El misterio de los siete goles en propia puerta

El misterio de los siete goles en propia puerta


Capítulo 17

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La fiesta siguió en la piscina del hotel. Nos llevaron refrescos y nos dejaron pedir pizzas y hamburguesas y helados.

Pero el padre de Camuñas ya no parecía tan contento.

—Qué serio te veo, Quique —le dijo mi madre.

—Es por la responsabilidad que tenemos ante nosotros.

—Bueno, no te preocupes. Es algo bonito para los chicos.

—Ya, ya, por supuesto, pero es un reto muy grande… Tan grande que quizá habría que llevarlos a un sitio más tranquilo, para que estén más concentrados. A las afueras…

—Este hotel es estupendo. Aquí están perfectamente y se lo están pasando de miedo. Además, lo elegiste tú, Quique, no me fastidies —dijo mi madre.

—Está bien, Juana…

Mi madre le miró fijamente.

—Aquí pasa algo que no te atreves a decirme, ¿verdad? —preguntó ella.

Al final, el padre de Camuñas tuvo que explicar lo que ocurría.

—Te vaya decir la verdad —dijo Quique—: no hay contratadas más noches de hotel. Yo creía que perderíamos el primer partido y a casa, pero ahora habrá que pagar otra noche de hotel, y retrasar el viaje, y… es mucho dinero, la verdad.

—Pero yo pensaba que habías reservado para más noches por si acaso teníamos que quedarnos —dijo mi madre—. Eso es lo que habíamos hablado, Quique.

—Eso es así y no —respondió Camuñas padre.

—¿Qué quieres decir?

—Pues que entre el seguro de viaje, y las nuevas equipaciones, y la cena de anoche, y algunos imprevistos … pues he estado muy ocupado, y se me ha pasado lo del hotel.

—No lo entiendo.

—No hay mucho que entender, Juana —dijo el padre de Camuñas—. No tenemos hotel.

Mi madre le miró muy seria.

—¿Entonces? ¿Quieres que vayamos a dormir a la playa o qué? Quique tragó saliva.

—No, no —dijo—. Aunque, bien pensado, una noche en la playa a lo mejor nos hacía bien a todos…

—¡Quique!

—Está bien…

El padre de Camuñas parecía avergonzado.

—Te prometo que lo vaya solucionar. Yo me encargo. Se dio media vuelta.

Y se alejó.

—¿Se puede saber adónde vas?

—Me han dicho que hay una pensión por aquí cerca que es muy económica —dijo—. Les he pedido que nos lleven allí las maletas en cuanto aparezcan. Es algo provisional, mujer.

Las maletas todavía no habían llegado.

Ahora estábamos sin maletas y sin hotel.

Pero como habíamos ganado, todo nos daba igual.

Cuando estábamos en el lobby, listos para irnos a la pensión, el padre de Camuñas se puso a hablar con el director del hotel.

Al cabo de unos minutos, Quique volvió.

—Chicos, he estado hablando con el director del hotel… Como estaba muy serio, nos temíamos lo peor.

—Nos vamos a una pensión con chinches y con cucarachas, si ya lo sabía yo —dijo Angustias.

Pero entonces el padre de Camuñas sonrió.

-… y lo he arreglado todo. Aquí no hay plazas, pero ¡nos llevan a otro hotel mucho mejor!

Todos gritamos y aplaudimos,

—Y que quede claro: todo a mi cargo. ¡Viajes Camuñas siempre cuida a sus clientes! Y os digo otra cosa: ¡esta vez he reservado hasta el domingo por si ganamos el torneo!

Todos le miramos otra vez, desconfiados.

Pero el padre de Camuñas insistía.

—Decidme, ¿os he fallado alguna vez, chicos? Eh, decidme.

Unos minutos después, el padre de Camuñas y Gervasio nos llevaron hasta el autobús y nos marchamos del hotel.

Todos teníamos mucha curiosidad por ver adónde nos llevaba el padre de Camuñas.

Excepto el propio Camuñas, que parecía muy confiado.

—Ya veréis cómo mi padre nos lleva a un buen sitio… Ya veréis, ya.

Pero cada «ya veréis» de Camuñas sonaba más inseguro que el anterior.

Pasamos por algunos de los rascacielos más importantes de Benidorm: Torre Coblanca, Torre Benidorm, Torre Levante…

—Sería genial estar en uno de esos hoteles, ¿verdad? —dijo Helena.

—Huy, no, no, no… Yo ahí no, que tengo vértigo —respondió Angustias enseguida.

Pero era el único que no pensaba que sería genial estar en uno de esos rascacielos.

Así que nos quedamos helados cuando el autobús de Gervasio paró delante del más increíble de todos.

—Hemos llegado, chicos —dijo Quique. y ninguno se atrevía a bajar.

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