Eso no estaba en mi libro de Historia de la Edad Media

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Capítulo 6 Los orígenes de occidente

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Capítulo 6

Los orígenes de occidente

La mutación feudal

La Europa de la Edad Media siempre se ha caracterizado por su condición de transmisora de los valores y logros de un pasado en el que los historiadores han distinguido hasta tres tendencias principales. La primera sería la griega, que legó la idea de oposición entre Oriente y Occidente, la vida urbana, además de una ingente herencia cultural, artística, religiosa y política y el recuerdo del héroe mitológico que posteriormente será adaptado y cristianizado en la Edad Media, hasta convertirse en mártir y santo. La segunda herencia, mucho más activa, será la romana ya que la Europa medieval deriva directamente de la unión entre el mundo romano y el cristianismo. Roma transmitió su lengua, vehículo de civilización, ya que el hombre y la mujer europeos escribieron y hablaron en latín hasta que su uso decayó a favor de las lenguas románicas, entre las que se sitúan algunas de las más habladas en nuestros días, como el español o el francés. Roma también nos legó sus formas artísticas, especialmente en el campo de la arquitectura, sus avances tecnológicos y sus adelantos en ingeniería. Durante siglos se continuarán utilizando las vías romanas, sus puentes y sus edificios más representativos. No menos influencia tendrá el derecho romano en la elaboración de nuevas leyes, mientras que la clasificación de las artes liberales va a dominar en la enseñanza especialmente a partir del siglo xii. Nos referimos al trívium (gramática, retórica y dialéctica) y al quadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía), fundamentales para comprender las ideas y el imaginario colectivo de este largo periodo en el que se van a asentar las bases de la civilización occidental.

Siendo importantes estas dos tendencias, no lo serán tanto como la que trae consigo el triunfo de la nueva religión, porque la cristianización del fragmentado Imperio romano de Occidente sirve de base para la elaboración de la cultura europea. Dos personajes tuvieron un peso importante para explicar los nuevos planteamientos ideológicos sobre los que se va a desarrollar la mentalidad del Medievo. El primero es san Jerónimo (347-420) cuya contribución principal es la traducción de la Biblia al latín (la Vulgata) a partir del texto hebreo, la cual termina imponiéndose a lo largo de toda la Edad Media aunque con diversas revisiones, como la efectuada por la Universidad de París en el siglo xiii. El otro pilar de la Iglesia en estos momentos de transición con el mundo antiguo es san Agustín (354-430), autor de las Confesiones, una de las obras más leídas de toda la historia, y la Ciudad de Dios, escrita tras el saqueo de Roma por Alarico en el 410, en donde rechaza el terror milenarista y establece las relaciones entre la Ciudad de Dios y la de los hombres.

El pensamiento de estos padres de la Iglesia lo debemos encuadrar en un contexto histórico muy concreto, el de las invasiones de los pueblos bárbaros, que tendrá como consecuencia directa la creación de una serie de entidades territoriales en donde se mezcla el elemento romano con el procedente del otro lado de la frontera. Entre los siglos v y vi este proceso cristaliza en la formación de diversos reinos como el de los francos en la Galia, el brillante pero efímero reino de los ostrogodos en Italia o el de los visigodos en España. Frente a la fragmentación política de la Europa occidental, el elemento de uniformización se establece gracias al proceso de cristianización, ya que el gobierno efectivo de las antiguas provincias romanas va a caer en manos de los obispos, cuyo poder es aún mayor en contextos urbanos. El prestigio de estos obispos se termina consolidando porque van a ser ellos los que van a actuar de intermediarios entre la mayoría poblacional de origen romano y los nuevos conquistadores germanos. Mientras en la ciudad el obispo impone su autoridad, en el campo serán los monjes quienes dirijan la cristianización de las amplias masas de población campesina.

El mundo carolingio puede considerarse como una etapa de transición y síntesis de elementos antiguos y nuevos, como un periodo en el que se entremezclan las herencias romanocristianas y germánicas de unos reinos que, con el paso del tiempo, se convertirán en el germen de los modernos Estados-nación europeos. El reino creado a sangre y fuego por el emperador Carlomagno, sirve de base para comprender las complejas relaciones que durante los siguientes mil años van a tener el Imperio y el Papado, mientras que la evolución política del reino carolingio supone la articulación de un nuevo sistema que corresponde, en estado embrionario, al feudalismo. Todo esto sin olvidar que el fracaso de Carlomagno a la hora de recuperar la unidad del Imperio romano de Occidente trae consigo la división del territorio que quedará en manos de diversos príncipes y monarcas feudales.

