El único amigo del demonio

El único amigo del demonio


Capítulo 13

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Capítulo 13

—Envió una carta por cada víctima —señaló Ostler al teléfono—. No hay mucho tiempo hasta que envíe la próxima.

Conseguimos la dirección de la familia Mercer y nos reunimos con los policías que ya se encontraban en la escena. El padre estaba llorando por el shock y abrazaba con fuerza a su hijo mientras los detectives revisaban la casa en busca de pruebas. El niño, de alrededor de seis años por su aspecto, parecía perturbado por el llanto de su papá y los extraños en su casa, pero en mayor parte tenía curiosidad. Aún no le habían contado lo que pasó con su mamá.

—No parece que nadie haya entrado —murmuró el detective Scott—. No hay señales de cerraduras forzadas y el ataque en sí mismo tuvo lugar en la autovía.

—Hablaremos con los vecinos —dijo Diana.

Revisé mi celular otra vez, pero El Cazador no había vuelto a escribir.

No había nadie en la primera casa vecina.

La mujer en la segunda casa no vio nada fuera de lo normal y dijo que el hombre de la primera salía a trabajar a las cinco cada mañana.

—Defina «nada fuera de lo normal» —respondí—. ¿No vio nada o solo vio a las mismas personas que ve todo el tiempo? —si el asesino vivía en esa calle, debía ser una de las cosas normales que la mujer había visto sin pensarlo dos veces.

—¿Quién es el chico? —preguntó la mujer.

—Es uno de nuestros investigadores, señora —respondió Diana—. ¿Puede decirnos exactamente a quién vio esta mañana, si es que vio a alguien?

—Parece terriblemente joven para ser policía —insistió la mujer. Era mayor, tenía el cabello canoso teñido de color café y llevaba puesta una especie de bolsa sin forma con una estampa floral—. ¿Qué edad tienes?

—Tengo cuarenta y siete —respondí.

—No tienes que ponerte insolente.

—Por favor, señora —insistió Diana—, ¿puede responder la pregunta?

—¿Creen que tengo toda la mañana para estar mirando por la ventana? —preguntó, con los ojos abiertos por la indignación—. Por supuesto, vi a Kristin dejando a su hijo en la casa de los Smith; cosa que le dije que no hiciera porque no confío en la familia Smith. ¡Miren su jardín! El señor Smith ya había salido para entonces, obviamente, porque trabaja en una oficina en la ciudad; aunque supongo que no gana mucho dinero allí o arreglaría un poco su casa.

—¿Ha visto algo más? —preguntó Diana.

—El hombre mexicano del 2107 salió a trabajar a las ocho, pero regresó a las nueve o tal vez un poco pasadas las nueve, deben haberlo despedido. Volvió a salir a las 9:30; lo sé porque mi programa aún no estaba en comerciales, y siempre corta y media.

—Kristin Mercer dejó a su hijo con Margaret Smith a las 10:15 —comenté leyendo mis notas—. Es la casa frente a la suya, ¿correcto?

—Solo mírela —dijo la mujer señalándola con desprecio.

—¿Vio a alguien cerca de su auto mientras ella estuvo adentro? —pregunté.

—¿Debería? —repreguntó ella—. ¿Le ocurrió algo a Kristin? Fue el mexicano, ¿no es así?

—Responda la pregunta, por favor —insistió Diana.

—No, no vi a nadie cerca de su auto —dijo la mujer—. ¿Qué soy yo, alguna clase de espía sin nada mejor que hacer que observar a mis vecinos todo el día?

—Gracias —respondió Diana—. Volveremos a verla si necesitamos más información —agregó, cerró la puerta y seguimos a la siguiente casa. Potash se reunió con nosotros desde el otro lado.

—No saben nada —afirmó—. Nadie sabe nada.

Sonó mi teléfono; como aún no había ingresado ningún contacto me sorprendió escuchar a Trujillo del otro lado.

—John —dijo—, ¿tuvieron suerte en la casa de los Mercer?

—Nada aún —respondí—. Pregúntale a Elijah si Kristin se detuvo en algún sitio antes de tomar la autovía.

—Ya nos dijo que no lo hizo.

