El protector

El protector


CAPÍTULO 15

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CAPÍTULO 15

 

   Devlin llevaba quince minutos maldiciendo mientras intentaba decidir cómo sorteaba el laberinto que tenía delante. El hijo de puta era listo, tenía que reconocerlo. Media docena o más de rayos láser cruzaba, en distintos ángulos, la zona más estrecha del túnel formando una red enmarañada. Si no hubieran vibrado con una frecuencia similar a la de la barrera, no se habría dado cuenta de que estaban allí.

Un paso más y habría accionado el regalito, fuera cual fuera, que su enemigo le había preparado.

   Los rayos láser eran como una pared sólida que lo atrapaba en un lado y a Laurel en el otro. En las películas de acción, la  gente siempre encontraba una forma inteligente de esquivar los rayos, ya fuera con espejos, humo o contorsiones corporales que harían parecer patoso a un gimnasta. El, por desgracia, no contaba con ninguno de estos recursos. A lo más que podía aspirar era a que los rayos no estuvieran conectados a la corriente y que las baterías que los alimentaban  se agotaran.

   Devlin consideró su situación desde todos  los ángulos posibles. Al cabo de unos segundos, se le ocurrió la solución: los rayos láser no eran más que energía y, como el resto de los Paladines, él tenía la capacidad de manipular la energía pulsante de la barrera. Quizá podría hacer lo mismo con aquellos finos rayos de luz.

   Cerró los ojos y se concentró para localizar los rayos. A medida que su respiración se hacía más lenta y profunda, percibió el flujo de energía, leve pero continuo, que cruzaba el pasadizo. Preparándose para lo peor, se concentró para que el rayo superior desplazara su trayectoria unos centímetros más arriba.

   ¡Conseguido! Hizo girar los hombros y dejó que las gotas de sudor le siguieran entrando en los ojos. Cuando el rayo de energía se estabilizó, volvió al trabajo y, tomándose su tiempo, realizó todos los ajustes necesarios, hasta que consiguió dejar suficiente espacio para deslizarse por debajo. Pasaría muy justo, pero no tenía tiempo de desviar ningún rayo más. Sus compañeros debían de estar trabajando para restaurar la barrera y, si se activaba de nuevo, la repentina subida de tensión podía, de todas formas,  accionar el mecanismo. O lo que era todavía peor, aunque él consiguiera evitar que la trampa se activara, Trahern podía tropezar con ella. Retrocedió unos pasos, grabó la palabra «láser» en el suelo con su puñal y lo dejó junto a ésta, donde Trahern, sin duda alguna, lo vería. No era una gran advertencia, pero era lo mejor que podía hacer.

   Después, se arrodilló y empujó la espada y la pistola por debajo de los rayos para comprobar la estabilidad de los cambios que había hecho. Como no sucedió nada, se estiró en el suelo y fue deslizándose poco a poco por aquella superficie irregular a sabiendas de que la muerte acechaba a escasos centímetros de su cuerpo. El roce de su camisa y sus téjanos con la roca del suelo retumbó en sus oídos haciéndole desear que incluso los botones fueran más finos. Su tamaño siempre había constituido una ventaja en la lucha, pero en aquel momento, habría dado cualquier cosa por tener la constitución delgada de Cullen. Se arrastró centímetro a centímetro. Al final, sacó los pies por los lados y empujó para avanzar los pocos centímetros que lo separaban de la libertad.

   Una vez a salvo en el otro lado, descansó sobre el agradable frescor del suelo deseando poder quedarse así un poco más. Trabajar con la energía siempre lo dejaba agotado, pero podría descansar más tarde, cuando hubiera salvado a Laurel.

   En aquella zona, los túneles eran más sinuosos que en las otras, lo cual era bueno y malo al mismo tiempo. Por un lado, sólo podía correr distancias cortas antes de tener que detenerse y escuchar, cuando una curva cerrada le impedía ver lo que había más allá. Por el otro, no quedaba al descubierto durante mucho tiempo, como ocurriría si las distancias fueran más largas.

   Un destello de luz llamó su atención hacia la derecha. La barrera volvía a fluctuar. Trahern debía de haberse puesto en contacto  con Cullen y los demás, así que aquel problema estaba casi resuelto. Poco a poco, volverían a activar todos los sectores de la barrera. Sólo esperaba que la repentina interrupción del flujo de energía también hubiera cogido por sorpresa a los Otros, de modo que no hubiera un gran número  de  ellos esperando a cruzar la barrera. Pero, en aquel momento, éste no era su problema.

