Encuentro en Ío

Encuentro en Ío


Ejecución » 19 de abril de 2047, Ío

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19 de abril de 2047, Ío

—Fantástico trabajo con la ducha, por cierto. Quería habértelo dicho ayer, pero estaba tan agotada que solo me metí en la cama.

A Martin le alegró oír los cumplidos de Francesca. Hayato y ella habían regresado a la sonda de aterrizaje tras caminar casi veinte horas, y el astronauta alemán apenas podía creer que quisieran volver a salir hoy. Aunque el camino hacia Reiden Patera era un poco más corto, él no querría caminar ni un solo kilómetro con la piel de sus muslos irritada. Pero Francesca había insistido en hacerlo. Tenían que familiarizarse con su entorno y todos sus peligros si querían sobrevivir más de una semana en Ío.

Martin no discutió con ella siempre y cuando él no tuviera que ir. Con toda probabilidad no sería capaz de evitar hacer un par de excursiones por sí mismo. La noche anterior había realizado un análisis espectroscópico de los vídeos tomados en la empinada escarpadura. Había algunos minerales allí que necesitaban y que no eran fáciles de obtener en ningún otro lugar. Hayato y Martin querían diseñar algún aparato para extraer estos materiales desde arriba. Hayato pensaba en alguna especie de andamio, como los que usan para limpiar las ventanas en los rascacielos. Solo imaginar una profundidad de mil metros debajo de él hacía que Martin se sintiera mareado.

Pero tenía otra tarea que realizar hoy. Tan pronto como los demás se pusieran en camino para explorar, Martin examinaría las muestras que habían traído del lago de azufre y la corriente de lava. En el CELSS, él ya había montado todo lo que necesitaría para la tarea.

Francesca estaba tratando sus muslos. Se había puesto una gruesa capa de crema en las zonas irritadas y aseguró todo con cinta adhesiva de tal modo que nada se movería a pesar de la fricción de la parte inferior del traje espacial. La miró a la cara. Tenía los dientes apretados. Sus mejillas seguían ruborizadas por el ejercicio que acababa de acabar.

—¿Te duele? —preguntó.

Ella negó con la cabeza. «A mí no, debilucho», parecía estar expresando. Martin sonrió y ella le devolvió la sonrisa. Le gustaba Francesca, quien siempre intentaba ser dura.

—El pañal —dijo ella.

Martin le tendió el MAG.

—Por favor, date la vuelta.

Martin hizo lo que le pedía.

—Dame mis calzones largos —dijo un momento más tarde. Se estaba refiriendo a la ropa interior térmica de una sola pieza llamada LCVG. Martin se giró en redondo y le dio la prenda. Era pesada, debido a la unidad de refrigeración y calefacción integrada.

—¿Dónde está Hayato?

Martin miró alrededor, dándose cuenta de que el astronauta japonés aún debía estar en el CELSS. Martin contestó a Francesca señalando hacia arriba.

—Bueno, probablemente siga equipando su bolsa. Esa bolsa era impresionante de verdad —dijo ella.

Entonces oyeron un ruido de traqueteo mientras Hayato, portando una pesada bolsa, bajaba por la estrecha escalera del módulo jardín. Algo sobresalía de la bolsa, algo que a Martin le parecían dos palos cubiertos con tela.

—¿Qué cosas chulas has traído? —preguntó Francesca.

—Vamos a visitar una patera activa. Deja que te diga que podría haber actividad volcánica explosiva —contestó Hayato.

—¿Y eso qué significa?

—No quiero que nada caiga sobre nuestras cabezas, así que he metido en la bolsa dos paraguas.

—¿Dos qué?

—¡Paraguas, Francesca!

—No sabía que teníamos paraguas a bordo —intervino Martin.

—Yo casi me había olvidado de ellos también —dijo Hayato—. En realidad, los había fabricado como precaución, para protegernos contra la lluvia de metano en Titán. Pero entonces te llevaste la tienda de campaña, Francesca.

Hayato dejó la bolsa en el suelo y comenzó a meter su cuerpo en el SuitPort.

—Por cierto —dijo—, tendrás que pasarme la bolsa a través del compartimento estanco del CELSS.

—Genial. Así que tengo que volver a arrastrarla arriba —se quejó Martin con una risita.

Poco después, Hayato estaba en la superficie de Ío. Martin le hizo a Francesca la señal de todo bien y ella se separó también del SuitPort. Martin cogió la bolsa, subió al CELSS, y la colocó en el compartimento estanco junto con los tanques de oxígeno de repuesto.