En lo que se refiere a la naturaleza de este sistema conocido con el nombre de feudalismo, existe un auténtico debate historiográfico entre los historiadores de formación jurídica, que insisten en el proceso de creación de una serie de relaciones de dependencia, como el patrocinio, la encomienda, el vasallaje o el beneficio, y los de tradición marxista. En este sentido, Henri Pirenne en su obra de 1927 Mahoma y Carlomagno nos informa sobre las particiones que se hicieron del Imperio carolingio, especialmente con Luis el Piadoso, hasta provocar la fragmentación territorial y el surgimiento de una serie de instituciones que creaban y exigían situaciones de obediencia y servicio entre un vasallo y su señor. A partir de estos estudios, Ganshof establece en 1957 la naturaleza del feudalismo como un sistema caracterizado por la existencia de lazos de dependencia entre los hombres, la constitución de una jerarquía social de tipo militar, la fragmentación de la propiedad de la tierra y un debilitamiento del poder del Estado. Frente a ellos, los historiadores marxistas, apoyándose en la caracterización decimonónica que relaciona lo feudal con el régimen contra el que se levantaron, prefieren interpretar el feudalismo como la formación social fundamentada en el modo de producción que se extiende entre el modelo esclavista de época bajoimperial, y el triunfo del capitalismo tras las revoluciones liberales burguesas. A pesar de valorar las aportaciones de ambas corrientes, en la actualidad los historiadores han vuelto a plantear el debate pero desde una perspectiva más amplia e integradora, poniendo el acento en el proceso de transformaciones sociales que se inician en la Cristiandad tras la caída del Imperio carolingio y en las nuevas relaciones entre la sociedad y el medio natural que darán lugar a lo que conocemos como la mutación feudal, sin dejar de atender a la importancia del cristianismo como elemento aglutinador.

Conocemos por vasallaje la relación que existía entre un vasallo y su señor feudal. El vasallo juraba fidelidad a su señor y se comprometía a cumplir determinadas servidumbres, principalmente el apoyo político y militar, recibiendo como contraprestación un beneficio.

La consolidación de este sistema se produce, según Duby, por la detención de la guerra expansiva, fundamental para sostener el Imperio carolingio, por un tipo de guerra de tipo defensivo en un momento en el que Occidente se siente amenazado por la presión de los pueblos extraeuropeos. La paralización de las conquistas puso al descubierto la debilidad de unos Estados incapaces de sobreponerse al poder de la aristocracia, por lo que el ejercicio de la autoridad terminó pasando de manos de los monarcas a las de los príncipes regionales, especialmente a los condes, que al final terminarán modificando las relaciones de parentesco para favorecer a los hombres sobre las mujeres, y a los hijos mayores sobre los de menor edad, todo ello con la intención de transmitir de forma íntegra los poderes adquiridos y para favorecer la concentración de la propiedad. La implantación de este sistema basado en el señorío banal y jurisdiccional no se consigue sin violencia. Los enfrentamientos entre los antiguos y nuevos dueños del poder fueron muy habituales, al igual que los producidos entre estos y los campesinos, sometidos a todo tipo de exigencias y abusos. La mutación feudal, según Ermelindo Portela, supone una reordenación de las relaciones sociales y las coberturas ideológicas y está en la base de las profundas transformaciones de los siglos centrales de la Edad Media, pero su evolución lleva a nuevos cambios que cristalizarán en un nuevo orden social.

Efectivamente, el crecimiento económico de los siglos xi y xii reporta beneficios para cuantos intervienen en él. Para la gran masa productora de campesinos supone una cierta relajación de las formas de dependencia y una reducción de las exigencias de prestaciones en trabajo por un sistema de explotación basado en las rentas. Esto implica el definitivo abandono del tradicional estado de servidumbre enquistado en Occidente desde tiempos romanos. Por otra parte, tal y como vimos, se produce una extensión de los poderes de las clases privilegiadas, tanto de la nobleza laica como del clero, y un sometimiento de las comunidades campesinas provocada por la tendencia generalizada en estos siglos a la reducción de las pequeñas propiedades y la concentración de la tierra en grandes latifundios. Ante esta nueva situación en la que el campesino ve comprometida su libertad por la pérdida de sus propiedades, se hace necesario un cambio para solucionar las contradicciones del sistema.

El nacimiento del parlamentarismo europeo

En el siglo xiii seguía vigente la inacabable lucha entre emperadores y el papado por conseguir el dominium mundi, pero a partir de este momento serán las monarquías las que tomen protagonismo por su acierto a la hora de amoldarse a la nueva realidad socioeconómica de los distintos reinos de Occidente tras el destacado auge económico de los siglos anteriores. Hasta ese momento la atomización política de la Europa feudal contrastaba con el empeño del emperador y el papa por imponer su autoridad en un continente totalmente fragmentado, pero este vacío de poder nunca pudo ser asumido hasta la consolidación de las monarquías nacionales.

A partir de una fundamentación ideológica aún no suficientemente desarrollada, se pretende expresar la plenitud de la soberanía real al reconocer al monarca como el agente principal a la hora de tomar decisiones políticas, por encima incluso del papa y del emperador (Rex in regno suo est imperator). Los teóricos del poder real trataron de buscar precedentes para justificar la autoridad del soberano y por eso se recurre al derecho romano y a nuevas fórmulas como la distinción entre el poder de los clérigos y el de los laicos formulado por Pedro el Craso en el siglo xi. Este planteamiento anuncia una ruptura que se considera fundamental para explicar la evolución del pensamiento político europeo actual, especialmente a partir del siglo xvi: la separación entre la Iglesia y el Estado. Otro planteamiento importante es la distinción entre la concepción del príncipe como persona pública y la privata voluntas, con lo que se avanza en una interpretación ascendente del poder político, sustentado en la necesidad de un pacto para legitimar la inserción social de la monarquía en el cuerpo social de los reinos europeos. Nuevamente, volvemos a ver en la Edad Media el origen de conceptos y planteamientos ideológicos tan desarrollados como los que proponen los pensadores franceses e ingleses del siglo xviii sobre los que se sustenta la naturaleza del estado moderno.

