Encuentro en Ío

Encuentro en Ío


Ejecución » 22-28 de abril de 2047, Ío

Página 44 de 57

22-28 de abril de 2047, Ío

Una vez que la antena cráter y la Tierra volvieran a alinearse, no uno, sino dos mensajes llegaron desde su planeta natal. El Centro de Control estaba pidiendo urgentemente que alguien contactara con ellos. Parecía que el ILSE no había llamado a la NASA. ¿Seguían estando bajo el control de Watson? El segundo mensaje era del padre de Martin. Martin tuvo que admitir que había subestimado al anciano. ¿Cómo había conseguido liberar a los padres de Jiaying? Incluso si no había sido él quien lo hizo, aun cuando Robert Millikan solo fuera el remitente del mensaje secreto, Martin sentía gran respeto por él y tal vez algo más.

Martin seguía sin saber lo que eso podría significar. ¿Le había llegado el mensaje también a Jiaying? ¿La ayudaría? ¿Podría hacer algo contra el secuestro del ILSE? En unas diecisiete horas habría un periodo en el que podrían enviar y recibir mensajes con el ILSE, que parecía estar alejándose más de la Tierra, dirigiéndose hacia algún lugar en dirección a Encélado.

Antes de que llegara ese momento, decidieron que colocarían los cuatro paquetes de C4 en el volcán. De inicio, el mayor problema era que una persona tenía que quedarse en la sonda de aterrizaje, básicamente sin hacer nada. Lo echaron a suertes, y Francesca fue quien tuvo que quedarse atrás. Martin se sorprendió a sí mismo: ¿no había estado deseando no tener que hacer un EVA nunca más? Pero ahora estaba tan ansioso por salir que ni siquiera le importó hacer el agotador ejercicio dispuesto para bajar el contenido en nitrógeno en su sangre. Se estremeció ante la idea de quedarse allí sentado mientras los otros estaban en una misión crítica.

Media hora más tarde, Martin ya estaba probando el terreno bajo sus botas, mientras que Hayato cogía los explosivos, las herramientas, y los tanques de oxígeno de repuesto del compartimento estanco en el CELSS. Francesca y él habían empleado unas catorce horas en su primer viaje al volcán, y ese era el objetivo ahora también. Como los detalles del camino ya eran conocidos, Hayato y Martin tendrían tiempo suficiente en su destino para encontrar los mejores lugares y colocar los explosivos.

Las primeras cinco horas le parecieron una excursión agradable a Martin. Admiró las vistas, sabiendo que estaba disfrutándolas por última vez, y disfrutó de la baja gravedad que le permitía realizar todo tipo de trucos. El brutal puño de la gravedad terrestre le presionaría sin perdón contra el suelo durante las primeras semanas después de su regreso a la Tierra… o eso esperaba.

Experimentó su primer temblor fuera del módulo de aterrizaje mientras caminaban, cuando la dura tierra bajo sus botas vibró. Fue tan fascinante que ni siquiera sintió miedo. Una gran piedra con forma de huevo se abrió de repente delante de él. Lo que había anticipado —un fuerte crujido— resultó ser un zumbido bajo, como el de un altavoz gigante. Parecía que este mundo tenía problemas de estómago, por así decirlo, y estaba a punto de vomitar grandes cantidades en cuestión de días, horas, o incluso minutos. Martin esperaba estar en cualquier otra parte para entonces.

—¿Has sentido eso? —le preguntó a Hayato.

—Incluso lo he medido. Hasta ahora es el más fuerte.

—¿Es una advertencia?

—No, no lo creo. En realidad, no tenemos que empezar a preocuparnos hasta que los intervalos entre los temblores se vuelvan cada vez más cortos.

—¿Qué pasa con el epicentro? —preguntó Martin.

—No ha cambiado —respondió Hayato.

Así que se estaban dirigiendo hacia él.

—En esta pendiente —dijo Hayato señalando hacia abajo— nos vimos atrapados por un terremoto la última vez. Espero que podamos evitarlo esta vez.

Martin se detuvo a un metro de la escarpadura.

—¡Una vista genial! —exclamó.

—¡Toma esto! —Hayato le tendió un aparato de visión nocturna—. Puedes ver el volcán a unos kilómetros por delante. Es claramente visible en infrarrojos.

