El principio de Dilbert

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EL AUTODESPRECIO OBLIGATORIO

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EL AUTODESPRECIO OBLIGATORIO

Me incluyo orgullosamente en el bando de los imbéciles. La imbecilidad en la época moderna no es una condición permanente para la mayoría de la gente. Es una enfermedad en la que uno cae varias veces al día: la vida es demasiado difícil como para ir siempre de listo.

El otro día llevé mi agenda electrónica al centro de reparación porque se negaba a funcionar tras haberle cambiado la pila. El encargado me tomó el aparato de la mano, abrió la tapa de la pila, le dio la vuelta, cerró la tapa y me lo devolvió, ya en perfecto estado de funcionamiento, privándome así del placer de manifestar mi justa indignación ante la pésima calidad del producto. Pero el técnico puso cara de regocijo, al igual que los demás clientes que presenciaron la escena.

Ese día, en esa situación concreta, fui un completo imbécil. Y, sin embargo, fui capaz de conducir un complejo vehículo de motor hasta el centro de reparación sin pensarlo dos veces. La capacidad del ser humano para entrar y salir de la imbecilidad muchas veces a lo largo del día, sin darse cuenta siquiera de la transición, y sin matar a más de un testigo inocente, es asombrosa.

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