Desde el siglo xii los monarcas trataron de combinar en su práctica política la utilización de elementos teocráticos y feudales, con los que el rey se va a situar por encima de la comunidad mediante relaciones feudovasalláticas, pero como un miembro más de la propia comunidad. Destaca la alusión de Henry Bracton, a mediados del siglo xiii, a un pacto o contrato feudal como creador de un lazo legal entre el señor y su vasallo, por lo que, como hemos dicho, se anticipa a lo que mucho tiempo después desarrollarán los ilustrados en la Francia prerrevolucionaria. De todo ello se deriva la creencia en la ley como resultado de un proceso razonado, de consentimiento e incluso de cooperación entre distintas partes. El predominio de una de estas concepciones, la teocrática o la feudal, en las monarquías de la Cristiandad dependerá de una serie de factores y de la relación de fuerzas entre el rey y los distintos grupos de poder.

En Inglaterra, el abuso de Juan Sin Tierra de su función teocrática, unido a la perdida de Normandía, provocó el levantamiento de los barones en un proceso que terminará con la aprobación de la Carta Magna, como un reconocimiento teórico del reparto real de los poderes más acorde con los principios feudales sobre los que se va sustentar la monarquía inglesa. Desde entonces, la ley será entendida como resultado de un entendimiento entre el rey y los barones, y como parte de un contrato feudal. Esta situación evoluciona en el siglo xiv, en el que se considera la ley, siguiendo el pensamiento político de Tomás de Aquino, como reflejo de la voluntad real, de los grupos privilegiados y de toda la comunidad del reino expuesta en el parlamento.

En Francia la situación es distinta, opuesta a Inglaterra, ya que aquí el reparto de poderes se lleva a cabo con el predominio de la función teocrática del monarca. Todo esto puede deberse a la debilidad de los vínculos feudales del rey de Francia y a la aparición de un grupo de intelectuales estrechamente vinculados a la corona que posibilitará el mantenimiento de la naturaleza divina del rey. Aun así, en la Francia de Felipe el Hermoso se convocan asambleas entre 1302 y 1303 a las que asisten nobles, eclesiásticos y delegados de las ciudades. En ellas el rey actúa como representante del pueblo por lo que, aunque por caminos diferentes, llegará a las concepciones ascendentes del poder vistas en Inglaterra y que, en definitiva, no hacen más que fortalecer la posición de la monarquía por integrarse, a diferencia del papa y el emperador, en la realidad social de su época.

El espaldarazo definitivo para la aceptación teórica del poder regio lo dio Tomas de Aquino, principal representante de la enseñanza escolástica y una gran influencia por la introducción del pensamiento aristotélico, el cual considera compatible con la fe cristiana en la Europa medieval, motivos estos por los que la Iglesia le consideró como Doctor de la Humanidad, por sus estudios de filosofía y teología. Su pensamiento parte de la superioridad de las verdades teológicas respecto a las racionales por emanar directamente de la divinidad, aunque señala las dificultades de la razón para entender la naturaleza de Dios. Esto no es inconveniente para alcanzar conocimientos verdaderos desde el punto de vista filosófico, entre otros motivos por no entrar en contradicción con los principios teológicos del cristianismo. Según el maestro Tomás de Aquino:

Lo naturalmente innato en la razón es tan verdadero que no hay posibilidad de pensar en su falsedad. Y menos aún es lícito creer falso lo que poseemos por la fe, ya que ha sido confirmado por Dios. Luego como solamente lo falso es contrario a lo verdadero, como claramente prueban sus mismas definiciones, no hay posibilidad de que los principios racionales sean contrarios a la verdad de la fe.

La razón, y esto marca la ruptura definitiva con los planteamientos ideológicos anteriores, es la herramienta natural del hombre para conocer el mundo, aunque deja claro que si se llega a una contradicción real, no aparente, entre una conclusión de fe y una racional, se debe desechar la última porque Dios es inefable. Desde el punto de vista del pensamiento político, Tomás de Aquino introduce el concepto de naturaleza desde una perspectiva aristotélica, como un elemento que contiene su propia fuerza y principios, y en los que sitúa los fenómenos sobre los que reflexiona. En este sentido, el dogma no es contrario al concepto de la naturaleza; no la elimina, lo perfecciona. Para el Doctor de la Iglesia, al hombre en la esfera individual le corresponde en la esfera pública el concepto de ciudadano, y ambos entran dentro del orden natural. Es por esto por lo que la razón natural exige la asociación humana, para la que no son necesarios los elementos sobrenaturales, siendo este el auténtico pilar sobre el que se va a sustentar un concepto inexistente en el pensamiento medieval: el Estado, separado de la Iglesia, como regimen politicum frente al regimen regale asociado al concepto teocrático del poder. De esta forma el rey debe poseer plenos poderes y no se ve obligado a dar cuenta de sus decisiones, siempre y cuando estas se adapten a las leyes del Estado. Dando muestras de una extraordinaria capacidad de anticipación, Tomás defenderá la conveniencia de que los dirigentes sean escogidos por los miembros del pueblo, para poder convertirse en la personificación del Estado.

