Eso no estaba en mi libro de Historia de la Edad Media
Capítulo 3 La espada contra el alfanje. Batallas milagrosas en la edad media
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Desde el siglo x también es posible servir a la Iglesia con las armas, justo en el momento en el que la Cristiandad se prepara para iniciar su contraofensiva contra el islam. Es el caso de España, en donde los reinos de resistencia del norte llevan a cabo desde el siglo viii una interminable lucha para no ser sometidos por los conquistadores musulmanes. En el siglo xi, tras la caída del califato de Córdoba, se acelera el proceso de reconquista para el que se hace necesaria la participación de unos caballeros convencidos de la necesidad de defender a su Dios frente al enemigo. Esta imagen del caballero al servicio de la Iglesia quedó grabada en la tradición cultural con la aparición de diversas narraciones como el Cantar del Mío Cid o la Chanson de Roland, al igual que en una serie de leyendas y narraciones en las que abundan las apariciones milagrosas, la presencia de reliquias mágicas o las heroicidades de unos personajes que con sus espadas mágicas luchan por la supervivencia de su comunidad. Es lo que denominamos el cristianismo de guerra, inserto en este contexto de lucha contra el invasor, en el que se exalta la espiritualidad cristiana asociada a la gloria militar sacralizada por la aparición en el campo de batalla de la Virgen, del apóstol Santiago o san Jorge de Capadocia.
Desde ese momento, los cantares de gesta se convierten en unas manifestaciones literarias que narran las hazañas de unos héroes que, por sus virtudes, terminarán por ser modelos de conducta para toda una colectividad durante la Edad Media o en tiempos posteriores.
Es el código de caballería, asumido tras la ceremonia de juramento por la que el pretendiente se comprometía a ser valiente, leal, cortés y a defender a los indefensos. El ideal caballeresco implicaba tener valor para servir a las personas necesitadas, y esto obligaba a no faltar a la verdad, aun a riesgo de perder la vida. Los caballeros también juraban defender a sus señores y señoras, a los huérfanos y a la Iglesia, al igual que mantener su fe y encomendarse a Dios. No menos importante es su interés por demostrar su humildad, incluso después de una gran heroicidad, como en el caso del Cid que siempre atribuía sus éxitos militares al coraje de sus soldados. La generosidad debía de ser otra de las características del buen caballero, en contraposición a la avaricia de los que no merecían ningún tipo de fama. Nuevamente, el ejemplo de Rodrigo Díaz de Vivar vuelve a ser significativo porque en el Cantar del Mío Cid se insiste en la voluntad del héroe castellano de repartir los botines conseguidos en la batalla y en su generosidad con enemigos derrotados. En cuanto a la templanza, el caballero debía estar acostumbrado a comer y beber con moderación, y aunque no llegase a la castidad, debía contener sus apetitos sexuales. No se vio obligado a renunciar a cualquier tipo de riqueza, aunque no debía utilizarla de forma aparente. Todos estos valores han quedado en el imaginario colectivo a la hora de hacernos una idea de lo que debía considerarse el perfecto caballero durante la Edad Media, aunque por encima de todos ellos debía comprometerse a defender sus ideales y a dar la vida por sus señores. Esta lealtad absoluta la encontramos en el Cid (aunque de forma legendaria) después de ser desterrado de forma injusta por su rey, al no dudar en cumplir siempre los deseos y las órdenes de su señor.
Estos valores fueron transmitidos durante siglos por los juglares, al recitar unos cantares de gesta en los que el héroe épico era siempre un caballero dotado de una fuerza sobrehumana, capaz de resistir todo tipo de sufrimientos, tanto físicos como psíquicos. La vida del héroe era siempre ejemplar y casi siempre era elegido por el destino como máxima representación de una colectividad en peligro. Su misión fue tan importante que resultaba habitual la intervención de las fuerzas divinas, pero el cumplimiento de su cometido solía exigir la muerte del guerrero, siendo este uno de los momentos más emotivos de la narración ya que tras ella se esconde la gran lección de un caballero que paga con su vida por la defensa de la causa justa.
San Jorge. Un modelo a seguir
La nueva imagen que la Iglesia pretendía transmitir sobre lo que realmente debía ser un caballero al servicio de los más necesitados y de la auténtica divinidad, necesitaba de modelos a seguir y que resaltasen por sus virtudes y su sincero compromiso con una causa justa. Ya hemos hablado de Pelayo, Rodrigo Díaz de Vivar o Roldán, pero en esta lista no debería faltar san Jorge uno de los más venerados mártires, ampliamente representado en multitud de obras durante la Edad Media. Nacido hacia el 275 en la ciudad de Capadocia, en la actual Turquía, y muerto el 23 de abril del 303, Jorge se convirtió en prototipo del perfecto caballero cristiano muchos siglos más tarde.
Según cuenta la leyenda, tras la muerte de su padre Geroncio, un oficial de las legiones romanas acantonadas en Oriente, Jorge se desplazó acompañado de su madre hasta la ciudad de Lydda (Lod en Israel) y allí fue educado en la religión cristiana hasta que tuvo la edad suficiente para alistarse en el ejército. Su fama, al igual que su carisma y buen hacer, ayudó a que Jorge pudiese ascender rápidamente, y por eso cuando cumplió los treinta años de edad, asumió los cargos de tribuno y comes, para a continuación ser destinado a Nicomedia en donde entró a formar parte de la guardia personal de Diocleciano (284-305).