Hayato tenía razón. El volcán estaba allí delante, como… A Martin no se le ocurría una comparación adecuada. ¿Cómo llamaríais a un agujero en el suelo que rezuma lava que se apila despacio hasta formar una montaña? Él siempre había odiado las obligatorias clases de geología de sus años escolares. Movió los prismáticos de infrarrojos hacia un lado y casi se quedó ciego. Los retiró rápidamente. «Mi primer amanecer en una luna… y quizá mi último», pensó Martin. La lejana estrella era apenas reconocible como el sol, pero su luz brillaba incomparablemente más fuerte allí que en Encélado. El baile de sombras en Ío hacía que el amanecer fuera fascinante: mientras el sol subía despacio, las sombras claramente definidas de las montañas en el horizonte cambiaron como en un teatrillo de sombras.

—Debemos seguir caminando —dijo Hayato, interrumpiendo la mirada de admiración de Martin.

Descendieron por la pendiente sin problemas. Martin se había obligado a evitar mirar hacia abajo. Cuando era necesario, simplemente se había imaginado a sí mismo flotando hacia abajo gracias a la baja gravedad. Sabía que no era cierto, pero la idea consiguió disminuir su miedo.

Se sorprendió cuando Hayato le dijo de repente que ya habían llegado a su destino. El paisaje no había cambiado mucho, excepto por el muy colorido terreno.

—¿No deberíamos trepar allí arriba? —preguntó Martin.

—No, tengo un plan diferente —dijo Hayato—. ¿Te han quitado una verruga alguna vez?

—Todavía no. Para mí, escupir en ellas siempre funcionó.

—Eso no funcionará aquí, pero no importa. Tratas la verruga desde su base. La montaña, o el volcán, ya ves, consiste de gruesas capas de lava. Nunca podríamos llegar al depósito interior allí.

—Y por eso nos quedamos en el borde.

—Sí. Aquí estamos lo más cerca posible de las zonas con alta presurización, y la tapa sobre el magma no es tan gruesa.

—¿Por dónde empezamos?

—Queremos colocar los paquetes de C4 en cuatro puntos más o menos equidistantes de la brújula alrededor del volcán, así que básicamente podemos comenzar en cualquier parte. ¿Por qué no aquí?

Martin usó su bota para retirar material suelto hacia un lado.

—Espera un momento —dijo Hayato—. Voy a usar un georradar para encontrar el punto óptimo.

Sacó un aparato de su bolsa y caminó siguiendo un patrón al parecer aleatorio. Martin se sentó sobre una roca.

—Aquí estaría bien. —Hayato estaba a unos cien metros de distancia. Cerca de él, una enorme piedra se había abierto camino hacia la superficie. Señaló a una grieta que corría desde la piedra—. Esto es perfecto, de hecho. Un punto de ruptura prefabricado.

Entonces metió la mano en su bolsa y sacó el explosivo y un detonador, colocándolos en su lugar. El detonador parecía bastante improvisado. Hayato vio que Martin le estaba mirando y explicó:

—Es porque está adaptado para su rango. Deberíamos estar lo más lejos posible cuando lo hagamos explotar.

—Vale, entonces pasemos al lugar de la siguiente explosión —dijo Martin.

Continuaron trepando directamente por las laderas del volcán. Hayato usó su aparato de visión nocturna para evitar llegar a zonas que eran demasiado activas. Media hora más tarde instalaron el segundo bloque de C4, y luego pasaron a configurar el tercero. Iban siguiendo su horario.

Pero para el último bloque de C4, Hayato tuvo muchas dificultades para encontrar un lugar óptimo.

—El terreno es bastante grueso aquí —dijo—, así que el poder de la explosión no sería suficiente. Me temo que tendremos que taladrar aquí.

«Bueno, entonces vamos a tener que taladrar», pensó Martin. «Hayato probablemente trajo el aparato correcto para ello». Y así era. El ingeniero japonés sacó algo de su bolsa. Parecía una versión modificada de uno de los robots araña usados para cerrar agujeros en el exterior del casco de la nave espacial. Esta versión parecía estar haciendo lo contrario, sin embargo, y Martin observaba a la criatura de metal. Se puso de pie sobre sus patas traseras y luego extendió un aguijón en lugar de cola, forzándolo varios centímetros dentro del suelo.

—¿Eso era todo?

—No, solo espera, Martin —dijo Hayato.

