Eso no estaba en mi libro de Historia de la Edad Media

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Capítulo 5 La tumba del apostol Santiago

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Capítulo 5

La tumba del apostol Santiago

Homo viator

Tradicionalmente se ha pretendido catalogar a los hombres y mujeres de la Edad Media como seres inmóviles y apegados a la tierra, como unos individuos que vivieron en una época en la que los campesinos no conocían otro horizonte más que el situado en torno a la comarca en la que vivían. De esta manera se consideró que los únicos que lograron traspasar las fronteras de su entorno más inmediato fueron algunos monjes que recorrieron la Cristiandad para ampliar sus conocimientos en alguna de las grandes bibliotecas diseminadas por Occidente, también los cruzados, que sintieron la llamada para emprender una peligrosa aventura y largos viajes con la intención de arrebatar a los musulmanes su control de Tierra Santa. Por el contrario, el pobre campesino no acostumbraría a salirse del recorrido que unía la tierra en donde trabajaba con su hogar y la iglesia parroquial. Como tendremos ocasión de comprobar esta concepción es muy matizable.

Frente a esta idea, la historiografía actual se esfuerza por ofrecer una imagen más acertada de lo que fue, en conjunto, la sociedad medieval, en donde la idea del camino, in via, no fue ajena a diversos grupos que peregrinan y se desplazan en constante movimiento. Es lo que se ha denominado homo viator. El peregrino medieval es un ser que viaja hacia un lugar remoto y su objetivo es la salvación espiritual, el perdón de sus pecados e incluso la superación de sus propios males, tantos físicos como psíquicos. La peregrinación medieval es, por otra parte, una forma de penitencia, especialmente entre los siglos xi y xiii, en la que se vive una nueva oleada penitente que coincidirá con el triunfo definitivo y la eclosión de las grandes rutas de peregrinación de la Cristiandad, en donde se genera una jerarquía de lugares donde el fiel creyente debía desplazarse para buscar un contacto espiritual con el santo al que pretende reverenciar, por lo que acude a su tumba o a la búsqueda de un resto físico materializado en el complejo mundo de las reliquias. El origen de este fenómeno se inscribe en el mismo contexto en el que se produce la introducción del cristianismo en tierras de Occidente. En el 333, unos peregrinos galos establecen un itinerario para marchar desde Burdeos hasta Jerusalén, mientras que la viajera y escritora hispanorromana Egiria redacta un manuscrito en latín vulgar sobre sus viajes a los Santos Lugares en el siglo iv.

Las primeras peregrinaciones se dirigen a Jerusalén. Es lógico que así fuese porque en esta ciudad fue donde el «hijo de Dios» había padecido la Pasión para salvar a la humanidad. El problema es que el viaje a Jerusalén no estaba al alcance de todo el mundo, por la lejanía, la duración, lo costoso y todos los peligros que rodeaban a esta tierra disputada por romanos, bizantinos, persas y, finalmente, musulmanes. Es por este motivo por el que desde bien pronto se consolida una segunda ruta de peregrinación, en este caso a Roma, donde se encontraban los cuerpos de dos de los grandes santos del cristianismo: Pedro y Pablo, al igual que las tumbas de los primeros mártires y las catacumbas en donde se habían escondido (al menos esporádicamente y durante breves periodos de tiempo) los seguidores de la nueva religión, sobre todo en los momentos de persecución. Desde el siglo iv y hasta el final de la Edad Media, los papas ordenaron trasladar hasta Roma todo tipo de reliquias, especialmente cuerpos de santos, favoreciendo la aparición de innumerables edificios religiosos tanto en el exterior como en el interior de las murallas que rodeaban a la Ciudad Eterna. La llegada de peregrinos experimentó un destacable salto cuantitativo a partir del año 1300, en el que el papa Bonifacio VIII establece el Jubileo, con el consiguiente incremento de la afluencia de visitantes atraídos por la remisión de sus pecados.

