El misterio de los siete goles en propia puerta

El misterio de los siete goles en propia puerta


Capítulo 18

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El hotel Bali tiene 186 metros y es el más alto de Europa. O del mundo, yo qué sé.

Desde la puerta de entrada miramos para arriba y se nos doblaba el cuello hacia atrás, y todavía no veíamos el final: parecía infinito.

Entramos al vestíbulo, que es como un campo de fútbol enorme, con la boca abierta, mientras el padre de Camuñas sonreía e hinchaba el pecho como un pavo real.

—¿Qué os había dicho, eh? ¿Qué os había dicho?

Lo mejor de todo es que en el centro del vestíbulo, en un carrito, estaban ¡nuestras maletas!

Todos corrimos a recogerlas.

Yo noté algo raro en la mía, pero estaba tan contento de recuperarla por fin, que la agarré y tiré hacia el ascensor con ella sin pensarlo dos veces.

El ascensor era panorámico, con las paredes transparentes, y mientras subíamos veíamos el mar y toda la ciudad.

Angustias se dio la vuelta contra la pared, muerto de miedo.

—¡Nos vamos a caer, nos vamos a caer!

Los demás no le hicimos ni caso: pegamos la cara al cristal y vimos cómo la ciudad se iba haciendo más y más y más pequeña a medida que subíamos.

—Piso 30, 31, 32, 33… —contaba Tomeo.

Aunque nadie lo sepa, Benidorm es la segunda ciudad con más rascacielos por metro cuadrado del mundo, por detrás de Nueva York.

Y todos estaban por debajo de donde estábamos nosotros. Seguíamos superando rascacielos, y veíamos el mar delante de nosotros.

—¡Esto es la pera, chicos! —decía Felipe, que estaba muy abrazado a Alicia, que también tenía miedo a las alturas.

—¿Qué os había dicho, chavales? ¿Qué os había dicho? —repetía una y otra vez el padre de Camuñas.

Mi madre no decía nada. Y es algo que me extrañó mucho, porque no deja nunca de hablar.

Paramos en la planta 44, que no es la más alta porque la más alta es la 52. Y por fin llegamos a la puerta de nuestra habitación.

Quique leyó una lista.

—Camuñas —hasta su padre le llamaba Camuñas—. Pakete, Angustias, Tomeo, Ocho… y Toni, aquí.

—¿Cómo? ¿Seis en una habitación? —pregunté yo.

—¿Tengo que dormir con estos? —protestó Toni.

Cuando abrieron la puerta, comprendimos por qué.

Era una suite, que es una habitación de hotel que es como un piso.

Con un salón con mesa de comedor, y sofás y sillones, y una tele LED inmensa, y dos dormitorios y dos baños. Con un jacuzzi cada uno.

Aquello era como lo que veíamos en la tele.

Yo nunca habría imaginado estar en un sitio así.

En un dormitorio había tres camas, y en el otro, una doble y una individual.

Camuñas se pidió enseguida la individual, que estaba más cerca de la ventana, y a mí me tocó compartir cama con Angustias.

Angustias es uno de mis mejores amigos y tiene bastantes cosas buenas.

Pero compartir cama con él es un rollo.

De noche tiene miedos y pesadillas, y no te deja dormir nunca tranquilo.

Además, tarda una hora en acostarse porque se lava los dientes tres veces. Y se enjuaga otras tres veces.

Y además, lo peor de todo es que ronca como si fuera un oso hormiguero.

—Es una cosa de familia. A mi padre hay hoteles donde no le dejan entrar —se excusó.

Todavía no habíamos colocado nuestras cosas cuando recibimos un vídeo en el teléfono.

En él salían Helena, Marilyn y Anita saltando en la supercama de su suite.

No era tan grande como la nuestra, pero también era alucinante.

El padre de Camuñas y mi madre seguían por allí, examinando toda la habitación con los ojos como platos.

Mi madre ya no aguantó más.

Se acercó al padre de Camuñas y le preguntó en voz baja:

—¿Quién paga estas suites, Quique?

—Pero Juana, qué cosas tienes, de verdad. Viajes Camuñas.

—Quique…

—Ni un céntimo. No nos va a costar ni un céntimo. Total, solo tenemos que hacernos unas fotos y un par de entrevistas y… y así se fueron, discutiendo pasillo abajo. Y después él añadió: —Ya verás tu habitación. Un jacuzzi para ti sola.

Mientras tanto, nosotros corrimos a abrir nuestras maletas. ¡Por fin!

Pero mi maleta no se abría.

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