La araña bajó una de sus patas traseras dentro del agujero, taladró un segundo, y metió la otra pata trasera en ese agujero.

—Se está anclando en Ío —dijo Martin—. ¿A que es guay?

Con las dos patas seguras, la araña comenzó a trabajar en el agujero real. El taladro consistía de un cable flexible que se introducía más y más profundamente dentro del suelo.

—¿A qué profundidad puede ir?

—A unos treinta metros, o más si tienes suficiente cable… pero para nosotros treinta es suficiente. —Martin reconoció el entusiasmo en la voz de Hayato.

Las botas de Martin comenzaron a temblar, luego todo su cuerpo sintió el sutil movimiento. En el suelo, piedrecillas daban saltos. Hayato miró la pantalla de su brazo.

—Es incluso más fuerte que el anterior —dijo.

—¿Y más frecuente?

—No, no lo creo.

Martin miró al robot taladrador. Vapor rojo iba saliendo de su agujero.

—Maldición, eso es azufre… debemos parar de inmediato —dijo Hayato.

La araña dejó de moverse, pero era demasiado tarde. Más vapores surgieron del agujero, y de repente se abrieron grietas alrededor del lugar del taladro, corriendo en todas direcciones.

—¡Martin, tenemos que marcharnos de aquí! ¡Ahora!

Hayato tenía razón, y Martin dio dos pasos hacia atrás. ¿Pero por qué se detenía Hayato? ¿Pensaba que era inmune a la lava ardiente? Luego Martin se dio cuenta de por qué el ingeniero se había quedado clavado en el sitio. Había dejado su bolsa un poco más lejos hacia el norte. Estaba a solo unos cincuenta metros de distancia, pero ahora una de las grietas que surgían del lugar del taladro iba corriendo directamente entre Hayato y la bolsa.

—¡Hayato! ¡No! —gritó Martin. Parecía como si Hayato quisiera correr hacia la bolsa, pero luego vaciló.

—¡Las grietas, Hayato! ¡Ahora! ¡Vamos!

Hayato se giró hacia él.

—No —dijo—. La bolsa contiene el último paquete de C4. Seguimos necesitándolo.

—No, Hayato. Tienes que ponerte a salvo ahora. Va a funcionar con solo tres explosiones.

«Al menos eso espero», pensó Martin.

El astronauta japonés seguía reacio.

—Te necesitamos a bordo, Hayato. Tu hijo te necesita.

Hayato comenzó a moverse al fin y Martin se sintió aliviado. Ahora creía de verdad lo que le había dicho a Hayato: tres explosiones aliviarían suficiente presión. Lo importante era volver sanos y salvos a la sonda. Los dos.

Siete horas más tarde, Martin vio el perrito caliente con forma extraña que era su hogar actual. Francesca contactó con ellos por radio, y ellos le contaron lo que había salido mal. La piloto respondió con su calma habitual. Dentro del módulo, Martin se derrumbó sobre su asiento como un hombre muerto, y aun así no podía dormir. Pronto tendrían la oportunidad de enviarle un mensaje al ILSE, o de recibir un mensaje de la nave.

Discutieron de nuevo qué opción tenía más posibilidades de tener éxito, y Martin volvió a estar a favor de escuchar. El mensaje de la Tierra que hablaba de que los padres de Jiaying estaban libres debía haber llegado al ILSE hacía mucho. Como la nave no había reaccionado, podría haber sido incapaz o reacia a recibir el mensaje, o eso parecía. Por lo tanto, sería inútil volver a intentarlo.

Cuando le presentó sus argumentos a los demás, tanto Hayato como Francesca asintió. ¿Qué les pasaba? ¿Estaban demasiado cansados como para discutir? Tal vez no estaban de humor para pensar en un posible mensaje del ILSE, y les parecía menos estresante acceder a escuchar.

La ventana de recepción se abriría en cuarenta y dos minutos. Martin intentó ponerse cómodo en su asiento.

—Si me quedo dormido, por favor, despertadme a tiempo —dijo él, y al menos Francesca respondió con un movimiento de cabeza.

Alguien le pellizcó el brazo.

—Martin, es la hora del ILSE.

Tardó unos segundos en orientarse. La luz era tan dura que apenas podía abrir los ojos. Era Francesca quien le había despertado. La señal del ILSE llegaría pronto. Al menos eso esperaba. Martin se incorporó. «¿No sería agradable recibir buenas noticias? Seguro que Amy, Jiaying, y Marchenko juntos podrían tomar al IA Watson por sorpresa, ¿no?».

