Enigma

Enigma


Día dos

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—Pues buena suerte, y recuerda que si lo necesitas puedes contar conmigo.

—Gracias, pero creo que ya tienes bastante con lo que te asigné.

Burgos miró su reloj, y comprobó que ya era casi mediodía. Dudó entre usar la hora del almuerzo para irse a casa, o hacer una llamada y continuar. Optó por lo segundo. Después de todo, había una vida en peligro. Cada uno tiene sus prioridades, pero algunas veces estas pasan a un segundo plano por las prioridades de los demás. Alfonso recogió sus papeles y se levantó para marcharse.

—Nos mantendremos en contacto —dijo el subinspector a modo de despedida.

Luisa asintió y se alegró de la capacidad de trabajo de su compañero, cuya buena disposición cubría sus propias deficiencias.

◆◆◆

Llamar a casa en lugar de regresar para la hora del almuerzo le permitió a la inspectora sentirse más tranquila, pero no ayudó a que superara su mala conciencia. De cualquier manera, nadie dijo que sería fácil. Luego se comunicó con León, quien le confirmó que todavía no resolvía el primer acertijo, pese a que le había dedicado horas. Luisa le dio las gracias y colgó. Si no había resuelto el primero, no tenía muchas esperanzas de que lo consiguiera con el segundo, y confiar los detalles de una noticia tan jugosa a un periodista sería como apagar una fogata con gasolina. Las consecuencias podían resultar peligrosas e impredecibles. Por suerte, la prensa todavía no sabía que había relación entre los asesinatos de Díaz y Ponce. Y no sería por ella que se iban a enterar.

Después de que Eloísa le confirmó que el comisario estaba en su despacho ocupado con el trabajo administrativo, Burgos hizo de tripas corazón y llamó a su puerta. Nada le apetecía menos que intercambiar opiniones con Farías, pero no tenía alternativa. Todos los demás estaban ocupados.

El comisario la autorizó a entrar, y frunció el ceño en cuanto la vio. Ya era casi un movimiento reflejo. Farías la detestaba y no hacía el menor esfuerzo por disimularlo, pero estaba bien… el sentimiento era mutuo.

—¿Ya resolvió ese molesto asunto de los acertijos?

—Ese «molesto asunto» se ha cobrado dos vidas y amenaza con una nueva víctima. Y no, todavía no lo resuelvo. Si estoy aquí es para pedirle ayuda, porque asumo que usted está tan interesado en encontrar al asesino como yo. Reconozco que no me veo capaz de descifrar este galimatías a tiempo y no quiero nuevas víctimas sobre mi conciencia, pero si está muy ocupado…

Luisa, que no había soltado el picaporte le dio la espalda con la intención de cerrar la puerta y marcharse, pero la voz profunda del comisario la detuvo.

—Déjese de chiquilladas, Burgos. Por supuesto que estoy dispuesto a ayudarla a resolver esos acertijos, aunque reconozco que nunca he sido aficionado a ese tipo de pasatiempos, pero tiene razón, nuestro deber es hacer todo lo posible por evitar que el asesino vuelva a matar. Aunque eso signifique soportarnos uno al otro por algunas horas.

Luisa no respondió, pero entró a la oficina y ocupó el asiento frente a su jefe. Lo primero que hizo fue informarle de los avances de la investigación. Si se les podía llamar así.

—En otras palabras, están más perdidos que Adán y Eva en el Día de las Madres —replicó el comisario con sarcasmo—. Bien, esperemos que su compañero pueda encontrar alguna información interesante. Debo reconocer que a Guerrero le falta experiencia, pero es un buen sabueso. Mientras tanto, déjeme leer esas notas de nuevo.

La inspectora le entregó una copia de los acertijos y sugirió una estrategia.

—Tal vez podamos deducir las respuestas del segundo si analizamos el primero y lo comparamos con lo que ocurrió.

—Es una buena idea. A ver: «Soy la muerte que alcanza a los pecadores porque así está escrito en la salida. Podréis leerlo en el lodo de España, entre el primero de los perfectos y las notas de una tonada» —Farías lo leyó varias veces sin encontrarle sentido—. ¿Ve usted alguna relación con el asesinato de Ponce?

—Esa parte parece más bien una introducción.

—«Soy la muerte…» ¿Piensa que si desciframos esto nos revelará su identidad?

—No creo que se arriesgue a tanto, aunque sí es probable que arroje alguna información acerca de sí mismo.

—De cualquier forma, no creo que nos sirviera de nada. Esto no tiene ni pies ni cabeza.

—Tal vez la segunda parte nos sea más accesible en este momento.

—Después de que se ha cometido el crimen que anuncia en ella —sentenció Farías—. Será un pobre consuelo si lo desciframos.

—Pero puede mostrarnos una pauta para resolver el siguiente, que sería el que nos permitiría actuar a tiempo.

—Sí, supongo que tiene razón. ¿Qué es lo que dice?

—«¿Quieres saber quién asesinó a Aureliana? Su nombre es Mammón… Otros la seguirán. Por eso Leviatán encontrará al antagonista, cuyo nombre es Procusto, y quien sufrirá la misma suerte de su víctima. Lo hallaréis envuelto en sedas y rodeado del fruto de su iniquidad».

El rostro de Farías mostraba tal desconcierto, que a Luisa le hubiera resultado gracioso de no tratarse de un asunto tan grave. La inspectora le hizo un resumen a su jefe acerca de lo que ella y Alfonso averiguaron sobre los personajes mencionados en las notas y las conclusiones a las que llegaron.

