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Libro Tercero: Estudio de casos cero » Dieciséis

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La discusión se prolongó hasta entrada la madrugada. La gente fue saliéndose de la conferencia uno a uno hasta que sólo quedamos Rick, Mahir y yo. Shaun enseguida se había quedado dormido, y estaba roncando en su silla. La gatita recién adquirida por Rick dormía sobre su pecho, con el hocico arropado por la cola, y de vez en cuando abría un ojo para echar un vistazo a la habitación.

—Esto no me gusta, Georgia —confesó Mahir. La preocupación y la fatiga suavizaban la habitual sequedad de su acento inglés. Se pasó una mano por el pelo. Llevaba horas repitiendo ese mismo gesto y tenía el cabello alborotado en todas direcciones—. Esta situación empieza a desprender un tufillo a peligro.

—Estás en la otra punta del planeta, Mahir. No creo que corras peligro.

—No soy yo quien me preocupa. ¿Estáis seguros de querer seguir indagando? Preferiría no tener que redactar vuestro obituario. —Se le veía tan angustiado que no podía enfadarme con él. Mahir es un buen tipo; un poco conservador y con tendencia a evitar los riesgos, pero un buen tipo a fin de cuentas y un reportero fabuloso. Si acababa de entender por qué indagábamos en lo sucedido, mi deber era dejárselo claro.

—Todas las personas que murieron en el rancho fueron asesinadas —dije. Su imagen se estremeció—. También las personas que murieron en Eakly, y entre esas bajas no estamos Shaun y yo por los pelos. Existe algo relacionado con este candidato y esta campaña que alguien quiere ver destruido, y los daños colaterales no están siendo escasos. Nos preguntas si queremos seguir indagando en el caso, y yo quiero preguntarte qué te hace pensar que podemos permitirnos desentendernos de él.

Mahir sonrió y se subió las gafas.

—Ya sabía que dirías algo por el estilo, pero quería asegurarme. Y no dudes de que todos nosotros os apoyamos. Si puedo hacer algo por vosotros no tenéis más que decírmelo.

—¿Sabes una cosa, Mahir? Tu apoyo es algo de lo que nunca dudo. Puede que tenga algo para ti muy pronto. Aunque si vuelves a jugar a «poner a prueba al jefe», puede que te mate. De momento, ya son casi las cuatro de la mañana, y pronto el senador querrá hablar con nosotros. Así que declaro concluida esta reunión. Rick, Mahir, gracias por aguantar hasta el final.

—Cuando quieras —dijo Rick. Su voz resonó alterada por el repetidor que intentaba mantener la señal. Su ventanita desapareció.

—Hasta la vista —se despidió Mahir, y se desconectó. Cerré la sala del chat y me levanté. Estaba tan agarrotada que era como si me hubieran cambiado la columna vertebral por un palo de teca, y los ojos me escocían horrores. Me quité las gafas de sol y me froté la cara para aliviar algo de tensión. Sin embargo, no funcionó.

—¿A dormir? —preguntó Rick.

Asentí con la cabeza.

—No te lo tomes mal, pero…

—Que me largue. Lo sé. Despiértame cuando sea la hora de marcharnos, ¿de acuerdo?

—Vale.

—Buenas noches, Georgia. Que duermas bien. —Rick abrió la puerta de la habitación contigua con un débil chirrido. Abrí los ojos y me volví para despedirme de él con la mano mientras desaparecía en el interior de la otra habitación.

—Tú también, Rick —dije. La puerta se cerró, y yo me arrastré hasta la cama, quitándome la ropa por el camino. Cuando me quedé en ropa interior se me fueron las ganas de buscar el pijama y me metí debajo de las mantas, volví a cerrar los ojos y me sumergí en la bendita oscuridad.

—Georgia.

La voz me resultaba ligeramente familiar. Medité un instante sobre su grado de familiaridad y me volví para darle la espalda tras decidir que me importaba un pimiento.

—Georgia.

Esta vez había más urgencia en la voz. Tal vez debía prestarle atención. No era la clase de urgencia de «préstame atención o algo te devorará la cara». Solté un leve gruñido y mantuve los ojos cerrados.

—George, si no abres los ojos ahora mismo te voy a tirar agua helada en la cabeza. —Era una afirmación. No una amenaza, sino un simple aviso—. No va a gustarte, pero me da igual.

Me humedecí los labios.

—Te odio —dije con voz ronca.