Allí en Ío, los tres esperaban un suceso cósmico que ocurriría solo una vez cada cincuenta y seis horas: en su órbita alrededor de Júpiter, Ío tenía que alcanzar una posición donde su improvisada antena cráter estuviera apuntando del modo más preciso posible en la dirección en la que la nave estaba volando hacia Encélado. Como la posición precisa del ILSE era desconocida, el momento no podía predecirse con exactitud.

—Sube el volumen —dijo Hayato. El monitor de Francesca mostró el actual nivel de recepción.

—Solo es estática, creedme.

Ella deslizó un interruptor y el siseo de la estática llenó la habitación. Ese sonido le resultaba placentero a Martin, recordándole el sonido de la lluvia salpicando contra un cristal allí en la Tierra. Ahora mismo, ojalá estuviera sentado junto al fuego con una copa de vino tinto, y entonces el ambiente sería perfecto. «Cielos, oh, cielos», pensó, «ya estás fantaseando otra vez».

Hubo un chisporroteo.

—Ahí… ¡he oído algo! —exclamó Hayato, pero volvió a ser solo un siseo estático.

Dos minutos más tarde, Martin pensó que la estática se estaba desvaneciendo. El siseo se volvió más suave. ¿Era solo su oído adaptándose a este ruido en particular?

—¿Lo notáis también?

—Sí, una señal estática está siendo interrumpida gradualmente… tal vez sea un informe de posición del ILSE. La nave espacial retransmite en diferentes frecuencias. En una de ellas, el ILSE enviaba automáticamente la señal en bucle de «aquí-estoy».

—El eje es correcto para una cosa —dijo Martin—. ¿Estás buscando en todas las frecuencias estándar?

Francesca asintió. Todos los datos estaban siendo grabados en paralelo, para no tener que preocuparse de perderse nada.

—… ILSE, aquí la comandante.

—¡¡Sí!! —gritó Hayato.

Martin pudo sentir que su corazón comenzaba a ir a toda prisa.

—Estamos de vuelta a Ío. Tiempo estimado de llegada: siete días.

ILSE les recogería. No tendrían que morir en esa luna. Martin sintió una infinita sensación de alivio. ¿Qué pasaba con Jiaying? ¿Estaban todos bien?

—Hemos podido resetear el IA al reiniciar todos los sistemas. Todo el mundo está bien.

«Eso era muy inteligente por parte de Amy», pensó Martin. «Por el modo en que ha expresado el mensaje, la Tierra no descubrirá la existencia de Marchenko». Dentro de unas horas el mensaje del ILSE llegaría a su planeta natal.

«Todo el mundo está bien». Lo había oído. ¿Incluía eso a Jiaying? Martin se alegraba de no estar en su lugar. Pronto volverían a encontrarse. ¿Lo deseaba? Martin no conseguía decidirse. Ella les había traicionado a todos. Sí, la estaban obligando, pero seguro que habría habido un curso de acción alternativo. Tal vez no hubiera tenido elección de verdad. ¿Podía juzgar la situación de verdad? ¿Era decisión suya evaluar su comportamiento? Martin visualizó a Jiaying del modo en que la había visto por última vez: controlada, ambiciosa, pero con un apasionado fuego interno. De repente, Martin sintió calor por todas partes. Sí, estaba deseando volver a verla.

—Petición de informe de estado.

Esas fueron las últimas palabras de Amy y luego el mensaje se repitió. Las tres personas en el ILSE no eran conscientes de la poderosa antena que Martin había construido en Ío. Supondrían que la tripulación estaba abandonada en la luna sin poder recibir mensajes. De todos modos, ellos grabaron y enviaron este corto bucle. «Muy previsor», pensó Martin.

—¿Qué pensáis? —Hayato fue el primero en romper el silencio.

—Otra semana… podemos conseguirlo —dijo Francesca. Se puso en pie de un salto, corrió hacia Hayato, y le abrazó. Luego le llegó el turno a Martin—. Chicos, vamos a conseguirlo, ¿os dais cuenta? —dijo con excitación—. ¡Tenemos una oportunidad realista de volver a casa!

