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Libro Tercero: Estudio de casos cero » Dieciséis

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—¿Qué es esto? —exclamó Shaun—. ¿No nos hacen análisis de sangre?

—Supongo que piensan que no tienen sentido —sugirió Rick.

Yo mantuve la boca cerrada y me dediqué a escudriñar la casa. La decoración era sencilla y de buen gusto; claro, de líneas finas y rincones bien iluminados. Las luces del techo proporcionaban una luz invariable, y sin dispositivos para regular la intensidad ni interruptores; había luz u oscuridad, nada en medio. La iluminación no era tan brillante como la del pasillo, pero también me molestaba. Las luces respondían una pregunta: este lugar sólo era para reuniones y fiestas, pero no era un hogar. Emily, afectada también de Kellis-Amberlee de la retina, no habría podido vivir aquí.

No había ventanas.

Fuimos hacia el comedor, donde un eficiente guardia de seguridad de traje negro estaba acabando de despojar a Buffy de su equipo. Si las miradas mataran, la de Buffy habría causado un brote allí mismo.

—¿Ya estáis, Paul? —inquirió Steve.

El guardia de seguridad, Paul, le lanzó una mirada de agobio y asintió con la cabeza.

—La cooperación de la señorita Meissonier es encomiable.

—Mentiroso —masculló Shaun, tan cerca de mi oreja que no creo que nadie más lo oyera.

—Buffy —dije, reprimiendo la sonrisa que asomaba a mis labios—, ¿cuál es la situación?

—Chuck está dentro con el senador y la señora Ryman —informó Buffy, todavía con su mirada fulminante clavada en Paul—. El gobernador Tate acaba de entrar. Nadie me ha dicho que Tate fuera a venir, de lo contrario te habría avisado.

—No pasa nada. —Meneé la cabeza—. Nos guste o no, ahora forma parte del equipo de la campaña del senador. —Me volví a Steve—. Cuando gustes, Steve.

—Por aquí. —El agente abrió la puerta del otro extremo de la sala y la sostuvo abierta mientras los cuatro entrábamos. Tras Rick, cerró la puerta, y la cerradura se deslizó hasta emitir un clic final.

Nos hallábamos en un salón decorado en crudos blancos y negros, con elegantes sofás

art déco blancos flanqueados por unas mesitas negras, y con unos focos cuidadosamente orientados para arrojar su rayo de luz sobre unas diminutas piezas de arte, una sola de las cuales debía de valer más que nuestro presupuesto de un año. Los únicas manchas de color en toda la sala se hallaban en los rostros del senador y de su esposa, que tenían las mejillas enrojecidas de tanto llorar, y del gobernador Tate, quien llevaba un traje azul marino que, de una manera educadamente discreta, decía a gritos «dinero». Los tres se volvieron hacia nosotros, y el senador además se puso en pie, se alisó la chaqueta del traje y tendió la mano a Shaun. Mi hermano se la estrechó. Yo pasé de largo y fui hacia el gobernador Tate, que intentaba por todos los medios disimular su desagrado.

—Gracias por venir —dijo el senador Ryman, soltando la mano de Shaun y sentándose de nuevo. Emily llevaba los ojos ocultos tras unas gafas de sol con los vidrios de espejo. Logró esbozar media sonrisa y cogió las manos de su marido. Él tiró de ella para acercarla, sin ni siquiera percatarse de su gesto. Apenas le quedaban fuerzas para reconfortar a nadie, pero las pocas que conservaba, no dudaba en cedérselas a su esposa. Era la clase de tipo que este país necesitaba como líder.

—¿Acaso teníamos elección? —inquirió Shaun, dejándose caer en uno de los sofás y apoltronándose con una estudiada informalidad. Eso le valió la mirada del gobernador, lo que combinado con la confiscación de nuestro equipo, dejaba a Shaun de lo más propenso a la insolencia. Perfecto. Siempre me resulta más sencillo dar la imagen de persona razonable cuando a mi lado mi hermano me ofrece un claro contraste.

—Nos alegramos de estar aquí, senador, aunque me temo que no acabo de entender por qué se nos ha confiscado el equipo de grabación. Algunas de esas cámaras son delicadas, y no me quedo tranquila dejándolas con personas que no forman parte de nuestro equipo. Si nos hubieran informado de esta necesidad de discreción antes de salir del hotel, las habríamos dejado allí.

