Eso no estaba en mi libro de Historia de la Edad Media
Capítulo 8 La Edad Media. Un mundo mágico
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En lo que se refiere a España, contamos con un rico folclore sobre diversos tipos de duendes, muchos presentes desde la Edad Media, entre ellos los trasgos, los gnomos o los trastolillos. Este origen medieval lo encontramos en los bestiones, después llamados martinicos, enanos cabezones, de grandes manos que se solían vestir con hábitos franciscanos, y muy proclives a causar entuertos y todo tipo de destrozos, pero sin demasiada mala intención. Estos martinicos solían tener un cierto protagonismo en las fiestas populares y eran representados como cabezudos, muy similares a los que nos mostró Goya en algunos de sus caprichos. La creencia en estos seres elementales aparece reflejada en la primera obra poética extensa de la literatura española. En el Cantar del Mío Cid se habla de una cueva en donde según la tradición habrían habitado los elfos (Caños de Elfa). A largo de nuestra geografía podemos encontrar otros muchos tipos de duendes; en la región cantábrica sobresalían los trastolillos, los enanos y los trentis, en muchas ocasiones relacionados con las anjanas. Muy cerca, en los lagos de Somiedo (Asturias) los lugareños narraban viejas historias sobre el apabardexu, o duende de los montes. También en el norte encontramos las lamias españolas, divididas en dos grupos, las lamiñak vasconavarras y las lainas aragonesas, ambas con cara y cuerpo de bellas mujeres y patas de ánade, y casi siempre asociadas a lugares cercanos al agua, como lagos e ibones.
El saber oculto de las catedrales góticas
Desde el principio de los tiempos, el ser humano siempre ha buscado refugio en el interior de las cuevas por considerarlas un lugar mágico, cargado de un fuerte simbolismo, y un centro de iniciación desde donde poder trascender.
Algunos de los símbolos con los que el hombre primitivo querrá representar sus conocimientos y pensamientos más trascendentales terminaron quedando grabados en nuestro inconsciente colectivo, como ideas arquetípicas que lograron sobrevivir al paso del tiempo. El culto a la piedra se perpetúa con el megalitismo, periodo en el que se sigue teniendo conciencia de la cueva como representación del útero materno y, por lo tanto, como un espacio generador de vida física y espiritual. En el interior de los dólmenes, y posteriormente en los templos de las primeras civilizaciones históricas, el iniciado era recibido para morir en su vida material y renacer, simbólicamente, en un nuevo estado del ser después de una profunda transformación de su conciencia.
El cristianismo no pretendió relegar estas antiguas tradiciones. Al fin y al cabo se encontraban totalmente impregnadas en unos individuos que siguieron respetando las creencias de sus antepasados. De esta forma, en muchas ocasiones, la Iglesia medieval optó por aprovechar la sacralidad inherente a estos lugares sagrados, entre ellos muchos monumentos megalíticos, llegando incluso a construir algunos templos cristianos en sus cercanías e incluso encima de ellos. En el interior de estas nuevas iglesias, ermitas y catedrales que fueron erigidas durante el apogeo de la Edad Media, se siguieron conservando unos extraños símbolos cuya antigüedad se perdía en las arenas de la historia, por lo que su comprensión permitía acceder a un tipo de conocimiento procedente de nuestro más remoto pasado.
En las iglesias medievales todo tiene un significado que va más allá de lo visible. Desde el punto de vista arquitectónico el suelo enlosado representaba la tierra, mientras que la bóveda representaba el cielo. La planta de la iglesia solía estar asociada a la Cruz en la que el Salvador encontró la muerte, mientras que los sillares con los que se levantó el edificio simbolizaban al pueblo cristiano, representando los contrafuertes a los apóstoles y a los padres de la Iglesia. La escultura y la pintura, integradas en los elementos arquitectónicos, tenían una doble función. Las imágenes eran portadoras de un mensaje evangélico, destinado a las gentes del pueblo llano que adolecían de cualquier tipo de formación, pero también era una forma de representar la belleza del mundo celestial, a la vez que transmitían unas ideas que solo eran comprendidas por los pocos que estaban versados en el lenguaje de los maestros constructores. A partir del siglo xii asistimos a un progresivo proceso de transformaciones económicas y sociales que van a tener un claro reflejo en el ámbito artístico y cultural. Poco a poco, las formas típicas del románico fueron desplazadas por nuevas pautas en la que se reflejan los gustos y creencias religiosas de la burguesía emergente. Las iglesias románicas, definidas por Gombrich como «poderosos y casi retadores cúmulos de piedra erigidos en tierras de campesinos y de guerreros», fueron sustituidas por nuevas catedrales con las que se pretende proporcionar a los creyentes un reflejo de lo que sería el otro mundo, esa Jerusalén celestial, con sus joyas inapreciables y sus calles de oro y vidrio transparente de la que solo se había oído hablar en himnos y sermones.