—¿Dónde está el amor? ¡Ahí está! Ahora sal de la cama. El senador Ryman ha llamado. Has seguido durmiendo mientras hablaba con él y mientras me vestía. ¿Hasta qué hora te quedaste despierta anoche?

Entreabrí los ojos y miré a Shaun. Llevaba puesta una de sus camisetas más gruesas, de las que sólo se pone cuando quiere ocultar la armadura. Me incorporé torpemente y extendí la mano izquierda. Shaun puso las gafas de sol en ella.

—Hasta las cuatro más o menos. ¿Qué hora es?

—Casi las nueve.

—¡Oh, Dios mío! ¡Ahora sí que puedes matarme si quieres! —Me levanté refunfuñando y me arrastré hasta el baño. El hotel había cambiado amablemente las bombillas normales por otras de baja potencia que no me dañaban los ojos; sin embargo, la dirección no había encontrado una solución para sustituir los fluorescentes del cuarto de baño—. ¿A qué hora vendrá? ¿O tenemos que ir nosotros a reunirnos con él?

—Tienes quince minutos. Steve viene a recogernos. —Había cierto retintín inconfundible en la voz de Shaun mientras me entregaba esa información—. Buffy está muy cabreada. Ella y Chuck ya están con los Ryman, y no llevaba ropa limpia para cambiarse. Mientras hablaba por teléfono he recibido el mensaje más furioso del mundo.

—Si quiere pasar la noche en la ciudad, a la mañana siguiente le tocará tragarse la vergüenza. —Las luces del baño eran dolorosamente brillantes a pesar de que llevaba puestas las gafas de sol. Me miré en el espejo y gruñí—. Parezco un cadáver.

—¿El hermoso cadáver de una periodista?

—Simplemente un cadáver. —Tenía el rostro cansado y pálido, y ya hacía demasiado tiempo desde la última vez que me había cortado el pelo; estaba lo suficientemente largo para enredarse. No me dolía la cabeza, pero pronto lo haría. La luz que se colaba por los bordes de las gafas así me lo anunciaba. Había una manera para evitarlo, si estaba dispuesta a soportar los inconvenientes. Refunfuñando entre dientes, cogí del lavabo el estuche de las lentillas y apagué las luces del cuarto de baño. A pesar de que son pocas las veces que me pongo las lentillas de manera voluntaria, mi afección me obliga a saber ponérmelas a oscuras. De lo contrario me arriesgo a un desprendimiento de retina, y aún me quedan algunas cosas por hacer para las que me hace falta ver.

Oí los pasos de Shaun al acercarse a la puerta del cuarto de baño.

—¿George, qué haces a oscuras ahí dentro?

—Estoy poniéndome las lentillas. —Pestañeé y noté cómo la primera lente de contacto se acomodaba en el ojo—. Búscame ropa limpia.

—¿Me parezco a tu criada?

—¡Qué va! Ella es mucho más guapa. —Parpadeé para ajustar la segunda lentilla. Volví a encender las luces. Una intensa luz blanca inundó el cuarto de baño. Bizqueé ligeramente mientras examinaba el rostro de ojos azules reflejado en el espejo, y comencé la importante tarea de cepillarme el pelo y los dientes—. ¡Vamos, Shaun! ¡No puedo ir a la cita con el senador en ropa interior!

—Hunter S. Thompson iría a una cita con un senador en su ropa interior. O incluso con la tuya.

—Hunter S. Thompson siempre estaba demasiado colocado para saber lo que es la ropa interior. —La puerta del baño se abrió. Me di la vuelta para coger la ropa que Shaun me ofrecía—. ¿Ves? No ha sido tan difícil. Ve recogiendo el equipo. Me reuniré contigo en un minuto.

—La próxima vez no te despertaré —refunfuñó, retrocediendo—. ¡Y con esas lentillas pareces una extraterrestre!

—Ya lo sé —respondí, y cerré la puerta del baño.

Diez minutos después, Shaun y yo estábamos de nuevo en el ascensor. Mientras yo estaba realizando los últimos diagnósticos de revisión en mi equipo, y Shaun hacía lo mismo, tecleando en su PDA siguiendo una serie de esquemas cada vez más complejos. No nos esperaba una operación de campo, y lo más seguro era que el senador nos solicitaría un visionado en privado de todo el material que habíamos grabado. Pero eso daba igual; salir del hotel sin las cámaras ni las grabadoras preparadas habría sido como hacerlo desnudos, y ninguno de los dos estaba dispuesto a eso.