—Pregúntale otra vez —insistí—. Su memoria es terrible.

—Quiero hablar sobre tu teoría —dijo él—. Es interesante, pero no parece razonable —sí lo es.

—¿Crees que estamos buscando a un veterinario guarda parque caníbal e intelectual de diez mil años que se expresa muy bien y es cuidadoso excepto cuando no lo es?

—¿Eso es realmente más ridículo que una diosa de las enfermedades de diez mil años que lleva un arma que nunca usa y hace que niños enfermos se enfermen más para poder esconderse en un hospital? —preguntó suspirando.

—Sí —asentí—. Mary Gardner tenía buenas razones para todo lo que hizo. No las tenemos para El Cazador.

—No las sabemos aún —replicó Trujillo—. Eso no significa que nunca lo haremos.

—Así que, ¿cómo es que no le afectaron los sedantes? —pregunté—. No puede inyectarlo en los cuerpos y luego comerlos. En especial en el de Kristin Mercer; la encontramos horas después de que murió, pero si él se hubiera comido el sedante de su hombro habría estado demasiado dormido como para terminar el ataque, sin mencionar para deshacerse del cuerpo.

—Sabemos que la inyectó y sabemos que se la comió. Tenemos evidencia clara sobre ambas cosas.

—No sabemos si fue él —dije, y comencé a sentirme excitado mientras más lo pensaba—. Eso explicaría mucho: ¿y si tiene un cómplice? O una mascota, no sé cómo lo llamarías; alguien a quien le lleva los cuerpos que luego se los come. Tendríamos a la meticulosa mente maestra y al caníbal feroz, tiene algo de sentido.

—Y entonces la mascota se dormiría en lugar de la mente maestra —dijo Trujillo, como si estuviera meditando la idea en su mente—. Aun así no funcionaría: quien se coma el cuerpo se dormiría antes de terminar, a menos que sea inmune al sedante y, en ese caso, no tendrían que ser dos personas, volvemos a tener solo una. Más simple es mejor. Y las mordidas siguen siendo muy… deliberadamente al azar. No siguen un patrón de alimentación como se esperaría de un cómplice feroz como sugieres. La mejor teoría sigue siendo la de Nathan: que el asesino tiene algún fetiche con el sedante, probablemente porque es inmune a él, y luego toma bocados al azar del cuerpo.

—La mejor teoría es la mía —insistí—. Que la razón por la que nada tiene sentido es porque tiene la intención de confundirnos.

—Pero esa teoría no soluciona ningún problema —replicó Trujillo—. Elimina todas nuestras respuestas sin brindar una propia: no resuelve por qué se come el sedante, no nos dice cómo cortó el neumático sin que lo vieran, no nos da nada nuevo con lo que podamos trabajar.

—Nos dice que nuestras demás respuestas estaban mal. Tenemos que descartarlas y comenzar de nuevo.

—Me tengo que ir —dijo—. Ostler necesita algo.

Colgué el teléfono sin despedirme. ¿Por qué era tan testarudo? Estaba tan determinado a que su perfil fuera correcto que no aceptaba otras alternativas.

Regresamos a casa de los Mercer, donde Scott nos esperaba en la puerta.

—Bueno, estábamos por ir en busca de ustedes dos, pensamos que querrían estar presentes cuando interrogáramos al esposo.

¿Dos? Miré a Potash, a Diana y a mí mismo antes de regresar a Scott. Típico.

—Oye, John —dijo él—. ¿Puedes hacerme un favor? Haremos algunas preguntas un poco fuertes, no es… una buena situación para un niño.

—No soy un niño.

—Me refiero al niño Mercer —aclaró Scott—. ¿Podrías llevarlo a otra habitación y mantenerlo distraído?

—Por supuesto —asentí. 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13—. Deshazte de los dos niños de una vez, es un buen plan.

—Te informaremos de todo —aseguró Diana.

—Seguro —dije sin interés. Si me dejaban fuera de esa investigación, estaba libre de comenzar la propia. Me acerqué al padre que aún abrazaba a su hijo—. Oye… amigo. ¿Quieres venir conmigo un minuto? Vamos a ver… —¿qué veían los niños en esos días? ¿Dora?