Desde el punto de vista arquitectónico, el estilo gótico tiene su manifestación más característica en la catedral, cuya grandiosa monumentalidad la convierte en la imagen más representativa de la etapa. Las artes plásticas rompen con las tradiciones del románico, con unas representaciones que ganan en naturalidad y delicadeza, tendiendo hacia formas más expresionistas, alejadas del simbolismo románico, y con un realismo que nos acerca al humanismo renacentista. En este sentido, ya en el siglo xiii, San Francisco de Asís introduce una nueva concepción del hombre, no ya como el soporte imperfecto del alma, sino como una obra maravillosa de Dios, hecho a su imagen y semejanza, y por tanto como algo que se debía respetar y valorar.
El nuevo concepto de religiosidad cristiana establece una relación directa y filosófica entre el concepto de Dios y el simbolismo de la luz. El amor a Dios y a la naturaleza, algo que posteriormente desarrollarán los humanistas del siglo xvi, requerirá de soluciones técnicas que permitan levantar catedrales góticas de colosales dimensiones y elocuente grandiosidad. Así, la concepción interior del templo cristiano tratará de responder a estos criterios, diseñándose unos espacios que se llenan de luz, y por lo tanto de Dios. Es en estos mismos momentos cuando se produce el éxito de la orden del Císter, estimulada por san Bernardo para combatir el relajamiento espiritual de la Iglesia. Entre las innovaciones que propone la orden están las instrucciones que se debían seguir para la construcción de los nuevos templos, eliminando la importancia de la decoración a favor de las soluciones estructurales y puramente técnicas, permitiendo el desarrollo de la ingeniería arquitectónica que alcanza su madurez en el siglo xiii, en el que se produce la definitiva eclosión de las catedrales góticas por el continente europeo.
La aplicación de estas técnicas permite abrir los muros para dejar entrar una luminosidad que envuelve a los fieles que se congregaban en su interior. Los nuevos arquitectos entienden que los pilares bastaban para sostener el peso de las bóvedas, por lo que los muros situados entre ellos resultaban superfluos, innecesarios para mantener los elementos sostenidos del templo. Lo único necesario eran los delgados pilares y los estrechos nervios que se alzaban hacia el cielo, por lo que la arquitectura gótica empezará a definirse por su empeño de elevación y verticalidad a partir de la utilización de estas columnas, el arco ojival y la bóveda de crucería, cuyos apoyos recaen sobre pilares fasciculados mucho más complejos que los del románico. Esto permite a los arquitectos reducir drásticamente el tamaño de los muros, haciendo posible el uso de las vidrieras para liberar al hombre de la oscuridad en la que se veía envuelto en el interior de las iglesias románicas. Se dice que la conjunción de la luz procedente de las vidrieras, la existencia de indescifrables símbolos e incluso la melodía de unas extrañas piezas musicales, hoy perdidas, producía entre los fieles una experiencia religiosa, una catarsis, que le llevaba a trascender la realidad.
Poco a poco, el éxito de esta arquitectura gótica permitió su extensión por los más importantes reinos cristianos. La construcción de la abadía de Saint-Denis en París, comenzada en 1135, marca el inicio de esta nueva moda que se extiende rápidamente por Francia, en donde se levantan las catedrales de Noyon, Notre Dame de París o Chartres. Esta última es la primera en la que se despliegan airosos arbotantes con los que se transmite el peso de las bóvedas hasta los contrafuertes exteriores, mientras que en su interior desaparece la típica alternancia entre pilares y columnas por un conjunto de columnillas que se abren de modo orgánico y ascienden hasta las bóvedas para invitarnos a levantar nuestras cabezas y mirar hacia el cielo. El apogeo del gótico francés continúa con la construcción de las vigorosas catedrales de Reims, Amiens y Beauvais, en la primera mitad del prodigioso siglo xiii. Todos estos edificios se caracterizan por la disposición central de su crucero, por la presencia de capillas radiales dispuestas a lo largo de la girola o deambulatorio. En su parte exterior destacan las enormes torres que flanquean las grandes puertas, que se corresponden con las naves interiores. A finales del siglo xiii la estructura de la catedral gótica queda fijada por lo que a partir de este momento los avances técnicos serán escasos. Los nuevos templos destacarán por la reducción de su verticalidad y el aumento del elemento ornamental, especialmente los grandes rosetones y la decoración menuda integrada en el muro que en el siglo xv evolucionará hacia las formas típicas del gótico flamígero.