Poco a poco, las peregrinaciones cubren toda la Cristiandad. Miles de fieles cristianos recorren todo tipo de vías, sendas y antiguas calzadas sin más objetivo que llegar hasta un lugar sagrado, cargado de espiritualidad, en donde poder ver cumplido un sueño que le acerque a la salvación de sus almas. Como dijimos, las más importantes son las que se dirigen a Tierra Santa, Roma y, muy especialmente, a Santiago de Compostela, de la que en breve hablaremos, aunque existen otras que merecen nuestra atención. Una es la de Tours, en donde se encuentra ubicada la tumba de san Martín, un santo muy popular fallecido en el 379 y que atrajo a importantes personajes como Carlomagno o Ricardo Corazón de León. Igualmente concurridos son los enclaves en donde se produjeron apariciones del arcángel Miguel, del que no se conservaban reliquias, pero que simbolizaba la ascensión hacia el Cielo por lo que se convirtió en santo de los lugares elevados. En el siglo v ya tenemos constancia de su culto en monte Gargano, mientras que en Normandía la peregrinación hasta el monte Saint-Michel se convertirá en una de las más populares de toda Francia.

Si importante es el culto a los santos, más lo es el de la Virgen María, en especial a partir del siglo xi, ya que los lugares relacionados con la madre de Cristo atraerán a un extraordinario número de peregrinos. En Francia, el culto mariano se desarrolla de forma extraordinaria, y esto se refleja en la construcción de un gran número de templos dedicados a Notre-Dame, en Chartres, París o en Boulogne, fenómeno este que se repite en los reinos cristianos españoles, en donde la devoción a la Virgen se puede rastrear desde Cataluña hasta Castilla, aunque en España destaque, por su trascendencia, la peregrinación hasta el enclave en donde se encontró la supuesta última morada del apóstol Santiago.

Santiago fue hijo de Zebedeo y Salomé, y uno de los primeros apóstoles que recibió la llamada de Jesús mientras se encontraba pescando en el lago Genesaret. Según la tradición, después de Pentecostés Santiago habría decidido viajar hasta Hispania para predicar el evangelio, por lo que embarcó en un carguero y después de un largo viaje llegó hasta Gallaecia, donde inició su misión. A pesar de las múltiples tradiciones que relacionan a Santiago con España, se tienen muchas dudas a la hora de establecer la historicidad de estos relatos ya que, entre otras cosas, san Pablo mostró su voluntad de predicar en la península ibérica por considerarla un territorio virgen y nunca evangelizado, lo que haría improbable el anterior viaje de Santiago. Así lo reconoce la propia Iglesia católica, aunque a pesar de ello, ha seguido permitiendo la versión legendaria debido a la devoción que durante siglos se ha tenido en España hacia su santo protector.

Dijimos improbable, aunque no imposible, porque en cualquier caso la presunta evangelización del apóstol habría provocado la existencia de algunos discípulos que habrían continuado la tarea evangelizadora de Santiago cuando este regresó a Jerusalén (es el caso de los siete varones apostólicos). A su llegada a Tierra Santa, el apóstol incumplió la prohibición de predicar el mensaje de Cristo, prefiriendo la vía del martirio, por lo que finalmente fue ajusticiado y decapitado en Jerusalén en el año 43 por orden de Herodes Agripa.

En la Edad Media se tenía el convencimiento de que tras la muerte del apóstol su cuerpo fue trasladado hasta España, para recibir sepultura en un lugar en donde antes habría predicado.

Tras su muerte, el cuerpo del apóstol fue recuperado por dos de sus discípulos, Atanasio y Teodoro, para después ser depositado en una mítica embarcación de piedra con la que fue transportado hasta tierras de Hispania. Cuando llegaron a las costas de Galicia, el cuerpo fue puesto en un carro que se puso en camino con la intención de encontrar el lugar idóneo en el que poder ser enterrado. Cuando la comitiva funeraria pasó por el bosque de Libredón, cerca de la actual Padrón, en Iria Flavia, los bueyes se negaron a continuar y esto fue interpretado como una señal divina y un claro mensaje procedente de lo más sagrado, por el que se indicaba que este debería ser precisamente el lugar en donde debía ser enterrado el apóstol Santiago. Existen serias dificultades a la hora de interpretar este episodio más que como un simple hecho legendario, pero a pesar de ello somos conscientes de la generación de unas tradiciones que, siglos más tarde, se esforzarán por recordar estos acontecimientos. El Breviario de los Apóstoles de finales del siglo vi hace referencia a la predicación de Santiago por España y su enterramiento en el Arca Marmárica, mientras que en el siglo vii Beda el Venerable se atreve a precisar la localización exacta del sepulcro del apóstol. Algo más tarde, la tradición jacobea recupera su protagonismo en la península ibérica a partir de los escritos del célebre Beato de Liébana, pero esta queda silenciada después de la conquista musulmana del 711. Tendremos que esperar al nacimiento del pequeño Reino de Asturias, tras el episodio de Covadonga al que ya hicimos referencia, para que el culto a Santiago adquiera la influencia que tuvo durante toda la Edad Media.