—Quiero ver PAW Patrol.

—Por supuesto —afirmé—. Vamos, puedes mostrarme cómo encenderlo.

Su padre parecía reacio a dejarlo ir, pero al ver al detective Scott y a los demás alrededor, notó lo que estaba ocurriendo. El niño bajó de su falda, me guio hasta la otra habitación y me dio el control remoto.

—Se enciende con esto —parecía tener miles de botones, así que hice una mueca.

—Gracias, niño —el botón de encendido fue fácil de encontrar y me sorprendí de que realmente encendiera el televisor en lugar de bloquear una señal de satélite, o algo. Tenían la misma señal de cable que yo tenía en mi apartamento así que pude pasar los canales hasta encontrar los de niños bastante rápido—. Mira, Plaza Sésamo. No sabía que aún lo transmitían.

—Quiero ver PAW Patrol.

—No está ahora, y no sé cómo funciona tu grabador digital. Solo… mira las marionetas. Tengo que hacer algo —el niño se sentó, relativamente calmado, y yo tomé mi celular. Seguía sin tener correos de El Cazador. Escribí uno para él:

Tú eres quién deseaba hablar. ¿Qué quieres decir? Supongo que no vas a decirme quién eres o cómo encontrarte, así que, ¿de qué se trata esto?

¿Quieres que mate a alguien para ti? ¿De eso se trata? Porque eso tampoco va a ocurrir. No me importa si eres un león o un cazador o lo que rayos creas que eres: no soy como tú.

Lo envié, luego pensé un momento y escribí otro:

¿Por qué te los comes? No es por comer, porque no los tratas como comida. No los degradas, como si los estuvieras castigando indirectamente, y no parece haber emociones detrás como si estuvieras cumpliendo alguna fantasía. Solo tomas bocados y luego nos dejas el cuerpo.

Y luego nos envías una carta, pensé. Esa es la clave. ¿Qué haces que no deberías hacer? Te comunicas con nosotros. De eso se trata todo.

El chico dijo algo, así que levanté la vista, pero solo le estaba hablando al televisor. Una de las marionetas estaba hablando en alguna extraña clase de conversación de a dos. Volví a mi teléfono y envié el mensaje.

El Cazador estaba hablando con nosotros; de alguna forma, de eso se trataba todo. ¿Intentaba asustarnos? Trujillo pensaba que estaba intentando burlarse de nosotros, de mostrar su superioridad; yo pensaba que él solo intentaba confundirnos. ¿Y si había algo más? Insistíamos en describir al asesino en términos humanos; mencionábamos los poderes de los Marchitos algunas veces, como la capacidad de tolerar un sedante, pero nunca hablamos de las motivaciones de los Marchitos. ¿Por qué un Marchito nos enviaría cartas? ¿Qué le falta que sus cartas intentan brindarle? ¿Una voz? Brooke nunca mencionó a un Marchito que no tuviera voz. Tendría que preguntárselo a Elijah.

Cerré la cuenta como acostumbraba a hacer así que me sorprendí cuando el celular sonó suavemente. El Cazador me había enviado un mensaje:

Dile a tu jefe que revise su cuenta de la estación de policía. Es probable que quiera hacerlo antes que los internos.

Teníamos una nueva carta. Obviamente no podía decirle a Ostler que revisara una cuenta en particular sin revelar que tenía una línea de diálogo alternativa… pero ¿quién sabía cuánto tiempo tendríamos que esperar hasta que alguien decidiera revisar la cuenta de correo de la estación de policía? Si lo hacíamos rápido podríamos seguir su rastro, podríamos descubrir de dónde había enviado el correo y buscar pruebas allí. Pero no podía dejarme llevar. Debía ser paciente.

Observé al niño y las marionetas hablando entre ellos sin siquiera hablar con nadie más que sí mismos.

Estaba en Whiteflower cuando finalmente la recepcionista nocturna de la estación de policía que estaba manejando los teléfonos descubrió el correo. Al parecer, estaba aburrida; ahora sabemos quién revisa las cuentas de correo. La mujer avisó a su superior, quien le avisó al detective Scott; él llamó a Ostler y ella nos llamó a todos los demás para pedirnos que nos reuniéramos en las viejas oficinas cruzando la calle. Le dije a Brooke que sentía tener que irme.