—Es decir, si el volcán se comporta —dijo Martin. Se alegraba de que Jiaying y los demás estuvieran bien, pero seguían sin atreverse a soñar con la Tierra. Justo después oyeron un fuerte crujido. La puerta del CELSS se abrió de repente, y el suelo y su «hogar» temporal volvieron a vibrar.

—Deberíamos dejar esa puerta abierta de ahora en adelante —dijo Hayato, ignorando el temblor.

Ese día, Ío les sacudió tres veces más.

La noche del veintitrés de abril, Martin hizo cinco marcas en su pequeña lista.

Solo veinticuatro horas más tarde contó once nuevas marcas. Se lo señaló a Hayato.

—Sí, yo también lo he notado. Pero ¿qué quieres hacer?

El ingeniero tenía razón. Martin se encogió de hombros como respuesta. Todo lo que podían hacer era esperar a ver qué pasaba. ILSE había estado dirigiéndose hacia Encélado durante una semana, así que no podía regresar en menos de cuatro días. Era una sencilla cuestión de física, de aceleración positiva y negativa. No había dudas, Martin habría preferido tener un puerto seguro en órbita ahora.

El veinticinco de abril, un terremoto provocó los primeros daños graves en la sonda de aterrizaje. Una unidad de filtrado del sistema de soporte vital fue arrancada de la pared, inundando el suelo con un líquido apestoso. El sistema tenía una estructura redundante, así que no tenían que temer por sus vidas… ¡aún!

Además, había dos unidades de filtrado más en el CELSS, pero el hedor era infernal. ¡Ojalá pudieran airear el lugar! En realidad, consideraron ventilar el módulo de aterrizaje, pero eso malgastaría recursos valiosos. Aire apestoso era aún mejor que nada de aire.

La tarde del veinticinco enviaron un mensaje al ILSE describiendo sus problemas actuales. Iba a ser el último, ya que por la noche de ese mismo día un terremoto destruyó el receptor de la antena. Al menos esa fue la teoría de Martin cuando la señal desapareció después del vigésimo primer temblor del día. Se preguntaron si debían comprobar la antena, pero entonces decidieron no hacerlo. Durante un EVA, correrían el riesgo de ser pillados en un terremoto, y el ILSE pronto estaría en el rango de radio del módulo de aterrizaje.

El veintiséis de abril comenzó con dos fuertes terremotos en corta sucesión.

—Tenemos que hablar de la posibilidad de que el ILSE no llegue aquí a tiempo de recogernos antes de que sea peligroso aquí abajo.

Hayato dijo la frase con bastante frialdad; Martin apenas podía creer que realmente estuviera tan calmado. Desde el doble terremoto, el meñique izquierdo de Martin había comenzado a sacudirse sin control. «Deben de ser mis nervios», decidió. Metió la mano bajo su muslo, pero entonces vio que Francesca había notado su movimiento. No dijo nada.

—La frecuencia de los terremotos ha aumentado de un modo significativo, como ciertamente ya debéis haberos dado cuenta —dijo Hayato—, y también lo ha hecho su amplitud.

—¿Puedes hacer una predicción?

—En realidad no, Francesca. No tenemos un modelo completo de la actividad tectónica de Ío. Todo lo que tengo son estimaciones y cálculos basados en los datos de la Tierra. Pero sabemos que Ío tiene una estructura interna muy diferente. Incluso la fuente de su tectónica es bastante diferente.

—¿Y eso qué significa?

—Los temblores aumentarán. Al final uno de ellos desgarrará la cubierta de la cámara de magma lo suficiente como para provocar una explosión.

—Entonces deberíamos hacer algo —dijo Martin.

—No, entonces sería demasiado tarde —dijo Hayato sacudiendo la cabeza—. Tenemos que iniciar una reducción de presión de antemano, así que necesitamos detonar los explosivos antes de la erupción.

—¿Cómo hacemos eso sin saber cuándo explotará el volcán?

—Nuestras detonaciones provocarán la explosión.

Sonaba sencillo, y Martin ya lo había sospechado, pero aun así le puso los pelos de punta.

—Entonces ¿detonamos la bomba sobre la que estamos sentados? —Martin quería estar absolutamente seguro.

—Si quieres decirlo así…

—¿Desde qué distancia deberíamos hacer estallar los detonadores?

—Los fuertes campos magnéticos que hay aquí interfieren con las señales de radio, así que definitivamente debería ser menos de cincuenta kilómetros.

