Eso no estaba en mi libro de Historia de la Edad Media

Eso no estaba en mi libro de Historia de la Edad Media


Capítulo 4 El oro del moro

Página 7 de 19

Capítulo 4

El oro del moro

El tesoro sagrado de los visigodos

La historia del islam peninsular podemos relacionarla, en cada una de sus etapas, con una serie de narraciones legendarias que fueron tomando forma con el paso de los siglos. Estos episodios nos hablan sobre la existencia de magníficos tesoros escondidos en castillos abandonados, fastuosos palacios e inhóspitos lugares vinculados con lo sobrenatural. Allí permanecieron largo tiempo, esperando el momento propicio para darse a conocer. En algunos casos, la búsqueda aún no ha terminado. Para comprender la naturaleza del gran tesoro mítico relacionado con la conquista de la península ibérica a principios del siglo viii d.C., debemos retroceder en el tiempo, hasta el momento en el que se elaboran los grandes objetos de poder de la religión yahvista.

Según el Antiguo Testamento la Mesa de los Panes de la Presencia fue mandada construir por Moisés, bajo mandato divino, durante el éxodo del pueblo judío por el desierto. Transcurridos los cuarenta penosos años durante los cuales tuvieron que deambular sin rumbo fijo, los israelitas llegaron por fin a Tierra Santa, pero la rivalidad con los filisteos les obligó a buscar nuevas formas de organización en un proceso que desembocó en la aparición de la monarquía unificada de Israel. Durante este periodo destacaron David y Salomón, dos reyes que adquirieron una aureola mítica. El primero eligió la ciudad de Jerusalén como la capital de su joven reino, mientras que el segundo recibió el encargo de construir un fastuoso templo que sirvió de morada a los grandes objetos de culto de su pueblo.

Cuentan las tradiciones que el rey Salomón nunca destacó por sus habilidades políticas y militares; su celebridad provino de su enorme sabiduría a la que habría accedido gracias al conocimiento del Shem Shemaforash, el nombre oculto de Dios, cuya correcta pronunciación le proporcionó el acceso a un tipo de conocimiento de naturaleza mágica. El caso es que, para no olvidar ese secreto y poder perpetuarlo en el recuerdo de su pueblo, mandó grabar sobre la superficie de la Mesa de los Panes de la Presencia, una inscripción geométrica que escondía el nombre secreto de Dios, por lo que a partir de entonces este objeto de culto empezó a conocerse como la mesa de Salomón. Esto es al menos lo que cuenta la leyenda. Después de una truculenta historia, en la que la reliquia se vio obligada a sobrevivir a las múltiples conquistas, saqueos y destrucciones que sufrió la ciudad de Jerusalén, se inició una auténtica búsqueda cuyo recorrido histórico parece estar corroborado, según algunos historiadores, por una serie de referencias históricas, documentales e incluso arqueológicas. Tal y como relatan las crónicas (no tardaremos mucho tiempo en sumergirnos en esta extraña aventura), los líderes militares de la conquista musulmana de Hispania en el 711, se dejaron seducir por esta leyenda y buscaron con gran determinación el lugar último de reposo en donde debería cobijarse este mítico objeto de culto.En el año 70 las legiones romanas comandadas por Tito conquistaron Jerusalén y expoliaron su templo, en cuyo sancta sanctorum descansaban las más importantes reliquias de los israelitas. En La guerra de los judíos, el historiador Flavio Josefo, aseguró que «entre la gran cantidad de despojos, los más notables eran los que habían sido hallados en el templo de Jerusalén, la mesa de oro que pesaba varios talentos y el candelabro de oro». Curiosamente, esta información documental coincide con la que nos ofrece el registro arqueológico y material, porque si se observan los relieves del arco de Tito se pueden distinguir, sin demasiadas dificultades, a un grupo de legionarios transportando el famoso candelabro de los siete brazos y otro objeto que, si lo contemplamos con algo de imaginación, podría tratarse de la Mesa de los Panes de la Presencia. Hemos de suponer que este tesoro sagrado del templo permaneció en Roma durante varios siglos, siendo testigo del progresivo declinar de un gran imperio que no logró sobrevivir a un conjunto de factores que al final provocaron su caída: la presión de los pueblos bárbaros, crisis económica y una imparable degradación moral y política. En el 410 d.C. un joven y valeroso caudillo visigodo, Alarico, conquistó y saqueó Roma, y desde ese momento el tesoro quedó vinculado a su pueblo.

Relieves del Arco de Tito, en donde se representa a un grupo de legionarios llevando en triunfo una parte del legendario tesoro capturado por los romanos en el Templo de Jerusalén.