—¿Volverás? —preguntó—. Te amo, lo sabes. Tienes que regresar para que podamos casarnos y vivir felices por siempre en una pequeña casa blanca.

—Tú no me amas —le dije.

—¿Tú me amas? —miró el suelo con expresión de tristeza.

Dudé, con la mano sobre la puerta. ¿Cómo podía responder a eso? No la amaba, no como amaba a Marci. Ni siquiera como amaba a mi mamá, y por lo menos la mitad de ese amor era odio. Tras un momento recuperé mi voz para hablar.

—No sé lo que eso significa.

—Entonces ¿cómo sabes que yo no te amo? —preguntó en tono de súplica.

—Porque estás viva —dije y golpeé la puerta en un repentino ataque de furia—. Las únicas personas que me aman están muertas.

—Esta carta no les va a gustar —dijo Ostler. Todo el equipo estaba reunido alrededor de la mesa de la sala de conferencias: seis personas y un lugar vacío para Kelly. Ostler nos miró, uno a uno—. A ninguno de nosotros. Antes de leerla, sepan que ya me puse en contacto con el cuartel y están enviando gente a ver a sus familias.

—Maldita sea —dijo Nathan—, ¿qué tan malo es?

Ostler lo miró, se puso sus anteojos y comenzó a leer:

—«Al estimado John Wayne Cleaver y las personas con las que se relaciona ocasionalmente».

—Qué amable de su parte incluirnos —comentó Nathan. Ostler lo ignoró y continuó:

—«Espero que les haya gustado mi último obsequio. Las pistas son importantes y confío en que las disfrutarán, pero no pasen por alto el cuerpo en sí mismo. Los cuerpos son importantes. Son lo que nos hace humanos. Su humanidad es un regalo, en un sentido muy real, así que les obsequio un poco de ella a ustedes. No la desperdicien».

—Este tipo está lo… —dijo Nathan.

—Cierra la boca —interrumpió Diana.

—«Ya que estoy de ánimo para hacer obsequios —continuó Ostler—, les ofrezco otro: conocimiento. Intentan comprenderme, pero ¿realmente se conocen a ustedes mismos? ¿Pueden ser fieles a lo que hay en su interior si no saben lo que es? Yo creo que no. Sus secretos deben ser revelados, a ustedes y al mundo. Me dijeron que no son como yo. Es importante que entiendan que sí lo son».

—Un momento —dijo Trujillo—. Nunca nos comunicamos con él directamente, ¿o sí?

—No lo hicimos —respondió Ostler. Evité mirar a Potash y conté mis respiraciones para que mi rostro no cambiara. Ella no me miró—. Su última carta decía que asesináramos a alguien y dejáramos una nota en el cuerpo. Creo que «me dijeron que no son como yo» se refiere al hecho de que no lo hicimos.

No dije nada.

—Esta es la parte que se pone fea —Ostler respiró profundo—. Todos ustedes tienen una ficha, pero estoy segura de que han notado que algunos de los detalles clave de sus vidas no están en ellas. Los dejé fuera para que mantuviéramos el foco en nuestros enemigos y no en los miembros del equipo, pero parte de esa información está por revelarse. Tengan en claro que nada en esa información es nuevo para mí: la revisé cuidadosamente y no recluté a nadie en quien no confiara.

Nadie dijo nada; solos nos miramos unos a otros en silencio, preguntándonos qué horribles secretos estaban a punto de ser revelados. ¿Qué habría hecho Diana? ¿Y Nathan? No me preocupaban mis propios secretos; todo lo que supiera Ostler lo podrían saber los demás, no me importaba. Eran las cosas que Ostler no sabía las que me preocupaban.

¿La carta realmente revelaba secretos sobre Potash? ¿Cómo podría alguien conocerlos?

—«Martin Trujillo es un abusador declarado —continuó leyendo Ostler—, la chica lo deseaba, según las declaraciones, pero la ley no considera a una niña de catorce años como un testigo confiable».

