El protector

El protector


Capítulo 14

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Capítulo 14

Al desperezarse, los recuerdos de la noche anterior empezaron a llegar como oleadas al cerebro de Vega y su cuerpo, agradablemente dolorido en ciertos lugares estratégicos, le confirmó que esas imágenes eran reales. Extendió la mano y sólo palpó el colchón vacío a su lado. La joven abrió los párpados con lentitud; la luz de la mañana inundaba la habitación a pesar de no ser un día soleado.

Descubrió a Martin sentado en una silla, junto a la cama, completamente vestido. La alegre sonrisa que había asomado a los labios de la chica se borró al instante al ver su expresión. Una vez más, la máscara tras la que se ocultaba tan a menudo había hecho su aparición. Sus ojos impenetrables y fríos la observaban con fijeza. Vega, consciente de repente de su desnudez, enrojeció y se subió las sábanas hasta la barbilla.

—Buenos días, Vega. He hablado hace unas horas con tu padre. Ha alquilado un jet privado y llegará aquí lo antes posible para recogerte y llevarte con él a Madrid.

Fue como un puñetazo en pleno rostro. La chica intentó disimular lo herida que se sentía.

«¿Qué pensabas?», se dijo enfadada, «sabías desde el principio que esto no llegaría a ningún sitio. Conseguiste lo que querías ¿no? Ahora debes pagar el precio».

—Gracias, Martin —le contestó con una calma que incluso a ella la sorprendió—. Será bueno volver a casa y olvidar estos últimos meses. Debo retomar mi vida y seguir adelante.

—Vega, yo… Siento lo de anoche…

—No lo sientas, Martin. Lo de anoche fue una experiencia maravillosa. Antes o después tenía que ocurrir y estoy contenta de que haya sido contigo. No me arrepiento de nada y me gustaría que tú tampoco lo hicieras —declaró la chica, mirándole a los ojos.

Vega percibió cómo apretaba los puños y el músculo en su mandíbula vibró una vez más.

—¿Eres consciente de que lo de anoche podría traer consecuencias?

—¿Consecuencias? —de repente los ojos de la joven se agrandaron al darse cuenta, por fin, de lo que él quería decir.

—Me he portado como un auténtico bastardo inconsciente y quiero que sepas que me hago responsable de lo que pueda ocurrir. Quiero que cuentes conmigo si… pasa cualquier cosa.

—Gracias de nuevo, Martin, nadie podrá acusarte nunca de ser un hombre que da la espalda a sus responsabilidades —comentó la muchacha con un leve toque de sarcasmo asomando a su voz—. Pero no hace falta que te preocupes por nada. Si ocurriera cualquier cosa, como tú dices, sé que contaré con el apoyo de mi padre para respaldarme sea cual sea el camino que decida seguir.

Martin contempló las delicadas y orgullosas facciones de la joven. Tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos para no arrojarse sobre ella y volver a hacerle el amor hasta que confesara a gritos que le amaba. Deseaba que Vega estuviera embarazada; sentía que haría cualquier cosa para retenerla a su lado, aunque fuera a la fuerza. Pero ella se mantenía fría y distante. Quizá simplemente le había utilizado para apaciguar sus miedos, al fin y al cabo era el hombre que tenía más a mano; tal vez los acontecimientos de la noche anterior no habían significado lo mismo para ella.

La rabia amenazaba con dominarle. Se acercó y se sentó en el borde de la cama. La joven no se movió, mirándole retadora mientras mantenía las sábanas bien sujetas sobre su pecho. La mano de Grant se posó sobre su hombro, acariciando la tersa piel desnuda con suavidad. Vega contuvo la respiración intentando aparentar tranquilidad. Sintió las pupilas de Martin clavadas en las suyas, como una batalla de iris dorados contra plateados, percibió cómo se dilataban las aletas de su nariz y se dio cuenta de que Martin Grant no era tan inmune a sus encantos como quería aparentar.