Al cabo de un rato se oyó un traqueteo fuera del casco. «Deben de ser Hayato y Francesca recogiendo las cosas». Pronto los vio a ambos en la pantalla, saludando a la cámara con la mano.

—Venga, idos ya, vosotros dos —dijo Martin por radio—. ¡Y conseguidme un cráter de cien metros!

Hayato y Francesca se dieron la vuelta y se marcharon dando largos saltos hacia el suroeste. Estarían de vuelta dentro de quince horas.

Tenía tiempo más que suficiente para examinar las muestras, así que se sentó en su cómodo asiento, se relajó, y comenzó a pensar. Esas quince horas de soledad en el módulo de aterrizaje era un auténtico regalo para alguien que encontraba estresante la compañía de otras personas. «Solo era diferente con Jiaying». Martin se dio una bofetada para alejar ese pensamiento.

Mejor debería concentrarse totalmente en Ío. Su supervivencia allí parecía estar asegurada durante las siguientes semanas o meses. Sabían dónde conseguir las necesarias materias primas, y tampoco acabarían fritos por la radiación. Sin embargo, aún no habían resuelto la cuestión de por qué la criatura de Encélado les había advertido sobre Ío, y además no podían comunicarse con el mundo exterior. En realidad, Martin tenía una solución para el segundo problema.

Estaba a punto de cerrar los ojos durante unos minutos cuando el módulo de aterrizaje se sacudió. Hubo un agudo chirrido metálico procedente de arriba, del CELSS, y luego todo volvió a quedarse en silencio. Martin se sentó bien erguido.

—Neumaier al equipo exterior. ¿Habéis sentido eso?

—Confirmado —informó Hayato por radio—. Ha sido un temblor sísmico. Tal vez se ha disipado algo de tensión en alguna parte, ya que Ío tiene mucha actividad tectónica.

—¿Debería preocuparme?

—Nuestros científicos no han encontrado indicaciones de fuertes terremotos, y podemos sobrevivir a los pequeños sin problemas.

—Bien, entonces confiemos en los científicos. Hasta ahora siempre han tenido razón.

Oyó a Hayato reírse al otro lado de la radio.

—Neumaier, corto y cambio.

Martin comprobó las pantallas de los instrumentos de medición. Su epicentro estaba en algún lugar hacia el suroeste. En la Tierra, esto habría sido un temblor menor. Se puso de pie.

—Esto no es bueno —dijo en voz alta para sí mismo.

Ahora estaba otra vez bien despierto. Subió por la escalera hacia el CELSS y encendió la luz. El interior era un desastre. Había instalado la ducha el día anterior siguiendo los planos de Hayato, pero no había habido tiempo para limpiar después. Martin suspiró y comenzó a ordenar, y luego pasó una bayeta húmeda por todas las superficies planas.

Tras treinta minutos de tareas de limpieza decidió que las cosas estaban suficientemente ordenadas. El ordenador que controlaba los diversos aparatos analíticos ya estaba encendido. Comenzó calentando una parte de la primera muestra para medir su radiación. Luego la hizo reaccionar con varios materiales. No tenía que hacerlo manualmente, ya que había un conjunto estándar de pruebas que transmitían sus resultados al ordenador de un modo electrónico. El papel de Martin era más bien el de un mono entrenado: tenía que cargar nuevas muestras en el equipo de pruebas tras retirar los restos de las antiguas. Probablemente habría supuesto demasiado esfuerzo conseguir que fuera completamente automático.

Mientras seguía las instrucciones del software, aún no estaba mirando los resultados del sistema. Quería conseguir una visión general antes de concentrarse en los detalles, y el trabajo necesitó tres horas para completarse. Mientras el sistema de análisis estaba trabajando en la última muestra, cogió algo para comer del armario de las provisiones. Pan deshidratado; se lo había ganado de verdad. Martin se encogió de hombros y rio. En realidad, no estaba tan malo.

«Análisis completo. Por favor, retire el contenedor con la muestra», decía el mensaje en la pantalla. «Ya era hora», pensó Martin. «Ahora comienza la parte interesante». Primero, Martin comprobó la composición química de las diversas muestras: azufre y compuestos sulfúricos por aquí, silicatos por allá, como era de esperar. La corriente de lava apenas mostraba nada excepcional. Aparte de su puro tamaño, podría haberse encontrado en la Tierra. La muestra del lago de azufre resultó ser más interesante. Aunque el análisis de la corriente de lava ocupaba unas veinte líneas, solo el del lago de azufre tenía veinte páginas de largo.

