El misterio de los siete goles en propia puerta
Capítulo 2
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Mi nombre es Francisco García Casas y vaya jugar un torneo de fútbol 7 en Benidorm.
Muchos en el equipo me llaman Pakete, y aunque al principio no me hacía gracia, ahora ya no me importa, porque me parece que es un apodo como cualquier otro.
Para el que no lo sepa, mi equipo está formado por Camuñas (el portero), Angustias, Torneo, Marilyn (la capitana), Toni, Helena con hache, Anita, Ocho y yo.
No somos muy buenos, pero tenemos algo que no tiene ningún otro equipo: tenemos un pacto secreto.
El pacto de los Futbolísimos.
Nuestro equipo es el Soto Alto Fútbol Club. La canción dice así:
Soto Alto, cuna de grandes campeones, Soto Alto, campo de pasiones.
Desde la más tierna infancia hasta la adolescencia, Soto Alto está en nuestros corazones como un crisantemo de emociones. Por muy lejos que te encuentres, nunca te olvides: Soto Alto está contigo, Soto Alto ganará, ta-ra-ra, Soto Alto ga-na-rá.
—¿Qué os parece? —preguntó el padre de Camuñas al terminar de cantar.
Todos nos quedamos en silencio.
El padre de Camuñas estaba en el pasillo del autobús. Por lo visto, la canción la había escrito él.
Miré a Camuñas, que estaba escondido en su asiento, sin atreverse a asomar la cabeza, avergonzado, y seguramente pensando: «Tierra, trágame».
—No está nada mal —dijo Felipe.
—Es muy… interesante —dijo Alicia.
—Si queréis, ahora podemos cantarla todos —dijo el padre de
Camuñas.
—Bueno, bueno, tampoco hay que ponerse ahora a cantar todos, así de golpe —dijo mi madre—. Yo creo que lo mejor es que termines de afinarla y luego ya, si eso, pues la vamos viendo con los críos.
—Pero si está terminada —insistió el padre de Camuñas.
—Ya, ya, Quique, pero no hay que presionar a los chicos, que están cansados del viaje y a lo mejor no quieren cantar —dijo mi madre.
—Mujer, del viaje no pueden estar cansados, porque acabamos de salir hace cinco minutos de la estación.
Entonces mi madre miró a Quique, o sea al padre de Camuñas, y dijo:
—Pamplinas.
Y ahí se acabó el asunto.
Cuando mi madre dice «pamplinas», es que la conversación se ha terminado.
La verdad es que la canción era horrible.
Y cuando el padre de Camuñas la cantó en el autobús delante de todos, fue bastante ridículo y nos quedamos sin saber qué decir.
A lo mejor en otro momento habríamos empezado a reírnos.
O incluso le habríamos tirado bolas de papel y le habríamos gritado.
Pero ese día, no.
Ese día, el padre de Camuñas era nuestro héroe. Podía hacer lo que quisiera.
Cantar una canción horrible.
O incluso algo peor, y nosotros no le íbamos a decir nada. La razón es muy sencilla.
Todo aquel viaje para jugar el torneo de fútbol lo había organizado él.
Creo que ya lo he dicho, pero lo vaya repetir por si alguien no lo ha entendido todavía: estábamos en un autobús rumbo a Benidorm, para jugar un torneo de fútbol.
¡Era la primera vez que el equipo de Soto Alto participaba en un torneo!
Durante el curso jugábamos la Liga Intercentros, pero eso no cuenta porque la juegan todos los colegios de la sierra.
El torneo de Benidorm era un torneo de verdad, y jugaban algunos de los mejores equipos de fútbol infantiles. Cuando ganamos el último partido de la Liga y no bajamos a segunda división, el padre de Camuñas se puso tan contento que dijo que nos iba a hacer un gran regalo a todos, algo que no íbamos a olvidar nunca.
Y el regalo fue que nos apuntó al Torneo Internacional de Fútbol Infantil de Benidorm, más conocido como el TIFIB.
El padre de Camuñas tiene una agencia de viajes en el pueblo, así que él organizó todo.
Por lo visto, el regalo era un poco extraño, porque el viaje tuvieron que pagarlo nuestros padres.
—¡Vaya morro! —dijo la madre de Anita.
—Ya te digo —añadió el padre de Angustias.
—Bueno, bueno —dijo Quique, el padre de Camuñas—. He conseguido una plaza en el torneo más importante del verano, y además el autobús y el hotel lo cobro a precio de coste. Vamos, que casi salgo perdiendo dinero con esto.
Algunos padres insistieron en que tenía mucha cara, pero como ya estábamos apuntados y a todos nos hacía tanta ilusión ir, al final decidieron pagarlo.
Después de mucho discutir, se decidió que al torneo iríamos los nueve niños del equipo; Alicia y Felipe, nuestros dos entrenadores, y en representación de los padres y para cuidarnos, mi madre y el padre de Camuñas.
En total, éramos trece.
Algunos dicen que el trece es el número de la mala suerte. Pero yo no creo en esas cosas.
Lo que no imaginábamos es que, además de jugar al fútbol, durante el torneo íbamos a tener que resolver un misterio mucho más grande que el de los árbitros dormidos.
Algo que no era un juego de niños.
Pero vamos por partes.
Cuando llegamos a Benidorm, lo primero que hicimos fue lo que habría hecho cualquiera en nuestro lugar.
Iremos directamente a la playa.