El estudio de estos edificios nos permite conocer la mayor parte de los aspectos técnicos, arquitectónicos e históricos de estos templos considerados como el hogar de la divinidad, pero aun así, son muchas las incógnitas y los misterios que siguen sin tener respuesta. Según José Luis Corral, el hombre actual sigue sin poder comprender la esencia de las catedrales góticas, tal vez por la multitud de extraños símbolos que esconden tras de sí una información para nosotros desconocida. No en vano, seguimos volviendo nuestra mirada hacia estas catedrales siendo conscientes de haber perdido un saber que ahora pretendemos recuperar. Entrar en una catedral gótica, es hacerlo en un mundo próximo pero desconocido, en el que la conjunción de elementos decorativos con el juego de luces y sombras configura una especie de mapa de espiritualidad con una serie de mensajes con un significado muy concreto, pero que en la mayor parte de las ocasiones no somos capaces de descifrar. Un libro importante para tratar de conocer la naturaleza y la simbología de las catedrales góticas es El misterio de las catedrales, del enigmático Fulcanelli, en el que se intenta vincular a los constructores de las catedrales con el Antiguo Egipto y con los secretos de la alquimia, la cábala y el saber esotérico. Lamentablemente, la mayor parte de las referencias alquímicas presentes en el interior de las catedrales han ido desapareciendo como consecuencia del paso del tiempo y las múltiples restauraciones que cambiaron su fisionomía. Esto es lo que habría ocurrido en la catedral parisina de Notre Dame, en donde aún podemos deleitarnos con un medallón que representa una extraña figura sujetando una escalera que pretende conectar la tierra con el Cielo. Este sería, según Fulcanelli, un símbolo del trabajo alquímico representado con la intención de equiparar la materia terrestre con la celestial a través del conocimiento alquímico.
En lo que se refiere a la alquimia existieron dos tradiciones diferentes pero complementarias. Con la primera se trataba de manipular la materia física con el objetivo de obtener oro e incluso aproximarse a la inmortalidad. La segunda haría referencia a un aspecto más interior y espiritual del ser humano ya que, en este caso, la transformación tendría como objetivo purificar el alma y alcanzar la sabiduría, algo por lo que el ser humano ha suspirado a lo largo de la historia, sin sospechar que la respuesta a sus anhelos podría encontrarse en el interior de estos mágicos edificios.
En el caso del gótico español, frente a la obsesión francesa por dotar a sus templos de una altura desmedida, vamos a encontrar edificios especialmente anchos, con una estructura no condicionada por los elementos que subrayan el carácter vertical del mismo. En la península ibérica, durante el siglo xiii el protagonismo lo tienen los reinos de Castilla y León. La catedral de Cuenca es la más antigua ya que se termina a principios este siglo xiii, pero a diferencia de las que veremos a continuación no presenta un estilo totalmente definido tal y como había quedado fijado en las construcciones francesas. La catedral de Cuenca cuenta con una extraña disposición del triforio con respecto a los ventanales, así como unos arcos ligeramente lanceolados que otorgan un cierto exotismo al templo. La influencia francesa es patente, esta vez sí, en la catedral de León, hasta el punto que se ha llegado a pensar en la presencia de un maestro constructor de origen galo a la hora de establecer la traza original del edificio. En la catedral leonesa la principal preocupación es la búsqueda de la luz a partir de un conjunto de vidrieras que es, sin duda, uno de los más espectaculares de Europa.

Catedral de Burgos.