—¡Dejaste que pasara meses a solas con Brooke! ¡Duerme en la habitación contigua! —dije saltando de mi silla.

—Tenía diecinueve años —respondió Trujillo—, eso fue hace más de treinta años.

—¿Y eso hace que esté bien?

—Él cumplió su condena —intervino Ostler—. Tiene un registro impecable desde entonces, con un largo historial de colaboración con la ley.

—No debiste dejar que estuviera cerca de Brooke —repetí acaloradamente.

—No soy un pedófilo, John —insistió Trujillo—. Era un niño tonto y tomé una decisión tonta. «Abuso» es un mal término para lo que sucedió, pero es el término legal correcto y no lo niego.

—¿Cómo es que El Cazador sabe esto? —preguntó Nathan.

—Probablemente tuvo que registrarse como un agresor sexual —respondió Diana.

—¡Maldita sea, Ostler! —sentí cómo mi mano izquierda se cerraba en un puño y mi mano derecha presionaba el cuchillo dentro de mi bolsillo.

—Él pagó por eso y siguió adelante —dijo Ostler—. La gente cambia, ¿quieres que te esté juzgando por tu peor error?

—¿Quieres decir que no lo haces?

—Continúa leyendo —intervino Diana—. Seguramente empeorará antes de mejorar.

—«Conocí a la chica; es mucho mayor ahora, por supuesto. Mucho más bonita que su verdadera esposa. ¿Tal vez por eso la más fea murió tan joven?».

—Ella murió en un accidente de autos —explicó Trujillo, su rostro estaba tan cargado de ira como el mío. Se levantó una manga para revelar una larga cicatriz en su antebrazo—. Yo también estuve en ese auto; siquiera sugerir que maté a mi propia esposa…

—«Diana Lucas fue expulsada de la fuerza aérea —continuó Ostler silenciando a Trujillo— dada de baja por conducta deshonrosa por golpear a otra mujer. La víctima acabó en el hospital con dos costillas fracturadas, numerosas heridas internas, contusión y un ojo salido de lugar».

—Rayos —dijo Nathan—, ¿qué te había hecho?

—Nada —respondió Diana bruscamente.

—No lo tomes a mal —insistió Nathan—. Quiero decir, ¿qué hizo para merecerlo? ¿Cómo comenzó la pelea?

—Ella no hizo nada —respondió lentamente—. No fue una pelea, fue una… —Diana suspiró—… iniciación en una pandilla. Ella quería unirse a nuestro grupo y eso implicaba recibir una golpiza. Lo mismo que recibí yo cuando me uní.

—¿Hay pandillas en la armada? —preguntó Nathan.

—Fuerza aérea —corrigió Diana, tajante—. Y sí, todas las ramas del ejército tienen pandillas. Formé parte de una antes y estuve en una allí.

—¿Y ahora? —pregunté.

—Ahora envío una cuarta parte de mi paga a escuelas del interior —respondió—. Ahora soy voluntaria en programas de Hermanos Mayores cada vez que estamos en una ciudad lo suficientemente grande para tener uno. Ahora creo que he hecho demasiado por mí misma para pagar por ese error y no quiero tener que revivirlo para ustedes más de lo que Trujillo quiso revivir el suyo.

—Hasta ahora ambos han sido hechos que aparecerían en registros públicos —dijo Nathan—. Bien por él por haber investigado, pero cualquiera pudo haberlo hecho. No puede leer mentes.

—Sabe de ti —comentó Ostler.

—No hice nada como esto… —dijo negando con la cabeza.

—«Nathan Gentry vendió cocaína durante tres años en el oeste de Philadelphia —leyó Ostler—, luego por dos años más en Harvard. La mayoría de sus clientes tuvieron que dejar la universidad; una de ellas recurrió a la prostitución para solventar su hábito».

—No sabía eso —admitió Nathan.

—¿Estás bromeando? —reaccionó Diana.

—¡No sabía sobre la prostitución! —protestó—. Por supuesto que sabía sobre las drogas.

—¿Y pensaste que no era lo mismo? —preguntó Trujillo—. Yo viví con una menor de edad que creía que me amaba; tú destruiste docenas de vidas.