—Así que Mammón y Leviatán son demonios y están relacionados con la avaricia y la envidia. Idea que refuerza la identificación de la víctima con Procusto, un personaje mitológico también asociado a la envidia… ¿Voy bien?

—Todo se fundamenta en dos de los pecados capitales. Creemos que Enigma…

—¿Quién?

—Alfonso bautizó así al asesino.

—¡Válgame Dios! ¡Que no se entere la prensa o tendremos un follón de antología!

—Eso no ocurrirá. Seremos discretos.

—Más nos vale, porque si ese apodo llega a publicarse, les haré responsables a ambos.

—¿Podemos concentrarnos en los acertijos, por favor? El tiempo no se detiene.

—De acuerdo —aceptó el comisario, con un suspiro de resignación—. Sigamos entonces. ¿Qué tiene que ver la avaricia con una mujer que donaba parte de lo poco que tenía a la caridad, o la envidia con una de las mujeres más ricas de La Rioja?

—Me temo que no tenemos idea. Por alguna razón, el asesino les atribuye esos pecados. Supongo que estamos frente a una mente enferma, así que tal vez no sea un asunto de lógica.

—Pues mal estamos si no podemos fiarnos de la lógica. ¿Por qué llama antagonista a Camila Ponce?

—El antagonista es el personaje que se opone al protagonista —afirmó Luisa.

—Su oponente. También habla de una víctima. Y por la forma en que está redactado pareciera que la victimaria era Camila.

—Tiene razón —reconoció Burgos, a quien se le había pasado el detalle—. Una víctima de la víctima.

—Ya me está dando dolor de cabeza —se quejó el comisario—. Según esto, Camila Ponce le hizo algo a alguien y por eso sufrió la misma suerte.

Luisa abrió mucho los ojos.

—¿Camila asesinó a alguien? —la inspectora soltó un bufido—. Es imposible… ¿O no?

El comisario se encogió de hombros.

—Lo que fuera, debió estar relacionado con el vino, porque pronosticó que encontraríamos a Procusto envuelto en sedas y rodeado con el fruto de su iniquidad.

—La encontraron cubierta con una tela de seda empapada en vino.

—Pues ya tiene algo más que investigar, inspectora. Creo que debemos profundizar en el pasado de la señora Ponce y averiguar si estuvo relacionada con alguna muerte en la que el vino tenga un papel relevante.

—El vino, o la Bodega —corrigió Burgos—. Tal vez se trate de un crimen o una injusticia que involucre a la empresa de los Ponce.

—Muy bien, ya desciframos el primer enigma, al menos en parte. Vamos con el segundo, que es el más urgente. ¿Qué dice?

—«Es el turno de Asmodeo, quien al prevaricador conducirá al infierno. La justicia llegará por la Ley del Talión, pues quien con el hierro mata, con el hierro morirá.  Si quieres encontrarlo, deberás buscar al que ejecuta. El imperator».

—¡Mierda! —exclamó el comisario. Luisa quedó desconcertada, pues era la primera vez que le escuchaba pronunciar una palabrota—. ¿No lo ve? Si seguimos el razonamiento del primer acertijo, la palabra «prevaricador»

se refiere a un juez que ejecuta una orden injusta, sabiendo que lo hace…

—¡La próxima víctima es un juez!

—Debemos actuar deprisa. Rápido, dígame, ¿qué representa ese demonio? —preguntó el comisario sin disimular su angustia, mientras cogía el teléfono.

—Asmodeo es el demonio de la lujuria.

Farías solo la escuchó a medias, pues ya daba instrucciones para desplegar un operativo de seguridad, que protegiera a todos los jueces de Calahorra.

◆◆◆

Luisa dejó al comisario ocupado en organizar el operativo de protección a los jueces. Regresó a su propio despacho y releyó de nuevo todos los acertijos en orden. A pesar de lo que consiguieron descubrir, intuía que los secretos que guardaban las partes más crípticas eran vitales para proteger a las futuras víctimas de Enigma.

No podía dejar que la frustración dominara su ánimo. Después de todo, si el comisario estaba en lo cierto, tal vez pudieran evitar que el asesino alcanzara a su siguiente víctima. En toda su carrera policial, la inspectora nunca se había encontrado con un caso similar. ¿Qué relación podía existir entre una anciana centenaria, la propietaria de una de las Bodegas más importantes de Calahorra, y un juez? Una idea surgió de repente en la conciencia de Burgos: un juicio. ¿Y si Aureliana y Camila participaron en algún juicio en el que presidiera el juez desconocido a quien Enigma quería ejecutar? Podría tratarse de una sentencia en la que resultó culpable un inocente relacionado con el asesino, o tal vez él mismo. O quizá lo contrario: pudo declararse inocente a alguien a quien el homicida consideraba culpable. Sin esperar más, Luisa puso manos a la obra y pasó la siguiente hora tratando de relacionar a Díaz y Ponce con cualquier juicio que se hubiera celebrado en La Rioja. Sin embargo, para su desesperación, no encontró nada. Ni la menor relación entre ambas víctimas. Vivían en mundos diferentes, y sin embargo, debía existir algo que las conectara.

Mientras la inspectora trataba de establecer relaciones imposibles, el comisario se sintió más aliviado cuando le confirmaron que se llevarían a cabo las medidas pertinentes para proteger a todos los jueces de la ciudad. Tanto los activos como los jubilados. Con esa medida esperaba frustrar los planes del malnacido que había decidido sembrar Calahorra de cadáveres, al mismo tiempo que desafiaba a la Policía y los dejaba como idiotas.