—Vega…

El hombre pronunció su nombre como una caricia, provocándole una debilidad que amenazaba las defensas que había alzado ante él.

—Debo hacerlo —le pareció entender esas palabras, escapando entrecortadas entre los dientes apretados de Martin, antes de que éste se levantara con brusquedad de la cama y se quedara de pie, de espaldas a ella, contemplando la vista desde la ventana.

—Prepárate, tu padre no tardará en llegar —ordenó Grant recuperando el tono normal de su voz.

Sin dirigirle una sola mirada más, salió de la habitación cerrando la puerta a sus espaldas.

La joven se levantó como una autómata y empezó a recoger sus cosas. Parecía como si una fuerza gigantesca hubiera succionado todas sus energías, dejándola como una cáscara vacía. Cuando lo tuvo todo recogido se sentó frente al escritorio, esperando a que llegara su padre. Se sentía incapaz de enfrentarse a Martin ella sola, sabiendo que le amaba y que él, en cambio, lo único que sentía por ella era pura atracción física. Puede que fuera el primer hombre con el que se acostaba, pero algo le decía que el éxtasis que habían compartido horas antes no era lo habitual. Tendría que aprender a vivir el resto de su vida con ese recuerdo, pero no había mentido cuando le dijo que no se arrepentía de nada.

Si pudiera volver atrás en el tiempo, se entregaría de nuevo a él sin dudarlo.

No supo cuánto tiempo estuvo ahí sentada, mirando al vacío, pero el ruido de la puerta principal al abrirse la sacó de su abstracción. Oyó la voz de su padre saludando a Martin y, corriendo, bajó las escaleras y se arrojó a los brazos del recién llegado.

—¡Papá! —lágrimas de alegría rodaron por sus mejillas, mientras su padre la estrechaba con fuerza, visiblemente emocionado.

—¡Vega, mi vida!

La joven escuchó el ruido de la puerta al cerrarse y se imaginó que Martin Grant les dejaba para que pudieran hablar a solas.

—¿Estás bien, Vega? Cuando Martin me llamó esta mañana no podía creerlo. Durante el viaje en el avión estaba tan preocupado…

—Papá, estoy bien, de verdad. Gracias a Martin. Me rescató justo a tiempo.

—Sabía que hacía bien en confiarte a Grant. Siempre ha sido una persona con la que poder contar.

La joven se limitó a seguir abrazada a su padre, sin contestar.

—Quiero volver hoy mismo a Madrid.

—¿Seguro? ¿No deseas descansar unos días? Podemos quedarnos en The Scotsman en Edimburgo hasta que te recuperes un poco.

—No papá, deseo regresar cuanto antes a Madrid. Quiero volver a casa.

—Como quieras, querida.

Cuando regresó Martin media hora después, el padre de Vega le comunicó que se marchaban.

—Muchas gracias por todo Martin. Mi hija me ha contado lo que has hecho por ella y te estaré eternamente agradecido.

Ambos se estrecharon la mano con cordialidad. Vega contempló a los dos hombres altos y elegantes que estaban frente a ella y no pudo evitar compararlos. A pesar de que su padre ya estaba cerca de los setenta, entendía por qué él y Martin se llevaban tan bien. Tenían muchas cosas en común, ambos eran hombres activos, inteligentes, seguros de sí mismos y podían ser despiadados si la ocasión lo requería.

Le llegó a la joven el turno de decirle adiós, quizá para siempre.

—Una vez más, gracias por todo, Martin Grant —Vega le tendió la mano, pero Martin la ignoró.

La agarró por los hombros —tan fuerte que dos días después las huellas de sus dedos todavía destacaban oscuras contra su piel— y se inclinó a darle un beso en cada mejilla.

—Ha sido un placer, Vega de Carrizosa, echaré de menos tus guisos…

Antes de soltarla, le susurró al oído:

—Cualquier cosa… avísame.

La joven le sonrió con dulzura y se dio la vuelta con rapidez, procurando que no se percatara de las lágrimas que inundaban sus ojos.

