El misterio de los siete goles en propia puerta

El misterio de los siete goles en propia puerta


Capítulo 7

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—¡El Inter de Milán! —dijo la chica sobre el escenario.

Felipe y Alicia se quedaron quietos, sin mover ni un músculo de la cara.

Nosotros tampoco nos movimos. Los del Inter parecían contentísimos.

Sonreían y nos miraban como diciendo: «Os vais a enterar».

—Yo quiero irme a casa —dijo Angustias.

—Lo que cuenta no es ganar o perder —dijo Felipe—. Aquí hemos venido a pasarlo bien y a aprender y disfrutar de la experiencia.

Pero no lo dijo muy convencido.

—Eso lo dirás por ti —dijo Toni—. Aquí todos han venido a ganar el torneo.

Es verdad que, mirando a los del lnter, no parecía que hubieran venido a disfrutar de la experiencia.

Más bien parecía que tenían ganas de meternos una goleada, y supongo que no sería muy difícil que lo hicieran.

Mientras discutíamos iban sacando el resto de las bolas, y a cada nombre que salía, había murmullos y aplausos.

Los demás partidos quedaron así:

Cronos - Huang Shi. Rias Boas - Strekker. Colci - San Esteban.

Y, como ya he dicho antes:

Internazionale de Milán - Soto Alto.

Nos había tocado en primera ronda el lnter de Milán. El torneo era a eliminatoria directa.

El que gana pasa a la siguiente ronda. Y el que pierde está fuera.

—Nos tocara quien nos tocara, nos íbamos a ir para casa; por lo menos, así podremos decir que hemos jugado contra el lnter de Milán —dijo Anita.

—Eso es verdad —dijo Camuñas intentando darse ánimos—. Son tan elegantes…

—Y tan buenos… —dijo Ocho.

—Y tan altos… —dijo Marilyn.

—Ya basta —dijo Helena—. Una cosa es que nos ganen, y otra que les regalemos el partido.

—Exacto —dije yo—. Lo más probable es que nos ganen, incluso que nos metan una goleada. Puede que hasta sea una goleada histórica y de escándalo, pero no les vamos a regalar el partido.

—Muy bien dicho, Pakete —dijo Alicia—. Somos un equipo pequeño, pero tenemos una oportunidad de demostrar al mundo que no siempre ganan los poderosos.

Todos nos empezamos a dar ánimos y a decir que íbamos a luchar, y que teníamos que intentarlo.

—Pero si ni siquiera tenemos camisetas, ni botas —dijo Angustias.

—Eso es verdad —dijo Felipe—, pero tenemos algo mucho más importante…

Todos le miramos. ¿Qué tenemos? ¿Dignidad? ¿Orgullo?

¿Espíritu de equipo?

—Tenemos… dos entrenadores, y ellos solo tienen uno —dijo Felipe, y empezó a reírse.

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