Poco después, los visigodos se asentaron en el sur de la Galia, y allí encontró cobijo una parte importante del tesoro ya que un historiador del siglo vi, Procopio de Cesarea, en una obra que lleva por título Libro de las guerras V, vuelve a referirse al mismo con estas palabras:

Alarico el anciano, en tiempos anteriores, lo había tomado como botín cuando capturó Roma. Entre ellos estaban también los tesoros de Salomón, el rey de los hebreos, un espectáculo más digno de mención… la mayoría de ellos estaban adornados con esmeraldas, y lo habían llevado de Jerusalén, por los romanos en la antigüedad.

En este mismo siglo, y más concretamente en el 507, los visigodos fueron derrotados por los francos de Clodoveo en la batalla de Vouillé, por lo que se vieron obligados a abandonar el sur de la Galia y marchar hacia España acompañados, eso sí, por su gran tesoro sagrado, que finalmente fue depositado en la nueva capital del reino, Toledo, en donde empiezan a surgir todo tipo de leyendas y tradiciones que relacionan el tesoro con la mítica cueva de Hércules.

Asentados en Hispania, los visigodos procedieron a la unificación política de la antigua provincia romana. Destacó, por encima del resto, la labor del rey Leovigildo (573-586), un belicoso soberano que logró derrotar al reino suevo de Galicia, controlar la Bética y reducir la presencia bizantina en el levante peninsular, al tiempo que combatía eficazmente contra los grupos indígenas del norte. A pesar de sus éxitos militares, Leovigildo no resolvió el problema religioso, provocado por el enfrentamiento entre los nuevos conquistadores visigodos con posiciones arrianas, y el resto de la población, mayoritariamente católica. Finalmente, el litigio se solucionará en tiempos de Recaredo, ya que en el 589 acepta la ortodoxia católica, lo que supone un paso definitivo para identificar el estado visigodo con la Península y su episcopado. Otro paso importante a la hora de conseguir el fortalecimiento del reino fue la elaboración del Liber Iudiciorum bajo el reinado de Recesvinto, culminando una larga labor legislativa iniciada muchos años atrás, pero a pesar de todo ello, el estado visigodo seguía padeciendo un mal que al final supuso su desaparición. Nos referimos a las sempiternas luchas entre las distintas facciones nobiliarias por hacerse con el poder, y eso en el mismo momento en el que, por el sur, el islam proseguía su marcha imparable hasta encontrarse a las puertas de Hispania a principios del siglo viii.

Después de un largo periodo de inestabilidad, Rodrigo fue coronado como nuevo rey de los visigodos, pero su nombramiento fue contestado por amplios sectores de la nobleza y especialmente por los herederos de su predecesor Witiza. Los witizianos solicitaron el apoyo exterior de los musulmanes, a los que prometieron una importante recompensa si les ayudaban a derrotar a Rodrigo. De esta manera, en el 711 un numeroso ejército formado por bereberes musulmanes atravesó el Estrecho con la ayuda de los herederos de Witiza, para poco después derrotar a Rodrigo en la batalla de Guadalete y convertir a la Península en una provincia más del joven imperio musulmán.

Desde el principio los cronistas musulmanes empezaron a hacerse eco de una curiosa historia, en la que se reflejaba su convencimiento de que la mesa de Salomón no solo estaba en España, sino que los principales caudillos de la invasión, Tariq y Muza, habían recorrido la Península tratando de encontrar ese icono religioso. Una de las fuentes más antiguas y cercanas a los hechos es la crónica Kitab Futuh Misr, de Abd al-Hakam, que recoge los datos que proporcionó el historiador Utman Ibn Salih en el siglo ix: «Tariq pasó a Toledo, entró en la ciudad y preguntó por la mesa, pues no le preocupaba otra cosa, ya que era la mesa de Salomón». En esta crónica queda perfectamente documentada la creencia, ya extendida, de que el tesoro del rey Salomón se encontraba entonces en España, de ahí que primero Tariq y después Muza tratasen de encontrarlo. Según algunos de estos autores el tesoro, y especialmente la mesa de Salomón, fue buscado en Toledo, y más concretamente en la cueva de Hércules, pero no tuvieron que encontrar nada ya que los visigodos decidieron trasladar sus tesoros y llevarlos a un lugar seguro fuera del alcance de sus conquistadores. Este hecho originó una nueva tradición, ya que algunos escritores aseguraron y dejaron por escrito una extraña historia en la que se contaba una misteriosa expedición que hizo Tariq para hacerse con la mesa. Según Al-Maqqarí en su Naft al-Tib:

Tariq se dirigió a Toledo, capital de la monarquía goda, y la encontró vacía, pues sus habitantes habían huido y se habían refugiado en una ciudad que estaba al otro lado de las montañas. Reunió entonces a los judíos de Toledo, dejó en ella a algunos de sus compañeros y se marchó detrás de los que habían huido de Toledo. Se encaminó hacia Wadi al-Hiyara, luego se dirigió hacia el monte y lo cruzó por el fayy —desfiladero— que lleva ahora su nombre. Y llegó a la ciudad de Al-Ma’ida, tras el monte, referido a la mesa de Salomón, hijo de David.