Tate resopló.

—¿No querrás decir que habríais traído cámaras más fáciles de ocultar?

—La verdad, gobernador, es que quiero decir lo que acaba de oír. —Me volví para mirarlo a los ojos sin pestañear. Una de las ventajas del Kellis-Amberlee de la retina es que elimina la necesidad de lubricar constantemente el ojo, es decir, para que todo el mundo me entienda, no tengo que parpadear con demasiada frecuencia. Que te mire fijamente alguien con mi afección pude ponerte de los nervios rápidamente, al menos eso dice Shaun—. Sé que se ha unido recientemente al equipo y que quizá no esté habituado a trabajar con miembros de medios de comunicación acreditados. Podemos ser comprensivos. Sin embargo, le agradecería que tuviera presente que nosotros llevamos ya algún tiempo trabajando con el senador Ryman y su equipo, y que jamás hemos retransmitido o distribuido material que se nos haya solicitado que no hiciéramos público. Admito que, en parte, esto puede deberse a que nunca se nos ha pedido que no hiciésemos pública alguna información sin ofrecernos una buena razón para ello, pero también creo que hemos demostrado nuestra capacidad de conducirnos con el tacto, la corrección y, por encima de todo, el patriotismo que conllevan el deber de servir como los medios de comunicación acreditados en una campaña política nacional.

—Bueno, chiquilla —replicó Tate, sosteniéndome la mirada sin titubear—, todo eso suena muy bonito, pero los medios me han crucificado varias veces antes de acabar aquí, y espero que me perdones si prefiero actuar con cautela.

—Bueno, señor —repliqué—, perdóneme usted a mí por creer que nuestra trayectoria debería tenerse en cuenta, dado que siempre hemos tratado con sumo cuidado los asuntos más delicados. Es más, y discúlpeme si le parezco descarada, ¿no le parece que si tanto le ha «crucificado» la prensa, tal vez se deba a la insistencia que demuestra en tratar a la gente honrada como si sólo esperara una oportunidad para convertirse en criminales? Para ser un hombre que afirma que defiende los valores de la nación, dedica muchos esfuerzos a lograr la supresión de la libertad de prensa.

El gobernador entornó los ojos.

—Escuche, jovencita, tiene que entender que…

—No me llamo ni jovencita ni chiquilla, y me parece que entiendo perfectamente las cosas. —Me volví a mi equipo—. Shaun, levántate. Rick, Buffy, vamos.

—¿Adonde os creéis que vais? —espetó Tate.

—Volvemos al hotel, donde estaremos encantados de explicar a nuestros numerosos lectores que hoy no tenemos noticias que ofrecerles porque, después de descubrir una acción de bioterrorismo en suelo estadounidense, no se nos ha permitido asistir a una reunión con nuestro candidato debido a que, ¡tachán!, el nuevo hombre en su equipo cree que no se puede confiar en los medios de comunicación. —Le dirigí una mueca sonriente—. Va a ser divertido, ¿no cree?

—Georgia, siéntate —dijo el senador Ryman. Su voz sonaba agotada. Era normal—. Tú también, Shaun. Buffy, Rick, podéis sentaros si queréis, haced lo que os apetezca. Y tú, David, por favor, intenta no olvidar que esta gente son los únicos que se han preocupado de ir a ver el rancho en vez de dedicarse a escribir sobre el episodio como si se tratara de un brote más. Serás cortés con ellos y confiaremos en que seguirán con la línea que han llevado hasta ahora: totalmente razonables y dispuestos a colaborar con nosotros.

—Todavía queda pendiente el tema de nuestros dispositivos de grabación —insistí, sin moverme de donde estaba.

—Lo siento, no ha sido una buena idea. Dicho esto, de momento me gustaría que siguiera así y que me permitierais conducir esta reunión.

—¿Y qué conseguimos nosotros a cambio? —inquirí, enarcando una ceja.

El gobernador Tate resopló y se le empezó a encender el rostro. El senador Ryman le hizo un gesto apaciguador con la mano y me miró directamente a los ojos.

—Una entrevista en exclusiva conmigo, sin revisión posterior, sobre vuestro descubrimiento de ayer.

