El misterio de los siete goles en propia puerta
Capítulo 45
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El 11 de abril de 2001, la selección de Australia de fútbol le ganó por 31 a 0 a la selección de Samoa Americana.
Lo repito: treinta y uno a cero.
Mientras desayunábamos, pusieron imágenes de ese partido en un canal de deportes.
Los comentaristas del canal se preguntaban si el Cronos superaría esa diferencia de goles contra el Soto Alto.
O sea, que la duda no era quién iba a ganar, sino por cuántos goles ganaría el Cranos.
Los comentaristas decían que a pesar de la ausencia de Luccien, la diferencia entre un equipo y otro era abismal.
—Abismal —dijo uno.
—Terrible —dijo el otro.
Acabaron el reportaje con imágenes de algunos de los mejores jugadores del Cronos, como el central Sen Affa, el extremo brasileño Coutinho (al que llamaban Golinho) o la medio turca Nihal, y con un titular a toda pantalla:
«El mejor equipo de la historia contra el equipo más suertudo de la historia».
Por último dijeron que el partido iba a televisarse en directo. En la sala del desayuno, todos estábamos en silencio.
—¿Nos van a meter treinta y un goles? —preguntó al fin Angustias, y luego suspiró.
—Eso sería un gol cada dos minutos —dijo Camuñas. Felipe entró en la sala y apagó la televisión.
—No nos van a meter treinta y uno. Eso son tonterías que dicen en la tele para asustarnos y para crear polémica —dijo.
—También podemos ganar nosotros, ¿no? —dije yo.
Todos me miraron, y nadie contestó.
—Claro que sí, Pakete —dijo por fin Alicia, que había entrado en la sala del desayuno detrás de Felipe—. Podemos ganarles.
—Sí, seguro —dijo Toni.
Después, Felipe y Alicia dijeron que lo habían pensado mucho y que, a pesar de todo, esa tarde iban a hacer una gran fiesta para celebrar su boda.
Después del partido, estábamos todos invitados a Tabarca. Y también dijeron que, pasara lo que pasara, jugar la final era un gran logro.
—Hemos hecho un gran torneo —dijo Felipe. Algunos aplaudieron.
Aunque yo creo que estábamos todos tan nerviosos con el partido, que lo único que queríamos era que empezara de una vez.
El ambiente cambió de repente cuando llegamos al Benidorm Arena.
Nos tenían preparada una gran sorpresa. Una muy especial.
Teníamos un «comité de recepción».
Los padres de Angustias, y los de Ocho, y los de Marilyn, y también mi hermano Víctor, que casi siempre es un capullo, pero que me alegró mucho verle porque llevaba una semana fuera y, la verdad, empezaba a echar de menos sus tonterías.
Todos los padres, los amigos, los familiares de todo el equipo se habían organizado y habían contratado un autobús para viajar a Benidorm y ver la final y estar con nosotros.
Mi padre ya lo sabía desde el día anterior, pero no había dicho nada.
¡Era una sorpresa!
Hubo abrazos y gritos de ánimo, y de pronto, en medio de tanta emoción, alguien, creo que la madre de Helena, dijo:
—¡Vivan los novios!
Y todos nos reímos.
Yo miré a mi madre, y ella seguía muy seria.
Al que no vi por ninguna parte fue a mi padre, aunque seguro que estaba por allí cerca. Una cosa es que me castigaran y que no fuéramos a la boda y todo eso, pero seguro que mi padre no se perdía el partido.
—Vamos, Pakete, a ver si metes un gol por una vez en tu vida —dijo Víctor delante de todos, y mientras lo decía no dejaba de reírse.
Mi hermano solo llevaba cinco minutos en Benidorm, y yo ya estaba deseando que se volviera a casa.
La llegada de las familias cambió el humor del equipo, y mientras nos preparábamos en el vestuario, todo el mundo hacía bromas y se reía.
Después del calentamiento, cuando faltaban solo unos minutos para el partido, Felipe y Alicia nos reunieron a todos.
Felipe dijo:
—Chicos, estamos ante una oportunidad única en nuestras vidas …
Pero Alicia le cortó en seco. Y dijo:
—Escuchad, no os vamos a dar un discursito. Solo deciros que ellos son los mejores del mundo, pero nosotros estamos aquí por algo. Este partido es una fiesta. Salid y pasároslo bien.
—¡¡Y a ganar!! —dijo el padre de Camuñas, que también estaba por allí.
—¡¡A ganar!! —gritamos todos.
—Bueno, eso, a ganar también —terminó Alicia, y salimos al campo saltando y dando gritos.
El campo del Benidorm Arena era impresionante.
Las gradas estaban completamente llenas. Y además había gente de pie por todas partes.
Había más de veinte mil personas, y también había periodistas y cámaras de televisión. Al ver a tanta gente, nos asustamos un poco.
Pero entonces Helena se dio cuenta de una cosa.
—Mirad —dijo Helena—, llevan nuestras camisetas.
Era verdad: muchísimos espectadores llevaban puestas nuestras camisetas.
Pero no las de Soto Alto.
¡Las camisetas de «I love Benidorm»!
Si te fijabas bien, había miles de espectadores con la camiseta de «I love Benidorm».
También estaban los de las paelleras, que nada más saltar nosotros al campo se pusieron en pie y empezaron a dar golpes como locos.
¡La gente iba con nosotros! Eso nos animó un poco.
Por un lado, un equipo hecho con los mejores jugadores del mundo que pertenecía a una multinacional con miles de millones de euros.
Por otro, el equipo de un pueblo.
Supongo que era normal que el público fuera con nosotros. Aunque ya sabíamos que con las paelleras y el público no era suficiente.
Teníamos que hacer el partido de nuestra vida para que, por lo menos. no nos golearan.
El árbitro pitó el comienzo del partido.
Y nada más empezar, hice algo que nadie se esperaba.