Uno de los más importantes monarcas asturianos fue Alfonso II el Casto (791-842). Durante su reinado se produjo el milagroso descubrimiento de la tumba. En la Concordia de Antealtares de 1077 se dice que un ermitaño llamado Pelayo (no confundir con el vencedor de Covadonga) observó en el 813 unas luces misteriosas sobre un pequeño montículo mientras recorría el bosque de Libredón. Sin pensárselo dos veces informó sobre el extraño hallazgo al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, quién marchó hacia el lugar para certificar que estos resplandores indicaban el punto exacto en donde había quedado enterrada, muchos siglos atrás, el Arca Marmárica. Efectivamente, cuando abrieron el sepulcro, hallaron un cuerpo decapitado, con la cabeza bajo el brazo, que no dudaron en atribuir a Santiago. Como no podría haber sido de otra manera, el obispo informó de este fenomenal suceso a Alfonso II, el cual se personó en el antiguo Campo de las Estrellas y ordenó la construcción de una pequeña capilla para rendir culto al apóstol.

Con el tiempo, Santiago de Compostela se convirtió en una influyente sede episcopal y en uno de los grandes centros de peregrinación de toda Europa. El lugar no podría ser más apropiado por encontrarse situado muy cerca del cabo de Finisterre, en el extremo occidental del mundo conocido, al que se llegaba siguiendo el camino que recorrían en el cielo las estrellas de la Vía Láctea. Además de por la devoción que despertaba el culto al santo, la ruta jacobea atraerá a millones de almas por su inherente significado astronómico y geográfico, por lo que el Camino actuará como elemento cohesionador de los reinos cristianos peninsulares y como apertura a las influencias que llegarán desde más allá de los Pirineos.

El Códice Calixtino

La relevancia de Santiago de Compostela fue tal que el rey Alfonso III el Magno decidió ampliar la antigua capilla y construir una iglesia prerrománica en el 899, de la que apenas quedan restos materiales por resultar destruida durante el ataque de Almanzor. Afortunadamente, el violento caudillo militar andalusí no se atrevió, tal vez por temor, a tocar la tumba en donde reposaba el apóstol. Tras las razias del Almanzor, el siglo xi se inicia con la influencia cada vez mayor de la orden de Cluny, que promueve las peregrinaciones a Santiago y se intensifica, así, el número de devotos desplazados desde toda Europa con la intención de venerar las reliquias del apóstol de Cristo. Esta intensificación de la afluencia de peregrinos obligó a los monarcas cristianos a llevar a cabo una descomunal labor organizativa, por lo que se invierte una gran cantidad de recursos en la construcción de puentes, hospitales y todos los espacios necesarios para satisfacer las necesidades de los devotos del santo. En 1073 Alfonso VI inicia la construcción de un nuevo templo en sustitución del que había sido erigido por Alfonso III. Se trata de una catedral románica con los típicos elementos de las iglesias de peregrinación, proyectada para dar cobijo a un número creciente de visitantes que llegan hasta este lugar, considerado como el fin del mundo, para ser partícipes de la magia de este enclave cargado de espiritualidad.