—No hay trato —respondió Shaun. El senador y yo nos volvimos hacia él, sorprendidos. Mi hermano empezaba a levantarse, repentinamente interesado en la conversación—. No se ofenda, señor, pero ya no impresiona tanto. Nuestros lectores lo conocen y lo respetan, y si sigue comportándose como hasta ahora puede contar con sus votos, pero no invadirán las calles para celebrarlo ni quedarán deslumbrados por que hayamos conseguido una entrevista con usted.

El senador se pasó una mano por el pelo; parecía apenado.

—¿Qué quieres entonces, Shaun?

—A ella. —Sacudió la cabeza en dirección a Emily—. Una entrevista con ella.

—Un no rotun…

—Acepto —intervino Emily. Su voz sonaba cansada pero firme—. Estaré encantada. Sólo quería mantenerme ajena a todo esto por el bien de mi… por el bien de mi familia. —Se le quebró la voz—. Pero eso ya no es importante.

—¿No le preocupa la seguridad de sus hijas pequeñas? —le pregunté.

—No están en el rancho. Ahora viven rodeadas de las mejores medidas de seguridad del mundo. No corren ningún riesgo. Si puedo evitar que la gente salga a las calles a matar a las mascotas de sus vecinos como represalia por lo que les ocurrió a Rebecca y a mis padres, bueno —consiguió esbozar media sonrisa—, habrá valido la pena.

—Emily… —dijo el senador tendiendo una mano hacia su esposa.

—Trato hecho. —Me senté junto a Shaun sin hacer caso de la mirada afligida de Ryman—. Esta tarde acordaremos la fecha para la entrevista con ambos. Ahora, supongo que nos han traído aquí por algún motivo, ¿no?

—Al senador le gustaría hablar sobre la trágica prueba de intencionalidad que su equipo descubrió en el rancho, señorita Mason —anunció el gobernador Tate en un tono pacífico, sin rastro de su cólera anterior. El tipo era un político nato; eso se lo concedía, pero no estaba dispuesta a concederle nada más si estaba en mi mano evitarlo—. Ahora bien, y soy consciente de que con esto puedo dar la impresión de estar cuestionando su integridad como periodistas…

—¡Eh, Rick! ¿Te has dado cuenta de que los imbéciles sólo dicen eso cuando están a punto de cuestionar nuestra integridad como periodistas? —espetó Shaun.

—Sí que es curioso —respondió Rick—. Es algo así como un tic nervioso.

El gobernador los fulminó con la mirada.

—Por favor —continuó—, entiendan que no me mueven motivos personales para preguntarles lo siguiente, simplemente la necesidad de determinar la realidad de la situación.

Me lo quedé mirando.

—¿Se está preguntando si de alguna manera, por subir nuestros índices de audiencia, habríamos conseguido colar furtivamente por todos los puntos de control una prueba falsa de actividad terrorista y luego habérnoslas ingeniado para colocarla en un lugar propicio mientras nuestras cámaras emitían la señal en directo a una audiencia que, tirando por lo bajo y basándonos en los datos de ayer, podría estimarse en varios millones?

—No era mi intención insinuar…

Levanté la mano para interrumpirlo y me volví al senador Ryman.

—Senador, debe saber que le haré esta misma pregunta cuando lo entreviste en presencia de las cámaras, pero con el propósito de atajar esta especie de interrogatorio de una vez por todas, sacrificaré la espontaneidad en favor de la claridad. ¿Han recibido ya los resultados del contenido de la jeringa?

—Sí, Georgia, los hemos recibido —respondió el senador, apretando los dientes.

—¿Y puede compartir esos resultados con nosotros?

—No veo qué relevancia puede tener eso en el tema que estábamos tratando —observó Tate.

—¿Senador? —insistí.

—Se ha determinado que la jeringa contiene una suspensión al noventa y nueve por ciento en estado activo del virus comúnmente conocido como Kellis-Amberlee o simplemente como KA, aislado en una solución salina yodurada —respondió el senador—. Estamos a la espera de más información.