La distancia hasta el volcán era de unos treinta y cinco kilómetros, y Martin consideró sus opciones. Podían detonarlos desde allí o desde el espacio… siempre y cuando se mantuvieran en un radio de cincuenta kilómetros alrededor del volcán. Sería mejor estar un poco más cerca para asegurarse de que la señal de la detonación llegara allí en realidad.

—Pero el penacho de humo alcanzaría varios cientos de kilómetros de altitud, ¿verdad? —preguntó.

—Sí. Deberíamos esperar eso, incluso con la presión reducida —contestó Hayato.

—Entonces al menos al principio este parecería ser el lugar más seguro. El material necesitará un buen rato antes de volver a bajar. En ese momento, sin embargo, más nos valdría habernos ido.

Hayato asintió.

—Bien —dijo Francesca—. Así que hacemos explotar los detonadores desde aquí abajo y luego despegamos hasta una órbita que evite volar por encima del volcán.

—La cuestión es cuándo —dijo Martin—. No podemos esperar demasiado tiempo.

—Yo sugeriría que detonemos los explosivos cuando los temblores sucedan con menos de treinta minutos entre sí.

Martin y Francesca aceptaron la sugerencia de Hayato.

No pudo dormir durante las siguientes horas.

Martin se vio obligado a contar los segundos después de cada terremoto. Imaginó que habían aterrizado en el vientre de una Ío embarazada, el cual explotaría y liberaría un monstruo gigante en cualquier momento, como en las películas clásicas de Alien. Si alguna vez volvieran a la Tierra tendría que enseñarle a Jiaying una de aquellas viejas películas basura en 3D, o incluso en 2D, una auténtica experiencia retro de todos modos.

Un temblor le arrancó de sus ensoñaciones. Comenzó a contar y sus pensamientos vagaron una vez más. ¿Cómo de grande era la cámara de lava debajo de ellos? ¿Estaba quizá la sonda apoyada en su mismo borde? ¿Y si la explosión destrozaba toda la zona antes de que pudieran despegar? Sacudió la cabeza. «Todo irá bien, todo irá bien», repetía en silencio para sí. No sonaba convincente en su cabeza, pero le ayudaba de algún modo.

Por la noche, según la hora de la Tierra, sucedió al fin. Cuando Martin contó, ya no llegó a mil ochocientos.

—Solo veinticinco minutos —dijo Hayato después de que se acabara el traqueteo de la sonda de aterrizaje.

Francesca se levantó y anunció:

—Me estoy preparando para el despegue.

Martin la vio inspeccionar el módulo de aterrizaje, comprobando que no hubiese objetos sueltos tirados por ahí. Luego subió la escalera hacia el CELSS y continuó con su inspección.

Aun cuando debería haber continuado amarrado, Martin no podía seguir en su asiento. Se situó junto a Hayato, quien ahora estaba comprobando la configuración de los detonadores en el ordenador. El ingeniero parecía absolutamente calmado y compuesto. «¿Soy el único que está nervioso aquí?», pensó Martin. «¡No puede ser!».

Francesca regresó. Cerró la puerta del CELSS y comprobó el pestillo dos veces. Luego se sujetó a su asiento de piloto.

—Activando secuencia de despegue —dijo ella—. Una vez me des luz verde, Hayato, estaremos en el aire en tres minutos.

Martin volvió a sentarse y también aseguró sus correas. Se estaba poniendo serio. «Debería haber ido al baño una vez más», pensó. «Es demasiado tarde ahora».

—Entonces deberíamos empezar ya —dijo Hayato—. ¿Hay objeciones? ¿Últimos deseos? ¿Breves oraciones?

Nadie contestó, así que Hayato lanzó el programa para detonar las tres cargas al mismo tiempo. No hubo reacción evidente; Martin no sintió nada. Pasaría algún tiempo antes de que las vibraciones llegaran al módulo de aterrizaje.

—Las detonaciones han tenido lugar —dijo Hayato—. El sismómetro lo confirma.

De otro modo, todo permanecía en calma. «Ni siquiera un temblor perceptible», pensó Martin. «¿No debería haber una gran explosión ahora?».

—Francesca, ahora sería el momento de… —dijo Hayato con voz temblorosa. Obviamente vio algo en el monitor que todavía no habían notado. Poco tiempo después, Martin también lo notó, un rugido sordo que parecía proceder del interior mismo de Ío.