Esta información llevó a muchos investigadores a iniciar la búsqueda de esta ciudad de la mesa de la que había hablado Al-Maqqari. Según ellos, Tariq, después de la conquista de Toledo, habría abandonado la ciudad y se habría dirigido con un grupo de leales hacia el enclave en el que había quedado oculta la mesa de Salomón. Autores como Abd al-Hakam aseguran que su nombre era el castillo de Farás, o Firás, mientras que otros afirman que a este enclave se accedía después de atravesar Wad-Al-Hiyara, el río Henares, y que posteriormente tuvo que atravesar un desfiladero que a partir de ese momento llevó el nombre del conquistador, antes de llegar a una ciudad cuyo nombre haría referencia a la mesa, por encontrarse allí la preciada reliquia. El recuerdo de esta apasionante historia dio alas a la imaginación e hizo que muchos tratasen de ubicar estos extraños lugares transmitidos en las crónicas de los historiadores musulmanes, y por eso se propusieron sitios como Alcalá de Henares, Torija o Medinaceli como lugares hacia donde tuvo que dirigir sus pasos Tariq para encontrar el objeto.

A día de hoy nadie puede asegurar si el tesoro sagrado de los visigodos estuvo en esta enigmática y desconocida ciudad, pero de lo que no cabe duda es de que los conquistadores norteafricanos no la encontraron, posiblemente porque se trataba de un mito, o porque los visigodos, en un desesperado intento de salvaguardar los restos de su tesoro, jugaron al gato y al ratón con los conquistadores musulmanes. Personalmente, considero que la leyenda que habla sobre la búsqueda de la mesa de Salomón es el fiel reflejo de un hecho histórico totalmente constatado: la ocultación de grandes tesoros que los visigodos sacaron de sus ciudades y llevaron hacia el norte para que no cayesen en manos de los musulmanes.

Existen otros lugares en donde se ha intentado hallar el paradero de este imponente botín. Además de en Toledo y en la aún desconocida ciudad de la Mesa, se ha propuesto a Jaén como otro de los posibles destinos del tesoro sagrado, mientras que en los últimos años ha ganado fama la tesis que afirma que parte del tesoro, al igual que le ocurrió al resto de reliquias importantes que estaban en manos de los visigodos a principios del siglo viii, tuvo que huir hacia el norte para buscar refugio en las montañas cantábricas y asturianas y así evitar caer en las manos de los insaciables conquistadores.

Los tesoros perdidos de los moros

A principios del siglo viii el reino visigodo de Toledo estaba totalmente fragmentado. Cántabros y vascones defendían su independencia a ultranza y culturalmente contrastaban con los pueblos del sur de la Península que estaban más romanizados. La larga lucha por el poder entre los nobles visigodos había conducido hacia un cierta «feudalización» del reino, especialmente a partir del reinado de Sisenando. Mientras esto pasaba en Spania, más al sur el imperio árabe iba adquiriendo cada vez más fuerza gracias a los beduinos, que antes habían logrado conquistar Siria, Palestina, Egipto, Persia y el Norte de África. En el norte del continente africano la lucha fue muy dura debido a unas tribus bereberes que, tras su derrota, se van a convertir en las tropas de choque del islam. Ni siquiera el inminente peligro musulmán sirvió de elemento cohesionador para que los visigodos decidiesen unir sus fuerzas y así hacer frente al enemigo que les amenazaba. Con la ayuda de witizianos, los árabes conquistaron la Península y en el 716, con excepción de la zona norte, ya van a ejercer el control sobre la totalidad del territorio. Como vimos, una parte de la población visigoda huyó al norte, especialmente un grupo de clérigos y nobles temerosos de la actitud que hacia ellos pudiesen tener los conquistadores, pero la gran mayoría tomó conciencia de la nueva situación y pactaron con los musulmanes.

Durante el emirato dependiente del Califato Omeya de Damasco, entre el 711 y el 756 la Península formó parte, como una provincia conquistada más, del gran imperio árabe que se extendía desde el norte de la India hasta el sur de la Galia. Para los conquistadores, el principal problema fue la falta de tierras provocada por los pactos de capitulación, que habían dejado en manos de la población autóctona la mayor parte de las propiedades, lo que terminó generando gravísimos enfrentamientos entre beréberes y árabes. A ello hay que sumar el resurgimiento de las viejas rencillas entre árabes del norte y del sur, que vuelven a aparecer, por lo que se opta por la expansión por Francia para solucionar los problemas y unir de nuevo a los musulmanes en una nueva empresa de conquista, que en esta ocasión no saldrá como se esperaba porque finalmente son derrotados en Poitiers en el 732.