—¿Como la cepa del virus? —sugerí—. De acuerdo. Gobernador Tate, tanto mi equipo como yo nos encontrábamos a varios cientos de kilómetros del rancho en el momento del brote en el hogar de la familia Ryman; los registros del servicio de seguridad lo corroborarán. Además, a excepción del señor Cousins, todos hemos pasado meses viajando junto con el resto del equipo de la candidatura antes del brote. El señor Cousins acompañaba al convoy de la congresista Wagman, que podría dar cuenta de los movimientos de mi colega. No soy viróloga, pero estoy bastante segura de que se requiere un instrumental especial para aislar el virus en estado activo sin correr el riesgo de infectarse, y ese instrumental especial no sólo debe ser sumamente delicado, sino que también requerirá de unas manos expertas para su manejo y conservación. ¿Ve a dónde quiero llegar, gobernador Tate, o necesita que le dibuje un gráfico?

—Tiene razón —dijo Emily. El gobernador Tate se volvió a ella entornando la mirada, y Emily añadió mirándolo a los ojos—: Hice algún curso de virología en la universidad; eran obligatorios para mis estudios de cría de animales. Lo que Peter ha descrito requiere las condiciones de un laboratorio. Sólo para aislar el virus se necesita una sala esterilizada y unas excelentes condiciones de seguridad biológica, no hablemos ya para convertirlo en una especie de… arma. Ellos carecen totalmente de los medios. Para lograrlo, se necesita algo que ofrezca unas garantías de seguridad que van mucho más allá de jugar a científicos con una olla a presión en una habitación de hotel.

—Es más —dije, adelantándome a Tate—, aun suponiendo que de alguna manera dispusiéramos de los medios para hacer algo así y que contáramos con una especie de «socio» que pudiera colarse en el rancho mientras nosotros andábamos atareados en la convención, tendríamos que ser unos verdaderos idiotas para darnos una vuelta por el rancho y encontrar la prueba de que el brote fue provocado intencionadamente. Así que después de insultar a nuestro sentido del patriotismo, a nuestra salud mental y a nuestra inteligencia, ¿qué tal si avanzamos un poco?

El gobernador Tate se dejó caer en su butaca con los ojos entrecerrados. Yo mantuve los ojos bien abiertos, sacando todo el jugo al desasosiego que mis lentillas azulísimas provocan en la mayoría de la gente. Él apartó antes la mirada.

Satisfecha, me volví al senador Ryman.

—Ahora que hemos solucionado este pequeño bache, ¿qué más considera necesario mantener bloqueado tras un cortafuegos?

En favor del gobernador hay que reconocer que se le veía abochornado.

—Nos preguntábamos, dadas las circunstancias —comenzó el senador, y a su favor había que decir que se le veía avergonzado—, si… bueno… si no sería mejor que vosotros cuatro regresarais a casa.

Me lo quedé mirando boquiabierta. También Rick. Por su parte, Buffy, que se había mantenido en un silencio insólito durante toda la conversación con Tate, siguió sin levantar la mirada de sus manos.

Finalmente, Shaun fue quien rompió el silencio, descargando las plantas de los pies contra el suelo para ponerse en pie como un resorte.

—¿Estáis todos como una puta cabra o qué?

—Shaun… —dijo el senador, levantando ambas manos con gesto apaciguador—. Sé razonable…

—Le pido mil disculpas, señor, pero ha renunciado a su derecho a pedirme eso desde el momento en que ha sugerido que abandonemos la historia —contraatacó Shaun, controlando el tono de su voz. De todos los presentes, yo era la única que sabía el esfuerzo que le requería esa contención. Shaun no suele dar rienda suelta a su temperamento, pero cuando lo hace, «agachar la cabeza y esconderse» es la mejor opción—. ¿No le parece que debemos a nuestros lectores acabar lo que hemos empezado? ¡Firmamos un contrato para toda la campaña! ¡No somos de los que cortan por lo sano y salen por piernas en cuanto las cosas se ponen un poco feas!

—¡Mi hija está muerta, Shaun! —espetó el senador, que de repente se puso en pie y dejó a Emily sola y con aspecto de desvalida en el sofá. ¿No entiendes que para nosotros esto es algo más que una noticia? ¡Rebecca está muerta! Que se sepa la verdad no va a devolverle la vida.