Santo Tomás de Aquino es una de las personalidades más destacadas de la Edad Media, representante de la enseñanza escolástica y una de las mayores figuras de la teología sistemática.

Estos planteamientos no pudieron ser comprendidos por los contemporáneos del santo, por lo que la evolución política solo pudo realizarse de acuerdo con los intereses de la aristocracia, la Iglesia y las ciudades. El fortalecimiento real de la monarquía se produce al quedar como un elemento de equilibrio y arbitraje en un proceso que no supone la negación del feudalismo sino un resultado de su maduración.

La inclusión de los reyes en el cuerpo social no puede hacerse sin el desarrollo de una serie de instituciones adecuadas a la nueva situación. En Francia durante el siglo xii se dan pasos importantes en esta dirección, mientras que en la centuria siguiente el perfeccionamiento de los organismos administrativos consolida los poderes del rey. El alejamiento de la alta nobleza por personal reclutado en los territorios bajo control directo del monarca supone un mayor control por parte del Estado. Más relevante resulta la creación de la Cancillería, para la redacción y autentificación de los documentos reales, y la Curia como institución donde se reúnen los vasallos para cumplir con sus obligaciones feudales. La Curia evolucionará hasta convertirse en un organismo administrativo, germen de la curia in parliamento, o Parlamento, en la que se discuten asuntos relacionados con la justicia, y la curia in compotis domini regis, como un tribunal de Cuentas.

En Inglaterra, el prestigio y el poder de los reyes ingleses también permiten crear una administración sólida y centralizada. El antiguo Consejo del Rey pasa a convertirse en el Consejo Privado, uno de los principales órganos de gobierno de la monarquía. El Exchequer también aumenta su importancia por el control financiero que ejerce desde su sede en Westminster. En la administración de justicia se produce una división de funciones entre el Banco del rey, encargado de los grandes procesos penales, y la Corte de las Audiencias Comunes, centrada en la justicia ordinaria. Finalmente, la aprobación de la Carta Magna es un intento de recuperar los poderes perdidos desde la cúspide del sistema a partir de la actuación del Parlamento, cuya misión es asesorar al monarca y consentir el establecimiento de nuevos impuestos extraordinarios. A partir del 1258 se produce un incremento de los poderes del Parlamento al asumir funciones judiciales, políticas y fiscales, y por ser la asamblea en la que se produce el encuentro de las fuerzas sociales para asimilar las tensiones entre unas clases que se ven afectadas por transformaciones que alumbran nuevos tiempos.

Las raíces históricas de España

La primera mitad del siglo xiii es de gran expansión para los reinos cristianos peninsulares. Superado el peligro almohade se inicia un proceso de expansionismo militar que lleva al rey de la corona aragonesa, Jaime I, a hacerse con Mallorca en 1231 y Valencia entre 1235 y 1245. Al mismo tiempo, Fernando III de Castilla incorpora grandes extensiones territoriales tras la ocupación de Extremadura y Andalucía, mientras que Portugal completa su avance con la incorporación del Algarve entre 1226 y 1239.

Debido a la dificultad de repoblar las nuevas tierras conquistadas en un momento de escasa densidad demográfica, los reyes cristianos no tuvieron otro remedio más que encargar la organización de los nuevos asentamientos a las clases privilegiadas, lo que provoca un vertiginoso proceso de concentración de la propiedad en manos de una poderosa aristocracia latifundista. El vacío poblacional también genera, especialmente en el valle del Ebro y en Valencia, la permanencia en el territorio de la población de origen musulmán (mudéjares), quienes pudieron conservar su lengua y religión, aunque cada vez fueron más los que optaron por convertirse al cristianismo (moriscos).

En la Península los reinos más poderosos son Castilla y Aragón (en menor medida Portugal), los cuales presentan unas características propias tanto en lo que se refiere a la estructura política como a las bases económicas. En ambos reinos las instituciones básicas de gobierno son la monarquía, las Cortes y los municipios, pero existen algunas diferencias que quedarán matizadas como consecuencia del proceso de acercamiento entre ambos reinos a partir del siglo xv, debido al interés aragonés de contar con el apoyo firme de Castilla para defenderse de la presión francesa. En Castilla, al igual que en Francia, la monarquía tiene un carácter menos feudal por lo que el rey gozará de poderes más amplios. En la Corona de Aragón, en cambio, el mayor poder de los nobles y de la burguesía catalana obliga a los monarcas a plegarse ante los abusos de las clases privilegiadas, de los que son víctimas los menos favorecidos, que no dudarán en buscar el apoyo de la monarquía para compensar la expansión del derecho de maltrato contra los pequeños campesinos, cuando la crisis del siglo xiv repercuta en las rentas de los nobles y la alta burguesía catalana.

La expansión económica se traduce, por otra parte, en el auge de las ciudades. Ante el aumento de poder de la burguesía, tanto en la corona de Castilla como la de Aragón, los monarcas tratarán de obtener nuevos recursos económicos para sostener las estructuras de unos Estados cada vez más complejos; pero la burguesía exigió, como contrapartida, su inclusión en las Cortes. Desde entonces, las Cortes medievales estarán formadas por la nobleza, el clero y la burguesía. En tierras hispanas las primeras se reúnen en León (1188), Cataluña (1214), Aragón (1247) y Portugal (1254). Tanto en Castilla como en Aragón y Portugal, las Cortes tienen un carácter consultivo pero especialmente se convocan para aprobar nuevos subsidios.