—Y luego intentaste ocultárnoslo —agregó Diana.

—Nunca fui descubierto o condenado —dijo Nathan—. No creí que supiera sobre eso. No creí que nadie lo supiera, a excepción de Ostler, y eso es porque fui yo quien se lo contó.

—El señor Gentry salió adelante —intervino Ostler—, como el resto de ustedes.

—Pero él no sufrió por eso —comentó Diana. Por la expresión de su rostro supe que estaba furiosa—. Trujillo fue a prisión, yo pasé por corte marcial y ¿Nathan solo sigue adelante?

—Sabía que estaba mal, así que lo dejé —explicó Nathan—. ¿Tienes idea de lo difícil que es dejar la venta de droga? Y creo que el hecho de que lo haya hecho voluntariamente debería decir mucho más de lo que están pensando; ¿tú seguirías dando golpizas si la fuerza aérea no te hubiera forzado a detenerte?

—Me obligaron a dejar la fuerza. Podría haber seguido con las golpizas donde fuera.

—Discutir estos detalles no nos llevará a ningún lado —agregó Ostler—. No estaría leyendo esto si no creyera que nos ayudará a atrapar a un chico malo. ¿Cómo supo lo de Nathan? ¿Dónde se puede encontrar esa información? ¿Qué clase de persona tendría acceso a ella? Dejen el pasado atrás y traten esta carta como la pista que es.

Los escuché discutir sin intervenir. ¿No veían que el crimen de Nathan era diferente? No solo porque no lo habían atrapado ni porque solo lastimó personas indirectamente; era diferente porque lo hizo por otras razones. Trujillo estaba enamorado, o al menos estaba excitado, y Diana quería encajar. Ambos hicieron actos emocionales, por cuestiones sociales. El delito de Nathan era solo sobre sí mismo: él quería dinero así que salió a conseguirlo.

Vendió drogas para salir adelante.

Como si necesitara más motivos para odiarlo.

—De acuerdo —dijo Nathan cerrando los ojos—. ¿Quién sabe de mí…? ¿Otro dealer, tal vez? ¿El chico que me proveía?

—¿Chico? —preguntó Diana.

—Comencé en la secundaria —respondió Nathan—, todos éramos chicos.

—Es más probable que sea una de las víctimas —comentó Trujillo—. ¿Cuántas personas saben sobre la chica que comenzó a prostituirse? No deben ser muchos.

—Ni siquiera yo sabía sobre ella. No puedo hacer una lista de sus familiares y amigos.

En el correo que me envió El Cazador en la mañana me preguntó: «¿Hay algo que quieras que omita?». ¿Estaba hablando de esto? ¿Qué diría sobre mí?

—Lee lo que sigue —dijo Potash. Era la primera vez que hablaba—. No tiene sentido sacar conclusiones antes de que tengamos todas las pistas.

—Lo que sigue es sobre mí —Ostler asintió y leyó con voz clara:

»“Linda Ostler es una criminal de guerra —hizo una pausa, pero no noté si esperaba los comentarios o si solo estaba calmando sus nervios para continuar—. En el año 2002 fue asignada a un cuerpo especial para investigar la venta de armas en la frontera entre Estados Unidos y México. Utilizó su posición para vender cientos de rifles automáticos a un cartel de drogas, causando directamente la muerte de seis agentes de la DEA y de más de cien ciudadanos mexicanos”.

Bajó la carta y nos miró.

—Obviamente tenía mis razones —dijo—, y «criminal de guerra» es una exageración.

—¿Tú hiciste eso? —preguntó Diana.

—Yo les vendí cocaína a unos chicos ricos que necesitaban la motivación suficiente para hacer sus tareas —comentó Nathan—. ¿Tú les vendiste armas a los reyes de la droga? ¿Y están molestos porque yo arruiné algunas vidas?

—Fue un plan que se salió de control —respondió Ostler—. No queríamos venderles a los carteles, queríamos atrapar a los traficantes en medio. Tomamos una decisión difícil y fue la equivocada.