—Ni tampoco que se acepte la mentira —repuso Rick, en un tono tan tranquilo que casi parecía fuera de lugar en medio de aquella acalorada conversación. Nos volvimos todos a él. Tenía la cabeza erguida y una expresión franca en el rostro mientras su mirada saltaba del senador Ryman al gobernador Tate—. Senador, créame si le digo que entiendo su dolor mejor de lo que se imagina. Y entiendo que la preocupación le lleva a aceptar un mal consejo. —Echó un vistazo al gobernador, que tuvo el buen gusto de ruborizarse y arrugar el ceño—. Le dicen que somos civiles, que nos debería sacar de en medio. Pero, señor, ya es demasiado tarde. Este incidente se ha convertido en noticia. Si nos deja al margen, lo único que conseguirá es atraer a otros periodistas que se pondrán a husmear buscando una noticia que contar. Periodistas que, si me permite decirlo, escapan a su control. Nosotros mantenemos una relación laboral, y usted sabe que siempre tendremos en cuenta su opinión. ¿En serio espera disfrutar de ese tipo de privilegio con quienquiera que aparezca atraído por la posibilidad de una primicia?

—Creo que deberíamos irnos —sugirió Buffy. Me volví a ella con los ojos abiertos como platos. Sin levantar la mirada de sus manos, continuó—: No firmamos un contrato para esto. Tal vez Rick tenga razón y tal vez vengan otros, pero ¿a quién le importa? —Lanzó una mirada al frente a través de su flequillo y se humedeció los labios—. Si quieren venir para morir, es su problema. Yo tengo miedo, y el senador Ryman tiene razón. No deberíamos seguir aquí… si es que alguna vez debimos estar.

—Buffy —dijo Shaun, profundamente herido—. ¿De qué estás hablando?

—Esto sólo es una noticia más, Shaun, y allí donde hemos ido han ocurrido cosas terribles. —Levantó la cabeza; su rostro tenía una expresión de honda tristeza—. Toda esa pobre gente de Eakly. Lo del rancho. Senador Ryman, creo que es usted un hombre maravilloso, pero esto sólo es una noticia y nosotros no deberíamos formar parte de ella. Acabaremos mal.

—Por eso mismo debemos quedarnos —repliqué. No se me notaba la decepción en la voz, lo que me sorprendió. Me moría de ganas de soltar un bofetón a Buffy, de zarandearla y preguntarle cómo era posible que no viera lo importante que era contar la verdad después de todo lo que habíamos pasado juntas. Sin embargo, aparté la mirada de ella y, con voz tranquila, dije—: Todo es «sólo una noticia». Una tragedia, una comedia, el fin del mundo, cualquier cosa, son «sólo una noticia». Lo importante es asegurarse de que esa noticia se sepa.

—Esa actitud, jovencita, es precisamente el motivo por el que tenéis que marcharos —dijo el gobernador Tate—. No podemos fiarnos de que mantengáis la boca cerrada cuando decidáis que es la hora de contar la noticia. No es vuestra decisión la que debe primar, sino la seguridad nacional. Y no creo que entendáis realmente la situación tan peligrosa en que podríais ponernos.

—David… —dijo el senador.

—Una bonita defensa de la libertad, gobernador —espeté.

—¿De verdad os tragáis todas esas patrañas? —inquirió Shaun.

—Por otro lado, entre las ventajas estaría que «fieles reporteros expulsados de la campaña mientras se corre el velo de la censura» sería un buen titular —dijo Rick—. Me da que tenemos entre manos algo que disparará nuestras cifras en los índices de audiencia.

—¡Índices de audiencia! ¡Lo único que os preocupa…!

—Tranquilízate —intervino Emily.

—¡… son vuestros queridísimos índices de audiencia! —El gobernador Tate estaba hecho una furia, con el rostro llameante como una hoguera bíblica. Estaba viéndoselas con sus últimos contrincantes, ya que el senador estaba fuera de juego—. Una muchacha muerta, una familia destrozada, un hombre candidato a la presidencia del país que probablemente nunca se recupere de la desgracia, y ¿qué os preocupa a vosotros? ¡Vuestros malditos índices de audiencia! ¡Bueno, pues podéis coger esos índices de audiencia y metéroslos por…!

Nunca llegamos a saber qué podíamos hacer con nuestros índices de audiencia. El ruido de la mano de Emily abofeteando al gobernador Tate retumbó por todo el salón como una rama quebrándose; únicamente el silencio que siguió superó la intensidad de aquel golpe. El gobernador se llevó la mano a la mejilla mirando fijamente a Emily como si fuera incapaz de creer lo que estaba viendo. Yo no podía culparle, pues también era incapaz de creer lo que estaba viendo, y eso que no había recibido la bofetada.