María de Molina presenta a su hijo a las Cortes de Valladolid.

En cuanto a los municipios como elemento fundamental de organización territorial de los reinos cristianos españoles, disfrutan de cierta autonomía, incluso de una jurisdicción propia, pero a partir del siglo xiii los reyes envían a sus representantes. Es el caso de los corregidores en los municipios castellanos, mientras que algunas ciudades aragonesas y catalanas quedarán sometidas bajo la autoridad de la burguesía comercial, entre ellas Barcelona, en donde se genera un poderoso e influyente patriciado urbano en torno al Consejo de Ciento. En lo que se refiere a las bases económicas, en Castilla la ganadería ovina de raza merina se convierte en el gran motor económico del reino ya que la exportación de la lana genera inmensos beneficios a los grandes propietarios de ganado (nobles, órdenes militares y monasterios) que terminarán creando el Real Concejo de Mesta. Tanto el comercio de la lana como del hierro vasco provocan la expansión del comercio castellano en el Atlántico, mientras que en la Corona de Aragón distinguimos la consolidación de una economía agrario-ganadera en Valencia y Aragón, y la catalana, en donde se consolida un floreciente comercio favorecido por el desarrollo de la artesanía textil y la construcción naval de Barcelona, uno de los grandes puertos del Mediterráneo que, no obstante, sufrirá la competencia de las repúblicas burguesas italianas, a la que solo podrá sobreponerse tras la unificación de Castilla y Aragón durante el reinado de los Reyes Católicos y tras la imposición del poder de la monarquía hispánica en Italia. Mientras, en Portugal, bajo la dinastía Avís, se producen importantes avances en la técnica de navegación y el inicio de los descubrimientos de ultramar que sirven de anticipo a lo que más tarde será la época de los grandes descubrimientos y la conquista de un nuevo mundo protagonizada por Castilla y Portugal.

Si los siglos xii y xiii son de expansión, el siglo xiv lo será de crisis económica, enfrentamientos sociales y catástrofe demográfica. Los primeros síntomas de debilidad los encontramos entre los años 1310 y 1346, cuando una serie de malas cosechas azotan a la población provocando desnutrición y estancamiento demográfico.

En 1348 se produce la llegada de la peste negra al sur de Europa, la cual va a actuar sobre una población subalimentada y falta de defensas, por lo que su impacto será devastador. Nos atrevemos a pensar que nos encontramos ante el momento más dramático de nuestra historia y razones no nos faltan para ello. En la Corona de Aragón el impacto demográfico es brutal, especialmente en Cataluña donde la población pudo llegar a descender alrededor del 40 % hasta finales del siglo xv. En el resto de la Península las consecuencias no son tan aterradoras, aun así, en Castilla y Portugal la población descenderá, aproximadamente, un 25 %. El impacto que tiene la difusión de la peste negra por los reinos españoles será decisiva a la hora de comprender la evolución de estos reinos, al igual que los del resto de Europa.

Uno de los efectos más significativos es el provocado por el vertiginoso descenso del número de campesinos, lo que comporta el abandono de muchas explotaciones agrarias. La reducción de la producción trajo consigo el aumento de los precios, pero también la caída de las rentas feudales que las clases privilegiadas dejaron de recibir por la pérdida de campesinos. Para hacer frente a esta situación los nobles exigieron a los monarcas la concesión de nuevos dominios territoriales. También incrementaron las cargas fiscales y al mismo tiempo endurecieron las sujeciones feudales de los menos favorecidos a través de los malos usos (ius malectractandi). Mientras, en las ciudades, el comercio y la actividad económica disminuyen de forma irreversible, especialmente en la Corona de Aragón, llevando a muchos artesanos a la quiebra, aunque debido a la crisis demográfica y a la desaparición física de muchos trabajadores, la ciudad seguirá actuando como un foco de atracción para muchos campesinos que querrán abandonar sus mansos con la intención de encontrar nuevas posibilidades en los núcleos urbanos, más aún si tenemos en cuenta el incremento de los salarios por la dificultad que tienen los artesanos de encontrar nuevos trabajadores.

El malestar social por el endurecimiento del régimen señorial en este contexto tan negativo como es la crisis del siglo xiv provocó un aumento de la tensión y levantamientos campesinos como el de los remensas en Cataluña, apoyados por la Corona, que exigen la anulación del régimen señorial y la eliminación de los malos usos. En Galicia, con unas motivaciones similares, estalla la rebelión de los irmandiños que, entre otras cosas, van a exigir la devolución de las antiguas tierras confiscadas. El malestar social llega, de igual forma, a las ciudades. En algunas de ellas el descontento se expresa en forma de acciones violentas contra las minorías, especialmente los judíos, a los que se les pretende señalar como responsables directos de todos los males presentes en la sociedad bajomedieval, y de esta forma desviar la atención y enmascarar las contradicciones de un sistema injusto y responsable de una situación de extrema desigualdad.

