy pocos amigos, y comenzó a hablar a Perteguer muy despacio y con un marcado acento francés.

—El avión es territorio francés y no puede acceder a su interior la policía de España.

—¡Hay un sospechoso de asesinato ahí dentro! ¡Solo tiene que permitirme pasar!

—El avión es territorio francés y no puede acceder. Hable con mi embajada y…

Pero Perteguer no escuchó más. Patricia había desenfundado un arma y le gritaba desde la pista.

—¡Han bajado por la parte de atrás! ¡Se escapan!

Perteguer corrió escaleras abajo pistola en mano. Mouton y Paloma se hallaban a muchos metros, y corrían hacia un coche de Iberia. De pronto Mouton sacó lo que parecía ser una pistola del interior de su chaqueta y el conductor del coche se arrojó a la pista desde su interior.

—¡Va armado!

Los tres guardias corrieron en busca de un coche mientras avisaban por radio, pero Patricia lo encontró primero.

—¡Sube!

Era un coche idéntico al sustraído por Mouton. Corrieron en su dirección esquivando remolques con maletas y camiones cisterna. En la lejanía ya aparecían las luces verdes y blancas de los coches patrulla.

—¡Cuidado!

Patricia esquivo «

in extremis» el tren de aterrizaje de un avión de Air Europa.

—¡Estamos en la pista de aterrizaje! ¡Tengo que salir de aquí!

—¡Míralo! ¡Va hacia los hangares de carga!

Ir a la siguiente página

Report Page