El principio de Dilbert

El principio de Dilbert


MIS MÉRITOS

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MIS MÉRITOS

Tras admitir que soy incapaz de sustituir la pila de mi agenda electrónica, quizá se pregunte qué me induce a pensar que tengo la suficiente calificación para escribir este importante libro. Creo que se quedará impresionado ante la profundidad de mi experiencia y logros:

1. Convencí a una empresa para que publicara este libro. Tal vez no le parezca gran cosa, pero seguro que es más de lo que ha hecho usted hoy. Y no se crea, no fue nada fácil: me vi obligado a almorzar con perfectos desconocidos.

2. Trabajé en un cubículo durante diecisiete años. La mayoría de los libros de negocios los escriben asesores y profesores que no han pasado mucho tiempo en un cubículo. Esto es como escribir de primera mano sobre los entresijos de la ingeniería aeronáutica basándose en el hecho de que una vez construyó una maqueta de avión. Yo he volado varias veces en primera.

3. Soy hipnotizador diplomado. Hace años asistí a un cursillo para aprender a hipnotizar a la gente. Como consecuencia secundaria de esa formación, aprendí que la gente es estúpida, irracional y fácilmente manipulable (creo que me costó unos 500 dólares aprender esto). Y no se trata sólo de unos cuantos especimenes, sino de todo el mundo. Así tenemos cableados nuestros cerebros. Uno decide primero y luego racionaliza su decisión. Pero la extraña configuración de nuestras percepciones nos convence, sin el menor género de duda, de; que nuestras decisiones están bien fundamentadas. Pues no es así.

Científicos importantes han realizado estudios [2] que demuestran que la zona del cerebro responsable del pensamiento racional ni siquiera se activa hasta después de actuar. Este hecho se puede comprobar a través de la hipnosis, dándole a una persona una sugerencia posthipnótica irracional y luego preguntándole por qué hizo lo que hizo. El sujeto insistirá en que sus acciones tenían sentido, y empleará para justificarse una lógica más tortuosa que Pavarotti en un concierto de Madonna.

El hipnotizador rápidamente desarrolla la más absoluta desconfianza hacia la conexión entre las razones y las acciones de la gente. Aquel cursillo cambió radicalmente mi forma de contemplar el mundo.

4. Nadie cree en las estadísticas. Como autor, esto me supone un gran ahorro de tiempo. Elimina cualquier sentimiento de culpabilidad que pueda tener al inventarme unos datos estadísticos. Como cualquier otra persona «normal», usted tenderá a creer cualquier estudio que apoye su opinión actual e ignorará todo lo demás. En consecuencia, cualquier referencia que pueda hacer a una investigación legítima caería en saco roto; por lo tanto, si usted está de acuerdo en la inutilidad de intentar convencerle con una ristra de datos probados, ambos nos ahorraremos un montón de esfuerzo.

Pero esto no significa que haga caso omiso a la estadística: todo lo contrario. A lo largo de todo el libro me referiré a tal o cual estudio científico. Naturalmente, todos ellos serán inventados, pero mi versión dará una lectura más agradable que un estudio legítimo y, al fin y al cabo, el resultado será el mismo.

Si se para a pensar, la mayoría de los estudios citados en los medios de comunicación son completamente erróneos o intencionadamente partidistas. Este libro tampoco pretende romper este molde, con la diferencia que yo no subestimaré la inteligencia del lector. Quiero decir, ¿es posible subestimarla?

EL PAPEL DE LA INTELIGENCIA EN LOS NEGOCIOS

No tengo ni idea de por qué funciona la economía, pero estoy seguro de que no será porque tiene gente brillante que la dirija. Supongo que si se suman todas las actividades absurdas de la dirección empresarial, las idioteces de alguna manera se cancelan mutuamente, por lo que se pueden llegar a producir cosas fenomenales que puede usted desear comprar, como aspiradores portátiles para teclados y abrecartas electrónicos. Si a esto le añadimos la ley de la oferta y la demanda, tenemos una descripción más que válida de toda la teoría de la economía.

El noventa por ciento de todas las aventuras empresariales fracasa. Se ve que en un diez por ciento de los casos se tiene suerte, lo cual es suficiente para soportar una economía moderna. Apuesto a que este hecho es lo que nos separa de los animales: éstos sólo tienen suerte en el nueve por ciento de los casos. Sospecho que es así porque suelo jugar al strip póquer con mis gatos y raras veces me ganan. De hecho, últimamente echan a correr como cobardes cada vez que escuchan la afeitadora eléctrica.

El mundo se ha vuelto tan complicado que todos nos pasamos la jornada laboral haciendo creer algo que no es, con la esperanza de que no nos pongan en evidencia y demuestren lo bobos que somos. Veo el mundo como una empresa masiva y absurda, poblada de gente que lucha cada minuto por racionalizar las estupideces que comete.

El mundo de los negocios no hace aflorar la imbecilidad, pero quizá sea el lugar donde más se nota. En nuestras vidas privadas toleramos los comportamientos más extraños; hasta nos parece normal (si no me cree, eche un vistazo a los miembros de su familia). Pero en el trabajo creemos que todo el mundo debe guiarse por el pensamiento lógico y racional. En el mundo de la empresa, cualquier aspecto absurdo destaca como la sotana de un cura en un banco de nieve. [3]Estoy convencido de que el lugar de trabajo no encierra más aspectos absurdos que la vida cotidiana, sino que simplemente lo absurdo destaca más.

Me hace mucha gracia que nos tomemos tan en serio. Muy rara vez reconocemos nuestra imbecilidad y, sin embargo, podemos identificar claramente la imbecilidad de los demás. He aquí lo que produce la tensión central en el mundo de los negocios:

Esperamos que los demás actúen de forma racional, a pesar de nuestra propia irracionalidad.

Es inútil esperar que los compañeros de trabajo -y la gente en general- se comporten racionalmente. Si consigue asimilar el hecho de que está rodeado de imbéciles, se dará cuenta de la inutilidad de resistirse; se disipará entonces su tensión y podrá relajarse y soltar una buena carcajada a expensas de los demás. ¡Éste puede ser un libro muy sano!

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