Aunque se sentía muy orgulloso de sí mismo por haber descifrado parte del enrevesado acertijo, también comprendió que solo se trataba de una solución temporal, pues Enigma… maldita fuera la ocurrencia de sus subalternos de llamarlo así, en fin, de algún modo tenían que identificarlo. El caso era que Enigma podía pasar al siguiente objetivo, aun sin aviso. Si Burgos y Guerrero estaban en lo cierto, el tío tenía programado matar a siete personas, una por cada pecado capital.

Farías se devanó los sesos. No podía involucrar a los demás detectives. Estaban hasta las cejas de trabajo con la desaparición de la chica. Solo contaba con Burgos, que era más vaga que el sastre de Tarzán, por lo que estaba seguro de que se escaquearía a la primera oportunidad. También estaba disponible Guerrero, de quien debía reconocer que era un chaval muy dispuesto para trabajar y tenía madera de sabueso, pero le faltaba experiencia. Entonces recordó la última reunión de promoción a la que asistió. Allí se reencontró con su amigo de los años de cadete; Bejarano. El viejo zorro era comisario de la Brigada de Homicidios. Farías recordó que Bejarano se pasó la noche alardeando de los resultados de su equipo y mencionó a uno de sus subalternos, un tío que era un fenómeno como investigador.

El comisario rebuscó en su lista de contactos y llamó al móvil de su colega. Bejarano lo escuchó con paciencia, pese a que en medio de su nerviosismo, las explicaciones de Farías no fueron muy claras. Sin embargo, el comisario de Homicidios captó la idea general. Después de una corta pausa, le respondió a su amigo.

—Me gustaría ayudarte, Ernesto, pero me temo que el detective al que te refieres está inactivo en este momento.

—¿Se encuentra de baja?

—En unas largas vacaciones.

El comisario experimentó un hilo de esperanza. Las vacaciones se podían revocar por fuerza mayor.

—Se trata de un asunto muy grave, Alirio. Hay varias vidas en peligro.

Bejarano vio su oportunidad. Tal vez pudiera presionar a Argus, y si lo involucraba de nuevo en un caso, quizá consiguiera que cambiara de opinión con respecto a la dimisión.

—No te prometo nada, pero dame unos minutos.

Antes de que Farías pudiera responder, ya su amigo había colgado.

Cinco minutos después, mientras se tomaba una taza de café en un bar, Argus recibió la llamada de su exjefe. Se dijo a sí mismo que lo mejor sería ignorarlo. Él presentó su dimisión, y era problema de Bejarano si la aceptaba o no. Sin embargo, tal vez por la insistencia de su superior, por sentido del deber, o simple curiosidad, Argus cometió la torpeza de responder a la llamada. Escuchó con paciencia lo que el comisario mayor tenía que decirle.

—Estoy seguro de que muchos de mis compañeros activos pueden hacerse cargo de ese caso y resolverlo con éxito.

—Vamos Argus, sabes tan bien como yo que descifrar acertijos no es parte del entrenamiento policial. Tú en cambio, tienes un don para ese tipo de cosas —lo aduló Bejarano.

—Estoy muy ocupado con un asunto personal.

—Un asunto que se te resiste, ¿no es así? «Con la burocracia hemos topado, Sancho».

—Deduzco por su tono que ha seguido mis pasos.

—Por supuesto. ¿Crees que te dejaría deambular por ahí haciendo preguntas sobre una investigación misteriosa, sin saber de qué se trata?

—No es asunto suyo —sentenció Del Bosque, en tono seco.

—Por supuesto que no lo es. Aunque tengo curiosidad por saber qué interés tienes en un caso cerrado y juzgado hace más de veinticinco años, pero en fin, podría conseguir una copia de esos archivos que tanto te interesan y que el juez Llamas no está dispuesto a mostrarte.

—¿Cómo?

—Amigo mío. La jerarquía tiene grandes ventajas. Tú tienes tus habilidades, y yo las mías.

—¿Me está haciendo una propuesta?

—No se te escapa una, ¿verdad? Es muy sencillo: tú colaboras con el comisario Farías para atrapar al malnacido que persigue, y a cambio te enviaré una copia de todos los documentos relacionados con el operativo de rescate de la Guardia Civil en Sierra de Camero.

—¿Conoce el caso?

—En forma muy superficial, pero en su momento fue muy sonado en los ambientes policiales. Los guardias acudieron allí para desmantelar un campo de entrenamiento terrorista, y se encontraron con un grupo de chavales secuestrados, famélicos y muchos de ellos enfermos. El asunto tocó la fibra sensible de los jefes, y por suerte para todos, no se filtró a la prensa.

—¿Quién era el investigador a cargo?

—Lo sabrás cuando puedas leerlo en el expediente, pero antes tienes que cumplir con tu tarea.

—Esto es una extorsión sin disimulo.

—¡Mira qué listo me salió el chico! —se burló Bejarano—. ¿Qué me dices, ayudarás a mi amigo?

—Está claro que no tengo alternativa.

—Vamos, Del Bosque. Sabes que lo harías de cualquier manera. Tu conciencia no te dejaría en paz si no te empleas a fondo para evitar la muerte de quién sabe cuántos inocentes.

Argus se mordió los labios porque sabía que su exjefe tenía razón. Nunca se perdonaría a sí mismo si le daba la espalda a la Policía de Calahorra y había nuevos asesinatos. Al menos debía intentar ayudar.

—De acuerdo, lo haré —claudicó al fin—. ¿Qué garantía tengo de que me entregará la información sobre Sierra de Camero?

—Tienes mi palabra.