La crisis económica y la inestabilidad política llevan a continuas guerras civiles entre la monarquía y las clases privilegiadas. En Castilla, Pedro I había sucedido a su padre en 1350; desde el inicio de su reinado destacó por ser un gran defensor de la autoridad del poder monárquico, adoptando una política claramente centralista de tal intensidad que se produce el lógico choque con la nobleza. A pesar de la gravedad de la crisis del siglo xiv se formó una coalición nobiliaria contra el rey que apoyará las pretensiones de Enrique de Trastámara provocando la guerra civil en Castilla y como consecuencia la guerra contra Aragón, ya que el rey aragonés Pedro IV intentó sacar provecho de la situación apoyando la posición de la nobleza para de esta forma debilitar a Castilla. A pesar de las victorias iniciales de los aragoneses, que cuentan además con el apoyo de Francia, la victoria final fue para Pedro I al vencer a Enrique de Trastámara en Nájera, a lo que sigue la retirada de las tropas aragonesas, pero la situación varió nuevamente tras el asesinato en 1369 del rey castellano en Montiel. La victoria de Enrique II supone el afianzamiento de la alta nobleza que le había apoyado contra el legítimo rey y en el plano internacional significa la consolidación de la alianza entre Castilla y Francia, que continúa vigente durante la guerra de los Cien Años.

En el 1379 se inicia el reinado de Juan I que impulsó el centralismo político y luchó contra la nobleza de parientes. El problema más relevante de su reinado es el portugués. La muerte del rey luso convierte a la infanta Beatriz, esposa de Juan I, en reina de Portugal. La situación la aprovechó el monarca castellano para hacerse cargo del reino en nombre de su esposa pero pronto surgió la oposición encabezada por Juan de Avís y la burguesía portuguesa, que en 1385 vencen a Juan I en Aljubarrota. Durante los reinados de Enrique III y Juan II continúan las luchas contra la nobleza y se intenta afirmar de forma progresiva el poder monárquico, frenando los abusos nobiliarios y el poder de las Cortes. Enrique IV (1454-1474) es el último monarca medieval del reino castellano-leonés, un hombre débil y enfermo, que en su lucha contra las facciones nobiliarias tuvo que acceder a sus peticiones por lo que el poder de la clase privilegiada llegó a su punto más alto. En un intento por controlar definitivamente a la monarquía obligaron al rey a aceptar a su hermano Alfonso como heredero, pero tras su muerte los nobles propusieron a la infanta Isabel, en la creencia de que en el futuro podrían controlarla. Se equivocaron, porque Isabel llegó a un acuerdo con su hermano Enrique IV (pacto de los Toros de Guisando) por el que ella era nombrada legítima heredera. Cuando Isabel contrae matrimonio con Fernando de Aragón, Enrique IV entendiendo que había roto lo pactado nombra como heredera a su hija Juana, apodada la Beltraneja, y comienza la guerra civil. Las tropas de Juana serán derrotadas en 1479 en la batalla de Albuera, marcando este fenómeno la unión de las dos Coronas, la de Castilla y Aragón, con lo que se inició el periodo hegemónico de la monarquía hispánica.

En la Corona de Aragón, tal y como sucede en Castilla, desde principios del xiv se produce un enfrentamiento político entre la monarquía y la aristocracia mediante el cual la monarquía tratará de reafirmar su poder frente a las pretensiones de los más privilegiados. En sus dominios peninsulares Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387) debe hacer frente en la primera parte de su reinado a la insurrección de los nobles aragoneses y valencianos, a los que derrota en 1347 y 1348 y posteriormente entra en guerra con Castilla. Como vimos, la guerra de los Dos Pedros terminó con la entronización de Enrique de Trastámara en Castilla, pero no supuso ninguna ventaja para Aragón, que ahora debe hacer frente a la crisis económica y a los efectos de la guerra y de la peste.

Juan I, su sucesor, no pudo evitar el retroceso del poder aragonés en el Mediterráneo. La crisis, por otra parte, no hace más que intensificarse, incluso tendrá que defenderse de los ataques de los almogávares granadinos, pero al menos, durante estos años se recupera la paz con Castilla. Del reinado de Martín el Humano es poco lo que podemos resaltar, tan solo su muerte sin descendencia en 1410. Para superar el peligro de una nueva guerra civil el Papa Luna propuso una votación para elegir su sucesor. Así, tres compromisarios de cada reino, Cataluña, Aragón y Valencia, eligieron a Fernando de Antequera, hermano de Enrique III de Castilla, como nuevo rey mediante el compromiso de Caspe de 1412. El primer paso hacia la unificación peninsular estaba dado y, frente a lo que se ha dicho desde posturas ideológicas muy concretas, la iniciativa partió del reino aragonés.

Fernando I, el nuevo rey de la Corona de Aragón, tiene que pactar en un principio con la nobleza para asegurar su poder, pero cuando controló la situación rompió con la política pactista y se dedicó a consolidar su poder en el Mediterráneo. Su sucesor Alfonso el Magnánimo siguió con su política mediterránea, descuidando los intereses de sus territorios peninsulares. Las agitaciones de los remensas catalanes y la crisis de los forans mallorquines ponían de manifiesto el inicio de una grave crisis política, que se acentúa, ya descaradamente, durante el reinado de Juan II entre el 1458 y 1479, que tiene como fenómeno más importante la guerra civil que el rey sostiene contra la alta burguesía, la nobleza y la Iglesia. Al mismo tiempo estalla un nuevo conflicto que enfrenta a la monarquía aragonesa, aliada con los remensas, contra la alta burguesía catalana, la nobleza y el clero, una contienda que se prolongó hasta 1472, cuando se firma la capitular de Pedralbes, por la que Juan II obtenía la fidelidad de sus súbditos.