El Emirato de Córdoba (756-929) tiene como máximo protagonista a Abd al-Rahmán I (756-788), único superviviente Omeya de la matanza ordenada por Abu Abbas en 751 en la ciudad siria de Damasco. Después de un largo deambular por tierras del Norte de África, Abd al-Rahmán, el príncipe errante, terminó llegando a la península ibérica donde las luchas entre árabes del norte y del sur llevaron a los primeros a solicitar su ayuda, hasta que finalmente consiguieron hacerse con el poder e independizar Al Ándalus del califato abasida de Bagdad. Con el príncipe errante se tomó conciencia política en la península ibérica de la nueva realidad social y cultural, por lo que los historiadores le siguen considerando como uno de los personajes más influyentes de la historia andalusí.

Con Abd al-Rahmán II (822-852) observamos un espectacular desarrollo económico y demográfico por la introducción de Al Ándalus en las rutas comerciales, además hay una reorganización de la administración a la manera abasida y también se reforma el ejército incluyendo mercenarios. Tras su reinado, no obstante, comenzará una etapa de descomposición política que favorecerá la aparición del califato, en tiempos del tercer Abd al-Rahmán, con el que se inicia la etapa de máximo apogeo musulmán en la península ibérica. Abd al-Rahmán III (912-961) terminó con todas las revueltas y reforzó su autoridad asumiendo el título de califa en el 929. Esto le dio un enorme poder religioso y le hizo más fuerte ante su principal enemigo, el Imperio fatimí, que disputaba a los omeyas la supremacía en el Mediterráneo. Abd al-Rahmán III también luchó contra los cristianos del norte gracias a su poderoso ejército, con el que consigue arrinconar a los reinos septentrionales y someterles a fuertes tributos. Con él, la ciudad de Córdoba se convirtió en una de las más esplendorosas del mundo islámico, con cerca de 200.000 habitantes, fastuosos palacios y exuberantes bibliotecas. La paz interior y el desarrollo económico favorecieron el inicio de un complejo programa arquitectónico en el que sobresale la ampliación de la mezquita de Córdoba y la construcción de la ciudad palaciega de Madina al-Zahra.

La política de supremacía en el Norte de África (oro sudanés) y de retención de las conquistas cristianas tiene continuidad con Al Hakam II (961-976) pero su muerte favorece la llegada de Almanzor, que le quita el poder al califa y se hace con el poder absoluto siendo tan solo un valido. Tras la reorganización del ejército, que pasa de tener una estructura tribal a una en la que prima el reclutamiento de mercenarios, Almanzor preparó una serie de campañas contra los cristianos del norte (de las que se cuentan matanzas atroces) pero a su muerte estalla una guerra civil que desembocará en el final del califato. Este proceso de erosión de las estructuras políticas del Estado andalusí se puede rastrear incluso durante la etapa de esplendor califal. En este sentido, el intento de crear un Estado burocrático y centralizado chocó con la realidad presente en la península ibérica desde tiempos de los visigodos. Cuanto más lejos se encontraba de la capital, más débil era la autoridad del califa, lo que llevó al incremento de las tensiones localistas y a la aparición de jefes regionales, cuyos séquitos militares eran los responsables de garantizar la defensa y la seguridad frente al peligro y la presión de los reinos cristianos. Lógicamente, este proceso de descentralización provocó la debilidad del Estado andalusí y posteriormente su partición en pequeños reinos que nada pudieron hacer para frenar el ímpetu expansivo de los reinos septentrionales.

Tras la crisis del califato, Al Ándalus se fraccionó en múltiples reinos taifas, haciéndose débil frente a los reinos cristianos, que no dejarán de aprovechar la oportunidad para salir de sus reducidos dominios y extender sus reinos hacia el sur. La abierta política conquistadora de Alfonso VI de Castilla, que en el 1085 toma Toledo, llevó a los reinos de taifas a solicitar ayuda a los almorávides. Esta secta ortodoxa de origen bereber logró derrotar a los cristianos en Zallaca pero poco después una revuelta en Córdoba provocó una nueva fragmentación en taifas de Al Ándalus y la llegada de los almohades en 1145. Estos se harán con el poder a finales de siglo xii y desarrollarán una doctrina represiva y radical, por lo que su presencia en la Península no se prolongará. Tras la conquista de Cuenca en 1177 por Alfonso VII los almohades se lanzan a la guerra santa y en el 1195 derrotan a los castellanos en Alarcos. Toledo se les resiste y, como ya sabemos, debido a la gravedad de la situación se llama a la cruzada por toda Europa y en 1212 un ejército formado por los reinos de Castilla, Aragón y Navarra derrotan a los almohades en las Navas de Tolosa.

