El misterio de los siete goles en propia puerta
Capítulo 10
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Esa noche soñé que jugábamos con el Inter de Milán, y que ganábamos el partido.
Ya sé que solo era un sueño.
Pero fue buenísimo.
Yo metía el gol decisivo en el último minuto. Y todos me sacaban a hombros del campo. Me desperté con muchas ganas de jugar.
Salí de la cama y vi que Camuñas, que era mi compañero de cuarto, estaba durmiendo.
Le iba a llamar y entonces vi la hora en el despertador: las 6:15.
Me había despertado muy temprano. Demasiado.
Pero ya no tenía ganas de volver a acostarme. Así que me vestí para irme a desayunar al bufé.
Una de las cosas que más me gustan de los hoteles grandes son los bufés.
Hay un millón de cosas para comer y puedes repetir todas las veces que quieras, y nadie te dice que te acabes los platos. Puedes dejarlo a medias y coger otra cosa.
Me encantaría desayunar en un bufé todas las mañanas de mi vida.
—¿Vienes a desayunar? —le pregunté a Camuñas antes de salir. Pero él ni contestó. Seguía dormido.
Así que le dejé allí y me fui yo solo.
Subí a la última planta y llegué a la puerta del restaurante. El bufé de desayuno estaba todavía cerrado. Abría a las 7. Pero como no tenía nada que hacer, decidí esperar.
Me senté en un butacón enorme que había junto a la puerta y me puse a pensar en el partido.
En ese momento, oí algo que me llamó la atención.
—¡No estoy segura!
—Pero ¿por qué?
Las voces me resultaban conocidas.
Me levanté y giré por una esquina hasta que los vi al fondo, en una pequeña terraza que daba al mar.
Estaban los dos solos, y parecía que estaban discutiendo. Eran Felipe y Alicia.
Ya sé que no hay que espiar a los mayores ni hay que espiar a nadie.
Pero es que yo no tenía nada que hacer.
Así que me pegué a la pared y escuché lo que estaban hablando.
—No podemos hacerlo sin decírselo antes —decía Alicia—. Tenemos una responsabilidad con el equipo.
—Pero es que están muy ilusionados. ¡Han trabajado tanto para que todo saliera perfecto…! Tenemos que aprovechar la oportunidad. Hay que hacerlo ya —le respondió Felipe.
—Si lo hacemos y se enteran, van a llevarse una decepción.
—Es un montón de dinero. Por una vez, piensa en nosotros.
Después de decir eso, se alejaron por la terraza y dejé de oír lo que decían.
¿De qué estaban hablando?
¿Qué era lo que les daba tanto miedo hacer?
¿Por qué tenían miedo a decepcionarnos si lo hacían? ¿De qué dinero hablaban?
¿Se habían metido en un lío?
No sabía de qué iba todo aquello.
Ante tantas preguntas, solo se me ocurrió una cosa.
Bajé a despertar a Camuñas y le conté lo que había oído.
—¿Pero de qué hablas? —me preguntó él.
—Pues de Alicia y Felipe. Estaban los dos solos hablando a escondidas, y decían algo de aprovechar una oportunidad, y de dinero y más cosas que no entendí.
—¿Y…?
—No sé qué le ves de raro.
A veces Camuñas no se quiere enterar de las cosas.
—Todo —insistí—. A ver, ¿por qué estaban los dos solos hablando tan temprano en ese sitio? ¿A qué dinero se referían?
Camuñas me miró de arriba abajo y me dijo muy tranquilamente:
—Mira, Pakete, yo creo que ves cosas raras por todas partes. Una cosa es lo que nos pasó con los árbitros dormidos, pero no siempre hay casos extraños para investigar. Alicia y Felipe son novios, ¿no? Pues estarían hablando de sus cosas.
Le iba a contestar a Camuñas, pero no tenía respuesta. Así que lo pensé mejor y le dije:
—¿Vamos a desayunar?
Camuñas sonrió.
—Ahí le has dado —dijo.