El planeta de los simios

El planeta de los simios


Segunda parte » Capítulo V

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Capítulo V

Zira me ha prestado en secreto una lamparilla eléctrica y me da libros que yo oculto debajo de la paja. Ahora leo y hablo correctamente el lenguaje de los simios. Cada noche paso varias horas estudiando su civilización. Al principio, Nova protestó. Vino a oler un libro enseñando los dientes como si se tratase de un enemigo peligroso. No tuve que hacer más que enfocarla con los rayos de la lamparilla para verla refugiarse en un rincón, temblorosa y gimiendo. Desde que tengo este instrumento, soy el dueño absoluto de mi casa y no tengo necesidad de argumentos contundentes para hacerla estar tranquila. Siento que ella me considera como un ser temible y por muchos indicios me doy cuenta de que también los otros prisioneros me juzgan así. Mi prestigio ha aumentado mucho. Yo abuso de ello. A veces me da la fantasía de aterrorizarla sin motivo blandiendo mi lamparilla. Después viene ella y me pide perdón por mi crueldad.

Me enorgullezco de tener ya una idea bastante precisa del mundo simiesco.

Los simios no están divididos en naciones. Todo el planeta es gobernado por un consejo al frente del cual hay un triunvirato compuesto de un gorila, un orangután y un chimpancé. Además de este Gobierno, existe un Parlamento, compuesto de tres Cámaras: la Cámara de los gorilas, la Cámara de los orangutanes y la Cámara de los chimpancés, y cada una de ellas vela por los intereses de sus representados.

En realidad, esta división en tres razas es la única que existe en el planeta. En principio, todos tienen derechos iguales y pueden ocupar cualquier cargo que sea. No obstante, en la práctica, y salvo excepciones, cada uno se atrinchera en su especialidad.

Como resultado de una época muy remota en que reinaban por la fuerza, a los gorilas les gusta la autoridad y constituyen la clase más potente. No se mezclan con la plebe; no se les ve casi en las manifestaciones populares, pero son ellos los que ocupan los altos cargos de las grandes empresas y las dirigen. Aunque bastante ignorantes, conocen por instinto la manera de utilizar sus conocimientos. Destacan en el arte de establecer las directrices generales y dirigir a los otros simios. Cuando un técnico ha hecho un descubrimiento interesante, un tubo luminoso, por ejemplo, o un nuevo combustible, es casi siempre un gorila quien se encarga de explotarlo y sacar de él todo el beneficio posible. Sin ser verdaderamente inteligentes, son mucho más listos que los orangutanes. Obtienen de aquéllos todo lo que quieren a base de aprovecharse de su orgullo. Así, por ejemplo, al frente de nuestro Instituto, por encima de Zaïus, que es el director científico, hay un gorila administrador a quien se ve muy raramente. En nuestra habitación no ha estado más que una sola vez. Me miró de tal modo, que automáticamente rectifiqué mi actitud para ponerme en guardia. Me di cuenta de la actitud servil de Zaïus y la misma Zira parecía impresionada por su aspecto importante.

Los gorilas que no ocupan cargos de autoridad desempeñan generalmente empleos subalternos en los que se precisa la fuerza física. Zoram y Zanam sólo están allí para los trabajos rudos y, sobre todo, para restablecer el orden cuando es preciso.

Los gorilas son cazadores. Es una función que les está reservada casi exclusivamente. Capturan a las bestias salvajes y especialmente a los hombres. Ya he subrayado la consumición enorme de hombres que precisan los experimentos de los simios. Éstos ocupan en su mundo un lugar que, francamente, me desconcierta a medida que voy descubriendo su importancia. Parece que una gran parte de la población simiesca esté dedicada a estos estudios biológicos, pero ya hablaré nuevamente de esta anomalía. Sea como sea, el aprovisionamiento de material humano exige esta empresa organizada. Todo un pueblo de cazadores, ojeadores, transportadores y vendedores está empleado en esta industria, al frente de la cual hay siempre unos gorilas. Creo que la empresa es próspera porque el hombre se vende caro.

Al lado de los gorilas, iba a decir debajo, aunque toda jerarquía sea puesta en duda, están los orangutanes y los chimpancés. Los primeros, mucho menos numerosos, Zira me los había definido en pocas palabras: son la ciencia oficial.

