El protector

El protector


Capítulo 12

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Capítulo 12

Las pupilas de Martin se dilataron al posarse sobre los aterciopelados hombros desnudos y sus largas piernas, apenas cubiertas por la toalla. Algunos mechones húmedos escapaban de su improvisado moño y a Martin Grant le pareció la visión más deliciosa que un hombre pudiera imaginar. El anhelo de aproximarse a ella, apartar uno de esos rizos mojados y hundir la cara en el hueco de su garganta fue casi imposible de dominar; sólo le detuvo el temor que le pareció detectar en los ojos femeninos. Sobreponiéndose con una fuerza de voluntad férrea a las irreprimibles demandas de su cuerpo traidor, logró permanecer donde estaba y esbozar una sonrisa tranquilizadora.

—Perdona mi intromisión, Vega. He traído un poco de yodo y algodón para curarte la herida de la ceja y un somnífero. Creo que es importante que esta noche duermas profundamente. Ven —ordenó dando una palmada sobre el colchón, a su lado— siéntate aquí. Quiero echarle una ojeada.

—Gracias, Martin. No es necesario que te molestes, me la he lavado en el baño…

Grant repitió la palmada con gesto autoritario y a la joven no le quedó más remedio que acercarse a él, sintiendo las rodillas temblorosas. Se sentó a su lado, ajustándose bien la toalla. Lo último que quería era dar un espectáculo.

Martin le tomó el rostro entre sus manos. Con delicadeza movió su cara de un lado a otro, para ver bien sus heridas a la escasa luz que emitía la lamparilla de noche.

—Bueno —sonrió haciendo que a Vega el estómago le diera una voltereta— tengo dos noticias, una buena y otra mala. ¿Cuál deseas conocer primero?

La chica, que apenas podía respirar al sentirlo tan cerca de su cuerpo semidesnudo, susurró:

—La buena primero.

—La buena es que no es necesario que te dé puntos en el corte que tienes en la ceja.

—¡Puntos! ¿Estabas dispuesto a coserme tú mismo? ¿Así, sobre la marcha, como si fuera el pavo de Navidad? —Vega se estremeció sólo de pensarlo.

—Si fueras el pavo de Navidad no necesitaría coserte. Todavía falta mucho tiempo para las fiestas ¿no crees? Además —añadió riéndose con descaro de ella, a pesar de lo serio de su expresión— yo coso muy bien. Soy un gran amito de mi casa…

—Me alegro por tu futura esposa. Pero sigo esperando la mala noticia… no creo que me convenga tanta incertidumbre después de los sobresaltos del día.

A Martin le alegró comprobar que la antigua Vega, ocurrente y descarada, asomaba de nuevo tras la muchacha acobardada y temblorosa que había rescatado de la nave.

—La mala noticia, querida mía, es que mañana tendrás un ojo morado.

—¡Un ojo morado! ¿Y no puedo hacer nada? No sé… hielo, un filete como en los dibujos animados…

—Me temo que ya es demasiado tarde para los remedios caseros. Oui, madame, mañana lucirá usted un ojo maquillado en todos los preciosos tonos que van del amarillo al morado —contestó Martin al tiempo que cortaba un trozo de algodón y vertía sobre él unas gotas de yodo. Con mucho cuidado, le alzó la barbilla con una mano y empezó a darle pequeños toquecitos con el algodón sobre la ceja.

—¡Ay!

—Perdona —rogó Martin, preocupado.

En realidad, Vega no había sentido ningún dolor; había gritado para fastidiarle, aunque se sentía más inclinada a emitir un ronroneo satisfecho. Era increíble lo suaves que podían ser esas manos que hacía unas horas habían golpeado a un hombre hasta dejarlo inconsciente. Cerró los ojos, disfrutando del agradable contacto de sus dedos.

