El misterio de los siete goles en propia puerta
Capítulo 3
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Había más gente que en el metro a hora punta, y que en cualquier otro sitio en que yo hubiera estado antes.
Mi madre dijo:
—No os perdáis, y salimos todos corriendo.
La playa de Benidorm tenía una arena muy blanca y muy fina, y se veían los rascacielos enormes al fondo, y el agua estaba caliente.
Aunque teníamos tantas ganas de meternos en el mar que, si hubiera estado congelada, también nos habríamos tirado de cabeza.
Los que llegaron primero al agua fueron los más rápidos del equipo: Marilyn y Toni, que aunque se llevan fatal, entraron casi al mismo tiempo al mar.
Yo llegué el último, porque estaba cansado de la carrera de aquella mañana y ya no tenía más ganas de correr por ese día.
Y también porque tengo que tocar el agua con los dedos del píe antes de meterme. Es una manía que tengo, y mi hermano, que es de los que entran corriendo al agua y se tiran de cabeza, me dice que soy un cobarde y que parezco un niño pequeño, pero a mí me da igual. Yo toco el agua con el pie, y a quien no le guste, peor para él.
Helena se puso a mi lado. Llevaba un bañador con rayas blancas y negras que, por lo visto, se lo había traído su padre de uno de sus viajes a África. Me miró al verme con el dedo gordo del píe dentro del agua.
—¿Te da miedo, o qué? —me preguntó. Me lo dijo sonriendo.
Le miré a los ojos y me acordé de la noche en que nos dimos un beso. Ya he dicho que Helena tiene los ojos más grandes del mundo y cuando te mira parece que te puede leer el pensamiento.
Una noche, en el campo del fútbol, me había dado un beso.
Si tuviera que escribir mi biografía, como los futbolistas o los actores que publican un libro y cuentan todo lo que les ha pasado, diría que esa fue la mejor noche de mi vida. Aunque tal vez a la gente no le interesaba esa parte de los besos y preferían que contara mis historias como futbolista.
No les culparía por ello.
Por suerte no tengo que elegir entre el beso de Helena y el fútbol, porque sería una decisión muy difícil.
Helena estaba a mi lado y me miraba con sus ojos gigantescos y pensé que a lo mejor nunca más me daba un beso, y que lo de aquel día había sido una excepción, un beso visto y no visto, por así decirlo.
Entonces, de repente, pasó entre nosotros como un huracán y nos golpeó a los dos al mismo tiempo.
—¡¡¡Voyyyy!!! —gritó Torneo, que era el que había pasado a nuestro lado gritando.
Tomeo es el más grande y también el defensa central del equipo, y le encanta el agua, como a los elefantes.
Se tiró en plancha sobre todos los que estaban ya en el mar, y hundió a cuatro al mismo tiempo: Angustias, Camuñas, Anita y Ocho.
El socorrista de la playa se acercó y nos llamó la atención.
—Mucho cuidado con las ahogadillas y las tonterías —dijo, y se quedó en la orilla sin quitarnos ojo.
—¿Has visto qué guapo es? —le dijo Marilyn a Helena, y a ella le dio la risa floja, y cuando yo le iba a preguntar a Helena que si se metía al mar conmigo, Marilyn tiró de ella, y se fueron juntas a seguir hablando de sus cosas, y no dejaban de mirar al socorrista, que estaba muy moreno y llevaba un bañador naranja que yo creo que se podía ver desde varios kilómetros a la redonda.
Me entraron ganas de decir que yo no tendré músculos ni mediré un metro ochenta y ni siquiera estaba moreno porque no llevaba ni cinco minutos en la playa, pero que yo tenía otras muchas cosas… Cosas que ahora no vienen a cuento y que no vaya decir porque no me da la gana, pero que son mucho más importantes.
—Todos dicen que Helena te utiliza como un pelele. Me giré, y allí estaba Toni. El superchulito.
Acababa de salir del agua, estaba empapado, y se echó el pelo hacia atrás.
—Eso es lo que dicen —añadió.
—No sé a qué te refieres —respondí yo.
—Ya, bueno, a mí me da igual —dijo él—, pero tienes que tener cuidado, porque la gente empieza a decir que una chica te gusta mucho y que ella no te hace ni caso, y antes de que te des cuenta, todo el mundo se está riendo de ti.
—Hummmmm —dije.
Nuestros compañeros estaban ahí delante, tirándose contra las olas.
Toni me dijo:
—Tú verás, lo digo por tu bien. Y él también se metió al agua.
Toni era el más chulito del equipo, aunque también era el que más goles metía. Nadie se llevaba bien con él, y además estaba claro que le gustaba Helena.
Pero aun así, lo que dijo no me hizo ninguna gracia. Es verdad que últimamente Helena estaba muy rara.
Se reía mucho, y seguíamos siendo muy amigos.
Pero después de lo del beso, algo había cambiado. No sé explicarlo muy bien.
Es como si ya no tuviéramos tanta confianza como antes. O como si ella no quisiera quedarse a solas conmigo.
No lo entiendo.
Estaba pensando en todo eso, y mirando a Helena y Marilyn que seguían cuchicheando, cuando alguien me empapó.
—¡Vamos, Pakete, que estás alelado!
Era Camuñas.
Como siempre.
Me salpicó y me dijo que me metiera de una vez. Salí corriendo detrás de él, y por fin me metí en el mar.
Por un momento, me olvidé de todo. Helena.
Los besos.
Toni.
El fútbol. El torneo.
Todo desapareció de mi mente. Solo estaban las olas y yo. Y la verdad es que estuvo muy bien. Estuve un buen rato flotando en el mar. Hasta que apareció él. El francés.