—No es suficiente.

—Tendrá que serlo —sentenció Bejarano, antes de cortar la comunicación.

◆◆◆

Christian le dio las gracias a don Pablo cuando llegaron hasta «El Mirador». La urgencia de Abelard para que acudiera a su hotel en Madrid, y el hecho de que su propio chófer lo recogiera en el aeropuerto, le dio la medida al viejo médico de la importancia que tenía para don Antonio lo que iba a pedirle.

El patriarca no fue elocuente cuando lo llamó a Marañón, pero aludió al afecto que le profesaba, así como a la confianza fundamentada en una vieja amistad. Todo el preámbulo despertó la curiosidad de Christian, que no tenía idea de qué podía querer de él un hombre tan poderoso como don Antonio.

En la recepción ya lo esperaban. Le comunicaron que el señor Abelard ordenó que le prepararan la suite presidencial, y que no se preocupara por los gastos, por supuesto. Era su invitado. Por otro lado, el recepcionista le ordenó al botones que condujera al doctor hasta el último piso, donde don Antonio tenía su despacho. Ellos se harían cargo de su equipaje.

Cuando Christian alcanzó la oficina del magnate, fue Inés quien lo recibió con una sonrisa. El doctor agradeció encontrar un rostro conocido, pues ya se sentía abrumado por tanta amabilidad proveniente de desconocidos.

—¡Christian, qué bien que estás aquí! Don Antonio te espera con mucha ansiedad. Ya se asomó tres veces para preguntar si habías llegado.

—¿Sabes de qué se trata todo esto? No creo que requiera mis servicios médicos en medio de Madrid, pero no se me ocurre a qué viene tanta urgencia.

—No lo sé. Lo que sí te puedo decir es que desde hace algunas semanas, don Antonio se comporta de forma muy extraña. Espero que no esté enfermo.

—¿Recuerdas desde cuándo cambió su conducta?

—Yo diría que desde una semana antes de regresar de Marañón. Un día estaba normal, y al siguiente ya no era él. No sé si me explico —Werner asintió. El médico pensó que tal vez lo que ocurrió en la isla lo desconcertó. Sería comprensible. Aun así, eso no le explicaba qué hacía él allí—. Será mejor que te anuncie. Tiene prisa por hablar contigo.

En cuanto Inés le avisó a su jefe que Werner por fin había llegado, Abelard le ordenó que lo hiciera pasar. El viejo médico entró en el despacho, y después de saludar al patriarca ocupó la silla frente a él.

—Pues ya estoy aquí, don Antonio. Usted dirá en qué puedo serle útil.

—Debo ponerte en antecedentes sobre algunos asuntos muy delicados para mi familia, Christian. Espero que comprendas que necesito absoluta discreción acerca de lo que voy a revelarte.

Las palabras de Abelard causaron curiosidad y preocupación por igual. Minutos después, Werner se sumaba al pequeño grupo de personas que conocían la verdadera identidad de Argus del Bosque.

—Pues me deja usted de piedra, don Antonio. Nunca me hubiera imaginado que ese chico pudiera ser su hijo perdido. Por supuesto que seré discreto al respecto.

—Te confieso que quisiera gritárselo al mundo, pero por la conducta de César comprendo que él prefiere que no se divulgue. Y yo no quiero contrariarlo.

—Le doy la razón. Lo que no comprendo es qué papel juego yo en todo esto.

—Al contrario de mí, tú lo apoyaste en Marañón. Te ganaste su confianza y amistad. Eres mi única esperanza de volver a encontrarlo.

—¿Por qué no lo hace a través de la Policía? Ellos deben saber dónde está.

—¿Crees que no lo he intentado? César no quiere que lo localicemos y después de la forma en que lo traté, no lo culpo. Sin embargo, no podré vivir tranquilo si al menos no tengo la oportunidad de pedirle perdón. Después, si él quiere renegar de mí y sus hermanos, lo aceptaré aunque me rompa el corazón.

—Así que quiere que yo lo encuentre para usted.

—Te ganaste su amistad y gratitud. Tengo la esperanza de que te haya proporcionado un medio para comunicarte con él.

—Pues, sí. Le confieso que me dio el número de su móvil, pero no creo que en sus planes estuviera que se lo proporcionara a nadie más. En especial, si como usted dice, no quiere que lo encuentren.

—Nunca te pediría que traiciones su confianza, Christian. Eso sería un grave error —Werner esperó. Todavía no estaba seguro de lo que Abelard quería de él—. Lo que te ruego es que lo llames, que te reúnas con él, le expliques cómo me siento y le hagas llegar mis disculpas.

—Quiere que actúe de intermediario.

—¿Lo harás?

Christian meditó la petición por unos momentos.

—¿Y si tampoco quiere reunirse conmigo? Por lo que usted me cuenta, deduzco que él también descubrió quién era mientras se encontraba en la isla. Eso debió resultar un fuerte impacto emocional, que además lo golpeó en medio de una situación muy difícil…

—Puedes decirlo, Christian: una situación que yo le puse difícil al actuar como un obtuso. Hoy me arrepiento de mi conducta y de cada palabra que pronuncié cuando creí que él… En fin, que me fustigo cada minuto por lo que hice, y quisiera echar el tiempo atrás para corregir mis errores —confesó el poderoso magnate, con los ojos humedecidos—, pero no tengo ese poder. Solo puedo rezar para conseguir el perdón de mi hijo, y tratar de compensarlo por todo lo que ha tenido que pasar.

