El que abre el camino: 24 historias macabras

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EL SECRETO DE SEBEK

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Seré franco… Podría haber escrito una buena historia acerca del suceso partiendo de la confesión de un mayordomo que me hubiese dicho no haber visto a nadie en el baile con una máscara de cocodrilo… Pero aquello no era un cuento, era verdad. Fui testigo. Lo vi, al de la máscara, asesinar a Vanning y marcharse raudo… Así que por eso salí corriendo y chillando, aunque no me viese hacerlo ninguno de los asistentes a la fiesta. Un horror indecible me seguía acompañando cuando ya estaba en la calle; un horror que parecía pesarme en los hombros, no obstante lo cual conseguía acelerar el paso. A tal punto que perdí toda noción de realidad y eché a correr de nuevo, desesperadamente, para alejarme cuanto antes de aquella casa bien iluminada, en la que todo era música y risas, y en la que había presenciado algo realmente espantoso.

Me fui de Nueva Orleans sin investigar nada sobre el caso, sin querer saber ni un solo detalle.

Me fui sin leer siquiera un periódico, por lo que no supe si la policía había comenzado a investigar ya el asesinato de Vanning. No quería saber nada. No me atrevía a saberlo. En el fondo me parecía que tenía que haber una explicación racional para todo lo sucedido. Y entonces, de nuevo…

Pero no, nada de especulaciones. Nada de investigaciones. Quise creer, con bastante desesperación, que todo lo que había visto no fue consecuencia sino de mi borrachera, que no había pasado absolutamente nada. Al fin y al cabo, la de Sebek no era más que una leyenda, algo de lo que, me parecía, había hablado con Vanning… Pero… No, nada de eso. Yo había avisado a Vanning del peligro real que se cernía sobre él, y los hechos se habían revelado fatales, dándome la razón. Temores confirmados.

Era imposible desterrar de mi mente lo que vi, aquel extraño con una máscara de cocodrilo mordiendo brutalmente a Vanning en el cuello, poniéndolo todo perdido de sangre… Era imposible olvidar que lo había tenido atrapado por la túnica unos instantes, que incluso agarré también su máscara… Era imposible olvidar que el morro de la máscara estaba teñido de sangre… Eso fue todo.

Además, cuando así aquella máscara ensangrentada… no fue la textura de una máscara lo que palparon mis dedos, sino carne viviente y palpitante.

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