Conforme fue avanzando el proceso de reconquista se fueron generando en toda la península ibérica una serie de leyendas que hablaban sobre la presencia de grandes tesoros ocultos que los musulmanes andalusíes habían dejado escondidos para que no cayesen en manos de sus enemigos cristianos. Muchas de estas narraciones tienen un carácter legendario, aunque hay algunas que parecen esconder tras de sí el recuerdo de hechos históricos muy concretos. Poco a poco, en el imaginario colectivo de numerosas localidades repartidas por diversos puntos de la geografía española, quedó grabada la idea que hacía referencia a todas estas riquezas que los antiguos dominadores andalusíes habían amasado hasta que no tuvieron otro remedio que esconderlas cuando sus palacios, fortalezas y ciudades fueron capturados por los cristianos. De esta manera, tras la reconquista de estos enclaves una sociedad ávida de riquezas en un mundo en el que la promoción social se intuía como algo inalcanzable, se lanzó en una carrera contra el tiempo con la intención de descubrir estos suculentos tesoros escondidos en el subsuelo de antiguos castillos abandonados, o en enigmáticas cuevas aún inexploradas. Como imaginará el lector, en la mayor parte de las ocasiones nada fue lo que se descubrió, aunque en otras se lograron hallar pequeños tesorillos formados por monedas, joyas y todo tipo de alhajas que provocaron la admiración de todos aquellos que las tuvieron entre sus manos. Muchos de estos tesoros legendarios están relacionados con la presencia de lo sobrenatural, como el que presuntamente se esconde en el santuario de Santa Casilda, en Burgos.

El santuario de Santa Casilda se encuentra situado en lo alto de un imponente promontorio ubicado en el corazón de la Bureba, muy cerca de la pintoresca localidad de Briviesca, dominando una extensa zona denominada por Azorín como «el corazón de las tierras de Burgos». En este bello santuario se conservan los huesos de la princesa toledana Casilda (hija del rey moro Aldemón o al-Mamún), nacida en la ciudad de Toledo en el siglo xi. Cuenta la leyenda que la princesa quedó huérfana de madre poco después de venir al mundo, aunque afortunadamente su infancia no fue del todo desgraciada, porque desde bien pronto recibió el cariño de sus hermanas Zoraida y Almoaín. Como era costumbre entre los hijos de la realeza, a los 5 años, Casilda empezó a estudiar el Corán, pero su afán por el conocimiento le llevó a interesarse por todos los textos que desde entonces cayeron en sus manos. Entre las historias que más le impactaron estaba la de una joven princesa cristiana que decidió huir de palacio para consagrarse a una vida ascética y de oración. Según se dice, con tan solo 17 años de edad Casilda ya era una de las mujeres más sabias del reino, y pronto comenzó a interesarse por lo principios éticos del cristianismo. Su sabiduría no era menor que su bondad, porque empezó a frecuentar las cárceles del palacio para entregar medicinas y alimentos a los cautivos de su padre, el cual entró en cólera cuando fue consciente de la «traición» pertrechada por su hija.

A pesar del enfado de su padre, la joven princesa siguió visitando y llevando consuelo a los sabios sacerdotes y monjes que palidecían en las lúgubres cárceles toledanas. Enterado el rey Adelmón, fue a espiarla en el jardín de sus aposentos, y al verla allí le preguntó qué era eso que estaba ocultando en su vestido. Casilda respondió llena de temor que lo que ella llevaba eran rosas, pero evidentemente su desconfiado padre no la creyó, por lo que la obligó a abrir los pliegues de su vestido. Es aquí cuando se obró el milagro, porque gracias a la intermediación de la Virgen las medicinas que llevaba escondidas en su interior se convirtieron en rosas.

Como cabía esperar, el favor que le había hecho la Virgen hizo aumentar las simpatías de la joven princesa hacia la religión cristiana, pero desgraciadamente el mal no tardó en cebarse con Casilda, al caer víctima de una enfermedad que había heredado de su madre. Los cautivos a los que había estado sirviendo miraron con estupor cómo su valiente heroína se iba consumiendo poco a poco, pero uno de ellos sugirió un extraño remedio: bañarse en los lagos norteños de San Vicente de la Bureba, cercanos a la burgalesa Briviesca. Por si quedaba alguna duda, una voz procedente del cielo, y que al parecer fue transmitida por la Virgen, confirmó la sugerencia, por lo que el rey Adelmón organizó una expedición para trasladar a su querida hija hasta tierras cristianas. Lo que ocurrió es de sobra conocido por las gentes de Briviesca: nada más lavarse en los lagos de San Vicente quedó sanada de su enfermedad, y como agradecimiento la princesa decidió quedarse en el lugar, para vivir de forma eremítica y en agradecimiento al piadoso dios de los cristianos. Se dice que Casilda trajo consigo un importante tesoro desde Toledo, al que se le perdió la pista, aunque la tradición asegura que lo repartió entre las parroquias vecinas y los pobres.