Algunas de mis cámaras comenzaban a perder la alineación y apenas me quedaba memoria libre en el reloj. Tomé nota mental para que Buffy echara un vistazo a los dispositivos y salí al vestíbulo seguida a medio paso por Shaun.

—Gracias por elegir el Parrish Weston Suites como su hogar lejos de casa —dijo alegremente la voz del hotel cuando nos acercamos a la esclusa de aire—. Sabemos que dispone de una infinidad de opciones y le agradecemos su confianza en nosotros. Por favor coloque la mano derecha…

—Basta ya —exclamé, descargando la mano derecha abierta en el panel de reconocimiento en cuanto se abrió. Para abandonar el hotel sólo hay que superar un análisis de sangre. No les importa que sufras una amplificación viral masiva siempre y cuando tengas la cortesía de hacerlo en el exterior, preferiblemente después de pagar la factura.

Shaun y yo superamos el análisis, y las últimas puertas se abrieron para permitirnos salir, mientras la jovial voz automática del hotel soltaba frases de cumplido a una antecámara vacía. Fuera hacía frío y la luz era intensa: un día perfecto en Wisconsin. Sólo había un coche esperando en el carril de recogida de pasajeros.

—¿Crees que es el nuestro? —inquirió Shaun.

—Eso o hay una convención de defensores de lucha libre en la ciudad —respondí, y nos dirigimos al vehículo.

Cuando el senador envía un coche, no se anda con tonterías. Nuestro supuesto medio de transporte era, ni más ni menos, que un robusto todoterreno negro con los cristales tintados, y habría apostado a que era un vehículo blindado. Poseer una gran fortuna personal tiene sus ventajas. Shaun me dio un codazo y emitió un silbido de admiración señalando las troneras abiertas en la luna trasera.

—Ni siquiera mamá tiene uno de esos —masculló.

—Me juego lo que quieras a que sentiría envidia.

Steve aguardaba de pie sosteniendo abierta la puerta trasera, un gesto que tenía tanto de recordatorio de que no se nos permitía viajar en los asientos delanteros como de muestra de cortesía. Enarcó las cejas en cuanto reparó en mis lentillas. Hay que decir en su favor que se guardó cualquier comentario sobre ellas y se limitó a abrir un poco más la puerta.

—Shaun. Georgia.

—Veo que esta mañana has sacado la pajita corta —comenté, acomodándome en el coche y desplazándome hacia un lado para dejar sitio a Shaun. Rick ya estaba dentro. Le saludé fugazmente con la mano, y él me contestó muy serio.

—El senador quiere que el encuentro se realice en un lugar seguro, y le pareció que agradeceríais no tener que conducir por una vez. —Steve echó un vistazo al aparcamiento y se llevó la mano al auricular. Yo fruncí el ceño. ¿Acaso creían que nos habían colocado micrófonos ocultos en la furgoneta? Cabía la posibilidad, pues Buffy no había realizado un escaneo de nuestros sistemas y no podíamos estar seguros, pero parecía una idea un tanto paranoica.

Sin embargo, rápidamente cambié de parecer. Rebecca Ryman había sido asesinada por alguien que no tenía ningún escrúpulo en utilizar el Kellis-Amberlee en estado activo para conseguir sus objetivos. Ya nada era paranoia.

—Tienes buen aspecto, Stevito —observó Shaun, chocando los cinco con el agente antes de subir al vehículo.

—La próxima vez que me llames Stevito te voy a arrancar la cabeza de un puñetazo —replicó Steve, y cerró de un portazo. Shaun rompió a reír. El ruido de las pisadas de Steve rodeó el coche hasta que la puerta del conductor se abrió y se cerró inmediatamente. Un espejo unidireccional separaba los asientos delanteros del compartimiento de los pasajeros. Steve podía vernos, pero nosotros a él no. Qué alentador.

—Sabes que hablaba en serio, ¿verdad, Shaun? —dijo Rick.

—Si logro grabarlo con mi cámara no me importará —respondió mi hermano. Apoyó la nuca en las manos, se estiró a lo largo del asiento y apoyó los pies en mi regazo—. Es increíble. Nos están llevando a una reunión clandestina con un hombre que quiere ser presidente del país. ¿Soy el único que se siente como James Bond?

—Soy mujer.

—Soy demasiado consciente de que no soy inmortal —respondió Rick.

—¿Sabíais que sois unos peleles? —rezongó Shaun.