La catedral de León, como las de Burgos y Toledo, encierra entre sus muros una serie de misterios que suelen pasar desapercibidos. Una de las leyendas relacionadas con la Pulchra leonina, como también se la conoce, habla sobre una especie de topo que cada noche destruía lo que durante el día erigían los maestros constructores. En verdad, la figura del topo no es más que una simple metáfora que esconde tras de sí una realidad que hoy conocemos bien. Nos referimos a la forma en la que fue erigida esta catedral que hoy sigue en pie de puro milagro (en el siglo xix estuvo a punto de desplomarse) y es que fue levantada sobre los cimientos de unos edificios anteriores (entre otros unas termas romanas y la antigua iglesia románica) que eran totalmente insuficientes para soportar el peso de una gran catedral. Muchos dicen que el emplazamiento fue elegido por ser este un punto telúrico, con importantes corrientes electromagnéticas. Otro de los misterios de la catedral es la presencia de múltiples pasadizos secretos que aún hoy siguen inexplorados, aunque por encima de todo debemos destacar el profundo simbolismo y la presencia de elementos iconográficos a los que no podemos ofrecer una explicación racional (al menos hasta ahora). Es el caso de ciertos elementos mundanos que según Máximo Gómez Rascón, responsable de patrimonio de la diócesis de León, contrastarían con los motivos veterotestamentarios, tal vez con la intención de enfrentar conceptos antagónicos: saber frente a ignorancia, virtud en oposición al vicio.
Otro de los elementos que parecen tener tras de sí un significado oculto son las vidrieras en las que se utiliza el amarillo de plata, un compuesto relacionado con el arte secreto de la alquimia (tan de moda en estos tiempos), tal y como parece confirmar la presencia de un alquimista en una de las vidrieras de la fachada sur. Más llamativo resulta, si cabe, la referencia a antiguas divinidades como Mitra, cuyo culto había desaparecido muchos siglos atrás, representada junto a la capilla del Carmen. En este edificio sagrado tampoco podían faltar motivos templarios. En la catedral resulta asombrosa la presencia de lo que parece ser una cabeza de Bafomet, símbolo templario cuyo significado ha generado una gran controversia, en una ménsula del lado sur y otro en la capilla de Santiago. Finalmente haremos referencia a una figura que aparece en el pórtico principal. Se trata de una cabeza humana rodeada de hojas y tallos que salen de su nariz y de su boca y que podría estar relacionada con la mitología india. En otros lugares, entre ellos el coro, también observamos una serie de seres fantásticos y mitológicos como sirenas, dragones o basiliscos con un significado desconocido.
Casi al mismo tiempo que la catedral de León, en 1221 se pone la primera piedra de la de Burgos durante el reinado de Fernando III el Santo, en un momento en el que el peligro de invasión almohade ya se había disipado merced a la decisiva victoria de las Navas de Tolosa. En este caso las conexiones con los templos catedralicios de Reims y Bourges son más que evidentes, especialmente en lo que se refiere a la fachada. No obstante, frente al ideal francés, en Burgos observamos una altura más proporcionada, menos acusada, aunque a pesar de ello la sensación desde el interior es de monumentalidad. No se conoce el primer maestro constructor de la catedral, aunque sí los que le sucedieron, entre ellos el maestro Enrique y sus dos hijos, responsables de introducir en el edificio claves simbólicas y místicas.
La puerta principal del templo, la de Santa María o del Perdón, está dividida en tres tramos en altura, destacando en el primero las puertas que dan acceso a cada una de las naves interiores. Allí, justo en el vértice de la entrada principal nos encontramos con la primera imagen curiosa, un burro sonriente cuyo significado es un enigma. Desde su posición, esta especie de gárgola parece mirar con aire desenfadado a todos los que acceden al edificio, pero guardándose para sí un misterio que aún no ha logrado ser desvelado. Todo parece indicar que esta figura, la del asno sonriente, es una representación iconográfica de la sabiduría, algo que no debe sorprendernos ya que para muchas culturas este es un animal sagrado, como en Egipto y en Grecia. Los conocedores de los datos biográficos de Jesús de Nazaret sabrán que algunos de los momentos más importantes de la vida del Mesías están asociados con la figura de un pollino, como en su nacimiento, huida a Egipto o cuando entra en Jerusalén poco antes de ser crucificado. En el segundo tramo de la puerta de Santa María el gusto del hombre medieval por el mundo de lo oculto vuelve a hacerse patente. En el sobrecogedor rosetón vemos grabada una estrella de seis puntas, la estrella de David o sello de Salomón, que a lo largo de la historia ha sido interpretada, no solo como un símbolo del pueblo judío, sino como un emblema universal con orígenes ancestrales y que actuaba como talismán mágico y protector contra espíritus y seres maléficos. También estaba considerada como un símbolo alquímico y por eso fue representada repetidas veces en las construcciones medievales, tanto en los edificios sagrados como en las puertas de entrada a las viviendas.