Martin hacía esfuerzos por controlar su respiración, mientras contemplaba las largas pestañas rizadas en el exquisito rostro elevado hacia él. Aspiró el agradable olor floral de las sales de baño mezclado con el embriagador aroma de su piel y la combinación se le subió a la cabeza como el champán. Terminó de curar la herida y se levantó con tal brusquedad que derribó el bote de yodo sobre la colcha.

—¡Menos mal que estaba cerrado, señor torpe! —le reconvino Vega, burlona.

—Buenas noches.

Grant recogió el bote y el algodón y salió de la habitación a toda prisa. Tras cerrar la puerta con suavidad, se apoyó en ella, con los puños apretados, al tiempo que exhalaba un profundo suspiro.

Al otro lado de la puerta, Vega decidió que, más que un somnífero, lo que necesitaba era un buen trago de algo fuerte; todavía le temblaba todo el cuerpo. Ver a Martin sentado en su cama, mientras ella salía del baño envuelta tan sólo con una toalla, como si fueran un matrimonio bien avenido, proyectó una serie de imágenes voluptuosas en su mente, que le dejaron las rodillas flojas. Y después, la insoportable tortura de estar sentada a su lado, sintiendo sus cálidos dedos sobre su piel al curarla… a punto estuvo de lanzarse sobre él y rogarle que le hiciera el amor. Menos mal que se contuvo; tuvo que morderse el labio hasta hacerse daño, pero evitó hacer de nuevo el ridículo delante de él.

Decidió que lo mejor sería acostarse y no pensar más. Se puso su abrigado pijama escocés, se tomó el somnífero con un poco de agua y, media hora después, estaba sumida en un sopor profundo y sin sueños.

Cuando despertó le pareció que su cabeza estaba rellena de algodón. Se quedó un rato tumbada en la cama, observando los ya familiares objetos que la rodeaban y dio gracias a Dios de no encontrarse en el lóbrego cuartucho de la nave, a merced de sus captores. Miró el reloj que tenía sobre la mesilla; había dormido casi ocho horas y se sentía bien descansada. Sacó unos pantalones y un jersey de cuello alto del armario, se lavó la cara, se peinó y, en cuanto estuvo lista, bajó al salón.

—¡Buenos días, bella durmiente! He entrado un par de veces a ver cómo estabas y dormías como un bebé.

—Sí, he dormido muy bien. Gracias por pensar en el somnífero, Martin, fue una gran idea —declaró, dirigiéndole una enorme sonrisa.

Martin observó su sonrojado rostro. A pesar de su ojo que, en efecto, exhibía todos los colores del arco iris, la joven estaba radiante.

—Te prepararé el desayuno. ¿Qué prefieres: huevos revueltos con beicon o tostadas con mantequilla?

—Umm. Tostadas suena bien. Muchas.

—¿Muchas?

—¡Estoy hambrienta! —exclamó, lanzándole una mirada que Martin no supo interpretar.

—He hablado con la policía —anunció vagamente nervioso, cambiando de tema—. Vendrán esta tarde para hacerte unas preguntas. No debes preocuparte, limítate a contarles lo que ocurrió con la mayor cantidad de detalles que puedas recordar.

De repente a la joven se le ocurrió una cosa.

—¿Y si sale todo en las noticias y mi padre se acaba enterando por la televisión o la prensa?

—No te preocupes, Vega, he hablado con la persona encargada de la investigación y está de acuerdo conmigo en evitar que estos hechos se filtren a los medios. Causaría una cierta alarma en la opinión pública enterarse de que la mafia rusa campa a sus anchas por estos parajes.

Vega respiró aliviada. Por unos momentos había imaginado su foto en las portadas de todos los tabloides ingleses, sirviendo de acompañamiento a una morbosa historia.

—¡Tu desayuno!

La chica devoró varias tostadas crujientes untadas con mantequilla y mermelada, y un par de tazas de café, antes de exclamar satisfecha:

—¡Perfecto!

Martin pensó que era un placer verla comer con sano apetito. En realidad, contemplar a Vega de Carrizosa en cualquier instante de su vida era un auténtico banquete para la vista.