—Emily, pero ¿qué…? —empezó a decir el senador Ryman. Su esposa levantó las manos para que se callara y a continuación, lentamente y con decisión, se quitó las gafas de sol sin apartar la mirada de los ojos del gobernador. La luz inmisericorde que inundaba el salón le había dilatado las pupilas hasta hacer desaparecer completamente el iris, invadidos de negrura. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Yo sabía el dolor que aquello estaba causándole, aunque ella ni se inmutó. Continuó con la mirada clavada en el gobernador.

—Por el bien de la carrera política de mi marido seré agradable con usted. Le sonreiré en los actos públicos, y siempre que haya presente una cámara o un miembro de la prensa indiscriminada me esforzaré en tratarlo como si fuera usted un ser humano —dijo en un tono pausado, casi moderado—. Pero quiero dejarle clara una cosa: si alguna vez vuelve a hablar así a estas personas en mi presencia, si vuelve a comportarse con ellos como si no tuvieran criterio, compasión ni sentido común, haré que desee no haberse sumado jamás a la candidatura de mi marido. Y si un día se me ocurre pensar que su actitud influye de alguna manera en mi esposo, y no me refiero a su carrera, tan valiosísima, sino a él como ser humano, lo repudiaré y acabaré con usted. ¿Nos entendemos, gobernador?

—Sí, señora —respondió el gobernador Tate. Su voz reflejaba el mismo asombro que sentía yo. Eché un vistazo a Shaun y me dio la impresión de que probablemente él estaba igual que yo—. Creo que se ha expresado con absoluta claridad.

—Bien. —Emily se volvió a nosotros—. Shaun, Georgia, Buffy, Rick, espero que no permitáis que esta breve escena desagradable cambie vuestra consideración hacia la campaña de mi marido. Hablo por ambos cuando os digo que espero que sigáis haciendo exactamente lo mismo que habéis estado haciendo hasta ahora por nosotros.

—Firmamos un contrato que nos compromete a permanecer con ustedes en lo bueno y en lo malo, señora Ryman —dijo Rick—. No creo que ninguno de nosotros esté planteándose ir a ningún lado.

Viendo a Buffy yo no estaba tan segura.

—Rick está en lo cierto, Emily —dije—. Nos quedamos. Siempre y cuando el senador esté de acuerdo en que nosotros… —Me volví a él y esperé.

El senador Ryman parecía indeciso. Pero entonces, lentamente, hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, se levantó y pasó un brazo alrededor de los hombros de su esposa.

—David, me temo que esta votación no tengo más remedio que votar por Emily. Deseo de verdad que os quedéis.

—Bueno, senador —dije—. Creo que nuestro acuerdo sigue vigente.

—Perfecto —repuso el senador. Extendió el otro brazo y me estrechó la mano.

El problema de la información es bien sencillo: a algunas personas, sobre todo a las que ocupan la cúpula del poder, les conviene que vivamos asustados. Los mandamases nos quieren atemorizados; nos quieren deambulando por el mundo angustiados por la idea de que podemos morir en cualquier momento. Siempre hay algo que temer. Antes se trataba del terrorismo; ahora, de los zombies.

¿Y qué tiene eso que ver con la información? Pues lo siguiente: la verdad no asusta. No lo hace cuando se comprende, ni cuando se entienden sus repercusiones ni cuando dejamos de preocuparnos por la posibilidad de que se nos esté ocultado algo. La verdad sólo asusta cuando creemos que no se nos está diciendo todo. ¿Y qué pasa con esas personas poderosas? Pues que les conviene tenernos asustados; por lo que hacen todo lo que está en su mano para ocultarnos la verdad, para presentarla de un modo sensacionalista, para filtrarla y entregárnosla con una apariencia que nos aterrorice.

Si no tuviéramos que preocuparnos por las verdades que no nos cuentan, perderíamos la necesidad de preocuparnos por las que sí nos cuentan.

Este razonamiento nos exige una reflexión.

—Extraído de

Las imágenes pueden herir tu sensibilidad,

blog de Georgia Mason, 2 de abril de 2040

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