El principio de Dilbert

El principio de Dilbert


LA EVOLUCIÓN DE LOS IMBÉCILES

Página 7 de 149

LA EVOLUCIÓN DE LOS IMBÉCILES

Los científicos piensan que la humanidad actual es el grandioso resultado de billones de años de evolución. No puedo explicar aquí toda la teoría de la evolución, pero puede sintetizarse del siguiente modo:

Teoría de la evolución (síntesis)

Primero hubo unas cuantas amebas. Las amebas degeneradas se adaptaron mejor al entorno y acabaron por convertirse en monos. Luego llegó la Gestión de la Calidad Total.

Me he saltado unos cuantos detalles insignificantes (al fin y al cabo, se trata de una síntesis), pero la teoría en sí tiene no pocas lagunas que será mejor dejar como están.

En cualquier caso, lo cierto es que tardamos muchos años en alcanzar nuestro avanzadísimo estado actual de evolución. El tranquilo ritmo de cambio estuvo bien porque no había gran cosa que hacer, salvo evitar verse arrollado por un jabalí. Entonces alguien se cayó sobre un palo afilado y se inventó la lanza. Y fue ahí cuando empezaron los problemas.

Yo no estaba ahí, pero apuesto lo que sea que alguien habrá dicho que la lanza nunca sustituiría a las uñas como herramienta preferente de lucha. Seguramente, esos tipos negativos se limitaron a insultar a los que utilizaban lanzas, imprecándoles con lindezas como «uga-uga» (hay que tener en cuenta que todavía no se había creado la marina mercante, con lo que el arte de insultar aún estaba sin desarrollar).

Pero en aquel entonces la «diversidad» no era motivo de celebración, y supongo que los que coreaban cánticos contra las lanzas finalmente sucumbieron, aunque no sin dar antes unos buenos arañazos.

Lo bueno que tuvo la lanza era que casi todo el mundo la comprendió. Tenía una característica básica: el extremo puntiagudo. Nuestros cerebros estaban lo suficientemente bien equipados para captar este nivel de complejidad. Y no sólo me refiero a los privilegiados cerebros de la «intelligentsia», sino que hasta el hombre común se las arregló para hacerse una lanza. La vida era buena a excepción de alguna que otra plaga, puesto que la expectativa de vida era de siete años, y de que uno ya empezaba a rezar para morirse nada más cumplir los cuatro. Sin embargo, casi nadie parece haberse quejado de lo confusas que eran las lanzas.

De repente -claro está, desde un punto de vista evolutivo- un degenerado fue e inventó la prensa de imprimir. Esto fue el principio de una cuesta abajo muy resbaladiza. Apenas dos parpadeos más tarde y ya nos encontramos, como quien no quiere la cosa, cambiando las baterías de nuestras computadoras portátiles mientras surcamos los cielos en relucientes objetos metálicos donde nos sirven refrescos y cacahuetes.

La culpa de la mayoría de nuestros problemas actuales la tienen el sexo y el papel. Según mi lógica: solamente una persona de entre un millón es lo bastante lista como para inventar una prensa de imprimir. Así que, cuando la sociedad se componía de unos cuantos cientos de seres más próximos a los simios, que además vivían en cuevas, resultaban bastante bajas las posibilidades de que uno de estos seres fuera un genio. A pesar de todo, la gente continuó teniendo relaciones sexuales, y a cada nuevo imbécil que se añadía a la población, aumentaba más y más la posibilidad de que un listillo degenerado se escapara de los confines de nuestras raíces genéticas. Finalmente, cuando se cuenta con varios millones de personas que van por ahí manteniendo relaciones sexuales a diestro y siniestro [4], lo más probable es que cualquier mamá-mona preñada se vaya a poner en cuclillas para parir a un degenerado que cualquier día va y te inventa la prensa de imprimir.

Así que, una vez que tuvimos la prensa de imprimir, el futuro estaba cantado. Porque, a partir de entonces, cada vez que a un nuevo e inteligente degenerado se le ocurría una buena idea, terminaba por escribirla y compartirla con otros. Así, toda buena idea podía desarrollarse. La civilización explotó. Nació la tecnología. La complejidad de la vida aumentó geométricamente. Todo se hizo más grande y mejor.

Excepto nuestros cerebros.

Toda la tecnología que nos rodea, todas las teorías sobre dirección empresarial, los modelos económicos que predicen y orientan nuestro comportamiento, la ciencia que nos ayuda a vivir hasta los ochenta… todo proviene de un puñado de listillos degenerados. Los demás nos dedicamos a mantenernos a flote como sea. El mundo nos resulta demasiado complejo. La evolución no siguió al mismo ritmo. Gracias a la letra impresa, los listillos degenerados se las arreglaron para captar su genio y comunicarlo sin tener que transmitirlo genéticamente. Se produjo un cortocircuito en la cadena evolutiva. Obtuvimos conocimientos y tecnología antes de hacernos con la inteligencia.

Somos un planeta de casi seis mil millones de bobos, que vivimos en una civilización diseñada por unos pocos miles de listillos degenerados.

Ir a la siguiente página

Report Page