   La barrera volvió a fluctuar y, en esta ocasión, con más consistencia. Según el patrón habitual, volvería a estar en pleno funcionamiento al cabo de un par de intentos más, lo que significaba que tenía que poner la mayor distancia posible entre él y la trampa cuanto antes. Además, aunque el flujo de la barrera no fuera estable, probablemente era suficiente para disparar la trampa. Devlin echó a correr a toda velocidad en el mismo instante en que el túnel se iluminó con un destello intenso de luz. El ruido de la explosión no tardó mucho en oírse, aunque Devlin ya había conseguido alejarse un par de curvas de la zona más perjudicada.

   Sin embargo, su asesino potencial no lo sabía. Mientras el estruendo de la explosión se iba disipando, Devlin  permaneció a la espera deseando  que su enemigo no pudiera resistir la tentación de comprobar si había muerto en la explosión. El sonido de unos pasos flotó en el aire con tanta ligereza que, de no haber estado escuchando con atención, no lo habría percibido.

   Avanzó para dar una ojeada a la vuelta de una esquina y volvió a ocultarse a toda prisa. Al menos ahora conocía la identidad de su enemigo: el sargento Purefoy. ¿Qué le había hecho él al sargento? ¡Demonios, si siempre se había esforzado en cooperar con aquel escurridizo bastardo! Fueran cuales  fueran sus razones para intentar matarlo a él y a su mujer, esperaba que valiera la pena morir por ellas.

   Volvió  a prestar atención,  pero los pasos se alejaron. ¡Mierda! Esperaba que el loco del sargento apareciera corriendo por el túnel. Pero se había marchado por donde había venido, seguramente para  comprobar cómo estaba su rehén. Con la espada en una mano y la pistola en la otra, arremetió hacia delante decidido a llegar al otro extremo de la recta antes de que Purefoy desapareciera en su nueva misión  de reconocimiento.

   Cuando había recorrido algo más de la mitad del trayecto, se produjo un disparo. Devlin se echó al suelo dejando caer  la espada para poder amortiguar la caída y rodó  a un lado. Dos balas más rebotaron en la pared mientras avanzaba como podía sin siquiera  considerar la posibilidad de retroceder.

   —¡Quédese donde está, Bane, o mataré a su mujer ahora mismo!

   —Yo de usted no lo haría, Purefoy. Ella es la única razón de que esté aún con vida. —Avanzó encorvado unos metros más y se detuvo a un par de metros de la curva siguiente—. Suéltela y le daré cierta ventaja en la huida.

   —No a menos que la lleve conmigo como garantía, por si sus amigos me están esperando en el otro extremo del túnel.

   En esta ocasión, su voz sonó más apagada.

   Si Purefoy había retrocedido, lo más probable era que Laurel estuviera cerca. Por otro lado, el sargento sabía exactamente dónde estaba Devlin, de modo que ya no era preciso actuar con sigilo.

   Gritó el nombre de Laurel a pleno pulmón sabiendo que su voz retumbaría por los túneles.

   —¡Laurel!

   La única respuesta que obtuvo fue un sonido amortiguado desde cierta distancia.

   Ladeó la cabeza, pero no pudo decidir si lo que había oído era la voz de Laurel o no. Volvió a intentarlo.

   —¡Devlin, estoy aquí!

   Esta vez estuvo seguro de que se trataba de la voz de Laurel, pero el grito de dolor que siguió a su respuesta le heló la sangre y le encendió las entrañas.

   Se aseguró de que el tambor de la pistola estuviera lleno, desenvainó la espada y avanzó a toda velocidad. Llegó al final de otro tramo recto del túnel sin percibir el menor rastro de su presa y tomó la siguiente curva sin apenas detenerse. Allí no había nada ni nadie. Más adelante, el túnel se bifurcaba. Uno de los ramales giraba a la izquierda, y el otro conducía a las proximidades de la barrera.

   Purefoy no sería tan estúpido, ¿ no ? Aunque era posible. Incluso probable. Si había  escondido a Laurel al otro lado de la barrera, sabía que Devlin se sacrificaría a sí mismo para recuperarla. Si no podía matar a Devlin personalmente, dejaría que los Otros lo hicieran por él.

