Eso no estaba en mi libro de Historia de la Edad Media

Eso no estaba en mi libro de Historia de la Edad Media


Introducción

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Introducción

La comprensión de la historia en este ecléctico y convulso siglo xxi está experimentando unas transformaciones que se antojan decisivas. El estudioso de nuestro pasado dispone, cada vez más, de materiales y trabajos de calidad para poder interpretar los hechos pretéritos aunque, por otra parte, el uso masivo de las nuevas tecnologías y redes sociales está contribuyendo a extender una visión de la historia basada en el conocimiento superfluo de unos datos concretos, en muchas ocasiones descontextualizados y casi siempre adulterados por posicionamientos ideológicos muy concretos. La necesidad de inmediatez y la búsqueda de respuestas simplistas para entender fenómenos complejos ha provocado la generalización de explicaciones muy poco rigurosas, hasta tal punto que una buena parte de los interesados en conocer el pasado tienen como referente a un conjunto de «investigadores» con mayor o menor influencia en las redes sociales pero que, en general, no poseen ningún tipo de formación, algo imprescindible si queremos enfrentarnos a una investigación histórica a partir de planteamientos metodológicos adecuados.

En cuanto a las nuevas corrientes metodológicas, en las últimas décadas asistimos a la imposición de los postulados del posmodernismo y de la corrección política, con gran influencia en el caso español desde los años ochenta, cuando se pone énfasis en el subjetivismo, la relativización y en la deconstrucción ideológica, moral y política. Desde este punto de vista, el posmodernismo se caracteriza por no creer en la existencia de hechos objetivos ya que estos siempre dependerán del pensamiento del observador, por lo que todo relato del pasado sería arbitrario y por tanto debería ser deconstruido. Según el filósofo francés Jean-François Lyotard, el rasgo más distintivo de la posmodernidad ha sido el intento de eliminar las antiguas construcciones ideológicas que habían sustentado el edificio moderno. Así ocurre con la propuesta del cristianismo como base de la cultura occidental, también con la Ilustración y su intento de imponer la razón como forma de acceso al conocimiento, con el relato liberal burgués, que pretendió la reducción de la pobreza gracias al libre mercado y, finalmente, con el relato marxista, por haberse convertido en la base de las calamidades sufridas en el interior de las grandes dictaduras comunistas. Frente a este tipo de planteamientos ideológicos el relato posmodernista pretendió deshacer las construcciones teóricas anteriores poniéndose en contra de uno de los principios fundamentales a la hora de entender la evolución del conocimiento, sustentado en experiencias previas y acumulativas.

Se debe reconocer que el posmodernismo también ha aportado ciertas mejoras, como su intento de ampliar las libertades y la relajación de algunos tabúes, pero entre estas virtudes están empezando a aflorar toda una serie de problemas que la posmodernidad ha extendido, poco a poco, en nuestra sociedad: la desactivación del talante crítico, la imposición de un narcisismo egolátrico, la debilidad de los vínculos de solidaridad y la sustitución de ideologías universales por otras más simples e identitarias. Otro de los aspectos negativos del posmodernismo para comprender la historia es la imposición de la corrección política y la idea del victimismo, desde el que se ha querido ofrecer, en algunas ocasiones y en ciertos lugares, una visión de la historia rayana en planteamientos esquizoides, ajenos a la realidad, al no plantearse desde el punto de vista del periodo histórico al que se refieren los hechos a estudiar sino a partir de un presentismo que pretende extrapolar las normas actuales a conductas del pasado. La doctrina del victimismo rechaza, por encima de todo, las bases de la civilización occidental, a la que se considera opresora, a favor de un multiculturalismo que cae en una evidente contradicción ya que se parte del rechazo a la propia cultura occidental, en cuya valoración no se aplican los mismos criterios con respecto a otras de su entorno que, curiosamente, se caracterizan por haber desarrollado unas estructuras socioeconómicas y políticas contrarias a las de las naciones de la Europa occidental que, especialmente desde finales del siglo xviii, han tendido a la consolidación de las libertades públicas.