Según cuentan las tradiciones, después de la Reconquista muchos tesoros andalusíes fueron escondidos para evitar que cayesen en manos de los cristianos. Según las leyendas, el santuario de Santa Casilda, en Burgos, podría ser uno de los lugares en donde queda uno de estos valiosos tesoros por descubrir.

Desde Burgos viajamos hacia el sur. Según el presbítero Cecilio García de la Leña, en su obra de 1789 Conversaciones históricas malagueñas, la cueva encantada del Rincón de la Victoria, podría haber sido el lugar donde en el siglo xii quedaron ocultas grandes riquezas procedentes de África:

Un rumor heredado de los moros de que en esta cueva se ocultaba un tesoro de Cinco Reyes Mahometanos que lo escondieron en dicha sima hizo que en el siglo pasado, y a comienzos de este, se atreviese la codicia de algunos malagueños a penetrar en sus cavidades, dejándonos uno de ellos la relación que describe los vericuetos, simas y pasadizos tapiados por muros de mampostería que encontraron… pero la complejidad de la cueva les impidió explorar lo principal del sitio donde, sin duda, estaban los tesoros de los Cinco Reyes Mahometanos, que dejaron allí para cuando volviesen a poseer esta tierra con paz y sosiego.

El inicio de esta larga historia se sitúa en el año de 1145, cuando el emir almorávide norteafricano Tasufin ben Alí, no tuvo más remedio que esconderse junto con su tesoro en la ciudad de Orán, como consecuencia del imparable empuje militar de los extremistas almohades en la zona de Marruecos. El problema es que nada parecía parar a estos nuevos conquistadores, por lo que el emir decidió huir hacia Al Ándalus, con tan mala suerte que cuando estaba a punto de embarcar en el barco que le debía trasladar a zonas más seguras, se entabló una feroz lucha en la que cayó mortalmente herido. Justo antes de morir, el emir le encomendó a su lugarteniente Ibn Maymún una nueva misión, la más importante de todas: debía desplazar sus tesoros hasta tierras cristianas.

Poco tiempo después, diez galeras partieron rumbo al norte hasta llegar al puerto de Biziliana, el Rincón de la Victoria, que por aquel entonces era uno de los pocos enclaves leales a los almorávides. Allí, Ibn Maymún ocultó el enorme tesoro en la cueva del Higuerón, o como se la conoce hoy en día, la cueva del tesoro. Esta cavidad es una de las pocas que existen en el mundo que tiene un origen marino. Tiene una extensión de 2,5 kilómetros, con bellas galerías subterráneas en donde los arqueólogos han podido constatar un antiguo poblamiento desde época paleolítica. En su interior no faltan restos de época neolítica y fenicia, y además ha sido escenario de prácticas espirituales y mágicas, otorgándole un aroma y un carácter misterioso inmejorable para la búsqueda de un tesoro perdido.

En 1847 Antonio de Nari, natural de Suiza, llevó a cabo un descubrimiento sorprendente. Un día, paseando por los alrededores, encontró una gatera cerca del techo de la cueva por lo que decidió internarse para descubrir la existencia de nuevas salas que hasta ese momento habían pasado inadvertidas. Posteriormente, el suizo descubrió una serie de chimeneas que comunicaban la gruta con el exterior, y lo más curioso de todo es que parecían haber sido taponadas con unas piedras. Entusiasmado con estos nuevos progresos, el suizo, que ya conocía la obra Conversaciones históricas malagueñas, creyó haber dado un paso de gigante para el hallazgo de este fantástico e inimaginable tesoro. Lamentablemente, no todo iba a ser tan fácil como en un principio esperó. Sabemos que allí pasó treinta años minando el subsuelo de la gruta hasta convertirla en un auténtico laberinto, pero en una de las muchas explosiones que realizó perdió la vida y su sueño de encontrar el tesoro perdido de los moros.

Algo más tarde, en 1874, un joven malagueño llamado Francisco Bergamín García organizó una sociedad para el estudio de la cueva, y de todo lo que de ella se decía, mientras que a finales del siglo xix dos estudiantes de Farmacia adquirían en propiedad la cueva para dedicarse al lucrativo comercio de la explotación del estiércol de murciélago. En 1951, uno de ellos, siendo ya anciano, decidió legar la cueva a su sobrino, Manuel Laza Palacio, junto con un ejemplar de las Conversaciones históricas malagueñas. Con él se inició una nueva investigación sobre los secretos que escondía la cueva.