Martin los acompañó hasta el exterior y se quedó contemplando cómo el chófer ponía en marcha el vehículo. Antes de que el coche se alejara del todo vio cómo Vega se daba la vuelta y agitaba la mano en un adiós postrero. Inmóvil, esperó hasta que el vehículo desapareció tras una curva del camino. Después dio la vuelta y se metió de nuevo en la casa, que parecía extrañamente vacía sin la presencia de la muchacha. Incluso Oberon la buscaba como un alma en pena por los rincones.

—Ya no volverá, muchacho —afirmó rascando al perro detrás de las orejas.

Se sentó en una de las sillas de la cocina y, apoyando los codos sobre la mesa, se sujetó la frente con las manos. Le extrañó que el dolor que sentía fuera físico; tan real como el de una aguja clavada en el estómago.

—Debemos olvidarla, Oberon. La deliciosa señorita Vega de Carrizosa no es para nosotros…

Pero sabía que jamás olvidaría las sensaciones de la noche anterior mientras le hacía el amor.

Nunca le había conmovido tanto estar con una mujer. Por primera vez comprendió la expresión, tan trillada, de volverse una sola carne. Para él no había sido un mero encuentro sexual, sino la comunión de dos personas en una armonía perfecta. Quizá Vega no se había percatado de lo extraordinario de lo ocurrido, ella no tenía experiencia, no podía comparar. Pero a él, Martin Grant, no le cupo la menor duda de que lo que sentía por Vega no era una locura pasajera, un enamoramiento momentáneo, sino el reconocimiento de una persona como esa pieza que todo individuo busca para completar su propio yo.

A pesar de lo temprano de la hora, decidió servirse un whisky; no encontraría un momento mejor para emborracharse un poco.

Sentada en uno de los asientos de cuero del lujoso jet privado, Vega miraba por la ventanilla contemplando las esponjosas nubes. Sólo hacía unas horas que no le veía y ya añoraba a Martin. Su padre, como si presintiera su depresión, trató de animarla.

—Las invitaciones a todo tipo de fiestas se acumulan en la bandeja del recibidor. No vas a tener un minuto libre para pararte a pensar; será lo mejor para que olvides los horrores de los últimos días.

—No sé si tengo ánimos para tanta fiesta, papá. Tengo la tesis casi terminada, creo que voy a intentar sacarme el doctorado.

La cara de su padre se animó con una sonrisa de satisfacción.

—¡Me parece perfecto! Siempre has sido una chica lista. Con el doctorado podrás encontrar ese trabajo de investigación en la universidad que siempre has deseado.

—Y Martin, ¿tú crees que ya tendrá una nueva posible víctima a la que cubrir las espaldas? —no pudo resistirse a hacerle la pregunta.

—Martin está demasiado ocupado para eso. Aceptó hacerse cargo de ti como un favor personal.

Su trabajo le ocupa demasiado tiempo.

—Bueno, no me pareció que su pequeño negocio le mantuviera muy agobiado.

—¿Pequeño negocio dices? Es una de las mayores empresas de seguridad del Reino Unido.

Martin Grant es un tipo muy listo. Ya me lo pareció cuando trabajaba para mí; por eso accedí a hacerle un pequeño préstamo. Me lo devolvió con creces. Ahora poseo varios cientos de acciones de su empresa y créeme, los beneficios son formidables. En pocos años será casi tan rico como yo.

La joven se quedó sin habla.

—Él mismo me dijo que era dueño de un pequeño negocio. Nunca hizo alarde de ser millonario.

—Grant es un tipo sencillo. A pesar de su origen humilde, no perdió la cabeza cuando empezó a nadar en dinero. Por eso me gusta, es un hombre que sabe lo que quiere y no se deja llevar por las apariencias.

Vega trató de digerir esa nueva información.

«Ya ni siquiera querrá estar conmigo por mi dinero», pensó irónica.

Soltó una amarga carcajada y, al preguntarle su padre qué era eso tan gracioso, no le contestó.

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