La iconografía alquímica alcanza gran desarrollo en el tercer tramo de la fachada, con una profusión de extrañas figuras que han generado controversia, al igual que gárgolas para ahuyentar a brujas y demonios. Una de las gárgolas de la torre norte cubre su cabeza con un gorro frigio, símbolo alquimista, al igual que la conocida Tria Prima, que alude a los componentes primarios del hombre: la sal que compone el cuerpo, el azufre que compone el alma y el mercurio que forma el espíritu. No menos enigmáticos son los hombres salvajes que aparecen en las columnas que flanquean la capilla de los Condestables, los cuales parecen aludir a los seres civilizadores de la mitología vasca, el basajaun, que enseñó al hombre a cultivar los cereales y a soldar el hierro. No podemos finalizar este viaje por la catedral de Burgos sin hacer referencia a dos auténticos autómatas: el Papamoscas, una figura de medio cuerpo situada en la nave mayor, que todas las horas en punto abre la boca y mueve su brazo derecho para accionar el badajo de la campana, y el Martinillo, encargado de señalar los cuartos.
Frente a las anteriores, la catedral gótica más genuina de España, al menos del siglo xiii, es la de Toledo. Durante los primeros años trabajó en la obra el maestro Martín, y posteriormente Petrus Petri, de origen español, que dejó su impronta en las modificaciones que introduce, de marcado carácter hispano. El conjunto destaca por su gran anchura y su relativa altura (menor que las francesas), también por el tamaño reducido del coro y el uso de arquillos lobulados y cruzados en el triforio. Para los amantes de los enigmas históricos, la catedral es un enclave de obligada visita. El edificio se levanta sobre uno de los centros de poder más importantes de Europa, en una ciudad que durante siglos sirvió de refugio para todo tipo de brujos, alquimistas y magos. Muchos experimentaron con las ciencias ocultas y el esoterismo en alguna de las innumerables cuevas y grutas subterráneas que recorren el subsuelo toledano, e incluso se ha llegado a sugerir que en una de estas cuevas podría seguir escondida la mítica mesa de Salomón. Este afán por el conocimiento heterodoxo es intenso durante la Edad Media ya que en el Archivo Diocesano se han podido encontrar expedientes de los siglos xiv y xv en donde se narra la presencia de extraños personajes como nigromantes o alquimistas como Lucas de Iranzo, al que se le hizo quemar tras su infructuosa búsqueda de la Piedra Filosofal.
En el siglo xiv el protagonismo en la construcción de estas espectaculares catedrales góticas pasa de Castilla a Cataluña, en donde se desarrolla un estilo marcadamente mediterráneo y con predominio de la horizontalidad, con edificios alargados y una distribución interna muy inteligente, al igual que una simplicidad sobrecogedora que proporciona gran solemnidad al conjunto. Estas características las podemos apreciar en la catedral de Barcelona, comenzada en el 1298, ya que a pesar de no tener grandes dimensiones es capaz de impresionarnos gracias a la esbeltez de sus pilares y el reducido tamaño de sus capiteles. En Gerona encontramos un caso original, un sorprendente edificio con una colosal nave de 22 metros de anchura resultado de la simplificación del proyecto original que pasa de tener tres naves a solo una. No obstante, será la colegiata de San María del Mar, en Barcelona, junto a la catedral de Palma de Mallorca, los edificios más sobresalientes del siglo xiv español, por la disposición armónica de sus elementos constructivos y por la calidad de las soluciones externas como la utilización de poderosos contrafuertes para soportar el peso de unas construcciones en donde, ahora sí, vuelve a destacar la altura y la línea vertical (Santa María del Mar es la segunda edificación gótica de Europa tras la catedral de Beauvais).
Como en el caso francés, en el siglo xv los avances no son técnicos, sino estilísticos y decorativos. Esta es la época de Juan Simón de Colonia, de Juan Guas, quienes trabajan en Burgos y en Toledo, ofreciendo a los nuevos edificios un carácter plenamente español. Con los Reyes Católicos se producen nuevas transformaciones, ya que la grandiosidad vuelve a predominar sobre las formas decorativas tal y como observamos en la iglesia de San Juan de los Reyes en Toledo, pero serán las catedrales de Salamanca, Segovia y Sevilla los últimos grandes ejemplos del gótico hispano, todas ellas de espectaculares dimensiones pero sin recurrir a las diferencias de altura entre las naves. En ellas, la nueva forma de trabajar los espacios y la luminosidad anticipan la llegada de un estilo novedoso y el espíritu renacentista.

Catedral de Toledo.