En el siglo xii el Camino de Santiago terminará convirtiéndose en la gran ruta de peregrinación de la Cristiandad, en buena medida como consecuencia del decidido apoyo que llega de Roma. En 1120 el papa Calixto II concedía a la diócesis compostelana el privilegio de celebrar años santos o jubilares (cuando el día 25 de julio cayese en domingo). Este privilegio se vio confirmado en 1179 con la Bula Regis Aeterni, concedida por el papa Alejandro III, por la que los peregrinos obtenían la indulgencia plenaria después de llegar a Compostela. Entre estos visitantes los hay de todo tipo y condición: campesinos con escasos recursos económicos, desheredados, pequeños comerciantes y artesanos, hidalgos, caballeros, obispos, monjes y artistas, incluso algún papa, emperador y rey. Muchos proceden de fuera de la Península por lo que traerán hasta los reinos cristianos españoles nuevas modas y tendencias, nuevos estilos artísticos, literarios y formas religiosas, algunas recibidas con los brazos abiertos, otras no tanto. A lo largo de cientos de kilómetros los peregrinos transitan por unas localidades situadas a orillas del camino en donde vemos aparecer nuevos comercios, tabernas y hospederías, pero no solo eso; la necesidad de erigir nuevos templos en donde se cobijarán cientos de reliquias favorece un proceso de revitalización económica al requerir de un considerable número de trabajadores, muchos relacionados con la construcción, como vidrieros, albañiles, canteros o carpinteros. La artesanía experimenta, por otra parte, un auge considerable por el lógico incremento de la demanda de productos de primera necesidad y los relacionados con el propio peregrinaje. El Camino de Santiago se convertirá, de esta manera, en el eje económico más dinámico de la Península, hasta el punto de articular un verdadero mercado peninsular.

El descubrimiento de la presunta tumba del apóstol Santiago provocó el inicio de un movimiento de peregrinaje cuyas consecuencias fueron decisivas a la hora de comprender la apertura de los reinos cristianos peninsulares hacia el resto de Europa.

El desbocado tránsito de peregrinos conlleva la realización de un esfuerzo complementario para la mejora de los caminos y las vías de comunicación, aunque durante mucho tiempo se seguirá recurriendo a las antiguas calzadas romanas. Lógicamente, no todos los que recorren estos caminos lo hacen con buenas intenciones ya que tampoco van a faltar los que se sientan atraídos por la perspectiva de una ganancia fácil. Así, veremos deambular con más frecuencia de la deseada a todo tipo de ladrones, rateros, bandidos, timadores, estafadores, asesinos, criminales y maleantes. Para solucionarlo se intenta implantar una legislación y un cuerpo especial de protección que permita la salvaguarda del devoto visitante, pero lo que realmente conseguirá minimizar la violencia en torno al camino (tal y como sucede en el resto del continente) es la implantación de la paz o tregua de Dios, de la que ya hablamos, que garantiza una relativa tranquilidad en los lugares santos. Y el Camino de Santiago lo fue.

En este siglo xii, durante esta época de consolidación de la gran ruta de peregrinaje, se puede fechar el Códice Calixtino, un manuscrito iluminado en donde se reúnen leyendas que hacen referencia al traslado del apóstol hasta Compostela. También aparecen sermones, himnos, textos litúrgicos y piezas musicales relacionadas con su culto e incluso una serie de consejos y descripciones de la ruta y los monumentos más importantes para que sirva de guía de viajes para los peregrinos que realizaban el trayecto. La fama del Camino de Santiago había saltado fronteras durante estos siglos centrales de la Edad Media, pero pronto esta primera época de esplendor de la ruta jacobea llegará a su fin como consecuencia de una serie de factores diversos, pero irremediablemente relacionados. En primer lugar se deben de tener en cuenta las profundas convulsiones sociales en la Europa del siglo xiv, especialmente por la propagación de la peste negra y por el gran cisma de Occidente de 1378, por el que varios obispos se disputarán la autoridad pontificia. Los conflictos religiosos que se enquistan durante los siguientes siglos en la Cristiandad provocan inseguridad en los caminos por lo que los peregrinos empiezan a desaparecer de los paisajes europeos y de unas rutas cada vez menos seguras. Por otra parte, el avance del proceso reconquistador en la península ibérica obliga a desviar la atención de los monarcas cristianos, especialmente el de Castilla, mucho más hacia el sur.