   La barrera seguía fluctuando y chispeando.

   No había vuelta atrás.

   Si estaba equivocado, tendría tiempo de sobra para averiguarlo. Pero los segundos pasaban inexorablemente y los Paladines no tardarían en reactivar la barrera. Devlin tomó una decisión, entró en el túnel de la derecha y avanzó a toda velocidad.

   —¡Laurel!

   En esta ocasión, la respuesta fue clara e inmediata.

   —¡Devlin!

   La vislumbró en el lado humano del túnel. Alguien más estaba con ella en el suelo. Purefoy estaba detrás. Sin duda planeaba utilizarla de escudo.

   —¡Detente ahí mismo, Bane! —Purefoy agarró a Laurel por el cabello y apoyó el cañón de la pistola en su sien como advertencia. Después, apuntó directamente al pecho de Devlin—. ¡Un paso más y la mato!

   —¿Qué sentido tiene ganar este juego si tú también vas a morir?

   Devlin habló con voz tenue, como si sólo sintiera una leve curiosidad por conocer la respuesta, aunque, por dentro, se sentía morir.

   —Si te hubieras quedado muerto la primera vez, Paladín, no habría tenido que meterla en esto.

   —¿Así que es culpa mía que estés como una cabra?

   —¡Cállate, Bane! Y retrocede hasta el otro túnel. Déjanos salir de aquí y la soltaré en cuanto estemos a salvo.

   —No lo hagas, Devlin. Me tiene esposada a uno de  los Otros que está inconsciente. No podrá arrastrarnos a  los dos.

   ¡Hijo de puta! La situación no podía empeorar. Si el Otro recobraba el conocimiento, resultaba imposible saber cómo reaccionaría. No bastaba tratar con un loco; tenía que hacerlo con dos. Podía solucionar el problema disparando al Otro a la cabeza, pero no podía arriesgarse a alcanzar a Laurel.

   Purefoy se movió con inquietud. Sin duda estaba al límite.

   —¿Qué prefieres, Bane? ¿Su vida o mi libertad?

   Devlin se encogió de hombros mientras esperaba que Laurel pudiera perdonarlo.

   —Mi labor consiste en proteger la barrera, Purefoy, y tú la has desactivado. Sólo por esto, morirás aquí y ahora.

   —No te creo. Ella significa demasiado para ti.

   Devlin se obligó a sí mismo a soltar una carcajada.

   —No seas estúpido. Conoces lo bastante a los Paladines para saber que vamos de una mujer a otra como mariposas. Si la quieres, llévatela, pero tendrás que pasar por encima de mi cadáver.

   Asentó los pies en el suelo y esperó. Y no tuvo que hacerlo durante mucho tiempo.

   Purefoy soltó un grito de frustración y apuntó a Laurel con la pistola.

   —¡Laurel, al suelo! —gritó Devlin para poder disponer de un blanco seguro.

   Laurel obedeció, pero, mientras se tumbaba en el suelo, la forma oscura que estaba a su lado se puso de pie y se lanzó entre Laurel y Purefoy haciendo que el sargento cayera hacia atrás cuan largo era. Devlin apretó el gatillo al mismo tiempo que Purefoy. Los destellos de los disparos se mezclaron con una potente ráfaga de luz que atravesó el túnel.

   El grito de Purefoy se apagó bruscamente cuando la barrera lo atravesó dejando una mitad de su cuerpo en el mundo humano y la otra en el mundo oscuro. Y ambas muertas. El eco de los disparos se disipó en el aire y el tranquilizador zumbido de la barrera fue lo único que llenó el silencio que los rodeaba.

   Devlin se abalanzó hacia delante para envolver a Laurel en la seguridad de sus brazos, pero ella lo apartó con su mano libre.

   —Laurel, ya sabes que nada de lo que le dije a Purefoy iba en serio.

   Ella lo miró con indignación mientras intentaba acercarse al Otro.

   —No soy tonta, Devlin, pero ahora mismo tengo un asunto más grave entre manos. Barak ha recibido un disparo.

   —¿Y qué? Es uno de los Otros. Ya sabía que, en cuanto cruzara la barrera, sería hombre muerto.

   —Me ha salvado la vida, Devlin. Y no pienso dejarlo morir aquí, en este lugar dejado de la mano de Dios. —Levantó el brazo—. Además, estoy esposada a él. Donde yo vaya, él también irá.

