El protector

El protector


Capítulo 13

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Capítulo 13

Martin no supo qué era lo que le había despertado hasta que volvió a escucharlo una vez más.

Un grito de angustia atravesó las paredes. Al instante comprendió que Vega debía estar siendo víctima de una pesadilla. Descalzo y vestido solo con los pantalones del pijama, se dirigió corriendo a la habitación de la chica.

Encendió la lámpara situada sobre la mesilla y vio a Vega moviendo la cabeza de lado a lado de la almohada con violencia, mientras trataba de apartar la pesada colcha con las manos, como si la oprimiera.

—¡No! ¡No! —gritó de nuevo. Las lágrimas corrían incontenibles por sus mejillas.

Martin trató de inmovilizarla agarrándola por los hombros y le habló con suavidad.

—Tranquila, Vega, despierta. Sólo es una pesadilla.

La joven seguía retorciéndose con los ojos cerrados.

—¡Suéltame!

—¡Vega, despierta! —su tono firme y sereno pareció filtrarse por el cerebro de la chica, que de repente abrió los párpados.

Al darse cuenta de que un individuo la sujetaba y descubrir su rostro casi pegado al suyo, asomó a sus ojos una mirada de terror descarnado que alarmó a Martin.

—¡Tranquilízate, Vega, soy yo, Martin!

—Martin… —por fin la joven pareció asimilar sus palabras.

—¡Martin!

La muchacha se arrojó sobre él y, abrazándose con fuerza a su cintura, apoyó su mejilla empapada contra su torso desnudo.

—Dios mío, Martin, pensé que… Notaba sus manos por todo mi cuerpo… Estuvo a punto de… por un momento creí que tú…

—Chist —la mandó callar con dulzura, apoyando su rostro contra su pelo mientras su mano subía y bajaba por su espalda en una tranquilizadora caricia.

—Vega, estás a salvo. Ese tipo ya no podrá hacerte daño. Pasará muchos años en la cárcel. No debes tener miedo.

Sus palabras y sus caricias hipnóticas actuaron como un bálsamo y la joven comenzó a tranquilizarse.

—Martin, no quiero que te vayas. No quiero que me dejes sola esta noche —suplicó, frotando su cara contra su pecho cada vez que pronunciaba la palabra no.

—Vega, eso es imposible.

—¡Te necesito! Quiero que te quedes aquí esta noche. Quiero que hagamos el amor.

—¡Vega, no sabes lo que pides! No eres tú misma; es la reacción al trauma de haber estado a punto de ser violada lo que habla por ti. No voy a aprovecharme de tu debilidad.

—No, Martin, te juro que soy perfectamente consciente de mis actos —afirmó, levantando la cabeza y enfrentándose a él con una expresión decidida—. Cuando Jaime estaba sobre mí en aquel horrible lugar, me atormentaba pensar que iba ser ese individuo, arrastrado por el odio y la lascivia, el primero en poseer mi cuerpo. Pensé en las dos veces que tú y yo estuvimos a punto de hacer el amor y podría haberme dado de cabezazos contra la pared por haber desperdiciado la ocasión. Quiero que seas tú el primero; sé que me harás disfrutar, sé que borrarás las huellas que el contacto repugnante de ese tipo dejó sobre mi cuerpo. Si permito que el tiempo pase sin tratar de superar la impresión que me dejó el intento de violación, acabaré alzando nuevas barreras y quizá nunca llegue a conocer lo que es estar con otra persona. Quiero que seas tú, Martin Grant, mi primer amante. Te necesito esta noche. Te juro que será sólo esta noche…

Una oleada de deseo recorrió a Martin de la cabeza a los pies y Vega fue consciente de la inconfundible excitación sexual del cuerpo masculino. A pesar de todo, con un esfuerzo titánico, Martin intentó sobreponerse a la debilidad que amenazaba con arrastrarlo.