Werner guardó silencio al comprender que estaba siendo testigo de algo inaudito. El Abelard que él conocía era un potentado dueño de sí mismo y de su entorno. A una palabra suya, todos a su alrededor corrían a obedecer. La persona que se esforzaba en contener las lágrimas frente a él, solo era un hombre viejo y frágil, que rogaba para que sus errores fueran perdonados, y conservar la esperanza de recuperar a su hijo. Aunque nunca lo hubiera creído posible, Christian sintió compasión por don Antonio Abelard.

—No puedo prometerle nada, don Antonio. Si algo aprendí de mi trato con Del Bosque es que puede ser tan testarudo como usted. Ahora comprendo que «de casta le viene al galgo». Sin embargo, haré mi mejor esfuerzo.

—Sabía que podía contar contigo, Christian —confesó Abelard, al mismo tiempo que usaba su pañuelo para secarse las lágrimas, y tratar de simular que nunca estuvieron allí.

—Debo advertirle, sin embargo, que si Argus se niega a hablar conmigo, o no puedo convencerle, usted tendrá que respetar su decisión.

—Por supuesto. Ya he cometido demasiados errores con mi hijo como para forzarlo a hacer algo que no quiere.

—En ese caso, trataré de contactarlo, a ver en qué lío anda metido el chaval, porque si algo le puedo asegurar es que tiene un imán para los problemas. Solo hay que ver el trabajo que me dio en Marañón.

Abelard desplegó una sonrisa donde se mezclaban la tristeza y el orgullo.

—Es verdad. Es firme como un roble y listo como un zorro.

—Tiene a quien parecerse —confesó Christian, mientras se ponía de pie y estrechaba la mano de Abelard—. Déjelo de mi cuenta, don Antonio. Le avisaré del resultado de mi intermediación, y esperemos que el chico no se resista demasiado.

De regreso en su propia oficina, Luisa comprobó con satisfacción que mientras se encontraba reunida con el comisario llegaron nuevos mensajes a su correo electrónico. Sarría y su equipo habían concluido el peritaje de ambas escenas del crimen. Estaba claro que los mandos tenían prisa en que se resolviera el caso y presionaban a todo nivel. Tal vez en alguno de esos resultados hubiera una pista que los acercara a descubrir quién era Enigma. Después de todo, necesitaban muy poco: un cabello, una gota de sangre, una fibra de la ropa… Cualquier cosa.

Los documentos impresos, firmados y sellados para el archivo ya estarían de camino, pero mientras llegaban, ella revisaría las copias que entraron al correo electrónico. Se comunicó con Eloísa para comprobar que Alfonso se encontraba en la comisaría y así era, de manera que le ordenó a la secretaria que le avisara para que se reuniera con ella. Dos cerebros siempre piensan mejor que uno.

Cuando el subinspector llegó al despacho de Burgos, encontró a la inspectora mucho menos entusiasmada de lo que estaba cuando lo mandó a llamar. Ella desvió la atención de la pantalla del ordenador y miró a su subalterno. Entonces dejó salir un largo suspiro con el que dio la sensación de desinflarse.

—Gracias por acudir tan rápido, Alfonso, pero creo que te hice venir por nada.

—¿A qué te refieres? Eloísa me dijo que teníamos los informes de las escenas.

—Y los tenemos —le confirmó la inspectora—, pero no nos servirán.

—¿Cómo es eso posible?

—Porque en ninguna de las muestras recogidas hay elementos para analizar —Guerrero frunció el ceño—. Así es. Ni un cabello, ni una fibra… nada. Sarría está convencido de que el asesino aspiró las escenas, antes de marcharse.

—¡¿Aspiró las escenas?! No lo creo. Quiero decir, algo así hubiera llamado la atención. Una aspiradora hace mucho ruido, además de ser aparatosa.

—A menos que sea un modelo portátil y silencioso…

Alfonso se quedó en silencio con la boca entreabierta antes de quejarse.

—¿Entonces no tenemos nada?

—De las escenas, no.

—¿Y qué hay de las notas?

—Papel común. Impresora de uso corriente. Según el grafólogo, la redacción es más propia de un hombre, pero tampoco puede asegurarlo.

—¿Y la tela que cubría a Camila?

—Un retal de seda que pudo comprarse en cualquier tienda de telas. Antes de que me preguntes por el vino, por la composición podría ser un «Ponce de Calahorra», pero eso tampoco nos lleva a ninguna parte. Por otro lado, en ninguna de las escenas hay evidencia de lucha.

—Así que las víctimas no se defendieron.

—Lo cual hace pensar que las neutralizó de alguna manera. Veremos si los resultados toxicológicos arrojan algo.

—Siento que avanzamos con demasiada lentitud en este caso.

—Yo tengo la misma percepción.

—¿Tú y Farías llegasteis a alguna conclusión con los acertijos?

Luisa le explicó a su compañero la deducción que hizo el comisario, y las medidas que decidió para proteger a las posibles víctimas.

—Es un buen razonamiento —reconoció Alfonso—. Veremos si está en lo cierto.

—¿Tú avanzaste algo?

—Bueno, al menos pude hablar con el abogado de la familia Soliz-Ponce. El primer detalle: no hay separación de bienes, así que a menos que nos encontremos alguna sorpresa en la sucesión, el señor Francisco Soliz se ha convertido en un hombre muy rico.

—¿El abogado te informó sobre el contenido del testamento?

—Está dispuesto a colaborar, pero la confidencialidad profesional le impide hacerlo, a menos que presentemos la orden de un juez.

—En ese caso, tendremos que solicitarla.

Alfonso asintió.

—Me ocuparé.