   —¿Dónde está la maldita llave?

   Devlin deseó poder retirar la pregunta cuando vio que Laurel se volvía hacia la mitad de Purefoy que quedaba a su mismo lado de la barrera. El cutis de Laurel adquirió una tonalidad decididamente verde mientras tragaba con fuerza varias veces.

   Laurel habló con voz temblorosa.

   —Está en uno de sus bolsillos.

   Devlin se colocó de forma que le tapara la vista a Laurel y cacheó los bolsillos que estaban a su alcance procurando no entrar en contacto con la barrera. Encontró la llave en uno de los bolsillos delanteros del pantalón de Purefoy. El estómago se le revolvió cuando se dio cuenta de que las dos mitades de Purefoy ya no estaban conectadas.

   Devlin limpió la sangre de la llave en el pantalón de Purefoy antes de tendérsela a Laurel.

   —Si le quito las esposas, ¿me ayudarás a sacarlo de aquí?

   Devlin le habría prometido la luna y las estrellas si esto os hubiera alejado de la vista macabra que tenía a su espalda.

   —Yo lo llevaré. Pero salgamos de aquí de una vez.

   La sonrisa que Laurel esbozó como respuesta casi disipó el miedo con el que Devlin había convivido desde que se dio cuenta de que la habían secuestrado. Cuando Laurel se quitó las esposas, Devlin levantó al Otro del suelo, colocó su brazo de piel gris alrededor de sus hombros y, prácticamente, lo arrastró por el pasadizo. Cuando el túnel se ensanchó y pudieron caminar los tres uno al lado del otro, Laurel hizo lo que pudo para ayudar.

   Llegaron al túnel principal, donde los recibió el tranquilizador ruido de unos pasos que se acercaban corriendo. Devlin se detuvo y dejó su indeseada carga en el suelo. Laurel se arrodilló de inmediato y examinó al Otro por si tenía alguna otra herida. Aquella imagen hizo que Devlin sintiera náuseas.

   —Él no es humano, Laurel. Los de su especie son malos para nuestro mundo.

   —Quizá tengas razón, pero, en más de una ocasión, ha hecho lo posible para salvarme de Purefoy. Y no tenía por qué hacerlo. No permitiré que tú ni nadie le haga daño.

   ¡Maldita sea! Era lo que se temía. Había intentado convencerse a sí mismo de que el ataque del Otro a Purefoy había sido casual, no un intento deliberado de salvar a Laurel. Ahora tenía con el Otro una deuda que nunca podría saldar, al menos no con una bala ni una espada.

   —Esto nos causará todo tipo de problemas con los Regentes. Por no hablar de los Paladines. No les gustará que su doctora favorita mime a uno de los Otros.

   —Se llama Barak.

   —¡Maldita sea, Laurel! No se trata de un animal doméstico que te haya seguido hasta casa. No puedes quedártelo. —Devlin cogió el  rostro de Laurel con la mano—. A lo máximo a lo que puedes aspirar es a curarlo y a enseñarle el camino de vuelta a su mundo cuando la barrera vuelva a apagarse.

   El Otro gruñó e intentó incorporarse.

   —Mátame ahora, humano. No pienso regresar.

   Devlin lanzó una mirada iracunda a su enemigo.

   —No puedo. Si acabo con tu existencia, ella me matará a mí.

   Ya fuera literalmente o abandonándolo.

   El hecho de que Barak sonriera y sacudiera la cabeza no mejoró en nada el estado de ánimo de Devlin.

   Trahern encabezaba la marcha del grupo de Paladines que se dirigía hacia ellos por el túnel. Aunque Devlin se alegró de verlos, levantó la espada dispuesto a defender a la mujer que amaba y al Otro  medio muerto.

 

 

   Durante un tiempo, el estado de salud de Barak fue crítico, pero, al final, Laurel consiguió estabilizar sus constantes vitales. Hasta entonces, nadie había tratado a otro herido, así que Laurel había conseguido detener la hemorragia gracias a la suerte y a su intuición. La sangre del Otro era demasiado distinta a la de los humanos para arriesgarse a hacerle una transfusión, de modo que le había estado inyectando soluciones salinas.

   El doctor Neal entró justo cuando Laurel se quitaba los guantes.

   —¿Cómo está su paciente?

