El misterio de los siete goles en propia puerta
Capítulo 42
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Esa noche cené con mis padres en el restaurante del hotel. Estuvimos los tres callados durante casi toda la cena.
Al día siguiente íbamos a jugar la final, y sin embargo, no parecíamos muy animados.
Al final, mis padres se habían puesto de acuerdo y me habían dicho que mañana jugaría la final, pero que nada más acabar, ganásemos o perdiésemos, volveríamos en coche a Sevilla la Chica.
Sin celebraciones. Sin boda.
Sin más baños en la piscina ni en la playa, y que además estaría el resto del verano estudiando. Eso era todo.
—¿Me pasas el pan? —dijo mi madre, y mi padre se lo pasó sin decir nada más.
A lo mejor mí padre tenía razones para estar enfadado. Pero voy a decir una cosa.
A pesar de todo lo que había pasado, y a pesar de todas las explicaciones, aún había algo que no me cuadraba.
¿Por qué Luccien había dicho aquello de que nosotros ibamos a ganar la final?
¿Para vengarse del Cronos? ¿Para fastidiarnos?
No sé.
Ahora solo tenía que centrarme en el partido y olvidarme de todo lo demás.
Pero es que no podía quitármelo de la cabeza.
Mientras cenábamos en silencio, vi que alguien me hacia se~ ñas desde detrás de unas plantas.
No se veía muy bien quién era.
Me fijé mejor.
Era… Nihal.
Me hacía señas para que me acercara.
Yo observé a mis padres.
No podía irme con Nihal. Mis padres estaban muy enfadados conmigo y yo estaba castigado y …
Nihal seguía haciéndome señas.
Di dos mordiscos rápidos al filete que tenía en el plato y dije:
—Ya he terminado. ¿Puedo irme a mí habitación?
Mi madre movió la cabeza.
—Vete si quieres —dijo.
—Espero que hayas aprendido la lección —dijo mi padre.
—Sí, claro —dije.
Y me fui de allí despacio, arrastrando los pies, como si estuviera muy triste y muy arrepentido…
Pero en cuanto doblé la esquina y perdí de vista a mis padres, salí corriendo hacía donde estaba Nihal.
—Hola —dije mirándola.
—Tengo sorpresa para ti —dijo—. Ven.
Caminó por un pasillo del hotel y yo la seguí. ¿Adónde me llevaba?
Tal vez quería hablar del beso que yo le había dado. No sé qué podía decirle.
Pero no se trataba de eso.
Llegamos hasta una habitación que estaba llena de ordenadores y que por lo visto era el business center del hotel.
Nihal se puso delante de un ordenador y le dio a una tecla.
Me dijo:
—Ven.
Me acerqué.
Primero, la imagen se veía borrosa. Pero después de un rato le vi.
Estaba allí, en la pantalla del ordenador. Mirándonos.
Luccien.