—Sí, pero somos unos peleles con una esperanza de vida larga, y eso merece un respeto —repliqué.

—Cambiaría mi esperanza de vida por una taza de café y una confortable habitación a oscuras —dijo Rick.

Me volví para mirarlo. Estaba frotándose los ojos. Parecía grogui y tuve mis dudas de que se hubiera cambiado de camisa.

—¿No has dormido bien?

—La gatita no me ha dejado pegar ojo en toda la noche —respondió. Se apartó las manos del rostro y me miró sorprendido—. Georgia, ¿qué les ha pasado a tus ojos?

—Llevo lentillas —expliqué—. Me irritan un montón los ojos, pero por lo menos no tendré que aguantar que un imbécil con un megáfono me pida que me quite las gafas de sol.

Rick ladeó la cabeza estudiándome con atención.

—Te molestó de verdad, ¿eh?

—¿A qué te refieres? ¿A que los buenos con las pistolas gordas mostraron en directo ante las cámaras que sin las gafas soy una inútil? Eso no me molestó lo más mínimo. —Me quité de encima los pies de Shaun—. ¡Siéntate bien, no estamos de crucero!

—¡Contemple la mala leche de George cuando no ha podido disfrutar de su sueño reparador! —profirió Shaun. Se puso derecho y se volvió a Rick—. Así que, Ricky, muchachote, ¿has visto tus índices de audiencia? Porque tengo algunas ideas para dar un poco de vidilla a tus reportajes. Para empezar: desnudos… —Y Shaun ya no paró; ofreciendo una plétora de sugerencias descerebradas mientras mi abrumado colega reportero iba poniendo cara de consternación.

Aliviada por no verme involucrada, saqué la PDA y empecé a navegar por los titulares informativos. Se había producido otro brote en San Diego; esa ciudad no ha estado tranquila desde el Levantamiento, cuando la casualidad y la mala suerte provocaron que la amplificación coincidiera con la Comic-Con anual, un acontecimiento que convocaba a alrededor de ciento veinte mil personas. Los resultados fueron de lo más desagradables. En otro orden de cosas, se había pedido a la congresista Wagman que abandonara el hemiciclo por aparecer ataviada de una forma más propia de una bailarina de un espectáculo de Las Vegas. En Hong Kong, un chiflado pregonaba que el Kellis-Amberlee había sido diseñado con el único fin de debilitar las religiones que veneraban a los ancestros. En otras palabras, estaba siendo un día de lo más tranquilo… siempre que se pasara por alto las noticias que informaban directamente o incluían alguna referencia de nuestra expedición al rancho familiar de los Ryman. En un recuento rápido, calculé que entre el sesenta y el setenta por ciento de las páginas de información general de la red nos colocaban como la noticia principal. ¡A nosotros, ni más ni menos!

Me llevé la mano a la anilla de la oreja, y hubo un silencio mientras se establecía la comunicación.

—Adelante —dijo Buffy con irritación.

—Buffy, necesito cifras. Estamos en todas partes, y tengo que saber si tengo que arrancar a Mahir de la cama para que se ponga con los foros.

—Un segundo. —Todos podemos obtener los datos en tiempo real, pero Buffy siempre lleva el equipo más avanzado. Yo necesito unos dispositivos especiales para conseguir los datos que ella obtiene sin apenas mover un dedo. Por eso ella es la experta en tecnología; yo sólo estoy al mando del equipo.

El silencio se prolongó más de lo que Buffy me tenía acostumbrada; normalmente tarda un par de segundos en darme las cifras.

—¿Buffy? —Shaun interrumpió lo que estaba diciendo, y él y Rick se volvieron a mí. Alcé una mano para que guardaran silencio—. ¿Sigues ahí?

—Sigo aquí… yo… eh… Creo que sigo aquí, sí. —Parecía un poco asustada—, ¿Georgia? Estamos en el primer puesto, Georgia. Tenemos más visitas, referencias, enlaces vinculados y fragmentos citados que todas las páginas de noticias del planeta.

Todo mi cuerpo se puso rígido. Me humedecí los labios.

—Repítelo.

—Estamos en el primer puesto, Georgia.

—¿Estás segura?

—Completamente. —Hubo otra pausa hasta que añadió con voz lastimera—: ¿Y ahora qué hacemos?

—¿Y ahora qué hacemos? ¿Y ahora qué hacemos? ¡Despiértalos a todos, Buffy! ¡Llama a tu gente y despiértala!

