El misterio de los siete goles en propia puerta

El misterio de los siete goles en propia puerta


Capítulo 23

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—¡Vaaaaaaaamos!

El entrenador del Colci, además de tocarse el mostacho, chillaba y animaba a grito pelado a sus jugadores. Salió del banquillo y se puso una mano en la oreja mientras con la otra hacía un gesto para que los hinchas también gritaran.

—Este hombre parece un animador más que un entrenador de fútbol —dijo mi madre en la grada.

El caso es que funcionó y la gente se vino arriba.

Primero el público, y después los propios jugadores del Colci, y a su vez estos arrastraron al público, que chillaba cada vez más.

Y a cada jugada, más presión, y más gritos.

A los pocos minutos, el Colci nos tenía totalmente acorralados. No pasábamos del medio campo.

Nos mirábamos unos a otros, dándonos ánimos.

Parecía que nos iban a marcar un gol en cualquier momento, era casi inevitable.

Pero aguantamos. Aguantamos toda la segunda parte, jugando juntos, achicando balones sin parar, aunque fuera a base de patadones y despejes.

Aguantamos…

Hasta que, a falta de un minuto y medio, pasó lo que se veía venir.

En una jugada en la que hubo hasta siete rebotes y rechaces, el balón le quedó suelto al número 5 del Colci, Maxi, que estaba en el punto de penalti.

Camuñas estaba en el suelo, batido.

El 5 no se lo pensó y remató con la portería vacía. El público estaba a punto de cantar el gol.

Pero cuando el balón iba a entrar en nuestra portería…

Una sombra voló hacia él y lo atrapó con las dos manos al mismo tiempo, justo en la línea de gol.

Lo había salvado en el último minuto.

El problema es que quien había parado el balón no era Camuñas. Era Tomeo.

Aún tenía el balón en las manos.

El árbitro señaló inmediatamente el punto de penalti.

—Lo siento —dijo llevándose la mano al bolsillo y le sacó tarjeta roja.

Penalti y expulsión.

Tomeo no pudo ni siquiera protestar. El árbitro tenía razón.

Era un penalti clarísimo.

No quedaba tiempo.

Era una pena.

Habíamos luchado muchísimo, y hablamos aguantado hasta el final. O casi.

Por muy poco.

Tomeo se fue muy triste del campo. Todos le fuimos felicitando según pasaba a nuestro lado: al fin y al cabo, había salvado un gol, aunque fuera con las manos.

Los miles de espectadores que apoyaban al Colci se pusieron de nuevo a rugir como locos.

Menos de un minuto, y tenían todo a favor.

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