Indignados en la Edad Media

En los tiempos medios, el antagonismo predominante era el que existía entre los campesinos y los señores, al ser este un mundo mayoritariamente agrario y en el que la población vivía en núcleos rurales. La Iglesia imponía a los campesinos el pago del diezmo, mientras que los señores obtenían importantes rentas a partir de sus derechos feudales. La Corona también extraía de ellos servicios extraordinarios por lo que el campesinado soportaba así unas condiciones de vida que en multitud de ocasiones llegaba a la pura subsistencia y cualquier circunstancia adversa empeoraba aun más su situación.

En este contexto los campesinos se convirtieron en las principales víctimas de la compleja situación que conocen los reinos cristianos occidentales a partir del siglo xiv, al ser la clase más perjudicada por las guerras y por las crisis de subsistencia que se prolongan hasta finales del siglo xv. Los campesinos, por este motivo, reaccionaron ante la presión de las clases privilegiadas recurriendo a formas de organización concretas, siendo los Concejos, en el caso de Castilla, el órgano de expresión de sus quejas. Según Julio Valdeón cabe diferenciar dos tipos de movimientos, los moderados (que en términos generales evolucionan hasta la consecución de tímidas mejoras sociales) y los dominados por la violencia (que en la mayor parte de las ocasiones terminan de forma dramática). Podemos interpretar la extensión de estas rebeliones por Europa a partir del siglo xiv como un nuevo síntoma de la paulatina crisis del sistema señorial, pero en conjunto no deben entenderse como un movimiento organizado, sino como un conjunto de situaciones, en muchos casos violentas, para combatir los excesos del sistema. Algunas sublevaciones tuvieron un relativo éxito, ya que al final lograron mejorar las condiciones de los más humildes, pero no siempre fue así porque en otros casos los movimientos de protesta fracasaron por la incapacidad de hacer frente al poder de los nobles, por lo que los menos favorecidos terminaron pagando su osadía con la vida.

En ciertas ocasiones, el estallido de estos movimientos estuvo estrechamente relacionado con tendencias heréticas de tipo igualitarista, como la de los valdenses, que quisieron renunciar a las riquezas materiales como medio de aproximarse a Dios. Este grupo también abogaba por la traducción de la Biblia a la lengua vulgar para acercarla al pueblo. Excomulgados en el siglo xiii, fueron obligados a abandonar Francia por lo que su pensamiento se difundió por buena parte de Europa. Las tesis de los husitas eran muy parecidas a las de los valdenses, pero en este caso el conflicto se utilizó como excusa en el enfrentamiento entre húngaros, bohemios y alemanes en el seno del Imperio ya que, entre otros motivos, la burguesía bohemia utilizó la doctrina de Jan Hus con la intención de librarse de la tutela germánica y afianzar su identidad. Como ocurrió en muchas más ocasiones de las deseadas, la lucha entre católicos e iglesias reformistas tuvo tras de sí una motivación mucho más política que doctrinal, ya que obedeció a las intenciones de las clases más pudientes por afianzar sus privilegios.

La revuelta de la Jacquerie sirve como caso paradigmático para comprender la naturaleza de estos indignados contra el régimen feudal y las contradicciones que presenta. Su denominación deriva del nombre genérico Jacques, con el que los nobles se dirigieron de forma jocosa a sus siervos. El estallido de la revuelta se produce en un contexto muy complejo, cuando las consecuencias de la peste negra aún colean por los campos y ciudades europeas y en plena guerra de los Cien Años. Después de ser capturado el rey Juan II de Francia y una buena parte de la aristocracia gala por parte de los ingleses, la monarquía francesa incrementó la presión fiscal sobre los más humildes para recaudar el importe necesario con el que hacer frente al rescate. Al mismo tiempo los nobles, aprovechando el descabezamiento del Estado, aumentaron la presión sobre sus propios campesinos para de esta forma incrementar sus rentas. En medio de esta tensión, en 1358 se produjo un hecho con unas repercusiones terribles: la muerte de cuatro caballeros y cinco escuderos a manos de los campesinos. Este acontecimiento desencadenó una espiral de violencia que terminó sacudiendo a media Francia. La destrucción de castillos y el asesinato de familias enteras a manos de los campesinos fueron contestados con una represión igual de brutal por parte de los más privilegiados. En un vano intento por coordinar la rebelión, los líderes populares quisieron conseguir el apoyo de la burguesía parisina, pero las conversaciones no fructificaron por lo que, al final, fueron capturados y ejecutados sin ningún tipo de miramientos.

La Jacquerie fue una revuelta campesina de la Edad Media que tuvo lugar en el norte de Francia en 1358 durante la Guerra de los Cien Años. Tuvo su foco en el valle del río Oise al noreste de París y se le conoce por este nombre a causa del apelativo «Jacques Bonhomme», que daban los nobles, despectivamente, a sus siervos.

