El misterio de los siete goles en propia puerta
Capítulo 9
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Eran las botas de fútbol más increíbles que he visto en mi vida. No sé si eran de fibra de carbono como los trajes de los astronautas, pero desde luego lo parecían.
Tenían varias capas de distintos colores superpuestos, y unas suelas acolchadas especiales que cuando te las ponías parecía que estabas corriendo sobre almohadones.
No sé explicarlo.
Sencillamente, eran las mejores botas de fútbol del mundo, y tenían una inscripción enorme en la que ponía DREAM.
—Es honor por nosotros regalar estas zapatillas al equipo Soto Alto —dijo delante de todos, hablando en español pero con acento de Suecia. Griselda Günarsson era la relaciones públicas de la Compañía Dream Cronos.
Era muy rubia y un poco gordita.
Iba vestida con un traje de chaqueta y falda.
Y después nos entregaron unas botas de fútbol Dream nuevecitas a cada uno.
—¿Y esto es gratis? —preguntó mi madre por lo bajo a Quique.
—Pues claro, mujer. Nos hacemos unas fotos con ellos y santas pascuas —dijo él—. Si son muy majos…
—Mucho ojito —respondió mi madre—, que no hemos venido aquí a hacer publicidad a nadie. Lo de las botas, pase, pero ni una más, ¿estamos?
—Estamos —dijo el padre de Camuñas, y acto seguido le dio la mano a la señora Günarsson y los periodistas les hicieron fotos, y luego también nos hicieron un montón de fotos a nosotros, que sonreíamos con cara de tontos mientras nos daban las botas.
—Son alucinantes —dijo Tomeo.
—A mí me da cosa ensuciarlas —dijo Angustias.
Las botas nos las iban dando los propios jugadores del Cronos. Nos colocaron por parejas.
Uno del Cronos con uno del Soto Alto. El del Cronos nos daba las botas y nosotros teníamos que sonreír, mientras nos hacían fotos.
A mí me costó mucho sonreír.
La chica que me dio las botas era una niña turca que habían fichado este año y que se llamaba Nihal.
Era muy morena y tenía los ojos muy oscuros, y me miraba como si fuera a darme un empujón en lugar de regalarme unas botas.
Bueno, las botas no me las regalaba ella. Pero de todas formas, me las tenía que entregar.
—Toma, botas Dream para jugar fútbol, no para correr en playa —dijo muy seria.
—Ya, ya —dije yo, también muy serio.
—Era broma —dijo Nihal.
—Ah, perdona, no lo había pillado —respondí, y me puse un poco colorado.
Así que salí rojo como un tomate en las fotos, mientras la turca sonreía a las cámaras como si hubiera hecho eso un millón de veces.
—Pero sonríe, hombre, sonríe —me dijo uno de los fotógrafos, y yo de verdad que lo intenté, pero solo me salía una mueca con la boca apretada.
Con nosotros acabaron enseguida, y luego siguieron con las otras parejas.
No sé si por casualidad o no, a Helena le tocó con Luccien, y fue el momento en el que más flashes de fotos y más murmullos hubo. A los fotógrafos les parecían «una pareja encantadora».
—Son monísimos los dos —dijo uno.
—Qué buena pareja hacen —dijo otro.
Y venga a hacerles fotos y más fotos.
Y como Luccien estaba muy acostumbrado a eso de las cámaras y se maneja muy bien en actos públicos, se arrancó y le dio un beso a Helena en la mejilla.
Todo el mundo se puso a aplaudir, y los flashes de las cámaras casi nos cegaban.
Camuñas pasó a mi lado y me dijo:
—Son la pareja perfecta.
Y después se puso a aplaudir con ganas. Entonces crucé una mirada con Toni.
Él también los miraba con mala cara.
Parecía que a Toni tampoco le caía muy bien Luccien. Creo que era la primera vez que teníamos algo en común, y ahí estuvimos hasta que los fotógrafos se cansaron.
El caso es que ya teníamos equipación para jugar.
Las camisetas de «I love Benidorm».
Los bañadores amarillos con lunares negros, y las botas supersónicas Dream.
Ahora solo teníamos que esperar a que llegase la hora de nuestro partido.