El informe discutía primero las diferentes formas del azufre. El mayor porcentaje en las muestras estudiadas como grupo era de ciclooctaazufre, que consiste de ocho átomos de azufre dispuestos en una especie de corona espacial. Principalmente ocurría como «azufre alfa», reconocible por su color amarillo. El informe enfatizaba de un modo específico, sin embargo, que el analizador estructural también detectaba el «azufre gamma», que es incoloro y muy raro en la Tierra. Martin se sintió de repente profundamente alerta, ya que se suponía que esta forma de azufre era el supuesto producto de una cianobacteria.

¿Había un método diferente en Ío para que el azufre alfa se convirtiera en azufre gamma? Esta transformación en particular debía estar sucediendo constantemente, ya que la forma incolora era inestable y volvería a convertirse en su variante amarilla al cabo de unos días. A juzgar por el porcentaje de azufre gamma en la muestra, el proceso debía ser muy activo. Martin realizó los cálculos. Si la rara forma de azufre era generada en realidad por una especie de bacteria, debía haber alrededor de cien mil bacterias en cada centímetro cúbico del lago de azufre. Aunque había varias órdenes de magnitud menos que en un centímetro cúbico de tierra en la Tierra, Ío no se había considerado hasta entonces particularmente fértil. Volvió a mirar el análisis de la corriente de lava. Aunque contenía mucho menos azufre, había una pequeña cantidad de la variante gamma.

Martin intentó controlarse. Era demasiado temprano para calcular tales cosas, ya que primero tendría que encontrar vida con las manos en la masa. ¿Cómo podía hacerlo mejor? Tenía que echarle un vistazo más de cerca a las muestras. Como las muestras solo tenían ahora una temperatura de veinte grados, en vez de los ciento cincuenta grados registrados en el lugar donde habían sido tomadas —con azufre derritiéndose a unos ciento quince grados—, donde cualquier estructura debería estar congelada en el material.

Martin empezó a buscar muestras usando los microscopios ópticos y electrónicos. Las imágenes que recibió eran impresionantes. El azufre es un elemento muy flexible, aunque en la Tierra muchas de sus variantes debían ser fabricadas de modo industrial. Aquí podía observarlas a vivo color. Incluso encontró moléculas de cadena larga.

¿Podía ser posible que el azufre líquido formara la base de la vida aquí? Martin sabía que había bacterias de azufre en la Tierra, en particular cerca de volcanes submarinos. Aun así, no consistían en realidad de azufre, sino que solo lo usaban para generar energía. En la Tierra, el problema con el azufre era que formaba ácido sulfúrico al unirse con el agua. Pero Ío parecía tener la menor cantidad de agua de todos los cuerpos del sistema solar. Si la vida basada en el azufre tuviera alguna oportunidad en alguna parte, sería allí.

Martin siguió mirando. Las diversas formas de azufre hacían que fuera una opción interesante como base para la vida. Por otro lado, esto complicaba su búsqueda, ya que no quería encontrar algún capricho químico de la naturaleza. Buscó algo que no fuera definitivamente el resultado de la química, sino de la biología.

Dos horas más tarde, Martin seguía sin tener éxito. Se frotó los ojos, porque mirar fijamente por la lente durante tanto tiempo era agotador. Se sirvió otro trozo de pan, se bebió media botella de agua, y luego volvió al trabajo. Ahora la ambición le animaba, y se preguntó si debería definir de un modo más preciso lo que estaba buscando en realidad. Por otro lado, limitarse demasiado podía ser malo. ¿Quién sabía qué aspecto podrían tener las criaturas en Ío? Hasta ahora nadie. Continuó trabajando. El ojo del microscopio se paseó de una muestra a la siguiente durante una hora, luego dos, luego tres…

Martin ya no podía suprimir los bostezos y miró su reloj. «Hayato y Francesca deberían estar llegando al volcán», se dio cuenta, y decidió contactar con ellos por radio.

—Neumaier a equipo exterior. ¿Va todo bien?

Nadie respondió, pero no estaba preocupado. Ya había sospechado que la conexión no alcanzaría más allá de unos cuantos kilómetros debido al blindaje para la radiación.

Martin regresó al microscopio y se rascó la cabeza. Estaba haciendo algo mal. La concentración de azufre gamma era tan alta que debería haber encontrado trazas de vida hacía mucho… si esta forma de azufre era de origen biológico en Ío.

«Espera un momento. Tal vez… sí, quizá no estoy viendo el bosque por culpa de los árboles. ¿Podría ser que estuviera usando la resolución equivocada?». Imaginó que la vida en Ío sería primitiva, consistente de solo un puñado de moléculas —como durante los primeros periodos en la Tierra—, pero eso podría ser un error. Si se usaba demasiado aumento para mirar células humanas complejas, no verías la vida dentro de ellas, solo las moléculas.