—¿Averiguaste quién es la amante de Soliz?

—No fue tan difícil como temía. A pesar de que don Francisco lleva sus amoríos con mucha discreción, es más difícil engañar a una secretaria, que a una esposa.

—La secretaria de Soliz estaba enterada…

—Y le picaba la lengua por contarlo: Francisco engañaba a su mujer con una de las enólogas de la Bodega. Su nombre es María Elena Ventura.

—De acuerdo —dijo Luisa, mientras tomaba nota—. Yo me haré cargo de interrogarla.

—Muy bien, tú eres la jefa.

Burgos se quedó en silencio por un momento, mientras meditaba la situación.

—Esta investigación es una pesadilla —se quejó la inspectora—. Como si los acertijos no fueran lo bastante desconcertantes, hay una escasez sorprendente de evidencias. ¡Demonios! Ni siquiera sabemos cómo comete los homicidios. ¿Estrangula a las víctimas, o les rompe el cuello? Tal vez debamos concentrarnos en la relación que existe entre Díaz y Ponce.

En pocas palabras, Luisa le explicó su teoría acerca de un posible juicio que involucrara a las dos mujeres.

—Lo que propones tiene sentido. ¿Encontraste algo?

—Me temo que nada. Lo único que saqué en conclusión es que las víctimas no se cruzaron nunca. Vivían en mundos diferentes. Sin embargo, tengo la certeza de que esa relación sí existe, y estoy dispuesta a encontrarla. ¿Tú averiguaste algún nexo entre los sospechosos?

—Pues en ese aspecto tuve más suerte que tú.

Burgos se inclinó hacia adelante en el asiento con interés.

—¿Qué encontraste?

—¿Recuerdas a Flavio Pedroza?

—El enfermero del turno de la noche.

—El mismo. Bien, resulta que él y Cristóbal Soliz fueron compañeros de clase desde la ESO.

Luisa frunció el ceño con sorpresa.

—No se me hubiera ocurrido situar a esos dos en el mismo instituto.

—En realidad era un colegio privado bastante pijo. Pedroza estudió allí gracias a una beca. Según lo que pude averiguar, ambos eran muy amigos.

—¡Mira qué interesante!

Antes de que la inspectora pudiera pronunciarse al respecto, el teléfono fijo de la oficina los interrumpió.

—Aquí Burgos. Sí, Eloísa, puedes pasarme la llamada… Me alegra escucharte Heriberto, espero que tengas nueva información para mí.

—Pues sí hay algo y preferí llamarte, porque sé que estáis escasos de evidencias y esto puede resultar importante.

—Te escucho.

—Descubrimos cómo entró el asesino a la casa de los Soliz. La idea fue de uno de los chicos. Me sugirió que tomáramos muestras del interior de la cerradura. No tienes idea de lo que encontramos.

—¿De qué se trata? —preguntó la inspectora con todos los músculos en tensión.

—Restos de acrilonitrilo butadieno.

La expresión de desconcierto de Luisa fue tan evidente, que hizo que Guerrero enarcara las cejas con curiosidad, aun cuando no podía escuchar al técnico. La inspectora respiró profundo al recordar que Heriberto se regodeaba soltándole nombres extraños a los policías para cachondearse un poco de ellos.

—En castellano, por favor.

—Desde luego. Se trata del plástico que se usa en la impresión 3 D.

La explicación dejó a Burgos igual de confundida que antes de escucharla.

—Sarría, comprendo que quieras darle un poco de suspenso a tu información, pero no andamos muy sobrados de tiempo. ¿Podrías ir al grano?

—Por supuesto, disculpa. Es difícil ignorar los malos hábitos. Te lo explicaré mejor. Se usó una llave fabricada con una impresora 3 D. Tiene la característica de ser muy maleable, así que el asesino solo tuvo que introducirla en la cerradura, darle algunos golpes suaves con un martillo y voilà, tendría una llave a la medida que abriría la puerta tan bien como la original.

Burgos sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Si se enfrentaban a un sujeto capaz de semejante sofisticación… Superado el primer impacto, la inspectora acertó a hacer la pregunta más lógica:

—¿Dónde pudo conseguir esa llave?

—Eso podría daros una línea de investigación —reconoció Sarría—. Por eso quise que lo supierais cuanto antes. Existen empresas que hacen objetos de impresión 3D por encargo, por lo general para fábricas. No sé qué posibilidad tendría un particular de hacer un encargo así, pero…

—¿Pero?

—Si el sujeto que buscas no quiso dejar rastros… No es fácil, pero tampoco imposible construir una impresora 3D casera…

Luisa colgó con una mezcla de esperanza y desaliento. Si Enigma encargó la llave podrían seguirle el rastro, pero si fabricó su propia impresora, se encontrarían ante otro callejón sin salida. Antes de que pudiera explicarle al subinspector la nueva información, el teléfono volvió a sonar. La inspectora ni siquiera había retirado la mano del auricular. Después de una breve conversación volvió a colgar, mientras miraba a Guerrero.

—El comisario quiere verme de inmediato. Luego te pondré al día sobre mi conversación con Heriberto. Hay un nuevo hilo de investigación. ¿Cuáles son tus planes para el resto del día?

—Pensaba indagar en la calle sobre el asunto de las joyas robadas.

Luisa asintió.

—Hazlo. Aunque estoy segura de que Cristóbal las sustrajo de la caja fuerte de su madre, debemos tener la certeza. Con mayor razón después de la conexión que encontraste entre él y el enfermero.

—De acuerdo.

