El misterio de los siete goles en propia puerta
Capítulo 22
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Unos días antes estábamos en Sevilla la Chica, nuestro pueblo, preparando las vacaciones tranquilamente como todos los años, y ahora, de repente, teníamos la oportunidad de llegar a la final de uno de los torneos infantiles más importantes del mundo.
¡A la final!
Solo teníamos que ganar al Colci, el equipo anfitrión. Siendo sinceros, era casi imposible.
Ellos eran mejores.
Jugaban en casa, y además tenían a los de las paelleras.
Yo creo que esta vez habían venido más que la primera vez. Nos recibieron haciendo sonar todas las paelleras al mismo tiempo.
El Benidorm Arena parecía haberse transformado para el partido.
Ahora era una auténtica olla a presión. El ambiente era tremendo.
Allí estaban todos los espectadores del primer partido, más otros muchos que se habían sumado porque querían ver al equipo local en la final.
Había miles de personas en las gradas.
Más gente que toda la población de Sevilla la Chica junta.
Yo pensaba que me iba a quedar sordo con el clone, clonc, clone de las paelleras.
Y había mucha más gente con bocinas, carracas, trompetas… También había una compañía de moros y cristianos. Se habían disfrazado como en las fiestas, y andaban pegando trabucazos y tirando petardos.
También tiraron miles de papelitos cuando los dos equipos salimos al campo.
—¿Esto es la final del mundial, o qué? —bromeó Felipe, que parecía muy nervioso, aunque trataba de disimular.
La verdad es que el ambiente era espectacular.
Incluso daba un poco de miedo.
Solo éramos unos niños jugando un partido de fútbol.
—Hemos visto campos peores, chicos, ¿verdad? —dijo Alicia, poco convencida.
—Sí, sí, claro, por supuesto —dijimos todos.
—Yo nunca había visto nada así —dijo Angustias, con toda sinceridad.
—Por muchos miles de aficionados que haya en las gradas, en el campo solo hay siete contra siete. No os olvidéis de eso —dijo Felipe.
Nuestro entrenador tenía razón.
Si habíamos podido con el Inter de Milán, ¿por qué no íbamos a poder con el Colci?
—¡Vamos, Soto Alto! —gritó mi madre desde la grada, sentada junto al padre de Camuñas.
Pero en medio de todo aquello, creo que solo la oí yo. El árbitro pitó.
Y el partido dio comienzo.
Salieron a por todas desde el primer segundo.
Como si quisieran ganar el partido en cinco minutos. Apenas nos dejaban tocar el balón.
En cuanto lo recuperábamos, teníamos a dos de ellos encima. Su entrenador, un hombre mayor con un enorme bigote, estaba a pie de campo dando instrucciones a gritos y moviendo tanto los brazos que parecía un espantapájaros.
La afición local le llamaba Mostacho García, y era el entrenador del equipo oficial del Colci, que juega en segunda B.
Era una especie de ídolo en Benidorm, y la gente le adoraba. Hasta tenían una canción para él.
Una canción que a todos les hacía mucha gracia.
Mostacho. Mostacho. Mostacho García, el Colci gana, siempre la lía.
—La canción, ahí está el asunto. Si ya sabía yo que había que perfeccionar lo de la canción, Juana —le dijo Quique a mi madre.
Cerca de donde estaban mi madre y el padre de Camuñas, en el palco de invitados, estaban otra vez todos los del Cronos, con Habermas a la cabeza.
El entrenador alemán lo observaba todo muy atentamente, y no paraba de tomar notas en su famosa libreta negra.
Cada vez que le hacen una entrevista. Habermas dice que odia los ordenadores y la informática, y que él lo apunta todo de su puño y letra en una libreta negra.
—La gente se ha olvidado de escribir con tanto ordenador —decía. y les enseñaba a todos su libreta negra.
El Cronos tenía a Habermas, el mejor entrenador del mundo. Así que los del Colci decidieron que ellos no iban a ser menos. Le pidieron a Mostacho García que entrenara al equipo infantil del Colci. Solo para ese torneo.
Y aceptó.
Por lo visto, llevaban un mes entrenando todos los días a puerta cerrada, y ahora estaba allí, en el banquillo, de pie, sin dejar de moverse ni un segundo.
De vez en cuando, se tocaba el bigote, y luego volvía a gritar ya mover los brazos. Torneo intentó despejar un balón. A su manera.
Le dio un patadón a la pelota sin pensar hacia dónde iba.
El balón salió disparado hacia el banquillo y le dio un balonazo en la cara al entrenador del Colci.
Mostacho García cayó de culo.
Y se debió hacer daño.
Porque pegó un buen grito.
Todos en la grada se quedaron callados.
Esperando que montara un gran escándalo, o que se fuera a por Tomeo directamente.
Ante la atenta mirada de todos, el entrenador se levantó, se llevó la mano al mostacho y dijo:
—¡No pasa nada!
Luego miró a Tomeo con cara de malas pulgas, como diciendo: «Ya te pillaré»,
La gente le aplaudió con ganas.
Los de las paelleras empezaron a golpearlas como si las fueran a partir por la mitad.
Ya cantar.
Mostacho, Mostacho, Mostacho García, el Colci gana, siempre la lía.
Aunque parecía el protagonista del partido, él no jugaba. Los que estábamos en el campo éramos nosotros.
—Yo, yo… yo solo quería despejar el balón. ¡Lo juro! —respondió Torneo, muerto de miedo.
A partir de ese momento, cada vez que el balón pasaba cerca de Torneo, incluso aunque no le diera, en la grada se volvían locos a chillar y a gritar ya decirle de todo.
Tomeo miró a Felipe como diciendo: «¿Qué hago?». Felipe le hizo un gesto con la mano:
—Aguanta, Torneo, aguanta —dijo.
Y el partido siguió. Con más gritos. Y más paellazos.
Durante la primera parte hubo mucho ruido pero no pasó nada importante.
Ellos atacaban. Nosotros nos defendíamos como podíamos. y esperábamos que ocurriera un milagro. Así llegamos al descanso. Con empate a cero.