—No, Vega, no puedo hacerlo. Por mucho que lo desee, si me aprovecho de las circunstancias no podría perdonármelo. Un día te enamorarás de verdad de alguien y debes reservarte para él. Créeme, algún día me agradecerás que te haya dicho que no.

Comprendía que no sería justo hacerle el amor en esas circunstancias. La joven llevaba varios meses viviendo lejos de todo lo que le era querido y cercano, con él casi como única compañía. Luego le sobrevino la experiencia traumática de su secuestro y su liberación. Ya le había ocurrido en otras ocasiones con otras personas a las que había protegido, hombres hechos y derechos incluso, que al darse cuenta de lo incontrolable de la amenaza que se cernía sobre ellos, se sentían indefensos como una hoja a merced del viento de noviembre y se volvían hacia él como si fuera su único refugio.

Martin creía que Vega había desarrollado un síndrome parecido; ella le veía ahora como a su protector, el único hombre capaz de hacerla sentir a salvo. Lo que Vega necesitaba en estos momentos era alejarse de él, retomar su vida donde la había dejado y, de esa forma, recobrar su autoestima y la seguridad en sí misma.

Vega, consciente de que Martin la deseaba tanto como ella a él y que lo único que le detenía eran sus malditos escrúpulos; decidió que, aunque sólo fuera por esta vez, ese hombre sería suyo. Se apretó contra él y comenzó a derramar una lluvia de besos sobre su cuello, sus hombros, su pecho…

Notó cómo Martin se quedaba muy quieto bajo sus caricias, jadeando, y satisfecha al comprobar que su poder sobre él era tan fuerte como el que él mismo ejercía sobre ella, prosiguió con su plan de seducción, acariciando sus pezones con la lengua a la vez que rozaba su piel con las yemas de los dedos.

Martin Grant fue incapaz de seguir luchando consigo mismo. La única mujer a la que había amado en su vida le estaba pidiendo, más bien suplicando, que la hiciera suya. Hubiera tenido que ser un superhombre para negarse a hacer lo que más deseaba en el mundo. Con un suspiro que confirmó su rendición, enredó sus largos dedos en la sedosa melena de la chica y atrajo su boca hacia la suya. Se juró que haría de éste un momento inolvidable para Vega. Aunque no pudiera confirmarle el amor que sentía por ella con palabras, lo expresaría a través de sus manos, de su boca, de todo su cuerpo.

La descarga eléctrica que les recorrió a ambos cuando sus bocas de labios entreabiertos se encontraron fue la confirmación de que su pasión, esa tensión sexual que experimentaron casi al instante de conocerse, era una fuerza irresistible que les había conducido hasta ese momento preciso; el momento de fundirse en un solo cuerpo.

Las manos de Martin se deslizaron por todo el cuerpo de la chica tocando, rozando, probando, hasta que Vega sintió que todas las partículas de su ser se consumirían en esa llama abrasadora. Martin la tendió de espaldas sobre la cama y comenzó a desabrocharle con lentitud los botones de la camisa del pijama. Muy despacio le sacó una manga besando al tiempo la tersa piel de su hombro y después la otra.

A la escasa luz de la lámpara de la mesilla, que ninguno de los dos se había molestado en apagar, el hombre contempló los pequeños pechos desnudos que se alzaban muy erguidos. Teniendo cuidado de no aplastarla con el peso de su cuerpo, se tumbó sobre ella y empezó a lamerlos con deleite, como un hombre al que hubiesen privado de alimento durante mucho tiempo. Vega se arqueó y echó la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados; una corriente de fuego líquido viajó desde sus senos hasta más abajo de su vientre. Sin embargo, las manos de la chica tampoco permanecieron ociosas y recorrieron el cuerpo masculino de arriba a abajo, al principio algo tímidas y volviéndose más atrevidas según transcurrían los minutos.