En el siglo xv la situación no mejora ya que las guerras, la peste y el hambre provocada por las malas cosechas impedirán la revitalización de la antigua ruta. En la centuria siguiente, en concreto en el 1589, se produce un hecho de trascendental importancia en la historia del Camino de Santiago, cuando el sanguinario corsario inglés Francis Drake amenaza con destruir la catedral tras su fallida tentativa de apoderarse de La Coruña. Ante esta dramática situación, el arzobispo de Santiago, Juan de Sanclemente, decidió ocultar los tesoros del templo en un lugar ignoto situado en el ábside de la capilla mayor. El problema es que el arzobispo se llevó a la tumba el secreto del punto exacto en donde se situó el cuerpo de Santiago, el cual no pudo ser descubierto hasta el siglo xix, que es precisamente cuando se produce el resurgimiento de la peregrinación a Santiago de Compostela.

En las excavaciones realizadas en la catedral durante los años 1878 y 1879 se encontró una inscripción en la que se podían leer estas palabras: «Athanasios martyr», junto a los restos de tres fallecidos, quienes fueron identificados como Santiago y sus discípulos Atanasio y Teodoro. Debido al magnífico descubrimiento, el papa León XIII publicó la bula Deus Omnipotens, en donde se repasaba la historia del antiguo Camino de Santiago que a partir de entonces empezó a recuperarse, especialmente en los últimos años del siglo xx y principios del xxi, en los que el ser humano, tan alejado de su faceta espiritual, ha vuelto a fijar su mirada en un paisaje sobrecogedor y con un enorme valor histórico, artístico y religioso.

Hoy, como antes, el peregrino sigue formando parte del paisaje habitual de las tierras del norte de España y sur de Francia, y sus pasos, como los de los olvidados peregrinos de tiempos medievales, siguen haciendo un Camino que no ha dejado de evolucionar desde el siglo x, en el que tenemos los primeros datos sobre unas personas que realizaron la ruta, solos o acompañados, en algunas ocasiones formando parte de numerosas comitivas con las que buscaban protección y compañía. Durante los kilómetros de marcha llevaron a cabo una labor penitencial y de reflexión, con la intención de que sus pecados pudiesen ser expiados cuando llegasen a Santiago. Entre ellos fue frecuente la caridad y el apoyo mutuo, al igual que la obligación de alimentar y proteger a los menos favorecidos. Durante todo este tiempo, al fiel devoto del apóstol se le identificó por su llamativa indumentaria, compuesta básicamente por un sombrero de ala ancha para guarnecerse del sol y de la lluvia, una capa larga con esclavina y zurrón sin ataduras que simboliza la generosidad y un bastón con punta de hierro que servía de apoyo al caminante en los tramos más exigentes y para defenderse de las alimañas con las que se podría cruzar durante su trayecto. De igual forma, resaltaba en su atuendo la presencia de una calabaza hueca que contenía algún tipo de líquido (generalmente agua) para poder hidratarse y saciar la sed, en especial durante las largas jornadas de verano en las que los rayos de un sol inclemente caían sobre las ásperas tierras castellanas, y por supuesto la concha, la venera del peregrino que la había ganado tras alcanzar Compostela y que, desde entonces, le acompañaría durante el resto de su vida como símbolo de la generosidad adquirida en su peregrinación hasta la tumba del apóstol.

Mitos y leyendas del Camino

En el día a día del peregrino también había tiempo para el descanso cuando, tras toda una agotadora jornada de marcha, hombres y mujeres se reunían en torno a un reconfortante fuego, especialmente durante las largas noches de invierno, para contarse las anécdotas de su viaje e incluso para narrar toda clase de cuentos y leyendas en donde lo mágico se confundía con lo real. Fue así como, poco a poco, empezó a generarse todo un universo legendario que aún siguen recordando los que siguen buscando en el Camino una nueva forma de entender un mundo moderno cada vez más lejano de lo espiritual. Una de las historias, que nunca tuvo que faltar y que a buen seguro fue narrada repetidas veces mientras los huéspedes se relajaban cómodamente en los albergues tras una suculenta cena, fue la del milagro del gallo y la gallina.

A lo largo del Camino de Santiago el peregrino pudo acceder al conocimiento de antiguos relatos en donde se narraban historias de portentosos milagros relacionados con el apóstol.