Martin redujo el factor de aumento. De repente las muestras se veían muy diferentes y podía ver muchos más colores diferentes. Al parecer, Martin detectó de la nada una diminuta forma de torpedo. Movió rápidamente el objeto descubierto al centro de su campo de visión. Podría haberse confundido por una especie de gusano, o tal vez un huevo alargado. ¿Era un huevo? La cosa parecía poseer un corte transversal redondo, y no tenía protuberancias para la locomoción, ni nada como una boca o un ano. En realidad, parecía ser una especie de huevo u otro medio de reproducción. O quizá, contempló, la forma de vida real había cambiado hasta adoptar esa forma cuando la muestra se enfrió y el azufre en el que estaba nadando se solidificó.

Las condiciones en el analizador no eran obviamente óptimas para la vida existente en Ío, y Martin decidió cambiar las cosas. Colocó la muestra en un contenedor que pudiera calentarse eléctricamente. Lo cubrió con una lámina de cristal de plomo para poder observar lo que habría pasado. El gusano, como lo llamaba, era claramente visible. Ahora aumentó la temperatura. El azufre en el que estaba encapsulado el gusano se derretía a ciento quince grados. Ligeramente antes de que eso ocurriera, la imagen cambió; algo parecía golpear desde dentro, pulsando contra la piel en expansión. A Martin le recordó un huevo de cáscara blanda con un bebé a punto de eclosionar. Pero una vez que el azufre se volvió completamente líquido, nada salió del cascarón. En vez de eso, el gusano casi quedó despedazado por completo, más o menos por la mitad, aunque una especie de articulación quedaba allí. La parte superior, desde la perspectiva de Martin, adoptó una postura vertical y luego comenzó a girar como una hélice. Entonces todo el gusano desapareció del campo de visión de Martin.

«Se ha ido», pensó Martin lleno de fascinación. Le dolía la espalda y tuvo que sentarse erguido por un momento. «¡Sería genial recibir un masaje ahora!». Una vez hubo colocado de nuevo su ojo contra el visor y hubo movido la muestra hasta que volvió a ver al gusano. ¿Estaba equivocado o había crecido? Como la cosa se estaba moviendo, era difícil encontrar un punto de referencia para comparar, pero tras otros diez minutos Martin quedó convencido de que el gusano había crecido. ¿Qué necesitaba para poder conseguirlo?

El mejor modo de conocer los detalles sobre la biología de Ío sería experimentando con ella. Para conseguir ese propósito tendría que encontrar más de esos huevos gusano. Martin consideró que eran alguna especie de espora. Rápidamente localizó cinco más y los colocó en diferentes portaobjetos de especímenes que podían ser calentados. Luego añadió diferentes materiales: azufre en un caso; agua, la cual probablemente mataría al gusano, en otro; fósforo en el siguiente, y así sucesivamente. Los resultados le sorprendieron de verdad. Tras calentar las muestras, los gusanos hélice cobraban vida bajo todas esas condiciones. «¡Esto es realmente sensacional!». Esta forma de vida podía extraer energía de materiales muy diferentes de un modo como ninguna criatura conocida de la Tierra pudiera hacerlo. Tampoco parecía necesitar continuamente el calor proporcionado por la unidad de calefacción. Solo podía moverse dentro del entorno sulfuroso una vez que el azufre estaba en estado líquido, así que tenía que calentar la muestra a ciento quince grados primero. En agua, sin embargo, una única activación a través de una entrada de energía era suficiente para hacer que el gusano hélice creciera.

Martin se levantó y su mente iba a toda prisa por el shock de sus observaciones. Esto significaba que no debían contaminar la Tierra con esta forma de vida bajo ninguna circunstancia. No reabriría los portaobjetos de especímenes con las formas de vida activadas, y más tarde se desharía de ellos a través del compartimento estanco. ¿Podían arriesgarse a llevar un gusano no activado a la Tierra? Tendría que discutirlo con sus amigos.

De repente gimió en voz alta. Con toda la excitación, se le había olvidado que la Tierra no estaba en realidad en mucho peligro, ya que ellos serían huéspedes de Ío hasta el fin de sus vidas.

Como para subrayar ese hecho, su silla volvió a temblar. El ordenador indicaba un segundo temblor pequeño y, una vez más, el epicentro estaba en el suroeste, a unos treinta y cinco kilómetros de distancia.

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