—Me gustaría visitar a Adam.

Martin la llevó en su coche hasta el hospital, que estaba a las afueras de Edimburgo. Una vez en la habitación, donde Adam se recuperaba de la operación para enderezar su tabique nasal, Martin les dejó a solas para que hablaran con tranquilidad.

Al terminar la visita, fueron a un pequeño café situado en una plaza céntrica y tomaron un almuerzo ligero. Después pasearon por la ciudad entretenidos, mirando a la gente que iba y venía por sus bulliciosas calles empedradas.

Cuando volvieron a la casita de piedra, un coche oscuro y sin distintivos, que Martin Grant identificó como de la policía secreta, estaba aparcado frente a ella. Dos agentes vestidos de paisano les aguardaban delante de la puerta de entrada. Martin les invitó a pasar adentro y les sirvió unos cafés. A pesar de que los policías se mostraron muy amables con ella en todo momento, cuando acabó su declaración Vega sentía como si un camión lleno de escombros le hubiera pasado por encima.

—Lo has hecho muy bien, Vega —la felicitó Martin cuando los policías se marcharon. Cortó un poco de pan y queso, sirvió dos copas de vino y lo dejó todo en la mesita frente al sofá, donde Vega descansaba en su postura habitual, con los brazos rodeando sus piernas y la barbilla apoyada sobre sus rodillas.

—Eso espero. ¿Crees que ya estoy a salvo? ¿Podré volver a mi casa?

—Creo que sí. Con la información que obtuvieron anoche tras interrogar a los mafiosos que estaban en condiciones de hablar, la policía española detuvo esta mañana al jefe del grupo. Parece ser que fue Jaime Pedrosa el que se puso en contacto con los rusos para sugerirles tu rapto.

—Pensé que era mi amigo… —susurró Vega.

—Al parecer tenía numerosas deudas de juego y se había quedado con un alijo de cocaína de unos traficantes colombianos. Su vida corría serio peligro si no conseguía el dinero pronto.

—Puedo entender lo de las deudas y el dinero; lo que no alcanzo a comprender es ese odio que siente por mí.

Martin observó la expresión desconsolada de sus ojos dorados.

—Vega, hay gente mala en el mundo. No soy especialmente religioso, pero si alguien me preguntara: ¿crees que el diablo existe? Respondería sin vacilar que sí, sin lugar a dudas. Le he visto asomar la patita en más ocasiones de las que me gusta recordar.

La joven cogió su copa de vino y dio un sorbo, meditando sobre las palabras de Martin.

—Tienes razón. Yo también lo he visto; ayer me enfrenté con él. Martin, deseo darte las gracias…

El hombre hizo un gesto con la mano, como descartando la necesidad de agradecimientos.

—En serio, Martin. Puede que tú consideres que sólo cumplías con tu deber, pero yo te debo la vida y algo más… mi cordura. Si no hubieras llegado a tiempo…

—No pienses más en ello —le prohibió en un tono seco.

—No puedo evitarlo. Creo que nunca más me sentiré segura si tú no estás a mi lado…

Sus ojos se anegaron, pero con un esfuerzo, Vega consiguió contener las lágrimas.

—Lo que te ocurre es muy común entre las víctimas de secuestros. Desarrollan miedos e inseguridades que antes no estaban ahí y se vuelven hacia la persona que les rescató, como si fuera una especie de héroe o dios. Pero debes saber que eso no es real. Quizá necesites ayuda psicológica para superarlo, pero con el tiempo lo conseguirás.

La chica cerró los ojos con fuerza. Martin interpretó el gesto como una muestra de cansancio.

—Creo que será mejor que subas a dormir. Hoy también ha sido un día agitado y en estos momentos lo que más necesitas es descansar. ¿Quieres otro somnífero?

Vega negó con la cabeza.

—Será mejor que no; podría acostumbrarme a ellos.

—Como quieras.

Martin se inclinó hacia ella y le dio un beso en la frente.

—Que tengas felices sueños…

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