Final Cut

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Segunda parte: Fuego » 40

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CLARA CONDUJO POR LA TURMSTRASSE en dirección a Tempelhof, al edificio de la LKA, mientras MacDeath repasaba el informe de la policía científica con la luz de su lámpara de lectura.

Clara activó el dispositivo manos libres y llamó a la comisaría. Oyó la voz de Hermann. Daba la impresión de que hablaba masticando sus gominolas favoritas.

—¿Alguna novedad en el frente informático? —preguntó Clara.

—Poca cosa —respondió Hermann—. El vídeo del asesino está haciendo furor. Intentamos retirarlo inmediatamente del servidor de Xenotube, claro está, pero por desgracia ya lo habían copiado y colgado en otros servidores cientos de usuarios. Esto es como un virus.

—¿Qué hace la prensa?

—Sacarnos de quicio. Bellmann y Winterfeld no dan abasto. Hemos confirmado el hallazgo del cadáver, pero no hemos dicho nada del

pendrive ni, bueno, de todo lo demás.

Clara negó con la cabeza.

—Lo que nos faltaba. —Luego, tras una pausa—: ¿Se sabe algo del ADN encontrado en los escarabajos?

—Seguimos agarrando a los hospitales por las solapas para que se den prisa. Ya casi hemos cubierto Berlín.

—Pero ¿arroja la búsqueda algún resultado?

Clara oyó cómo Hermann masticaba con fruición antes de contestar.

—No, lo lamento. ¿Y vosotros?

—Vamos hacia allí con el

pendrive. Los chicos de huellas siguen en el piso de Julia Schmidt revolviéndolo todo. —Clara torció en dirección a la Estación Central—. Por desgracia, tampoco esta vez han encontrado ADN o restos de piel. No hay huellas dactilares ni nada que nos sirva. Igual que con Jasmin Peters.

«No se lo va a creer, pero no hemos encontrado nada», le había dicho a Clara la policía científica.

«Tiene razón, no me lo creo —había respondido Clara—. Sigan buscando».

—Pero también un asesino aparentemente perfecto comete errores —continuó Clara—. La policía está interrogando a los vecinos, quizás alguien haya visto algo sospechoso entre las diecisiete y las veinte horas. El problema es que no tenemos ni idea de qué aspecto tiene nuestro hombre, y que aquí en Berlín la gente va completamente a lo suyo. —Reflexionó un instante—. En el Instituto Forense están buscando ADN en el camisón y en la piel del cadáver. Están examinando también si en su cerebro hay tóxicos, drogas u otras sustancias que nos permitan relacionarla con algún círculo o ambiente. —Clara dejó atrás la estación y giró a la izquierda por el túnel que conducía a Tempelhof—. No disponen de más órganos, lamentablemente; no podemos esperar mucho del análisis forense.

—De acuerdo —dijo Hermann—. Se lo digo a Winterfeld. Te llamamos si hay algo nuevo.

—Bien —dijo Clara—. Ya estamos llegando.

Colgó el teléfono y durante un rato miró en silencio la carretera iluminada por el amarillento alumbrado del túnel.

—¿Qué opina usted, MacDeath? —preguntó al fin—. ¿Estoy en peligro? El asesino ha escrito: «Despierte antes de morir».

MacDeath meditó unos instantes antes de responder:

—Admito que suena a amenaza. Pero lo que parece esperar de usted es que comprenda y asuma sin más la situación. Es como si la conminara a no interponerse en su camino.

—Pero ese precisamente es mi trabajo. Nuestro trabajo —replicó Clara sin apartar la vista de la carretera. Las amarillentas luces del tendido eléctrico desaparecían de su campo de visión a la misma velocidad que los pensamientos de su mente. No era capaz de fijar ninguno—. En su opinión, ¿qué se propone hacer ahora? —preguntó después—. Ha dicho que esta tarde quería enseñarme algo.

MacDeath se encogió de hombros.

—¿Enviarle otro correo? ¿Otro vídeo? En cualquier caso, esta vez tenemos que reaccionar rápidamente. Puede que en su delirio autocrático nos revele sin querer más información de la que debería, que su

hibris lo induzca a cometer algún error que nos permita atraparlo.

—Esperemos que así sea —murmuró Clara.

—Lo que quiere mostrarle —continuó MacDeath— es evidentemente muy importante para él. Y, por lo que parece, también para usted. —MacDeath escrutó el rostro de su colega a través de las gafas; el psiquiatra atacaba de nuevo—. Y ha dicho además que no será fácil para usted. —Se quitó las gafas y limpió los cristales con el pico de su bufanda mientras el coche salía del túnel. La luna que brillaba tras las negras nubes inundaba el mundo con su luz mortecina—. Lo mejor es que pensemos juntos de qué puede tratarse y que usted se prepare para que la noticia del asesino no la coja por sorpresa.

—¿Qué me propone, una especie de terapia

coaching?

—¿Por qué no? —replicó MacDeath—. Cerca de la LKA hay un local agradable en el que sirven un

whisky escocés excelente. En realidad, no es el barrio indicado para un local así, pero de alguna manera se mantienen a flote. Necesito cambiar de aires para pensar con claridad, y un poco de gasolina para reactivar la mente y seguir la línea de pensamiento correcta. Seguro que a usted también le hace falta, ¿me equivoco?

Clara meditó unos instantes, pero en realidad ya había tomado la decisión.

—De acuerdo. Los análisis están en marcha. Y por el momento no podemos hacer nada. —Condujo en paralelo a las vías del metro por la Halleschen Ufer y giró después a la derecha por la Mehringdamm. «En realidad es absurdo —pensó—, beber ahora

whisky y hacer como si hubiera comenzado el fin de semana». Sin embargo, era fin de semana. «Cuando te asalte una tentación, ríndete a ella —decía Oscar Wilde—, porque no va a regresar tan deprisa». Y resolver un problema era a veces más fácil cuando uno no se devana los sesos con él. Como el hombre al que el hada dice que puede encontrar un tesoro en su jardín si consigue no pensar en elefantes rosas.

Al cabo de un rato, Clara preguntó:

—¿Qué puede haber en común entre ese psicópata y yo?

—¿Tal vez algo de su pasado? —dijo MacDeath viendo pasar con aire distraído la luz de las farolas—. No, tal vez no —se corrigió—. Seguro.

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