Se cuenta que en el siglo xiv una familia alemana compuesta por el padre, la madre y un hijo de unos 18 años llamado Hugonell, quiso peregrinar a Compostela. Cuando ya había recorrido media Europa, la familia llegó hasta Santo Domingo de la Calzada y allí decidió hospedarse en una posada para pasar la noche y reparar fuerzas, con tan mala suerte que una joven cayó perdidamente enamorada de Hugonell, pero al no ser su amor correspondido, la chica decidió cobrarse venganza y acusó al joven alemán de haber cometido un delito. Mientras todos dormían y esperaban la llegada del amanecer para iniciar una nueva jornada que les aproximase a la tumba de Santiago, la chica consiguió entrar en la habitación donde dormía el joven con sus padres e introdujo una copa de plata, que previamente había robado de la parroquia, en el zurrón de Hugonell. A la mañana siguiente, cuando ya estaban a punto de partir, la familia alemana fue retenida como consecuencia de la denuncia interpuesta por la muchacha. Cuando las autoridades revisaron el zurrón de Hugonell descubrieron la copa plata. Ya nada parecía que pudiese ocurrir para salvar la vida del joven inocente por lo que sus padres, hundidos en la desesperación, pidieron ayuda a Santiago para que intercediese por ellos, pero sus ruegos (aparentemente) no fueron escuchados por lo que su hijo fue ajusticiado. Rotos por el dolor, los padres se acercaron al cuerpo inerte de su amado primogénito para comprobar, con enorme satisfacción, que Hugonell seguía con vida.

Emocionados por lo que acababan de contemplar se dirigieron a toda prisa hasta la casa del corregidor, y allí lo encontraron degustándose con un rico manjar compuesto por suculentas aves de corral. Cuando los padres le contaron la historia, el corregidor pensó que a los pobres padres se les había ido la cabeza por la muerte de su hijo por lo que, sin ningún tipo de compasión, les aseguró que su hijo tenía tanta vida como el gallo y la gallina que estaba a punto de comerse. Fue en ese momento cuando las dos aves saltaron del plato y se pusieron a cacarear alegremente, como si no hubieran sido cocinadas, provocando el lógico espanto del corregidor que, atónito por lo que sus ojos acababan de contemplar, terminó otorgándole el perdón al joven alemán.

Otras leyendas que, a buen seguro, compartieron los peregrinos mientras viajaban hacia Santiago fueron las que recordaban la llegada del apóstol hasta tierras hispanas. Durante la traslatio de los santos Atanasio y Teodoro desde Tierra Santa hasta Galicia con los restos del apóstol a bordo de una mágica balsa de piedra, se produjeron hechos milagrosos como el que aconteció cuando ya estaban muy cerca de su destino. Mientras recorrían las costas gallegas pudieron observar la celebración de una boda en una villa marinera. Entre asombrados y complacidos, los santos disfrutaron viendo a la distancia uno de los entretenimientos que acompañaron al evento. Tanto el novio como los invitados disfrutaban practicando un juego que consistía en arrojar unas lanzas por el aire para posteriormente recogerlas, a toda velocidad y a lomos de sus caballos, antes de que estas tocasen el suelo. Todo parecía ir bien, pero la desgracia no tardó en producirse, porque cuando le tocó el turno al novio, y mientras su lanza ascendía por el cielo, un fuerte golpe de aire la desvió hacia el mar por lo que el chico se lanzó a la carrera contra las aguas y se introdujo de forma temeraria entre las olas hasta que se le perdió la pista. Cuando la boda parecía que iba a terminar en tragedia se produjo el milagro, porque los santos Atanasio y Teodoro dirigieron la balsa de piedra al lugar donde había desaparecido el chico e inmediatamente reapareció, junto a su montura, totalmente rodeado de conchas de vieira, motivo por el cual los futuros peregrinos del apóstol llevarían esta concha como símbolo.

Igualmente conocida era la leyenda del encuentro entre la reina pagana Lupa y la comitiva que acompañaba los restos del apóstol. Según contaban los peregrinos, cuando Atanasio y Teodoro llegaron a Iria Flavia se encontraron con esta reina Lupa que era dueña de las tierras en donde se pretendía enterrar al discípulo de Cristo. Cuando los santos le pidieron a la dama un medio de transporte, esta, con sorna, les ofreció un carro que debía ser transportado por unos toros salvajes. Siendo conscientes del cinismo de Lupa, Atanasio y Teodoro se encomendaron a Santiago para comprobar cómo, de nuevo, se obró el milagro, porque los toros salvajes se amansaron inmediatamente y se dejaron uncir al carro. Herida en su orgullo, Lupa quiso engañar de nuevo a los intrusos y los envió a una gruta en donde moraba un poderoso dragón que, no obstante, fue finalmente vencido con el signo de la cruz. Ante dichos acontecimientos la reina decidió convertirse al cristianismo.