—El sismómetro se está volviendo loco —dijo Hayato. Además del rugido había otro sonido. Estaba más cerca y era menos potente, pero le resultaba familiar. Los motores químicos estaban arrancando.

—Agarraos fuerte —dijo Francesca, y al mismo tiempo una fuerza desde arriba empujó a Martin, presionándole contra su asiento.

—Procedimiento de despegue normal. Todos los valores en verde.

Martin se dio cuenta de que la sensación de ruido sordo había desaparecido. Habían abandonado la superficie. Ío solo podía herirles ahora si les lanzaba algo a la sonda.

—Cien metros —anunció Francesca.

Podía soportar la aceleración. Martin se alegró del suave despegue y tocó el monitor cercano a su asiento. Pronto mostró una imagen tomada por su cámara trasera. El módulo de aterrizaje se alzó sobre una llanura inhóspita llena de rugosas sombras.

—Trescientos metros —anunció la piloto.

Una zona plateada, distorsionada hasta formar un óvalo por la lente gran angular, apareció en pantalla. Algo dorado entró en la imagen por un lateral, como una flecha apuntando al disco plateado. Martin hizo zoom y observó que no era una flecha. La tierra se estaba abriendo y lava refulgente emergía. La antena no existiría mucho más tiempo. El hueco se amplió y apuntaba a un punto directamente debajo de ellos. Mientras la sonda volaba hacia el cielo, el suelo bajo ellos se desgarró y se convirtió en un cráter gigante. Hacía tan solo unos instantes que habían estado allí abajo.

—Creo que lo hemos cronometrado bastante bien —dijo Martin. Apenas podía expresar su intenso alivio. «Unos minutos más allí abajo… ¿Se habría abierto la tierra bajo nuestros pies si no hubiéramos detonado los explosivos en esos tres lugares?».

—Mil metros. Corrigiendo rumbo —dijo Francesca. La sonda de aterrizaje se ladeó ligeramente. Tenían que evitar volar a través del penacho del volcán en erupción. Todo parecía estar funcionando de modo satisfactorio.

—Mil quinientos metros. Corrección de rumbo completada. Ahora se os permite aplaudir.

Martin y Hayato aplaudieron profusamente. Iban de camino hacia una órbita estable alrededor de Ío. ILSE llegaría a menos de setenta y dos horas a partir de ese momento, pero aún había algo más.

—¿Qué pasa con el volcán? —preguntó en dirección a Hayato.

—Parece que hemos alterado de un modo permanente la topografía de Ío. Una gigante patera nueva se está formando allí. Como temía, el volcán se está expandiendo. La velocidad de expulsión está por debajo de los diez kilómetros por segundo.

—Como sus primeros descubridores, tenemos derecho a ponerle nombre al cráter, ¿verdad?

Hayato se encogió de hombros.

—Pospongamos eso para cuando estemos de vuelta en el ILSE, ¿vale, Francesca?

Noventa minutos más tarde, Francesca desactivó los motores y ahora la sonda de aterrizaje orbitaba Ío en caída libre. Vivirían en gravedad cero hasta la llegada del ILSE. tras su tiempo en la luna, Martin casi disfrutó moviéndose por todo el módulo sin realizar mucho esfuerzo. Pero aún estaba deseando experimentar la gravedad terrestre.

El día siguiente hicieron su primer contacto directo por radio con el ILSE. La nave se estaba acercando rápidamente. Pronto la conexión fue tan estable que permitió que Marchenko se cargara en sus ordenadores. Francesca en particular estaba muy contenta por ello. Por la noche, Martin oía el murmullo de su voz, hablando con Marchenko durante mucho rato.

Martin no supo nada de Jiaying. Podía imaginarse por qué, pero no tenía ni idea de cómo romper el silencio. Le daba miedo llamarla, solo para descubrir que estaba hablando con una extraña.

La Tierra envió muchos mensajes de felicitación. Todos querían reconocer su gran logro. Y por supuesto el hecho de que habían evitado un potencial gran peligro para su planeta natal, aunque los expertos tendrían que analizar más el asunto.

Martin se pasó el tiempo observando Ío. Ningún otro humano se acercaría tanto a esta luna durante mucho tiempo. Ío era ciertamente única. Se estremeció al pensar en la vida que se estaba desarrollando allí.

Ir a la siguiente página

Report Page