Ese mismo verano, Laza exploró las tres puertas y las galerías que iban a parar a un pozo o sima. Al mismo tiempo, investigando en los archivos locales logró descubrir un antiguo relato de un fraile del siglo xvii nacido en Orán que parecía confirmar la antigua historia relacionada con el emir Tasufin ben Ali. Espoleado por sus nuevos descubrimientos, Laza se dedicó en cuerpo y alma al estudio de la cueva, hasta el punto que llegó a contactar con todo tipo de personajes de dudosa reputación, desde videntes hasta extraños zahoríes, que una y otra vez le animaron a seguir con su búsqueda. En 1955 Manuel Laza se llevó una grata sorpresa al descubrir un candil almorávide en cuyo interior reposaban seis monedas de oro y otras tantas de plata (el número seis tenía un significado mágico para esta secta religiosa) acuñadas por el emir Alí ben Yusuf. Para Laza esta tuvo que ser la señal que debería anunciar el inminente descubrimiento de unas enormes riquezas; además, según se dijo, el candil había aparecido incrustado en una de las grietas cercanas al pozo, por lo que desde el principio se interpretó como una especie de ritual de ocultación del auténtico tesoro que aún estaba y está por descubrir.

Cueva del tesoro del Rincón de la Victoria, en cuyo interior la historia y la leyenda se entrelazan para generar una apasionante historia relacionada con un tesoro perdido.

En 1988 Manuel Laza Palacio murió sin ver cumplido su anhelado sueño. Hoy en día son muchos los que aseguran haber visto un fantasma merodeando por el lugar. Se cuenta que este es el fantasma del suizo que, fiel a su sueño, sigue buscando el tesoro de los Cinco Reyes Mahometanos.

El tesoro maldito de la Alhambra

Tras la derrota de los almohades en la épica batalla de las Navas de Tolosa, los reinos cristianos peninsulares pudieron acelerar el proceso de reconquista hasta arrinconar, poco tiempo después, a los musulmanes en el Reino de Granada, el cual pudo sobrevivir hasta 1492. En Aragón, adquirió un enorme protagonismo Jaime I (1213-1276) con el que se inicia un periodo de conquista que le llevará a incorporar en 1229 el Reino de Mallorca, a lo que siguió el resto de las islas Baleares y en el 1238 la ciudad de Valencia. Fue tal su prestigio que el papa Inocencio IV llegó a considerarle como el gran adalid de la Cristiandad y, como tal, la mejor opción para encabezar un gran ejército con el que recuperar Tierra Santa. Mientras tanto el rey de Castilla, Fernando III el Santo, logró capturar la que había sido gran capital del califato, Córdoba, después de un duro asedio, mientras que en el 1248 se apodera de Sevilla.

La supervivencia de los musulmanes en España solo puede entenderse como consecuencia de las disputas que surgieron entre los reinos cristianos españoles, especialmente Castilla y Aragón, además de por la relación de vasallaje que se estableció entre la Granada nazarí y el rey de Castilla, que desde ese momento disfrutó del pago de fuertes tributos que los granadinos le entregaron en concepto de parias para garantizar su supervivencia. A lo largo de este siglo xiii se produjeron nuevos episodios de resurgimiento del poder musulmán, como el de 1264, en el que los mudéjares de Andalucía, los musulmanes de Granada y los benimerines norteafricanos organizaron una grave sublevación que al final pudo ser aplacada, pero con tantas dificultades que provocará un cambio de actitud de la política castellana (muy tolerante hasta ese momento) hacia posiciones más firmes que incluyeron la expulsión de una buena parte de la población musulmana, por lo que esta quedó muy reducida y ubicada en las famosas morerías.

La existencia de este tipo de políticas con traslados de población por motivos forzosos está relacionada, nuevamente, con el ocultamiento de unos tesorillos que sus propietarios deciden esconder hasta que las circunstancias permitiesen volver a recuperarlo, aunque en muchas ocasiones el olvido o su muerte lo impidieron. En este contexto podemos ubicar una serie de tesoros formados por monedas de oro y valiosas joyas, cuya naturaleza solo podemos entender si tenemos en cuenta las expulsiones de judíos, mozárabes o moriscos, especialmente en el Reino nazarí de Granada, lugar en donde se han logrado encontrar varios conjuntos y donde, con toda probabilidad, quedan otros muchos a la espera de ser descubiertos. Uno de las hallazgos más importantes se produjo, no obstante, hace mucho tiempo, cuando en una fecha indeterminada, entre el 1077 y el 1090, el rey zirí Abdalá logró descubrir el conocido tesoro de la Alhambra, formado por unos 3000 dinares de oro, mientras se abría una zanja en el por aquel entonces castillo de la Alhambra. Este tesoro pudo pertenecer a un judío que fue asesinado después de esconder su fortuna tras el pogromo de 1066, por el que unos 4000 judíos fueron salvajemente asesinados a manos de los musulmanes, especialmente los banqueros, comerciantes y orfebres, mientras que el resto no tuvo otro remedio más que huir sin poder transportar nada de valor.

El afán por encontrar alguno de estos tesoros de los moros, como generalmente se les denominó, provocó la aparición de una serie de librillos que se vendieron como guías para dar con ellos. Es el caso de Recetas para hallar tesoros escondidos de los moros de Granada, que empezó a circular a principios del siglo xvi, y a pasar de mano en mano por cientos de individuos que soñaron con hacerse con una pequeña fortuna. Muy pocos fueron los que lo consiguieron.