—El senador Ryman…

—¡Estamos de camino! ¡No te preocupes por él! ¡Llama a tu gente y que se ponga a trabajar en la maldita página! —Me golpeé la anilla de la oreja para cortar la conexión y me volví a los demás—. ¡Shaun, empieza a marcar! Quiero que todo tu equipo se ponga a actualizar los contenidos, ya tardan, y eso incluye a Dave. En Alaska hay teléfonos, ¡por Dios! Rick, comprueba tu buzón de entrada y vacíalo de toda la publicidad que te ha estado llegando por error.

—George, ¿qué…?

—Tenemos los datos de audiencia, Shaun. ¡Estamos arriba de todo! —Asentí con la cabeza al ver su expresión de incredulidad—. ¡Sí! Ahora llámalos.

El resto del viaje se convirtió en un torbellino de llamadas telefónicas, mensajes de texto, correos electrónicos y sacar de su merecido descanso a una persona tras otra para enviarlos de vuelta al trabajo. El grueso de los miembros de mi equipo estaba demasiado desorientado por la falta de sueño para ponerse a discutir cuando les ordené salir de la cama y volver a sus terminales, donde al entrar en la página les aparecía un nuevo mensaje de bienvenida en letras rojas parpadeantes: «Líder mundial de las páginas de información de la red».

Mahir fue el mejor: cuando lo llamé me contestó con un silencio de estupefacción, maldijo a los cuatro vientos y me colgó para dedicarse a su ordenador. Adoro a los hombres que se mantienen fieles a sus prioridades.

Rick, mi hermano y yo estábamos tan absortos en el trabajo que nos perdimos el resto del viaje hasta el «lugar seguro» para el encuentro con el senador. Estaba enviando instrucciones a Alaric y a Suzy cuando las puertas del vehículo se abrieron, la luz inundó los asientos traseros y Shaun, que tenía los pies apoyados contra la ventanilla izquierda, a punto estuvo de salir rodando por el aparcamiento.

—Hemos llegado —anunció Steve. Los tres continuamos dentro del coche, tecleando frenéticamente nuestro montón de PDA y pantallas. Rick demostraba una pericia enorme tecleando a la vez en su Palm y en su teléfono móvil, utilizando los pulgares para introducir datos. Steve frunció el ceño—. ¡Eh, chicos, que hemos llegado! El senador os está esperando.

—Un segundo —dije, dejando libre una mano lo suficiente para hacerle el gesto universal de «espera». Steve se quedó mirándome boquiabierto, y yo acabé de dar las instrucciones que Alaric y Suzy necesitaban para mantener su sección de la página operativa hasta que yo pudiera conectarme de nuevo. Dudaba que llegaran vivos al final del día, pero Mahir les ayudaría en todo lo que pudiera, y él prácticamente tenía los mismos permisos de administrador que Shaun y yo; tendría que bastar. Bajé la PDA—. Muy bien. ¿Adónde tenemos que ir?

—¿Estás segura de que no necesitas un par de minutos más para mirar tu correo electrónico u otra cosa? —preguntó Steve.

Eché un vistazo a Shaun.

—Creo que se está burlando de nosotros.

—Y yo creo que tienes razón —repuso Shaun; salió del vehículo y me tendió las manos—. No hagas caso de los ignorantes y salgamos de aquí. Tenemos representantes del gobierno a los que incordiar.

El coche se había detenido en un garaje cubierto que no debía de alcanzar la cuarta parte de las dimensiones del garaje del hotel. La iluminación era tan intensa que yo no me había percatado del paso de la luz natural a la artificial. Cogí las manos de Shaun para no perder el equilibrio mientras descendía y me metía la PDA en la funda colgada; luego me di la vuelta para ayudar a bajar a Rick, quien me lanzó una mirada a la que le respondí con un gesto de asentimiento.

Era su momento. Rick abrió los ojos como platos, ahorrándonos a Shaun y a mí el aparecer como unos paletos, antes de preguntar:

—¿Dónde diablos estamos?

—El senador considera prudente disponer de una segunda residencia en la localidad para reuniones que requieren cierta discreción —respondió Steve.

Me volví a él y le lancé una mirada severa.

—O reuniones con personas que se sienten incómodas rodeadas de caballos, ¿no?

—Puedo asegurarle, señorita Mason, que no estoy cualificado para hablar sobre esos asuntos.

Con su respuesta estaba dándome la razón.