Esto es verdad en parte, pues algunos se dedican también a la política, las artes y la literatura. En todas estas actividades hacen gala siempre de las mismas características. Son pomposos, solemnes, pedantes, desprovistos de originalidad y de sentido crítico, aferrados a mantener la tradición, ciegos y sordos para toda novedad, limitándose a las fórmulas preestablecidas, y constituyen el subestrato de todas las academias. Dotados de gran memoria, aprenden de carrerilla en los libros muchas cosas sobre varias materias. Luego, a su vez, escriben otros libros en los que repiten cuanto han leído, lo que les proporciona la consideración de sus hermanos orangutanes. Tal vez esté yo algo influenciado por lo que me han dicho Zira y su prometido, que los detestan, como todos los chimpancés. Por otra parte, también son despreciados por los gorilas, que se burlan de su servilismo, pero que los explotan en beneficio de sus propias combinaciones. Casi todos los orangutanes tienen detrás de ellos un consejo de administración de gorilas que los empujan y los mantienen en un cargo honorífico ocupándose de hacerles obtener títulos y condecoraciones para que estén entusiasmados, esto hasta el día en que dejan de ser útiles. Cuando este caso llega, son despedidos sin consideración alguna y reemplazados por otros simios de la misma especie.

Quedan los chimpancés. Éstos parecen representar el elemento intelectual del planeta. No es por fanfarronería que Zira dice que todos los grandes descubrimientos han sido hechos por ellos. Tal vez sea una generalización demasiado extensa, porque hay excepciones. En todo caso, son los que escriben los libros más interesantes sobre las materias más diversas. Parecen animados de un gran espíritu de investigación.

Ya he citado la clase de obras que escriben los orangutanes. Lo malo, y Zira lo deplora con frecuencia, es que también escriben todos los libros de enseñanza, propagando así errores de bulto entre la juventud simiesca. Me aseguró que no hacía mucho que los textos escolares afirmaban aún que el planeta Soror era el centro del mundo, aunque esta herejía hacía ya mucho tiempo que había sido reconocida como tal, incluso por los simios de inteligencia solamente mediana. Esto venía de que, unos miles de años atrás, había existido un simio llamado Haristas, cuya autoridad era considerable y que sostenía opiniones por el estilo, dogmas que los orangutanes iban repitiendo desde entonces. Comprendí mejor la actitud de Zaïus hacia mí, al enterarme de que Haristas aseguraba que solamente los simios podían tener alma. Por fortuna, los chimpancés tienen un espíritu mucho más crítico. Desde hace unos años parecen poner un empeño especial en rebatir los axiomas del viejo ídolo.

Los gorilas escriben pocos libros. Cuando lo hacen, lo que cuidan es la presentación más que el fondo. He hojeado algunos de cuyos títulos me acuerdo: «Necesidad de una organización sólida como base de la investigación», «Los beneficios de una política social» y «Organización de las grandes batidas contra el hombre en el continente verde». Son siempre obras bien documentadas en las que cada capítulo está escrito por un técnico especializado. Llevan diagramas, tablas de números y muchas veces fotografías atractivas.

La unificación del planeta, la ausencia de guerras y de gastos militares, pues no hay un ejército, sino solamente una policía, me parecían factores propios para favorecer el progreso rápido del pueblo simiesco en todos los ramos. Pero no es así. Aunque probablemente Soror es algo más viejo que la Tierra, está claro que en muchos puntos están más atrasados que nosotros.

Tienen electricidad, industrias, automóviles y aviones, pero en lo referente a la conquista del espacio están aún en la etapa de los satélites artificiales. En ciencia pura, creo que su conocimiento de lo infinitamente grande y de lo infinitamente pequeño es inferior al nuestro. Este retraso es tal vez debido a una simple casualidad y no dudo de que, un día u otro, nos alcanzarán, habida cuenta de su capacidad de aplicación y el espíritu de investigación que anima a los chimpancés. En realidad, me parece que han pasado por un período oscuro de estancamiento que ha durado mucho tiempo, más tiempo que el nuestro, y que hace pocos años que han entrado en una etapa de realizaciones considerables.

Debo señalar una vez más que este espíritu de investigación está orientado especialmente en un sentido: las ciencias biológicas y, en particular, el estudio del simio, siendo el hombre el instrumento de que se sirven para este fin. El hombre tiene un papel importante, aunque humillante, en su existencia. Es una suerte para ellos que en su planeta haya un número considerable de hombres. He leído un estudio en el que se prueba que existen más hombres que simios. Pero el número de éstos va en aumento mientras que los hombres disminuyen, y ciertos sabios están inquietos en cuanto al futuro aprovisionamiento de sus laboratorios.

Pero todo esto no pone en claro el secreto del empuje de los simios hasta la cúspide de la evolución. Quizá no haya en ello misterio alguno. Su aparición es, sin duda, tan natural como la nuestra. Sin embargo, me debato contra esta idea que me parece inaceptable y ahora sé que ciertos sabios suyos consideran también que no está claro el fenómeno de la elevación simiesca. Cornelius forma parte de esta escuela y creo que le siguen los espíritus más sutiles. Ignoran de dónde vienen, qué son y a dónde van, y es posible que esta oscuridad les haga sufrir. ¿Podría ser este sentimiento el que les inyecta una especie de frenesí por la investigación biológica y que da una orientación tan singular a sus actividades científicas? Mis reflexiones de aquella noche se cerraron al llegar a esta pregunta.

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