Martin sentía que iba a estallar. Todo su ser le pedía tomarla de una vez y descargar dentro de ella la pasión acumulada durante tantos días, pero se contuvo. Estaba decidido a hacer de esa noche algo memorable, que perdurase en el recuerdo de la joven aunque no volvieran a verse jamás, borrando para siempre de su mente cualquier temor que pudiera albergar.

—Martin… —Vega pronunció su nombre en un gemido. El tacto de sus manos amenazaba con llevarla a la locura.

Martin Grant terminó de desnudarla y, durante unos instantes, permaneció contemplando con admiración ese cuerpo suave y cálido, tan tentador, que se adaptaba al suyo como una segunda piel.

Vega abrió los párpados que había mantenido cerrados todo el tiempo y en un tono sensual, que Martin no le había oído antes, comentó:

—Espero que a mí también me esté permitido mirarte…

Martin lanzó una carcajada ronca y con un movimiento se desembarazó de los pantalones del pijama. Los ojos de la chica se deslizaron por el cuerpo atlético, rozando con sus pupilas el torso masculino, de músculos firmemente esculpidos y el vientre plano, sin un gramo de grasa superflua. Después se detuvieron con curiosidad sobre su esencia varonil y luego se deslizaron por las piernas largas y vigorosas. Decidió que era el ejemplar de hombre más bello que había contemplado en su vida.

—¡Eres guapísimo!

Martin rió divertido.

—Tú sí eres perfecta.

De nuevo se tendió sobre ella apoyando el peso de su cuerpo sobre los antebrazos. Deslizó su mano entre sus piernas, percibiendo su calor y la delatora humedad que revelaba la excitación de la joven. Con el pulgar trazó una serie de círculos en el centro mismo de su ser, llevándola casi hasta el delirio. Martin, incapaz de resistir más y sabiendo que la chica estaba lista para recibirle, separó sus piernas, se colocó entre ellas y con mucho cuidado empezó a empujar.

Vega se quedó quieta percibiendo esa invasión de su cuerpo. En un momento dado, la barrera de su virginidad salió al paso de Martin y éste continuó presionando con suavidad hasta derribarla. En ese momento Vega sintió una punzada de dolor y Martin, consciente de que su cuerpo se había quedado rígido bajo el suyo, se detuvo dejando que se calmara.

—Ahora no dolerá más —prometió, depositando a lo largo de su cuello una serie de besos ligeros y exquisitos.

En cuanto notó que los músculos de la chica se relajaban, continuó empujando hasta introducirse de lleno en su interior. Después empezó a mecerse hacia adelante y hacia atrás sin salir nunca del todo, hasta que Vega sintió un anhelo de algo desconocido invadir todos los rincones de su ser. Su cuerpo, siguiendo un instinto atávico comenzó a moverse al mismo ritmo que el de Martin. En un momento dado, entrelazó sus piernas en torno a las caderas masculinas y, segundos después, una marea irrefrenable les arrastró a los dos más y más lejos, subidos en olas de placer cada vez más altas, hasta que éstas rompieron por fin, dejándolos tendidos en el colchón, jadeantes y sudorosos, abrazados el uno al otro como si no fueran a separarse jamás.

La joven sintió como si todas sus energías la abandonaran de repente.

—Gracias, Martin —fue lo único que logró susurrar contra su pecho, antes de sumirse en un sueño profundo.

Agotado, Martin se echó a un lado temiendo aplastar a la joven con su peso, pero sin soltarla en ningún momento. Se quedó escuchando su respiración regular, mientras apartaba unos mechones húmedos de su rostro. Una inmensa paz le invadía; en ese momento no tenía dudas, ni le asaltaban los remordimientos. Sabía que todo eso llegaría con la luz del día, pero esa noche se limitaría a disfrutar de la maravillosa unión que juntos habían alcanzado.

—Te amo —le susurró al oído.

La estrechó aún más fuerte entre sus brazos y se quedó dormido.

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