—Está bien. ¿Por dónde es?

—Por aquí, por favor. —Steve nos condujo hasta una puerta blindada de acero, donde vi con sorpresa que no había los habituales controles de sangre. Tampoco había ningún picaporte. Shaun y yo nos miramos; Steve se llevó la mano al auricular.

—Base, nos encontramos en la puerta oeste.

Se oyó un clic, y una bombilla verde en la parte superior del marco de la puerta se encendió. La puerta se abrió, y una suave ráfaga de aire procedente del pasillo interior nos acarició el rostro; se trataba de una zona de presión positiva, diseñada para expulsar el aire del interior y no permitir el acceso de aire del exterior, eliminando así el riesgo de contaminación.

—No me extraña que no necesiten controles de sangre. —Seguí a Steve por el interior del pasillo con mi hermano y Rick pisándome los talones. La puerta se cerró a nuestra espalda.

La iluminación del pasillo me hacía daño en los ojos a pesar de las lentillas. Guiñé los ojos y dejé que Shaun me adelantara para que su silueta borrosa me guiara hasta la puerta al final del pasillo, donde nos aguardaba una pareja de agentes, cada uno de ellos con una gran bandeja de plástico en las manos.

—El senador preferiría que esta reunión no fuera retransmitida ni grabada —señaló Steve—. De modo que os agradecería que depositarais en las bandejas todo aquello que no sea imprescindible. Se os devolverá al concluir la reunión.

—Estás de broma, ¿verdad? —dijo Shaun.

—Me parece que habla muy en serio —repliqué, volviéndome a Steve—. ¿Quieres que entremos desnudos?

—Si pensáis que no podemos fiarnos de que dejáis todos vuestros juguetes aquí, traeremos una pantalla de pulso electromagnético —advirtió Steve. Empleaba un tono suave, pero la tensión que acumulaba alrededor de los ojos delataba que sabía exactamente lo que estaba pidiéndonos y que no le hacía ni pizca de gracia hacerlo—. La elección es vuestra.

Una pantalla de pulso electromagnético con la potencia suficiente para proteger una zona freiría la mitad de nuestros dispositivos de grabación más delicados y podía causar un daño casi irreparable al resto. Reemplazar tal cantidad de aparatos arrasaría con nuestro presupuesto de varios meses, sino del resto del año. Protestando, los tres empezamos a despojarnos de los dispositivos que llevábamos encima (en mi caso también de mis piezas de bisutería) y a dejarlos en las bandejas. Los agentes contemplaban la escena impertérritos, esperando a que acabáramos.

Me saqué la anilla de la oreja y con ella en la mano miré a Steve.

—¿También está prohibido que nos comuniquemos con el exterior o podemos conservar los teléfonos?

—Podéis quedaros exclusivamente con los utensilios que necesitéis para tomar notas personales y con los dispositivos de comunicación que puedan permanecer desactivados durante el transcurso de la reunión.

—Sensacional. —Dejé la anilla en la bandeja y devolví la PDA al estuche del cinturón. Me sentía rara sin mi pequeño ejército de micrófonos, cámaras y dispositivos de almacenamiento de datos, como si en cuestión de minutos el mundo se hubiera convertido en un lugar más peligroso—. ¿Cómo se ha tomado Buffy todo esto?

Steve sonrió de medio lado.

—Me han dicho que no la privarían de su equipo hasta que llegásemos nosotros.

—¿Estás diciéndome que ahora mismo tus hombres están ahí dentro intentando quitarle a Buffy todos sus dispositivos? —inquirió Shaun, volviéndose hacia la puerta cerrada con una mezcla de fascinación y cautela—. Tal vez deberíamos esperar aquí fuera. Sin duda estaremos muchísimo más seguros.

—Desgraciadamente, el senador Ryman y el gobernador Tate están esperándoos. —Steve hizo un gesto con la cabeza a los agentes apostados en la puerta. El de la izquierda cogió la bandeja que sujetaba su compañero, y éste abrió la puerta. Otra ráfaga de aire recorrió el pasillo con presión positiva—. Adelante, por favor.

—¿Tate está dentro? —pregunté, entornando los ojos—. ¿Estás diciendo que Tate está dentro?

Steve cruzó la puerta sin responderme. Todavía con los ojos entornados, meneé la cabeza y fui tras él, seguida de cerca por Shaun y por Rick. Cuando el último de nosotros cruzó la puerta, los agentes se quedaron en el pasillo y la cerraron.

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