Años después, en Inglaterra, estalló la revuelta de Wat Tyler, nombre con el que se conoce a uno de sus dirigentes más relevantes. Como en el caso francés, el origen del movimiento se debe al incremento de la presión fiscal sobre unas familias cada vez más empobrecidas. Tras una serie de derrotas militares en la guerra de los Cien Años, estalló una revuelta que, en esta ocasión, y a diferencia de lo acontecido con la Jacquerie, sí incorpora elementos religiosos, en gran medida por la influencia de las tesis igualitaristas del teólogo John Wycliff contra la creciente corrupción de la Iglesia. A partir de 1381 los sublevados empezaron a asaltar castillos y propiedades de la alta nobleza, incluida la Torre de Londres. Estas primeras victorias les convencieron de la justicia de su causa por lo que reclamaron a la corona la supresión de los nuevos impuestos y, especialmente, la abolición de la servidumbre en Inglaterra. Animados por sus éxitos, el ejército campesino, capitaneado por Tyler, avanzó hasta encontrarse cara a cara con el del rey inglés Ricardo II, pero cuando el rebelde se adelantó para parlamentar con su soberano fue asesinado por los caballeros de un indigno monarca que, tras la muerte de Tyler, prometió a sus seguidores atender a sus peticiones si se retiraban pacíficamente. Confundidos por la muerte de su líder, el ejército rebelde empezó a dispersarse. Este fue el momento escogido por Ricardo II para lanzar a sus tropas contra ellos y provocar una terrible matanza.

Las protestas se extendieron no solo por el ámbito rural, sino también por las ciudades. Es el caso de la revuelta de los ciompi, miembros del artesanado textil florentino de muy baja condición social y con salarios muy reducidos, cuyo movimiento se caracterizó por su radicalismo. La revuelta se inició en la ciudad de Florencia en 1378, y muy pronto se le unieron representantes de otros gremios como vendedores ambulantes, arrieros, cargadores e incluso vagabundos; todos ellos con unas condiciones de vida muy bajas, agravadas por las hambrunas, epidemias y, de nuevo, un incremento de los impuestos para hacer frente a la guerra contra la Santa Sede. El conflicto tenía tras de sí motivaciones políticas porque este empieza cuando el noble Salvestro de Medici se pone frente a los sectores más humildes de la ciudad con la intención de desestabilizar a los güelfos, partidarios del papado. La negativa del gobierno florentino ante las pretensiones de los revoltosos, soliviantó los ánimos de los ciompi, por lo que en julio de este mismo año se inician una serie de movimientos violentos como saqueos, asesinatos e incendios de palacios y conventos. Ante esta situación, el gobierno municipal se decidió, al fin, a redactar nuevas leyes para calmar las aspiraciones de los sublevados, pero el intento llegó tarde, porque la mañana del 22 de julio el pueblo entró en el Palazzo Vecchio provocando la rendición de las fuerzas patricias. Al frente de los ciompi se encontraba un cardador de lana llamado Michele di Lando. Cuando se encontraron con el poder en sus manos ocurrió lo que suele suceder en este tipo de situaciones. La descoordinación se extendió entre los grupos que habían participado en la revuelta, incluso empezaron a enfrentarse abiertamente entre sí, dirigiendo la violencia, que antes habían utilizado contra los intereses de los privilegiados, hacia los que antes fueron sus aliados. En este contexto, el sector más moderado optó por pactar con la nobleza para restablecer el orden y la normalidad.

En el caso inglés, las revueltas campesinas resultaron especialmente trágicas ya que la mayoría de los líderes fueron capturados y ejecutados, sin conseguir ninguno de los objetivos iniciales.

En España también se produjo este tipo de situaciones cuyo desarrollo es fundamental para entender la aparición de una serie de cambios que alumbran el nacimiento de una nueva realidad claramente diferenciada de la que había sido característica durante los siglos centrales de la Edad Media. Como sabemos, en Castilla los principales enfrentamientos se producen entre campesinos y la nobleza, y uno de los más significativos fue el de los irmandiños entre 1467 y 1469. Esta revuelta social ha sido considerada como una de la de mayores dimensiones del siglo xv. Para entender sus repercusiones se debe de tener en cuenta la situación de conflicto generada por el hambre, la enfermedad y los abusos por parte de la nobleza gallega sobre un pueblo que consiguió el apoyo de la Corona. Para contrarrestar el excesivo poder de los privilegiados gallegos, el rey castellano Enrique IV permitió la creación de las hermandades o irmandiñas, que pronto llevarán a cabo ataques sobre castillos y fortalezas por lo que el poder de la nobleza gallega, incapaz de contener la situación, quedó claramente debilitado, iniciándose un proceso de pérdida de rentas y jurisdicciones hasta crear una nueva situación consagrada, años más tarde, con los Reyes Católicos.

La otra gran revuelta social acontecida en España fue la de los remensas, campesinos catalanes así llamados por su obligación de pagar un impuesto al señor (la remença) si deseaba abandonar sus tierras junto con sus familias. Como en Castilla, los campesinos catalanes consiguieron el apoyo de la monarquía, en este caso de Juan II, igualmente interesado en reducir el desmesurado poder de la aristocracia catalana. Después de una guerra de más de diez años de duración, Fernando el Católico aprueba la sentencia de Guadalupe, que supone una victoria parcial porque si bien se suprimen los malos usos de la nobleza, otros derechos feudales quedarán intactos aunque, bien es cierto, mucho más debilitados que los de los otros reinos de la corona aragonesa.

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