—Con eso te quedas corta —comentó Diana. Miró a los demás—. ¿Alguno ha matado a más de cien civiles? ¿Esa es la marca máxima del equipo?

Potash levantó la mano y Diana se quedó en silencio.

—Me sorprendería que estuviera en esa carta, de todas formas —dijo simplemente.

Yo sabía que él era un asesino. Sabía que era el más peligroso de todos. ¿Por qué aun así me sorprendía? ¿Por qué lo admitió tan casualmente?

Potash asesinó a un Marchito con un machete. Mientras estaba muriendo de una afección pulmonar. ¿Con quién me había metido?

—Esta es la única línea sobre Potash. Está al final, después de John…

—Léelo en orden —dije—. Veamos si tiene algo que decir sobre mí que el resto de ustedes no haya imaginado hasta ahora.

Ostler se aclaró la garganta:

—«Tampoco me había olvidado de ti, John. Estoy seguro de que tus amigos saben del hombre al que electrocutaste; apareció en los periódicos. ¿Saben de la ocasión en la que golpeaste a tu vecina anciana hasta casi matarla y luego mataste a su esposo? ¿Y qué hay de la ocasión en la que rociaste a tu madre con gasolina y luego la quemaste viva dentro de un auto?».

—¡Maldición! —soltó Diana.

No dije nada, solo miré a Ostler.

—¿No tienes excusas? —me preguntó Nathan—. ¿Ninguna conmovedora explicación de cómo ocurrió todo y que no había nada que pudieras hacer para evitarlo?

—Asumo que hay algo más —arriesgué aún sin mirar a los demás.

—¿Cómo es posible que haya algo más? —exclamó Nathan.

—«Piensas que no eres como yo —continuó Ostler—, pero te pareces más a mí que cualquiera de ellos. Ellos lastiman personas porque así funciona el mundo: quieren algo así que lo toman y no tienen piedad por la chusma que pueda interponerse en su camino. Así ha sido siempre. Tú y yo somos distintos. Lastimamos a las personas porque lo disfrutamos. Porque el dolor y la muerte son fines en sí mismos».

»“Los antílopes chocan sus astas y se llaman fuertes a sí mismos, pero todos caen ante un león”.

No soy como él, me dije a mí mismo. Incluso si hacemos exactamente las mismas cosas por exactamente las mismas razones. No soy como él.

Es solo que no puedo explicar por qué.

—En defensa de John —dijo Ostler—, a todos los que John ha asesinado eran Marchitos.

—¿Incluso su madre? —preguntó Trujillo.

—No lo era al principio —respondí y lo miré sin pestañear. Solo pensarlo me hacía querer gritar de furia, pero estaría condenado antes de dejarlos verme perder el control. Les conté la historia en tonos cortos y parejos—. Nadie poseyó a Brooke, así que estaba intentando matarla. Mi mamá apareció, Nadie dejó a Brooke para atacarla y… murió —hice un gesto de movimiento circular con las manos hacia el frente—. Ta-da.

—¿Qué demonios pasa contigo? —preguntó Diana y de alguna manera ese fue el comentario que más me lastimó.

—El Cazador sabe demasiado sobre nosotros —comentó Nathan—. Si sabe todo esto puede saber cualquier cosa; puede tener la dirección de mis padres.

—Enviamos gente por sus familias y amigos —repitió Ostler—. Los cuerpos de los Marchitos que el FBI recogió del hospital fueron más… reveladores de lo que esperaban mis superiores. Creo que finalmente están tomando en serio nuestro trabajo y eso incluye esta amenaza implícita a nuestros seres queridos.

—Sigues sin leer mi parte —dijo Potash.

—Es la conclusión de la carta:

»“Y, por supuesto, Albert Potash, la Muerte que Camina. ¿A cuántas personas ha asesinado? ¿Qué nobles justificaciones aclama? Acordemos que esta es la evidencia más concluyente: yo lo sé todo y no pude encontrar nada sobre él. Es un hombre sin pasado. En la edad moderna nadie pierde su pasado, a menos que alguien haya cavado muy profundo para enterrarlo”.

»“Hay antílopes y hay leones. Y luego hay algo más. Piensen bien en quiénes tienen a su lado”.

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