—Yo iré a ver qué quiere Farías. Espero que no me haga perder el tiempo. Cuando termines tu indagación puedes irte a casa. Yo haré lo mismo.

—Tú eres la jefa.

Ambos salieron del despacho al mismo tiempo, cada uno a cumplir una orden diferente. Luisa percibió cierto desprecio en la mirada de Eloísa cuando se levantó para acompañarla hasta la puerta y anunciarla.

En el momento en que Burgos cruzó el umbral, se dio cuenta de que Farías estaba acompañado. Frente a él había un hombre que se puso de pie de inmediato. Era alto y delgado, usaba un traje a la medida y se movía con elasticidad.

—Inspectora Burgos, pase —le ordenó el comisario—. Le presento al comisario Del Bosque, de la Brigada de Homicidios. Le brindará apoyo en el caso Díaz-Ponce, así que espero que le ponga al día acerca de toda la información de la que disponemos.

—¿Me brindará apoyo, o me quitará el caso? —replicó Luisa, sin poder contenerse.

—No estoy aquí para quitarle nada a nadie —respondió Del Bosque, con una voz profunda—. Le aseguro que deseo intervenir en su investigación, tanto como usted quiere que yo lo haga.

—Al final lo consiguió, ¿verdad? —insistió la inspectora, ignorando a Argus y concentrándose en su jefe—. Ahora podrá decir que soy una incompetente y que tiene que traer a un policía de afuera para hacer mi trabajo.

Farías perdió la paciencia y dio un fuerte golpe a la mesa con la palma de la mano abierta.

—¡Ya es suficiente, inspectora! Su actitud me tiene hastiado. No le basta con hacer su trabajo de nueve a cinco, como si esto fuera una oficina administrativa, sino que además se ofende si hago lo posible por cubrir sus deficiencias. Mi deber es con esta comisaría y con la comunidad. No voy a detenerme a la hora de cumplirlo para no herir su ego. ¿Lo entiende?

—Sí, señor —aceptó Burgos, mientras se mordía los labios.

—En ese caso, siga mis órdenes y ponga al día al comisario. No necesito decirle que a partir de este momento, él está a cargo.

—Sí, señor.

Del Bosque suspiró. Después de que Farías le contó acerca de los asesinatos del criminal al que llamaban Enigma, Argus comprendió que le esperaban días difíciles. En especial con esa compañera.

Argus acompañó a Luisa hasta su despacho. La inspectora no disimuló su mal humor. Él sabía lo que sentía, pues también había sufrido la mala experiencia de que le arrebataran un caso de las manos sin que hubiera una razón justificada. También comprendía a Farías. Él era quien soportaba la presión de los rangos superiores y quien al final tendría que dar explicaciones por cada nueva víctima. No le hubiera gustado estar en su pellejo.

Cuando entraron en la pequeña oficina, Burgos le ofreció que ocupara su puesto, lo cual le dio una medida a Del Bosque de lo dolida que se sentía.

—De ninguna manera, inspectora. Este es su despacho y lo seguirá siendo. No estoy aquí para desplazarla, sino para ayudar en lo que pueda.

Mientras el comisario pronunciaba esas palabras, ella lo observó en busca de alguna señal de desprecio o burla, pero no fue lo que percibió. Del Bosque era sincero y Luisa no supo qué responder, así que se limitó a ocupar su silla.

—¿Por dónde quiere comenzar?

—El comisario Farías me hizo un breve resumen de los crímenes, pero me gustaría recibir un informe completo, y nadie mejor que usted para dármelo.

Burgos asintió. Al menos el tío no era pedante, lo cual haría más llevadera la situación. La inspectora abrió el expediente y le proporcionó toda la información a Argus. Él escuchó con atención, sin interrumpirla en ningún momento. Cuando ella terminó, Del Bosque se quedó en silencio por unos segundos antes de hablar.

—En mi opinión, usted ha hecho un excelente trabajo policial, inspectora, pero me temo que para atrapar a este asesino hay que ir un poco más lejos.

—¿A qué se refiere? —preguntó Luisa, al mismo tiempo que tensaba los músculos de la espalda, pues esperaba que detrás de ese tímido halago llegara la crítica.

—Por la forma en que el asesino limpió las escenas de los crímenes, debe tratarse de alguien muy bien informado con respecto a los procedimientos policiales…

—¿Un policía o un perito? —lo interrumpió ella.

—No me atrevería a hacer una aseveración como esa. Hoy en día la información sobre casi cualquier cosa está a la distancia del movimiento de un dedo… Lo que sí puedo afirmar es que se trata de una persona cuidadosa, además de ser muy inteligente. Solo hay que darse cuenta de la variedad de información que maneja…

—Se refiere a los enigmas.

—Eso por descontado, pero hay mucho más: Sus víctimas no estaban solas cuando las asesinó. Eso significa que actuó con una sangre fría impresionante, pero además se tomó su tiempo para eliminar las evidencias de las escenas. Si lo piensa bien, corrió un riesgo enorme.

—¿A dónde quiere llegar con ese razonamiento, comisario?

—Ahora se lo diré. También debemos considerar la forma en que llegó hasta sus víctimas. Para entrar a la residencia empleó la astucia, y en la casa Soliz se valió de la tecnología.

—Muy bien, perseguimos a un tío excepcional. Lo felicitaremos si logramos atraparlo, pero todavía no me dice cuáles son sus conclusiones sobre esto.

—De acuerdo. Lo que estoy tratando de dibujar es un perfil psicológico que nos ayude a identificar a este individuo entre los sospechosos.

—No estoy muy segura de creer en ese tipo de perfiles —protestó Burgos.