Algo después, en 1126 unos 12.000 mozárabes se vieron obligados a huir de Granada cuando fueron conscientes de que Alfonso I el Batallador, al que habían pedido ayuda los granadinos para combatir contra los conquistadores almorávides, no pudo derrotar al ejército norteafricano, por lo que decidieron escapar para no sufrir las represalias de las invasores almorávides. Al verse obligados a huir a toda prisa, algunos de ellos tuvieron que enterrar algunos objetos de valor que nunca pudieron recuperar. En 1492 les tocó el turno a los judíos cuando fueron expulsados por los Reyes Católicos, mientras que tras la guerra de las Alpujarras los moriscos se vieron obligados a escapar a toda prisa, no sin antes esconder sus objetos más valiosos en las comarcas montañosas, lo que explica la posterior aparición de diversos tesorillos. Existe un caso concreto que desde hace años ha generado una gran expectación. En 1571 un morisco llamado Luis Gostín fue expulsado de Granada, y nueve años después, tras convertirse al cristianismo, solicitó desde Zaragoza trasladarse hasta su antigua ciudad para recuperar los 9000 ducados que había dejado ocultos.

La Alhambra. En el siglo xvi un conjunto de libros con claves precisas para encontrar tesoros perdidos de los moros, empezaron a circular por la ciudad de Granada.

Aunque con un carácter únicamente legendario, no encontramos mejor opción para terminar este capítulo que contar la apasionante leyenda del tesoro maldito de la Alhambra. Como vimos, después de muchos siglos de lucha, el año 1490 se inicia con el asedio de la última ciudad que los musulmanes seguían conservando en España. Inmediatamente, los Reyes Católicos abrieron negociaciones secretas, dirigidas desde el campamento cristiano de Santa Fe, con el rey nazarí Boabdil, el cual exigió respeto hacia la religión islámica para aquellos que decidiesen quedarse en Granada, pero también una exención fiscal por tres años, e incluso un perdón general para todos los delitos y excesos cometidos durante los últimos momentos de la guerra. Los Reyes Católicos tenían la victoria al alcance de sus manos, pero decidieron ser generosos, por lo que enviaron a sus emisarios: Gonzalo Fernández de Córdoba y el secretario real Fernando de Zafra para entrevistarse con Abul Kasim, emisario de Boabdil, los cuales llegaron a un acuerdo por el que el 25 de noviembre se firmaban las capitulaciones de Granada, como paso previo a la rendición, la cual se hizo efectiva cuando el último rey nazarí entregó las llaves de la ciudad el día 2 de enero de 1492.

Cuenta la leyenda que antes de salir hacia el exilio, Boabdil ordenó esconder la mayor parte de los tesoros del reino en una de las torres de la Alhambra. En esto no se distinguió de otros muchos caudillos que, en el último momento, decidieron poner a buen recaudo unas riquezas que con tanto esfuerzo habían logrado amasar con el sudor de la frente de sus exprimidos súbditos. Según la leyenda, para garantizar su seguridad ordenó que uno de los soldados fuese encerrado en el interior de la torre para cuidar, durante el resto de la eternidad, de todos los objetos de enorme valor allí escondidos. De poco sirvieron los gritos de terror del desangelado guardián, porque tras cerrar las puertas, un mago realizó un encantamiento destinado a proteger el contenido de una torre que desde ese momento quedó oculta ante los ojos de los cristianos.

A pesar de todo, el soldado cobijó un cierto sentimiento de esperanza, pues el rey Boabdil estableció algunas condiciones para posibilitar, aunque fuese remotamente, su ansiada libertad. Según nos cuentan las viejas tradiciones del lugar, cada tres años el guardián podría salir, para pasear por los bellos rincones de la Alhambra, y lo que es mejor: si lograba encontrar a alguien que pudiese pagar su rescate, valorado en tres monedas prestadas (el rescatador debía de pedirlas prestadas), pensadas (hacer pensar que eran para él) y dobladas (cada una debía de valer el doble que la anterior) el hechizo quedaría roto para siempre, y para compensar los sufrimientos padecidos por su encierro secular, podría acceder a una parte del tesoro como premio. Hasta el día de hoy, nunca nadie ha logrado liberar al desdichado guardián del tesoro de la Alhambra, el cual sigue prisionero entre unas paredes que se han convertido en testigo de la locura de un hombre que cayó bajo el encantamiento de una maldición que le sigue consumiendo, poco a poco, hasta hacerle perder la cordura. Eso sí, se cree que cada cien años, en la víspera de la noche de San Juan, una figura espectral aparece por las bellas estancias de la Alhambra para pedir una libertad que nunca podrá conseguir.

Ir a la siguiente página

Report Page