Durante el reinado de este emperador se produjo una de las más sangrientas represiones contra los cristianos. Esta «gran persecución» como se le ha querido conocer, fue mucho más virulenta en la parte oriental del imperio que en la occidental, especialmente cuando en el 303 los miembros de la tetrarquía, formada por los augustos Diocleciano y Maximiano, y los césares Galerio y Constancio, emitió una serie de edictos por los que se abolían los derechos legales de todos los cristianos y exigían el cumplimiento de las prácticas religiosas tradicionales, sobre todo las relacionadas con el culto al emperador. Ante la negativa de la comunidad cristiana a plegarse ante estas disposiciones, en el 303 se emitió un nuevo edicto autorizando la persecución, y en algunos casos el exterminio de los cristianos del imperio, política que continuó Galerio tras la muerte de Diocleciano.
Es en este contexto donde brilla, con luz propia, la figura de Jorge de Capadocia ya que después de recibir la orden de perseguir a los cristianos confesó que él también lo era, desafiando abiertamente al emperador y poniendo su vida en peligro. Como respuesta, Diocleciano ordenó torturar al tribuno para que apostatase de su religión, pero la fe de Jorge era tan intensa que renunció a ello, motivo por el cual fue ordenada su ejecución mediante decapitación el día 23 de abril de 303 frente a las murallas de Nicomedia. Tras su muerte, el cuerpo del mártir fue trasladado hasta Lydda, donde recibió sepultura. La veneración a Jorge comenzó muy pronto. Tenemos noticias sobre la existencia de peregrinos durante el reinado de Constantino (272-337) que visitaron una iglesia situada en la ciudad donde fue enterrado para rendir culto al mártir. Progresivamente, su culto se extendió por toda Palestina y por el resto del Imperio romano de Oriente, hasta que su popularidad llegó al lejano Occidente, tanto que desde el siglo ix aparecen nuevas leyendas como la de san Jorge derrotando al dragón.

Uno de los modelos a seguir por el perfecto caballero cristiano fue San Jorge.
Recogida en la Leyenda dorada de Jacobo de la Vorágine, la narración cuenta que en una ciudad de la que no conocemos el nombre, existía un dragón que reposaba en la fuente donde los habitantes debían recoger el agua para poder sobrevivir. Al no poder hacerlo por miedo al monstruo, optaron por realizar cada día el sacrificio humano de una víctima escogida al azar entre los habitantes de la localidad. Fue así como un día resultó elegida una princesa local, lo que provocó el lógico desconsuelo de un padre que rogó por la aparición de un héroe que salvase la vida de su amada hija. Nadie le escuchó, pero cuando la desgracia estaba a punto de consumarse y la princesa cerca de ser devoraba, apareció Jorge cabalgando a lomos de un bello corcel, dispuesto a enfrentarse al dragón y a derrotar y dar muerte al pérfido monstruo. Después de la heroicidad del mártir, la ciudad se preparó para celebrar tan fantástico acontecimiento. Agradecidos por la valentía de san Jorge, sus habitantes abandonaron sus costumbres paganas y se convirtieron, sin dudarlo ni un solo instante, al cristianismo.
La leyenda de san Jorge y el dragón tiene un rico simbolismo religioso y ha sido interpretada de varias maneras a lo largo de la historia. La imagen exotérica que tenemos del episodio nos informa sobre la victoria del bien sobre el mal y del cristianismo sobre el paganismo, pero hay otros que han defendido una interpretación esotérica de la leyenda, conocida por un número reducido de iniciados que creen ver en san Jorge a un miembro de las clases privilegiadas que con su lanza está matando al dragón, al igual que la serpiente símbolo de la sabiduría, por lo que ante esta acción se estaría impidiendo la extensión de la cultura entre los grupos menos favorecidos.
Puede que así fuese entre algunos grupos iniciáticos, pero durante la Edad Media la visión que tuvo el fiel que contemplaba la representación del mito en las paredes de un templo era la de Jorge como símbolo del creyente, la del caballo blanco como representación de la Iglesia, mientras que el dragón asumiría el papel de la idolatría, la tentación e incluso Satanás. En cuanto al origen de la leyenda es difícil de establecer, aunque se ha llegado a pensar en la influencia de episodios legendarios precristianos, como el que narra la historia del dios frigio Sabacio cuando carga con su caballo contra una serpiente o, más aún, del antiguo mito griego de Perseo, vencedor de Medusa, salvando a la princesa etíope Andrómeda. Como en el caso de san Jorge, en ambas leyendas, tenemos a un héroe salvador, un dragón o una Gorgona, una decapitación y una princesa rescatada. También es probable que estemos ante una visión alternativa del arcángel Miguel frente a las huestes celestiales derrotando al mal, por lo que Jorge no sería más que la encarnación de Miguel, dispuesto a luchar contra el pecado en cada una de sus manifestaciones.