—Y sin embargo, pueden resultar muy útiles.

—Según usted, ¿cuál sería ese perfil?

—Muy bien, le daré mi opinión, pero si está en desacuerdo en algún aspecto, le ruego que me lo haga saber: buscamos a un hombre joven, metódico, paciente y muy imaginativo…

—¿Qué le hace pensar que es un hombre joven? Algunos de los sospechosos no encajan en esa descripción.

—Recuerde que se mostró ante la jefa de enfermería de la residencia, aunque fuera con el rostro cubierto. Ella lo describe en sus declaraciones.

—Tiene razón, continúe.

—Este sujeto es capaz de resolver problemas difíciles en forma eficiente y usando métodos poco convencionales, por lo que su nivel académico debe ser alto, aunque tal vez sea autodidacta. Es evidente que estudió a fondo a las víctimas y su entorno, lo cual implica que no le gusta improvisar. Tampoco se detiene ante los grandes retos, lo que me hace pensar en alguien con un ego fuerte. Quizá un megalómano.

—Casi parece que lo admira.

—Lo haría si no fuera un asesino. Solo quiero dejar claro que no debemos bajar la guardia, pues nos encontramos frente a un adversario formidable y les puede costar la vida a muchos inocentes si cometemos el error de subestimarlo.

—Créame que en ningún momento lo he subestimado. ¿Por qué cree que comete estos asesinatos?

—Estoy de acuerdo con ustedes en que se trata de una venganza. Es lo que se deduce de los enigmas. Detrás de esos mensajes se esconde una enorme frustración.

—¿Y si los acertijos son falsos? —Argus esperó a que Luisa se explicara—. Tal vez son una forma de hacernos creer que hay un asesino en serie suelto, cuando en realidad se trata de un criminal que solo busca otro tipo de beneficio. Alguno de los dos homicidios podría ser tan solo un señuelo.

—Supongo que lo que sugiere es que mataron a la anciana para desviar la atención en el asesinato de la señora Ponce —dijo el comisario. Burgos asintió—. Reconozco que es tentador dejarse llevar por esa teoría y concentrarse en quienes tuvieron la oportunidad y los que resultan beneficiados por el segundo crimen, pero no creo que esa sea la situación.

—¿Por qué?

—Porque los acertijos señalan que habrá más asesinatos. Siete, para ser exactos. Y junto al cuerpo de Camila se encontró una nota que anuncia el siguiente crimen. No tendría sentido asesinar a siete personas solo para distraer a la Policía. El riesgo que corre el homicida en cada crimen es enorme.

—Visto así…

—Comprendo que es decepcionante no poder aferrarse solo a los procedimientos policiales habituales, pero mi lógica no significa que debamos dejarlos de lado. Yo podría estar equivocado, o tal vez el asesino se encuentre en el entorno de alguna de las víctimas.

La inspectora meditó las palabras del comisario y comprendió por qué lo escogieron para encargarse de esa investigación. Se sintió un poco menos enfadada. Solo un poco.

—¿Qué opina de los acertijos?

Argus releyó las notas en orden. Cuando era niño lo entrenaron para resolver ese tipo de enigmas, pero aun así, estos le resultaron bastante crípticos.

—Pienso que ustedes descifraron parte de los enigmas en forma brillante, pero me temo que no es suficiente. La solución parcial puede llevar a conclusiones erróneas…

—Supongo que se refiere a la primera parte del enigma que encontramos en la cama de Aureliana: «Soy la muerte…»

—A ese mismo me refiero. Estoy seguro de que contiene información clave para comprender lo que el asesino tiene en mente.

—¿Alguna idea de lo que significa?

Del Bosque negó con la cabeza.

—Me temo que se me escapa lo que revela. Con respecto a la segunda parte, no creo que haya mucho más que descubrir.

—¿Y el segundo? El comisario Farías piensa que la próxima víctima podría ser un juez. Y si está en lo cierto, tal vez toda esta locura tenga su origen en un juicio que dejó descontento a alguien.

Argus se concentró en el enigma que le señaló Luisa.

—No estoy seguro —reconoció con pesar—. Aunque la palabra prevaricación es una referencia clara al mal comportamiento de un juez, pero lo demás…

La inspectora decidió leerlo de nuevo, despacio y en voz alta. De repente estaba interesada en lo que el comisario tuviera que decir.

—«Es el turno de Asmodeo, quien al prevaricador conducirá al infierno. La justicia llegará por la Ley del Talión, pues quien con el hierro mata, con el hierro morirá.  Si quieres encontrarlo, deberás buscar al que ejecuta. El Imperator».

—Asmodeo es el demonio de la lujuria —afirmó Argus.

—¿Cómo lo sabe?

—Lo leí por ahí alguna vez —respondió Del Bosque, al mismo tiempo que encogía un hombro para restarle importancia. No quería decirle a su nueva compañera que su infancia incluyó el estudio de todo tipo de mitologías.

—Supongo que eso significa que la próxima víctima morirá a causa de su lujuria.

—Yo agregaría que prevaricó por culpa de la lujuria.

Burgos miró a Argus confundida.

—¿Qué clase de juez haría eso?

—No lo sé. Lo que sí está claro es que el asesino piensa hacerle a este juez lo mismo que él le hizo a la víctima de su prevaricación. De eso se trata la Ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente.

—«… el que a hierro mata, con el hierro morirá», pero no tiene sentido si lo analizamos con detenimiento. En España abolieron la pena de muerte en 1978…

—Tal vez involucre un juicio previo a esa fecha, donde el culpable fuera condenado a muerte.

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