El estudio de la Edad Media, periodo en el que se construyen los pilares sobre los que se sustenta la civilización occidental, no ha estado exento de la polémica, tanto que se ha convertido en un objetivo prioritario de la corrección política, recuperando la visión peyorativa que de este periodo tuvieron los hombres del Renacimiento, para quienes la Edad Media habría sido una larga etapa caracterizada por el oscurantismo y la barbarie, opuesta a la cultura antigua que ellos pretendían recuperar. El triunfo de la Ilustración no sirvió para mejorar la perspectiva que hasta entonces se tenía de ella ya que en su conjunto se consideró como una sucesión de siglos marcados por la intolerancia, el fanatismo y la violencia. Tendremos que esperar a la época del Romanticismo para que los historiadores empezasen a ver esta denostada etapa con ojos muy diferentes, aunque, desgraciadamente, desde unos planteamientos metodológicos muy poco convincentes. Esta tendencia se mantendrá con más o menos fuerza durante un tiempo, pero desde mediados del siglo xx se produce una consolidación del medievalismo gracias a la aplicación del método científico y al enriquecedor debate abierto entre distintas escuelas historiográficas que permitirán una mejor comprensión de la época. Lamentablemente este proceso ha entrado en crisis en los últimos años, ya que con la imposición de la corrección política y del posmodernismo se han recuperado antiguas propuestas que ya parecían superadas.

En lo que se refiere a la consideración de la Edad Media, los principales ataques se han dirigido hacia la Iglesia por ser, como tendremos ocasión de comprender, la institución que actuó como elemento aglutinador y cohesionador de las sociedades medievales, por lo que se ha querido interpretar como la quintaesencia del mal al centrar la atención en los aspectos más controvertidos como el de la Inquisición o su papel como legitimadora de un modelo socioeconómico que favoreció la existencia de lazos de dependencia entre los hombres. Efectivamente, la Inquisición fue Iglesia, pero la Iglesia fue mucho más que eso, ya que en su seno surgieron las primeras universidades europeas, al igual que los copistas y traductores que realizaron una labor impagable para conservar la cultura clásica. También fueron Iglesia los pequeños párrocos y curas, muchos analfabetos, que llegaron a ejercer una labor asistencial digna de mención.

Algo similar ocurre con el feudalismo, especialmente vilipendiado por ser un modelo político y económico que trajo consigo un claro debilitamiento del poder del Estado a favor de una minoría privilegiada que tratará de acaparar todo el poder en los distintos reinos de la Cristiandad durante los siglos centrales de la Edad Media, pero sin tener en cuenta que sin el feudalismo no puede entenderse el origen del parlamentarismo como consecuencia de la evolución lógica de las monarquías feudales hasta formas políticas mucho más modernas y cercanas a nosotros. También se vuelve a imponer la visión de esta época como un momento en el que se extiende la brutalidad, el analfabetismo y el inmovilismo cultural y tecnológico, pero sin tener en cuenta los momentos de expansión y de florecimiento artístico, literario y filosófico que servirán de base para entender la aparición del humanismo cristiano, del que somos herederos. En este libro, trataremos de alejarnos de estos planteamientos ajenos al estudio serio y riguroso de nuestro pasado para tratar de rescatar y valorar las grandes aportaciones que la Europa feudal nos legó, pero que no siempre han sido justamente reconocidas. Huiremos de esa visión que tiende a magnificar los logros de otras culturas (igualmente destacables) al mismo tiempo que mira con desprecio lo que ocurrió en Europa durante casi mil años, porque fue en esta época y en este Viejo Continente, hoy sumido en una galopante crisis moral, en donde se dieron los primeros pasos para entender lo que realmente somos, nuestras formas de vida, nuestras creencias y buena parte de las formas que nos definen tanto en el plano material como en el espiritual.

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