   —De momento, está estable. —Laurel puso los brazos en jarras y realizó unos estiramientos de lado a lado intentando aliviar parte del agarrotamiento que sentía por llevar demasiado tiempo sin descansar—. Sabremos algo más mañana por la mañana.

   El doctor Neal consultó el expediente de Barak.

   —Nos ayudaría saber qué es lo normal para  los de su especie. Supongo que, mientras sus constantes no se descontrolen, saldrá de ésta.

   El doctor Neal observó a Laurel por encima de la montura de sus gafas.

   —Y usted, jovencita, tiene mucho de lo que responder.

   —No podía dejar que Barak muriera, pues me había salvado la vida.

   Esto era cierto, aunque Laurel sabía que el doctor Neal no se refería a su paciente.

   —¿Cuándo me contará que... digamos, mantiene una relación con Devlin Bane? —El doctor Neal parecía más decepcionado que enfadado—. Si no sé que existe el problema, no puedo ayudarla.

   —Lo sé, pero...

   —Sin peros, Laurel. Todos cogemos cariño a los Paladines que nos asignan, pero sospecho que usted ha ido mucho más lejos que esto. En cuanto se dio cuenta de que sus sentimientos hacia Devlin Bane ya no eran los de una médica por su paciente favorito, debería haber acudido a mí.

   Ahora sí que había enfado en su voz.

   —Lo habría hecho, pero no tuve tiempo. Entonces los resultados de sus pruebas empezaron a mejorar y tuve miedo de que un Tutor nuevo no les prestara la atención debida.

   El doctor arqueó una ceja y frunció los labios.

   —¿Me está diciendo que el resto de nosotros somos unos chapuceros en lo que al cuidado a largo plazo de nuestros pacientes se refiere?

   Eso era exactamente lo que ella creía. Al menos hasta cierto punto.

   —Lo siento, señor, pero estoy  convencida de que los cambios son importantes. Piense en lo que podría significar para alguien como Trahern que los daños fueran reversibles. Es posible que los cambios sólo se produzcan en Devlin, pero no lo sabemos con seguridad.

   —Y ésta es la única razón de que no la traslade a otro lugar. —El doctor Neal miró más allá de Laurel, hacia Barak—. Por no hablar de él. Debe usted saber que el coronel Kincade y los Regentes seguirán de cerca los progresos de su investigación. Y yo también.

   —Lo sé.

   —No debe de resultar fácil convivir con Devlin Bane, Laurel, pero yo siento un gran respeto hacia él. Espero que la haga feliz. —Para sorpresa de Laurel, el doctor le dio un abrazo—. Dígale a ese joven que tengo con él una deuda de gratitud por devolverla sana y salva. Ahora váyase a casa y descanse. Mañana ya tendrá tiempo de examinar de cerca los resultados del escáner. Yo vigilaré a Barak por usted, pero cuando los Regentes se enteren de su presencia, no tengo ni idea de cómo reaccionarán. Queda usted  advertida.

   —Gracias, señor. Por todo.

   Laurel salió del laboratorio prácticamente arrastrando los pies de cansancio. Al día siguiente, estaría más en forma para la lucha.

   Estaba preocupada porque no había visto a Devlin desde que Trahern y él habían tumbado a Barak en la camilla del laboratorio. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a sentir el terror que había experimentado cuando vio que su amado se enfrentaba a sus amigos para proteger a la criatura que por naturaleza odiaban. Sin embargo, Devlin se había encarado a ellos. Al final, Trahern y Cullen se habían hecho cargo de Barak dejando a Devlin libre para guiar a Laurel hasta el ascensor.

   Cuando llegaron a la superficie, ella salió al exterior y, de repente, se sintió liberada de la carga del mundo que parecía pesar sobre ella. Entonces valoró todavía más aquello a lo que Devlin y el resto de los Paladines tenían que enfrentarse día tras día.

   Con su eficacia habitual, Cullen se había adelantado y había pedido un transporte para llevarlos a ella y al Otro herido al laboratorio. Trahern y Devlin la acompañaron en el trayecto. Laurel sólo esperaba que su insistencia en proteger a Barak no perjudicara, de una forma permanente, la buena relación que mantenía con los Paladines que tenía asignados. Pero ya se preocuparía por esto más adelante.