El Camino de Santiago, como una ruta sembrada de numerosas manifestaciones de fervor, de arrepentimiento, de hospitalidad, de arte y de cultura, que nos habla de manera elocuente de las raíces espirituales del Viejo Continente, tal y como lo definió el papa Benedicto XVI, cuenta con muchos lugares en donde lo sagrado palpita de forma especial. No es nuestra intención narrar todos los hechos insólitos y describir los lugares cargados de misterio que jalonan la ruta jacobea, pero nos resistimos a terminar este capítulo sin antes hacer referencia al milagro de la Fuente Reniega, situada en el Alto del Perdón, a escasos kilómetros de la Pamplona. Un lejano día, cuenta la leyenda, un joven devoto que caminaba bajo el duro sol estival se quedó solo y sin agua. Pronto sus fuerzas empezaron a flaquear, tanto que se le hizo imposible reemprender la marcha para buscar ayuda. El diablo, que siempre acechaba al hombre y a la mujer en estos momentos de debilidad, apareció para tentar al joven con agua con la condición de que antes renunciase a su fe en Dios, la Virgen y, por supuesto, el apóstol Santiago. Una y otra vez, hasta en tres ocasiones, el joven logró vencer a la tentación, y para dejar clara su inquebrantable fe se arrodilló frente al maligno y comenzó a rezar para que Dios le ofreciese fuerza y valor. Justo en ese momento el diablo desapareció y en el lugar en donde había estado surgió un manantial de agua cristalina en donde, aún hoy, se siguen refrescando los peregrinos que marchan hacia Santiago.

Con todos estos enclaves enigmáticos que jalonan la ruta jacobea no es de extrañar que, a lo largo del tiempo, hayan aparecido diversas teorías que con mayor o menor fortuna han tratado de explicar su naturaleza. Una de ellas, tal vez la más curiosa, es la que relaciona el Camino de Santiago con el juego de la oca, al interpretar el tablero de este popular juego como una especie de mapa criptográfico creado por los templarios para marcar lugares importantes de su recorrido.

Efectivamente, uno de los objetivos de los templarios fue defender a los peregrinos que después de la conquista de Tierra Santa, tras la Primera Cruzada, atravesaban medio mundo para visitar lugares considerados sagrados por los cristianos. Por este motivo, los templarios también habrían tenido una cierta presencia en el Camino. Como ya sabemos, durante mucho tiempo el conocido como Camino Francés fue un lugar muy inseguro, escenario de múltiples enfrentamientos entre cristianos y musulmanes, hasta que estos fueron definitivamente empujados hacia el sur tras la épica victoria cristiana en las Navas de Tolosa. Por este motivo, los templarios diseñaron un mapa criptográfico compuesto por unas 63 casillas que correspondían a puntos emblemáticos y relevantes de la ruta jacobea que habían quedado señalados por los maestros constructores. Entre los lugares marcados en el tablero de la oca, cuya primera casilla sería Roncesvalles y la última Finisterre, estaba el primer puente del tablero que correspondería —eso es al menos lo que dicen— con la localidad navarra de Puente la Reina. Siguiendo el recorrido, el peregrino podría llegar a Estella, el segundo puente, o al hospital de San Marcos en León, que sería la cárcel, a O Cebreiro, en Lugo, otra de las ocas del tablero, Santiago correspondería a la casilla de la muerte, para finalmente llegar a la gran oca final, Finisterre.

No sabemos si esta extraña teoría puede tener algo que ver con la realidad, aunque de una cosa no podemos dudar: la oca siempre fue considerada en el mundo antiguo como un claro símbolo de la sabiduría y, además, era el animal encargado, como ave migratoria que viajaba hacia el oeste, de transportar el alma de los fallecidos hasta el mundo del más allá, hacia el Finis Terrae.

Camino de Santiago.

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