   Camino de la puerta del laboratorio, echó su bata manchada de sangre en el cesto de la lavandería. En el vestíbulo había dos grupos. A un lado, varios  guardias de aspecto nervioso y, al otro, un Paladín enorme. En un abrir y cerrar de ojos, el mundo de Laurel volvió a cobrar sentido. Laurel se lanzó, directamente, a los brazos de Devlin sin importarle, ya, quién los veía.

   —Llévame a casa.

   Se acurrucó contra el pecho de Devlin, pues necesitaba su calor y su fortaleza.

   —¿A la mía o a la tuya? —preguntó Devlin.

   Sus palabras retumbaron en su pecho.

   —A la tuya.

   A Laurel le pareció que tardaban una eternidad en recorrer la corta distancia que los separaba de la casa de Devlin. El silencio de Devlin la preocupaba. Cuando estuvieran en el interior de la casa, a salvo del resto del mundo, averiguaría qué le pasaba.

   Devlin entró a  Laurel en brazos en la casa y cerró la puerta tras ellos de un puntapié. La llevó directamente hasta el baño. Todavía con expresión sombría, empezó a desnudarla. Ella le permitió hacerlo y esperó pacientemente a que él también se desnudara. Después de abrir a tope el grifo del agua caliente, volvió a cogerla en brazos y entró con ella en la ducha. Entonces no hubo nada entre ellos, salvo el calor y sus apasionados besos. Devlin la poseyó deprisa y con fuerza, llevándolos a ambos al climax con potentes penetraciones que llenaron el cuerpo de Laurel y también su corazón.

   Temió haberse mostrado demasiado rudo con Laurel, y lo sentía, pero la necesidad había hecho que los dos perdieran el control. Después, se quedaron durante largo rato bajo el chorro de la ducha permitiendo que el agua eliminara las huellas gemelas de la muerte y el miedo. Al final, Devlin cerró el grifo y cogió una toalla. Mientras secaba a Laurel, la examinó en silencio de la cabeza a los pies. Los morados de su rostro y los rasguños de sus muñecas le revolvieron el estómago, pero se sintió aliviado al comprobar que sus heridas no eran graves. Laurel soportó sin quejarse sus intentos de ofrecerle unos primeros auxilios. Después, Devlin la condujo hasta la cama y se apretujó contra ella deseando que ni siquiera el grosor de una camiseta los separara. Apoyó su frente  contra la de Laurel e intentó encontrar las palabras adecuadas.

   —Casi te pierdo.

   Incluso entonces, ese temor estaba incrustado en su piel, un temor que no desaparecería por mucho que frotara y mucha cantidad de jabón que utilizara.

   —Estoy aquí. —Laurel rio—. Sabía que irías a buscarme.

   —Casi no lo consigo. Purefoy era un cabrón muy listo. Más de lo que habría imaginado.

   —No tan listo, Devlin, o nunca habría intentado matarte. —Laurel deslizó las manos por los brazos de Devlin hasta sus hombros—. Alguien le pagaba.

   —Sí, claro. La cuestión es quién. Pero ahora no quiero pensar en eso.

   Laurel deslizó la mano por el pecho de Devlin, por su estómago y más abajo. Con la sonrisa  de una sirena, le rodeó el  duro  miembro con la mano y  apretó ligeramente, medio en broma.

   —¿Entonces en qué quieres pensar?

   Devlin cogió la mano de Laurel y la subió hasta donde podía tenerla vigilada.

   —Tenemos que hablar sobre lo que dije abajo, en los túneles... Sobre los Paladines y las mujeres.

   Los ojos de Laurel se oscurecieron un poco.

   —Ya he oído hablar más que suficiente sobre este tema. Tu pasado no me importa, Devlin.

   Pero sí que le importaba, Devlin lo percibió en su voz.

   —No te mentiré, Laurel. He conocido a muchas mujeres, pero hasta que te conocí a ti, no me había enamorado nunca. Y nunca le había pedido a una mujer que se casara conmigo.

   Devlin le dio un beso largo e intenso y, cuando terminó de dárselo, los dos estaban sin aliento.

   —Lo reservaba para ti.

   Devlin la colocó a horcajadas encima de él.

   —¿Querrás corresponder a mi amor y ser mi esposa?

   Laurel le sonrió mientras se levantaba para llevarlo hasta lo más profundo de su cuerpo.

   —Sí, quiero las dos cosas.

   Devlin decidió que no tenían necesidad de hablar más. Al fin y al cabo,  él siempre había sido un hombre de acción.

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